Eran las 5:00 de la tarde del 14 de julio de 1969, en el aeropuerto de Ilopango, los pilotos de la Fuerza Aérea Salvadoreña (FAS) comienzan a calentar los motores de los aviones Mustang, Corsarios, DC-3 y avionetas civiles habilitadas como bombarderos
Minutos después, en formaciones, ingresan a espacio hondureño y a las 6:00 de la tarde atacan el aeropuerto Toncontín, el aeropuerto Ramón Villeda Morales en San Pedro Sula, Nueva Ocotepeque, San Marcos de Ocotepeque, Santa Rosa de Copán, Guaimaca, Catacamas, Juticalpa, Nacaome, Amapala y Choluteca, pero ninguna de las bombas da en el blanco.
Inicia la guerra y también comienza el desastre de los dos ejércitos en la línea de fuego. El ataque salvadoreño carece de precisión, ninguna de las bombas lanzadas sobre posiciones hondureñas da en el blanco.
Desde el primer momento también comienza la confusión en la Fuerza Armadas de Honduras (FF AA), inmediatamente aflora la corrupción. En las planillas, los batallones estaban repletos de soldados, pero al momento de la crisis apenas ajustan tres mil hombres para defender el sector de occidente y el sur.
A esto se suma la carencia de armas y de municiones. Movidos por el nacionalismo, centenares de hondureños con machetes, fusiles calibre 22 y escopetas se ponen a disposición de la deficiente fuerza militar.
Tras el primer bombardeo salvadoreño, la Fuerza Aérea Hondureña (FAH) ejecuta misiones de persecución, con resultados infructuosos.
En la mesa de operaciones, el coronel Enrique Soto Cano, comandante de la FAH, plantea a la cúpula militar, incluyendo al entonces presidente Oswaldo López Arellano, que hay que devolver el golpe.
Sin embargo en el alto mando hay nerviosismo, no hay una determinación contundente para una contraofensiva aérea, las autoridades prefieren esperar a que la comunidad internacional declare a El Salvador como agresor, según la revista británica Air Enthusiast.
RESPUESTA. Después de una amplia discusión, por fin, el alto mando militar determina que se debe ejecutar la contraofensiva. Según datos publicados en el libro “El Salvador, Estados Unidos y Honduras”, el 15 de julio a las tres de la mañana, dos Corsarios al mando del capitán Fernando Figueroa y el subteniente Reynaldo Silva despegan rumbo a El Salvador con la misión de bombardear la base militar de Ilopango.
Minutos después, de San Pedro Sula, cuatro Corsarios, dirigidos por el capitán Carlos Aguirre, teniente Edgardo Mejía, capitán Walter López y el teniente Marco Tulio Rivera, también parten rumbo a El Salvador con la misión de destruir la refinería de Acajutla.
A las 4:22 de la mañana otra escuadrilla de Corsarios al mando del mayor Óscar Colindres, capitán Francisco Zepeda Andino, capitán Fernando Soto y el teniente Santiago Perdomo, despega de Toncontín con la misión de destruir la base militar de Ilopango y los depósitos de combustible de El Cutuco.
El bombardeo hondureño sobre Ilopango también es bastante impreciso, los daños son menores, no así el ataque a los depósitos de El Cutuco y de Acajutla, aquí las instalaciones arden en llamas.
A las 5:10 de la mañana, la FAS envía otra misión de ataque, pero al momento del despegue dos Mustang F-51 colisionan en la pista. Sin embargo, a las seis de la mañana, un Mustang y un Corsario salvadoreños, piloteados por el mayor Mauricio Girón Cortés y por el capitán Guillermo Reynaldo Cortés, bombardean y ametrallan la base militar de Toncontín, sin causar daños graves.
Inmediatamente un Corsario de la FAH, piloteado por el coronel Sierra, despega en persecución, pero al tenerlos en la mira, las ametralladoras fallan.
Este fue un problema que enfrentaron varios aviones de la FAH al entrar en combate en el aire en el sector sur.
Soldados que en ese momento se encargaban de la logística, y que hoy están afiliados a los veteranos de guerra, relataron a EL HERALDO que el problema era que los proyectiles no eran del mismo calibre de las ametralladoras, por lo que ante la carencia de la munición tuvieron que limar miles de proyectiles para solucionar el problema.
Estos creativos soldados relatan que a medida se iban quedando sin bombas buscaban alternativas, a tal grado que a los chimbos de gas les colocaban mechas para hacerlos explotar. “La situación logística era complicada y había que ser creativos”, contó, lanzando una carcajada, uno de los veteranos. A pesar de las calamidades, los pilotos de la FAH fueron determinantes en el desarrollo de la guerra.
Bombardearon posiciones enemigas, apoyaron a la raquítica fuerza terrestre y combatieron en el aire hasta destruir casi por completo a la aviación militar salvadoreña, aunque después militares salvadoreños escribieron que fueron ellos quienes destruyeron en tierra a toda la aviación hondureña.
Solo el entonces capitán Fernando Soto derribó tres aviones enemigos, cantidad igual fue ametrallada quedando fuera de operaciones.
Invasión terrestre. Con el primer bombardeo aéreo, la fuerza militar terrestre salvadoreña, a las 6:00 de la tarde del mismo 14 de julio, lanza un ataque de 30 minutos, sobre posiciones hondureñas ubicadas en El Jutal y Cayaguanca, Ocotepeque, pero no encuentran respuesta.
Desde el inicio de la guerra, la mala preparación de ambos ejércitos quedó en evidencia. Los conquistadores eran numerosos, estaban bien armados, eran escandalosos en combate, pero carecían de táctica terrestre y aérea.
Por el contrario, los hondureños eran pocos, no tenían logística y estaban pésimamente armados. La calamidad de la fuerza armada hondureña solamente fue borrada por el sentido del honor y el espíritu de valentía de los soldados y pilotos de la FAH.
Los soldados hondureños iban al frente con un armamento adquirido entre 1920 y 1933 (fusiles Remington, Máuser, Springfield, Eddistone, morteros Brand 81 mm, ametralladoras Breda 7 mm, subametralladoras Thompson y Raising cal. 45).
Solamente tres batallones, entre ellos el Primer Batallón de Infantería y la Guardia de Honor, contaban con fusiles modernos (Garand M-1 calibre 30, fusiles automáticos Browning calibre 30, ametralladoras Browning calibre 30 y 50).
OCCIDENTE. El 15 de julio, “son como las 6.30 cuando una ametralladora del cerro de San Miguel, Nueva Ocotepeque, pone de manifiesto que ya empezó la batalla”, describe el general Wilfredo Sánchez, en su libro “El Ticante”.
La colina San Miguel estaba cubierta por el sargento Víctor Toledo y otros cuarenta soldados. En una conversación con EL HERALDO, Toledo recuerda que los salvadoreños, tras cruzar la aduana de El Poy, avanzaban gritando frenéticamente.
“Yo estaba en la colina y el oficial encargado de dar la orden de fuego se acortó, por lo que yo fui quien, al ver que ya teníamos muy cerca a los enemigos, grité ¡fuego! ¡fuego!, al mismo tiempo que accionaba mi fusil”. La batalla a lo largo de Nueva Ocotepeque era feroz, duró varias horas.
El ejército hondureño destruyó dos tanques salvadoreños.
A las 8:00 de la mañana dos corsarios de la FAH brindan apoyo terrestre. A lo largo de la defensa de Nueva Ocotepeque se libraron encarnizados combates, los soldados hondureños caen abatidos, el entonces teniente Wilfredo Sánchez y otros 27 soldados hondureños son capturados.
A medida avanzan las horas la defensa hondureña va cediendo, pues su situación logística era precaria, a tal extremo que los oficiales pedían a los soldados economizar munición. Las comunicaciones eran deficientes y desde tierra no se podía coordinar con exactitud el apoyo aéreo.
Toledo recordó que el desastre en la línea de fuego era confusa con el abastecimiento de munición, pues los soldados hondureños utilizaban diversos tipos de fusiles. Al atardecer los salvadoreños ya casi ocupaban Ocotepeque, causando destrucción y saqueo.
SUR. En el frente sur, los salvadoreños iniciaron el ataque y el avance la noche del 14 de julio. No encontraron ninguna oposición y tomaron Caridad, Goascorán, Aramecina y El Amatillo, comunidades ubicadas a metros de la línea fronteriza.
El soldado del Primer Batallón de Infantería, Jesús Blanco, de apenas 18 años de edad -hoy tiene 61 años-, fue parte del segundo pelotón que al día siguiente enfrentó a los salvadoreños.
De acuerdo con Blanco, “el 12 de julio nos mandaron a la frontera, a las seis de la tarde; estuvimos en Nacaome, el destacamento estaba en La Arada”.
“El lunes 14 nos llevaron a reconocer el terreno donde íbamos a combatir, realizamos fosas o trincheras a la altura del pecho, dos por cada soldado, a lo largo de la línea de fuego, en el cerro El Ajuste, situado a unos tres kilómetros de El Amatillo”.
“Luego, a eso de las cinco de la tarde, regresamos a Nacaome”.
“Haciendo fila para ranchar estábamos cuando pasaron los primeros aviones bombardeando, en vez de ir a comer, corrimos a recoger nuestro equipaje y munición y a las 6:30 de la tarde nos montaron en unos carros y con la luz apagada salimos al frente. Al regreso los carritos venían llenos de gente llorando, porque los salvadoreños los habían atacado. Esa noche nosotros no disparamos ni un tiro, ellos sí (los salvadoreños), toda la noche dispararon sus fusiles y cañones”.
El 15 de julio en la mañana, un primer pelotón del Primer Batallón de Infantería integrado por 62 hombres va al frente y entra en combate, atrás va el segundo pelotón, en el cual va Blanco, y es recibido con un tupido fuego de fusilería, obligándolo a replegarse hasta el cerro El Guilinchal.
A lo largo de la línea fronteriza se escuchaban fuertes combates, había muertos en uno y otro bando. “Mire, el cabo Ramos, Berríos, Marianito Vásquez, que eran mis compañeros, y que iban en el primer pelotón, murieron en combate”, recuerda Blanco.
Mientras tanto, el entonces soldado Inés Ortiz, del Onceavo Batallón, con asiento en Choluteca, recordó que pasado el bombardeo, la noche del 14, “fui con el capitán Bonilla a Nacaome a que nos dieran munición, pero no había y nos regresamos. Esa noche López Arellano mandó a Carlos Rodríguez Williams que fuera a traer una munición a Nicaragua”.
CONTRAOFENSIVA. El 17 de julio, en la zona sur, las tropas salvadoreñas atacan posiciones hondureñas que los soldados habían abandonado para preparar una contraofensiva. Avanzan sin mayor contratiempo, hasta topar con posiciones fortificadas.
La lucha es sangrienta y a ella se une la aviación hondureña. El avance salvadoreño se detiene. En el cielo, los pilotos Soto y Acosta dejan sus ataques a tierra y entran en combate con los aviones salvadoreños. Con sus maniobras evitan quedar en la mira del adversario, segundos después, Soto ametralla un Mustang, piloteado por el capitán Douglas Vladimir Varela; el aparato se precipita a tierra. Soto regresa a la base aérea en Toncontín y a la 1:00 de la tarde sale en otra misión a la zona sur junto a Zepeda y Acosta.
Al entrar en operaciones, divisan a la distancia dos aviones de la FAS, comandados por los capitanes Reynaldo Cortés y Salvador Zeceña, que se dirigen hacia su país, después de atacar posiciones hondureñas.
Soto ingresa a espacio salvadoreño persiguiendo al par de aviones enemigos. Diez minutos después ametralla el avión de Zeceña, quien se salva al lanzarse en paracaídas.
Soto se da cuenta de que Acosta no lo cubre y está a punto de ser ametrallado, por lo que hace un viraje y se pone a la ofensiva disparando una serie de ráfagas que hacen explotar el avión de la FAS piloteado por Cortés.
Mientras tanto, en Ocotepeque, tras capturar esta ciudad, entre el 15 y el 16 de julio, otro frente de las tropas salvadoreñas avanza hacia la comunidad de Llano Largo, con el fin de alcanzar La Labor. En la mañana del 17 de julio, el Batallón Guardia de Honor llega al sector conocido como El Portillo y toma posición en el cerro El Pedregal. A las 12:00 se les avisa que un comboy salvadoreño, compuesto por unos 40 vehículos, viene confiado por la carretera rumbo a La Labor.
Cuando la columna está ingresando al sector carretero que tiene forma de U, un incidente de un miembro del Cuerpo Especial de Seguridad obliga a abrir fuego antes de tiempo.
Una lluvia de morteros y proyectiles de todo tipo de armas cae sobre las tropas enemigas, obligándolas a replegarse. El ataque es apoyado por la aviación. Unos 1,500 soldados salvadoreños que antes habían ocupado Ocotepeque regresan a El Salvador. A este enfrentamiento se le conoce como la Batalla de San Rafael de las Mataras.
Con el certero ataque, la tropas enemigas que avanzaban hacia Llano Largo se repliegan hasta Plan del Rancho. El 18 de julio por la mañana, el ejército hondureño a cada hora hacía replegarse a los salvadoreños, por la tarde, la Organización de Estados Americanos (OEA) declara el cese al fuego.
Al final, los valientes pilotos y soldados lavaron la cara sucia de las Fuerzas Armadas de Honduras; mientras que los salvadoreños fracasaron con su “plan de campaña capitán general Gerardo Barrios”.
No hay datos precisos sobre las víctimas. En algunos textos se habla de unos seis mil civiles muertos en Ocotepeque, Lempira y Valle; el ejército hondureño habría perdido cerca de cien elementos, entre soldados y oficiales; en el ejército salvadoreño la cantidad fue superior. Más de 130,000 salvadoreños fueron expulsados de Honduras. Los daños materiales causados por los salvadoreños fueron inmensos.
Al concluir la guerra, ambos ejércitos se declararon victoriosos, pero los horrorosos resultados evidencian que nadie ganó; ambos países perdieron.