Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: El misterio del cadáver calcinado (Segunda parte)

Definitivamente, no hay crimen perfecto. “El error en este caso -dijo el agente a cargo de la investigación-, fue regresar para quemar el cadáver, que ya estaba en descomposición...
23.04.2023

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-

CASO. ¿Qué había pasado con Carlos Centeno? ¿Por qué lo habían matado? ¿Quién, o quiénes, eran los asesinos? Y ¿qué motivos tenían para quitarle la vida? Pero, más intrigante todavía, ¿por qué quisieron borrar toda evidencia del crimen?

“El error en este caso -dijo el agente a cargo de la investigación-, fue regresar para quemar el cadáver, que ya estaba en descomposición... Un par de meses más, y habría desaparecido por completo... Además, estaba en una tumba normal, con su cruz, y en la que nadie se hubiera fijado nunca... O sea, que el muerto hubiera quedado allí para siempre, sin causarle problemas a nadie... Pero, el error de los asesinos fue regresar para quemarlo... Y, en esto, creo que es que tenían mucha prisa para borrar cualquier evidencia”.

“Los huesos hubieran sido una evidencia perfecta -agregó otro agente-. Allí se hubiera encontrado ADN, y, más tarde o más temprano, se hubiera identificado el cuerpo”.

“Eso, si es que algún día alguien le da por abrir la tumba, y me parece que eso no era posible... Pero, los asesinos se desesperaron, y volvieron para que su crimen fuera perfecto”.

“Pero se olvidaron de quitarle el reloj”.

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“Tal vez no se olvidaron. Tal vez sabían que estaba marcado con la dedicatoria, y, no querían arriesgarse; y, por lo general, un reloj como ese, se puede rastrear fácilmente. A lo mejor creyeron que el fuego lo destruiría”.

Hubo un momento de silencio.

“¿Por qué no volvieron a cerrar la tumba?”

“Tal vez porque no les dio tiempo...”

“O porque confiaron en que el fuego destruiría todo...”.“Hasta el reloj”.

“Sí. E insisto en que sabían que el cuerpo tenía puesto el reloj porque el objetivo de los delincuentes era matar al hombre, no robarle, y menos algo que se puede rastrear...”.

“Estamos de acuerdo... Ahora, hay que averiguar quiénes son los criminales...”.

“Tenemos los bidones en que llevaron la gasolina”.

“Sí, y estamos rastreando el lote... Tenemos el número de serie de los dos, y, por esas cosas de la vida, son del mismo lote... Ahora, solo falta que encontremos el lugar, el negocio que los importó desde Guatemala, y que los vendió...”.

“Es cosa de tiempo”.

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“Creo que los criminales planificaron hasta el último detalle de su crimen, pero se olvidaron de dos cosas importantes. El reloj, que nos sirvió para identificar a la víctima; y los bidones, o los dos recipientes...”

Tiempo

Pasaron los meses, y el caso se estancó. Ya estaba casi en el olvido, cuando el detective a cargo recibió una llamada desde Estados Unidos.

“Soy Marie -dijo la persona que llamaba-, la esposa de Carlos Centeno... ¿Me recuerda?”.

“Por supuesto... ¿Cómo está usted?”.

“Muy bien... Y lo llamo porque tengo algo que decirle...”

“A ver”.

“Los hijos mayores de mi esposo viajaron, o sea, que salieron del país un día después de que mi esposo voló a Honduras...”.

“¿Ah sí? Y ¿sabe a dónde viajaron?”.

“No sé... Lo llamo para que usted investigue... ¿Tiene los nombres de ellos?”.

“Sí”.

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“Y hay algo más... Una semana antes de viajar, mi esposo habló con su abogado para dictarle un nuevo testamento... En el primero, los hijos mayores eran muy beneficiados... Y, de hecho, al leerse el testamento, ellos se quedaron con el cincuenta por ciento de la fortuna del papá... El otro cincuenta lo dividió entre mis hijos y yo, con la condición de que les dé una mensualidad a sus hermanas en Honduras hasta que ellas murieran...”.

“¿Este fue el testamento que se leyó?”.

“Sí; y el que se cumplió al pie de la letra”.

“¿Y el segundo...?”.

“De ese, solo le dio instrucciones al abogado, y le dijo que lo tuviera redactado para cuando él regresara...”.

“Y ¿sabe usted que dice el segundo testamento?”.

“Sí. Les deja una casa a sus hijos mayores, y suficiente dinero para el menor, el que padece de síndrome de Down. Pero, de dinero, no les dejaba nada a sus dos hijos... A los mayores, quiero decir... El ochenta por ciento de todo era para mí y mis hijos... Es lo que me comentó el abogado”.

“¿El abogado les dijo a todos que había un testamento sin firmar, el día en que se leyó el primero?”.

“Sí; pero, a nadie le interesó, porque no estaba firmado”.

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“Y ¿hay forma de que los hijos mayores de su esposo hubieran sabido de este nuevo testamento... antes de que él viajara a Honduras?”.

“No lo sé. Tal vez...”.

“¿Sus hijastros conocen a alguien cercano al abogado de su esposo?”.

“Es posible”.

“¿Cree usted que alguien cercano al abogado les dio la noticia?”

“No lo sé... Tal vez el mismo abogado... No sé...”.

“Bien... Usted dice que sus hijastros viajaron, o sea, que salieron de Estados Unidos...”.

“Sí; al día siguiente”.

“¿Cómo lo supo?”.

“Fue hasta ayer que me di cuenta... Una de las maestras del niño con síndrome de Down me lo comentó...”.

“¿Por qué? ¿Qué sabía ella?”.

“Es que el niño tiene una camisa, una camiseta, playeras, como les dicen, y en el frente tiene grabado:

“Alguien que me quiere mucho me trajo esta camisa de Nicaragua”. Y a la maestra le gustó la camisa, y le preguntó por ella... Y él le dijo que su hermana se la había regalado... ¿Cuándo? No sé; pero la camisa se ve nueva, según lo que me dijo la maestra”.

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“Entonces, sus hijastros viajaron a Nicaragua...”.

“Un día después de que salió mi esposo”.

“Es una excelente información. Vamos a pedir ayuda a Migración de Nicaragua”.

Hermanos

Los policías no tardaron en darse cuenta que los hermanos viajaron a Managua desde Miami, un día después de que el padre viajara a Honduras. Tomaron un vuelo desde Los Ángeles, llegaron a Miami, y luego viajaron a Nicaragua. Se hospedaron en un hotel sencillo, en el barrio Altagracia, y dejaron pagado una semana. Dijeron que irían a Granada, a hacer turismo. La Policía de Nicaragua envió los videos de seguridad del hotel. En uno de los videos se veían a los hermanos subiéndose a una camioneta Nissan Patrol. La Policía de Nicaragua encontró al dueño. Hacerlo hablar fue cosa de asustarlo un poco.

“Me contrataron por un amigo nicaragüense de Los Ángeles... Lo único que hice fue llevarlos a la frontera de Honduras, en Guasaule. Los esperé en Chinandega”.

Pero, ni Migración de Nicaragua, ni Migración de Honduras, tenían registrada la entrada de los hermanos a Honduras. Tampoco la salida.

“Los esperé en Chinandega. Me llamaron para que fuera a traerlos a la frontera... Seis días después...”.

“¿Hace cuánto?”

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El hombre dio una fecha. Estaban los registros del alquiler del vehículo.

“Esto fue ocho días después de que el señor Centeno llegara a Honduras”.

“Tuvieron tiempo para actuar... Llegaron a Nicaragua un día después de su padre, o dos días después... Ese mismo día, llegaron a Honduras... Sabían dónde estaba su papá. Lo vigilaron, lo raptaron, y se lo llevaron... Y, o conocían bien el terreno, o tenían un cómplice... Porque el cementerio que escogieron fue en la zona sur. Además, volvieron a salir de Estados Unidos dos meses después de la desaparición de su padre; pero ya había recibido la fortuna que les heredó...”.

“Vinieron a borrar cualquier huella...”.

“Y creyeron que el reloj se destruiría...”.

“Así es”.

“Se equivocaron...”.

“Eso, si es que ellos son los culpables de la muerte de su padre...”.

“Yo creo que sí lo son... Tienen los motivos, y los viajes... Ahora, solo falta que sepamos a dónde viajaron la segunda vez... Pero, de que entraron a Honduras, lo hicieron...”.

“Tenemos los tambos en que compraron la gasolina”.

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Evidencia

Dos semanas después de aquella llamada, los agentes recibieron información acerca del lote de recipientes de plástico importados desde Guatemala. Tenían tres meses de haber ingresado a Honduras. En la ferretería estaba la factura de compra, con los datos que los policías necesitaban. Habían pagado en efectivo. Saber dónde habían comprado la gasolina, ya no era tan importante. El hombre en Nicaragua había reconocido a la pareja, o sea, a los hijos mayores de Carlos Centeno, y se tenían a mano los registros de sus vuelos y de su entrada a Nicaragua.

“Sabían lo que hacían -dijo el detective-. Entraron a Honduras por puntos ciegos. Algún cómplice los esperaba... Y los trasladó hasta Tegucigalpa... Aquí les perdemos la pista, aunque sabemos bien que ellos tienen los motivos suficientes para matar a su propio padre, y este es el hecho de que se dieron cuenta de que los dejaba sin nada en el nuevo testamento...”.

“Es posible”.

“No tenemos otra línea de investigación. Además, están los registros del hotel... En fin... Estoy seguro de que son ellos los asesinos... Y regresaron para borrar cualquier evidencia...”

“Ahora, solo nos queda probar todo esto... Porque no vamos a saber nunca quién compró los botes de plástico...”

“Hay que pedirle ayuda a la Policía en Estados Unidos... Por nuestra parte, hasta aquí llegamos... Ellos pueden decir que viajaron a Nicaragua por placer... Y ya que no hay registro de que entraron a Honduras, va a ser difícil acusarlos...”

“Tal vez, si encontramos a la persona que los ayudó en Honduras...”

“Eso no sería posible... Es cómplice de asesinato... Y, seguramente, los hermanos le pagaron bien...”

“Pero, si la Policía de Los Ángeles nos ayuda con los vaciados telefónicos, podremos saber con quién se comunicaron en Honduras...”

“Eso, si no usaron teléfonos desechables”.

“Es posible. Pero, tenemos que seguir con la investigación”.

NOTA FINAL. Hasta el día de hoy, el caso sigue en los archivos. Nadie ha sido castigado por la muerte de don Carlos Centeno. Tal vez los asesinos no escapen de la justicia de Dios.

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