El nepotismo en Honduras no es un fenómeno nuevo, pero este gobierno lo ha llevado a niveles extremos y ha profundizado la crisis institucional del país. Lo que alguna vez fue visto como una práctica cultural, hoy se ha convertido en el eje de un sistema que perpetúa la corrupción y la ineficiencia. Ya todo el mundo sabe que los puestos de trabajo, las oportunidades y los recursos no se distribuyeron en función de méritos, sino de apellidos, kilómetros marchados, insultos proferidos y caudal de humo inhalado.
Hoy, la nación está atrapada en esa red de nepotismo que atraviesa esferas políticas y gubernamentales. Los cargos clave, desde ministerios hasta engramillados, están ocupados por personajes que, más que su capacidad profesional, han sido elegidos por sus conexiones familiares o lealtades políticas. Aunque sus militantes difundan y publiquen que el nepotismo se justifica como una forma de asegurar lealtad en el entorno cercano, la realidad es que se utiliza como un escudo para encubrir actos ilícitos y manejar recursos públicos con opacidad.
Un efecto implacable de esta mala praxis es que erosiona la confianza pública en las instituciones. Cuando hijos, hermanos, esposas, primos y amigos de los políticos ocupan cargos para los que no están calificados, la percepción de injusticia se extiende como un veneno afectando negativamente la imagen de instituciones y gobierno. Tampoco es secreto para nadie que los puestos claves, en manos de familiares y “camaradas”, son una vía directa para el uso indiscriminado de fondos, contratos amañados y licitaciones con empresas fantasmas.
En un país como Honduras, con altos índices de pobreza y desigualdad, ese nepotismo es un insulto a la población pues agrava la sensación de que la prosperidad está reservada para unos pocos. Los recursos públicos, que deberían ser utilizados para mejorar la vida de todos los hondureños, son desviados para beneficio de estas parentelas que de forma impune administran como en hacienda propia.
Se ha engendrado este sistema donde la corrupción florece: quienes accedieron al poder y son parte de esta red, sienten -o saben- que tienen carta blanca para actuar sin temor a consecuencias, y quien ose denunciar a un miembro de su especie se enfrenta a la maquinaria de protección que el nepotismo ha creado.
El problema es profundo y está documentado. El Consejo Nacional Anticorrupción (CNA) ha señalado en repetidas ocasiones cómo las redes de poder hoy en Honduras están fuertemente estructuradas. Los informes del CNA revelan un evidente entramado donde el nepotismo no es solo una cuestión de favoritismo, sino una descarada estrategia para mantener el control sobre las instituciones y blindarse ante la justicia.
Al final, lo que tenemos es un país estancado, donde el desarrollo es rehén de esta nueva casta que, contrario al bien común, prefirió denunciar un tratado internacional solo para proteger de la justicia a un miembro de su familia. ¿Quién refuta que eso es corrupción?