Mi mamá siempre fue de levantarse temprano, encender la radio y hacer café para ponerse a trabajar. Aquello era mágico, tenía dos o tres radios preferidas, escuchaba más una que otra según la época. Nunca olvidaré que en esas estaciones que escuchaba se anunciaba que fulano esperaría a zutano en una bestia en la entrada de una aldea tal o que ya había nacido el niño o la niña en el Hospital Escuela.
Los celulares no habían revolucionado las telecomunicaciones. En casa había una grabadora y unos cuantos casetes viejos que a nadie le interesaban porque, primero, los innovadores CD y luego los MP3 eran la moda por prácticos y eficientes, no se les enredaba la cinta.
Entonces, yo tomaba aquellos vejestorios y grababa de la radio, no canciones como se acostumbró en una época, sino unos cuentos de fútbol narrados (y creo que también escritos) por Mauricio Kawas, después los escuchaba una y otra vez, a veces a oscuras, en peor calidad, por supuesto. Quise conservar, por lo menos, alguno de esos pero en algún momento los perdí.
En ese tiempo yo era aficionado al Olimpia y no todos los partidos se transmitían por la televisión. Había que buscarlos en la radio, recuerdo que los que más me tocaba buscar eran los del Deportes Savio y no sé si los de Real Patepluma (aquí ya me falla la memoria). No había de otra que imaginar las jugadas, las atajadas, las faltas, los alegatos y los goles. Debo admitir que los prefería televisados, sin embargo, había algo de magia en luego comprobar en los resúmenes deportivos lo que yo me había imaginado.
En la radio escuché los icónicos cuentos y leyendas de Honduras, muchas veces en familia, también algún programa de bromas telefónicas y, por supuesto, la música que luego configuraría mis gustos y muchos de mis recuerdos. En uno de mis cumpleaños una tía me felicitó por la radio, la felicitación iba acompañada del éxito de Caifanes, “La negra Tomasa”. Aún no entiendo la relación entre una cosa y la otra, pero me quedó para la anécdota.
Ahora que las plataformas de streaming de audio satisfacen nuestras necesidades musicales a gusto y placer, resulta curioso cómo antes había que esperar a que la canción que nos gustaba la pasaran por tal o cual estación. En algunos casos los programas aceptaban llamadas telefónicas y luego mensajes de texto para que se solicitaran los temas de preferencia, y no es algo que haya desaparecido por completo, sin embargo, antes era parte de una necesidad de las audiencias.
En mi adolescencia, para la Semana Santa, me gustaba muchísimo escuchar unos dramatizados de radio de pasajes del Evangelio. Los transmitían por la noche, más de una vez me quedé dormido escuchándolos. En la madrugada era muy agradable escuchar algunas prédicas católicas y los domingos la interpretación catecúmena del salmo 94.
Ya más recientemente, escuchaba en una radio online un programa en el que las personas contaban sus problemas anónimamente, pienso que solamente para desahogarse. Y, actualmente, entre otras cosas, soy amante de una radio de música clásica.
La radio hizo, entre otras cosas, que imaginara aquello que no había visto, me hizo sentir diferentes emociones, me acompañó en momentos de paz, pero también de tristeza y de soledad, en otras palabras, lo que escuchaba era más que información. No mienten cuando dicen que es magia. En estos tiempos de pantalla, de infoxicación, estaría bien volver, aunque sea por un momento, a los días de radio.