A poco que rastreemos por los caminos terrestres, percibiremos que la decencia y la compasión humana acostumbran a brillar por su ausencia, sobre todo entre los desfavorecidos, que suelen ser los más vulnerables y marginados. Debemos evitar que esto suceda o que se prolongue en el tiempo. El legado de la lucha del ayer no puede continuar alimentando el conflicto del mañana.
Esta atmósfera de resentimiento y desesperación hay que desterrarla de cualquier existencia. Nos merecemos caminar con otros aires más de acogida que de rechazo; con otro espíritu más protector que opresor; si en verdad queremos activar la cultura del abrazo para poder mejorar la inclusión entre análogos.
Para ello, quizás tengamos que corregir los estándares de dignidad y clemencia, ajustándonos al derecho internacional, con un diálogo constructivo y el coraje necesario para que se nos garantice a todos una presencia que nos permita reinsertarnos en este mundo veloz y cambiante.
El momento nos llama a comprometernos con la vida de la gente, a que nos conmovamos unos por otros, para tranquilizarnos de nuestros males; sobre todo de ese huracán destructivo del espacio cívico y democrático, o de esa posición incómoda de incertidumbre que nos está sustrayendo la seguridad. Tenemos que aprender a querernos y a respetarnos, empezando por nosotros mismos, repatriando vínculos para sentirnos familia y reintegrando la perseverancia de tender la mano y de destronar, de nuestro andar, el mirar hacia otra parte.
Además, hemos de compartir aquello que nos reconduce hacia los despojados para fraternizarnos. Lo importante reside en no desfallecer para combatir el discurso de odio, que se ha hecho asiduo en nuestras vidas. Sin duda, hoy más que nunca, necesitamos purificar esas manifestaciones dañinas del tejido social, llamando a las cosas por su nombre, pero también con la compostura y la ternura precisa, asistiendo al dolor de las personas.
Tenemos que ejercitarnos a mirar con el corazón para poder entendernos y comprendernos. A mi juicio, esta es una batalla pendiente. Indudablemente, la sociedad como tal, ha de comprometerse con pleno respeto y protección de la vida humana, intensificando el cumplimiento de los derechos humanos y promoviendo también la solidaridad internacional entre todos los pueblos del orbe.