EL HERALDO conoció que los oficiales de las Fuerzas Armadas a cargo de la prisión de Támara, al percatarse de que serían denunciados, se apresuraron a desmantelarla.
No obstante, hay fotografías de ella, así como listados de los últimos reos que la soportaron y que los defensores de derechos humanos encontraron en sus visitas.
Estaba ubicada en el espacio, que anteriormente le llamaban La Leonera. Fue remodelada para mantener a los castigados de pie día y noche y para que apenas pudiera moverse.
Si bien para la gente ninguna prisión es un hotel de lujo, el encierro en esta bartolina de unos cuatro metros de frente por cuatro de fondo era brutal, aunque sus huéspedes paguen condenas por todo tipo de delitos.
En el fondo de la celda se establecieron tres espacios destinados para dormir, pero a los lados les colocaron una canaleta con clavos incrustados, denominadas simbras, para que el reo al acostarse no se pudiera mover de un lado a otro. Igualmente, para que no se sentara sobre las canaletas.
Se le montó una segunda planta, pero el piso se hizo de varillas de hierro. Se acondicionó para tener entre siete y ocho reos en las condiciones más inhumanas.
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Al carecer de servicios sanitarios y sin agua, los reos castigados tenían que hacer sus necesidades fisiológicas en pedazos de papel, bolsas y botes, volviendo el sitio insano.
Como el interior y la intemperie solo los separaban los barrotes, en el día los confinados eran azotados por el sol, en la noche por el frío y en invierno por la lluvia, de acuerdo con las descripciones de los internos.
Realmente la celda se diseñó para el quebrantamiento de todo tipo de voluntad por muy fuerte que esta sea.
Ahí se introdujo no solo a los presos obstinados, sino a todos aquellos que el director o subdirector decidían, sin seguir las reglas disciplinarias establecidas en ley.
Según el relato de los que conocieron al detalle esta bartolina, los castigados no solo tenían que soportar el despiadado encierro que ofrecía la mazmorra, sino que en la madrugada se les lanzaba agua y el día gases lacrimógenos.
En esa prisión no existe un estudio psicológico que indique que al final de aquel despiadado aislamiento los presos mostraron arrepentimiento o que se fortaleció su comportamiento negativo.
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