Siempre

Evocación del silencio

En su nuevo libro, “Crónica de una cercanía: escritos sobre literatura hondureña”, Janet Gold nos ofrece una serie de impecables relatos sobre Honduras, siguiendo la extensa tradición de cronistas norteamericanos

12.10.2019

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- “La crónica es un texto donde todo es verdad, pero se cuenta como ficción”. No cualquier cosa es una crónica, como no cualquier cosa es un acrílico o un óleo.

En su nuevo libro, “Crónica de una cercanía: escritos sobre literatura hondureña”, Janet Gold nos ofrece una serie de impecables relatos sobre Honduras, siguiendo la extensa tradición de cronistas norteamericanos que, como William Wells, Ephraim George Squier o Doris Stone, han contado los grandes panoramas de la sociedad hondureña en distintas épocas.

Retirada ya de la docencia e instalada en un pequeño puerto de Maine, Janet dedica sus días a su familia y al ejercicio de sus dos grandes pasiones: la literatura y la jardinería. Desde allí le siembra flores al mundo, escribe poemas y prolonga su estudio sobre aquel país centroamericano al que llegó —veinteañera— hace ya medio siglo.

Llegó por primera vez a Tegucigalpa en 1971 como profesora de la Escuela Americana, durante el gobierno de Ramón Ernesto Cruz, pero fue hasta su regreso en septiembre de 1988, cuando, gracias a la beca Fulbright para escribir una biografía de Clementina Suárez —la poeta hondureña que había descubierto en una biblioteca de la Universidad de Massachusetts—, nació en ella un nuevo y casi inexplicable interés por la literatura hondureña.

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Desde entonces se empeñó en ella y en quienes la hacían. Frecuentó los cafés del centro de la ciudad visitados por los poetas y escritores, y así conoció a muchos de ellos. Fueron sus amigos Roberto Castillo, Leticia de Oyuela, Amanda Castro, Roberto Sosa y, por supuesto, Clementina Suárez, sobre quien escribió el espléndido ensayo biográfico “El retrato en el espejo”.

Al entrar en la intimidad de sus vidas y ser parte de ellas, la autora confiesa que “no solo quería aprender de sus libros. Quería hablar con los escritores, caminar por las calles donde vivían o habían vivido, descubrir cómo habían sido sus vidas”.

La respuesta a sus inquietudes no demoró demasiado. Descubrió una situación caótica en Tegucigalpa (y en el país entero), una sociedad militarizada y controlada por su país (EE UU); empobrecida por la corrupción, en permanente crisis y devastada por muchos otros males; pero también solidaria, honesta y esperanzada. Todo ello lo encontró en la vida y obra de los escritores a quienes ha querido homenajear en este libro.

Escrito con una narrativa sencilla y poderosa, sus historias abundan en detalles íntimos que nos permiten vislumbrar “de cerca” la vida de nuestros autores más simbólicos, como la descripción aparentemente inofensiva de “un pastel redondo decorado con glaseado de vainilla y cubierto de fresas grandes y jugosas”, ofrecido por sus estudiantes universitarios a Roberto Sosa, en una de las estancias del poeta en Nueva Inglaterra.

El vívido recuerdo de Leticia de Oyuela tomando una taza de café a las 4:00 de la tarde en su casa del parque Finlay, después de su jornada de trabajo diario; o el lúcido recuerdo de una conversación con Roberto Castillo, a quien recuerda como un hombre profundo.

“Crónica de una cercanía” es el testimonio de la vida, obra y circunstancias históricas de los hombres y mujeres que hicieron posible la literatura nacional de la segunda mitad del siglo XX. Es el testimonio en primera persona de la Honduras que se debatía entre los últimos restos del Reformismo Militar y el paso a una democracia inventada, endeble.

Es la evocación de una amistad y un tiempo, que vuelven, ahora, en la posibilidad del recuerdo. Janet Gold rememora el silencio de un pasado anhelado, y nos cuenta un país: el nuestro.