Columnistas

El rey de hojalata

Cuando un poder del Estado es espurio y lo representan individuos con el verbo de un tambor de hojalata, entonces la estridencia de los ruidos se vuelven amenazas contra las democracias menesterosas como esta.

Aun con toda la miseria impuesta a golpes y saqueos, el corazón de una democracia se encuentra en la existencia de organizaciones civiles fuertes y activas.

Estas entidades, que abarcan desde grupos de defensa de derechos humanos hasta colectivos comunitarios, juegan un papel crucial en la promoción de la participación ciudadana, la transparencia gubernamental y la rendición de cuentas. Sin embargo, cuando son atacadas desde el poder político, se pone en riesgo la esencia misma de la República.

El ataque a las organizaciones civiles se disfraza de diversas formas, desde la difamación pública, la restricción de financiamiento, la imposición de legislaciones opresivas y la persecución y criminalización de sus miembros. Estas acciones no solo violan los derechos fundamentales de libertad de expresión y asociación, sino que también envían un mensaje escalofriante a la sociedad: la disidencia y el cuestionamiento del poder son inaceptables.

Este tipo de conducta por parte de reyecitos crea un ambiente de miedo y autocensura, donde las voces críticas se silencian y la diversidad de opiniones se reduce.

La consecuencia directa es una ciudadanía menos informada y menos involucrada en los procesos de toma de decisiones que afectan su vida cotidiana. Además, el debilitamiento de las instancias civiles impide la capacidad de la sociedad para organizar y movilizar esfuerzos en respuesta a políticas gubernamentales injustas e ineficaces.

La historia nos ha mostrado que las democracias más estables y prósperas son aquellas en las que existe un tejido social fuerte, compuesto por organizaciones civiles que pueden operar sin miedo a represalias. Por lo tanto, es imperativo que los ciudadanos, los medios de comunicación y la comunidad internacional estén atentos y denuncien cualquier intento de socavar estas instituciones.

La defensa de las organizaciones civiles no es solo la defensa de un grupo o interés particular, sino la defensa de la democracia misma.

La sociedad civil es pilar fundamental en este país. Atacarla desde el poder político no solo es un atentado contra su existencia, sino también una amenaza a la libertad y la salud de todo el Estado de derecho.Y para irnos entendiendo, el Estado, en su esencia, tiene la responsabilidad de proteger y servir a sus ciudadanos, garantizando la seguridad y el bienestar de la sociedad.

Por lo tanto, exigimos que exista un equilibrio entre el poder estatal y la sociedad civil; el poder estatal debe ser un facilitador del progreso social, no un obstáculo. Debe alentar la innovación, la diversidad de opiniones y la colaboración. Solo así se puede asegurar una sociedad civil firme.

No es con bravuconadas de pseudolíderes que justifican una “legalidad”, sus gritos exasperados solo nos retroceden al reinado de Luis XIV, de Francia.

“L’État, c’est moi” (el Estado soy yo), era la esencia del despotismo. Bajo su mandato, centralizó el poder político, ejerció control sobre las instituciones del Estado y fue riguroso sobre la administración, la justicia y la política exterior.

Fue líder con visión y determinación, pero su absolutismo es un recordatorio de los peligros de un poder sin contrapesos, que condujo a la Revolución Francesa y al fin de la monarquía absoluta.

¡Claro!, este Luis tenía más inteligencia política y dejó una huella indeleble en la historia de Francia y Europa. Concibió la complejidad del poder y de la habilidad necesaria para mantenerlo durante tanto tiempo. El otro, no pasará de un par de años...