BOGOTÁ, COLOMBIA.- Todavía a sus 62 años, Gustavo Petro se ve a sí mismo como un “revolucionario”. Cuando se rebeló en armas contra el Estado difícilmente soñó que décadas después, en democracia, podría estar camino de derrotar a las élites y convertirse en el primer presidente de izquierda de Colombia.
Vencedor en la primera vuelta con una ventaja de 12 puntos porcentuales sobre el segundo, Petro es un político obstinado que aspira en su tercer intento por llegar a la presidencia. El 19 de junio se medirá en un balotaje con el millonario Rodolfo Hernández, un ‘outsider’ de 77 años.
De anteojos y verbo encendido, el senador y exalcalde de Bogotá se siente llamado a cambiar nada menos que una “historia de 200 años”, así lo repite en la plaza pública. “Dar discursos es hoy en día parte de mi talante”, escribió en su autobiografía “Una vida, muchas vidas”.
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Nacido en una familia de clase media y educado por sacerdotes lasallistas, Petro abandera el cambio y la ruptura frente a las fuerzas que tradicionalmente han gobernado Colombia.
Su ascenso asusta a ganaderos, sectores conservadores, una parte del empresariado y de los militares, que temen que su gobierno sea un “salto al vacío”.
A otros, más moderados, les repele su mesianismo. “Él se cree predestinado (...) la única persona que puede salvar a Colombia”, resumió una fuente próxima bajo reserva al portal La Silla Vacía.
Antisistema, Petro se describe como progresista antes que izquierdista, para evitar que lo asocien con las guerrillas marxistas que están en el centro del conflicto que asuela a Colombia desde hace seis décadas.
Pero su pasado en la lucha armada lo persigue y es el caballo de batalla de sus adversarios. Por 12 años se rebeló contra el Estado que ahora pretende reformar. Hoy las armas oficiales lo protegen.
Varias veces amenazado de muerte y forzado a un exilio de tres años en Europa, Petro es el candidato más custodiado en esta contienda. En los últimos mitines se le vio con chaleco antibalas, escudos blindados alrededor y al menos 20 guardaespaldas en la tarima.
En febrero, este economista casado con Verónica Alcócer y padre de seis hijos, confesó su miedo a ser asesinado. No es la primera vez que teme por su vida.
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Guerrero mediocre
Petro militó en el M-19, una guerrilla nacionalista de origen urbano que firmó la paz en 1990. Según él, se rebeló en rechazo al golpe militar en Chile de 1973 y un supuesto “fraude electoral” en Colombia por los mismos años contra un partido popular.
Admirador del nobel Gabriel García Márquez, en la clandestinidad adoptó el nombre de Aureliano, en homenaje al personaje de “Cien Años de Soledad”. Fue detenido y torturado por militares, y estuvo preso durante año y medio. Siempre fue un combatiente “mediocre”, recuerdan sus antiguos compañeros de armas.
En su libro lo resalta: “Nunca sentí, a diferencia de muchos de mis compañeros, una vocación militar (...) yo quería era hacer la revolución”.
Desde entonces se presenta como un “revolucionario” de varias causas pero alejado del marxismo. Su “opción preferencial por los pobres”, sostiene, proviene de la teología de la liberación.
El candidato por la coalición Pacto Histórico ha hecho suya la defensa del medio ambiente.
Plantea frenar la exploración del petróleo (cuyas ventas representan el 4% del PIB colombiano) en una “transición” hacia energías limpias.
También quiere expandir la producción de alimentos, reformar a una policía implicada en violaciones de derechos humanos y regular los ascensos dentro de las Fuerzas Militares que considera clasistas, entre otros cambios.
De llegar al poder, los militares deberán jurar lealtad a este exguerrillero que se comprometió a reiniciar diálogos de paz con el Ejército de Liberación Nacional (ELN).
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Impetuoso
Después de firmar la paz, Petro llegó al Congreso y más adelante a la alcaldía de Bogotá en 2012-2015.
Como parlamentario se destacó por denunciar nexos de políticos con los sangrientos paramilitares de ultraderecha, pero como alcalde ganó fama de autoritario y mal administrador por su caótico plan para que la empresa pública se ocupará de la recolección de basuras, entonces en manos de privados.
Daniel García-Peña, asesor de Petro en la época y quien se alejó de él por su “despotismo”, aún recuerda sus “dificultades para trabajar en equipo” si bien reconoce su conocimiento del país e inteligencia.
Tiene “un temperamento muy impetuoso y autoritario, y cuando se empeñaba en sacar adelante sus propuestas (...) no supo concitar y convocar a los diferentes sectores para ponerlos en práctica. Cazó muchas peleas al mismo tiempo y eso generó mucha frustración en las metas que él mismo se había trazado”, comentó el también profesor universitario.
Una fuente cercana aseguró bajo reserva que entre la alcaldía y la actual campaña, Petro ganó “cierta madurez, es una persona más serena, tranquila”.
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