TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Resumen. Lucas murió en su propia cama, echando espuma sanguinolenta y apestosa por oídos, nariz y boca. Su esposa Julia lo vio por última vez esa mañana, sin embargo, desde hacía un mes, Lucas estaba triste, y nada, ni siquiera la palabra de Dios y su profunda fe, lo consolaban.
“A mí, señor, el hermano Lucas me dijo que se quería ir ya para el cielo para estar con el Señor” –le dijo un hombre al oficial de Policía que llegó a la escena.
“¿Eso le dijo?” –le preguntó este, sin mostrar la menor expresión.
“Así como lo oye” –ratificó el hombre.
“¡A mí también me dijo eso varias veces!” –exclamó Julia, como si de pronto se hubiera acordado de las palabras de su marido.
“¿Eso le decía a usted también?” –musitó el oficial.
“Sí, señor –respondió ella–. Una noche, cuando estaba orando, se levantó del suelo muy triste, y me dijo: Julia, por mucho que yo te amo, amo más al Señor, y mi mayor deseo es dejar esta tierra. Quisiera estar pronto con el Señor… Desde niño, mi abuelo me decía que en el cielo está la nueva Jerusalén, con calles de oro y mar de cristal, y que allá, los escogidos del Señor viven felices eternamente”.
“¿Eso le decía?” –ahora, el policía arrugó las cejas.
“Eso me dijo” –respondió la mujer.
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Policía
¿Qué había de cierto en todo aquello? ¿Era verdad que Lucas apuró su camino al cielo por mano propia? ¿Era un fanático el buen hermano? ¿Y, por qué estuvo un mes triste antes de su muerte, y no hubo nada que lo consolara, ni siquiera su profunda fe?
“Supongo –dijo el oficial–, que si tomó la decisión de irse al cielo por su propia mano, ya que nadie le hacía el favor de apurarle el camino, ni siquiera el propio Dios, debió estar alegre al tomar aquella decisión que lo haría estar muy pronto a los pies del Señor”.
“Debería ser así” –le dijo un compañero.
“Pero, las personas que lo conocieron bien, y a las que mucho les sirvió, dijeron que Lucas estuvo triste, y hasta hay quien dice que a veces lloraba”.
“Y eso no es nada compatible con la decisión que había tomado”.
“Y menos compatible es con el deseo que tenía de irse al cielo para estar con los serafines y querubines adorando eternamente a los pies de Dios”.
“Debió estar alegre, al menos”.
Esta conversación no tiene nada de cómica, de burlesca ni de divertida; es la conversación seria de policías de investigación serios y profesionales que abordaron el tema de la muerte de Lucas desde el punto de vista más lógico.
Forense
Julia lloraba casi hasta desgarrarse el pecho cuando los empleados de Medicina Forense retiraron el cuerpo de su esposo en una bolsa.
“El cuerpo vuelve al polvo, de donde fue tomado –dijo, un pastor amigo en aquel momento tan doloroso–, y el espíritu vuelve a Dios, quien lo dio. Ya el hermano Lucas está con el Señor, como él deseaba”.
“Ah –exclamó el oficial de la Policía–; perdone, pastor, ¿a usted también le decía Lucas que deseaba estar con el Señor?”
“¿Y quién de nosotros, que conocemos la verdad que lleva a vida eterna, no desea estar con el señor, hermano? –respondió el pastor–. ¿Es que usted no desea ir al cielo, como deseamos todos cuando llegue nuestro tiempo de dejar este valle de lágrimas?”
“Bueno, pastor –le dijo el oficial–, claro que sí; pero, creo que cada cosa tiene su tiempo, y que, como dice la Biblia, todo le llega al hombre que sabe esperar”.
El pastor hizo un gesto.
“Lástima grande –dijo–; era un hombre de Dios”.
“Ya es un hombre de Dios” –replicó el oficial.
“Se equivoca, hermano –exclamó el pastor, levantando una mano, mientras apretaba bajo el brazo un ejemplar de la Biblia–, el camino que siguió el hermano Lucas no ha sido el más indicado, y Dios no aprueba al suicida. Por desgracia, el hermano arde en el infierno”.
“Pero, me acaba de decir usted que el espíritu vuelve a Dios, quien lo dio”.
“Ay, hermano policía; ¡qué difícil es para algunos entender la palabra del Señor! El hermano Lucas debió seguir el mandato de Dios que nos dice que confiemos plenamente en él, y que no nos apoyemos en nuestra propia prudencia; que lo reconozcamos en todos sus caminos y que él enderezará nuestras veredas”.
“Bueno –exclamó el Policía–, nosotros vamos a confiar en Dios, y a pedirle que nos lleve por las mejores veredas para resolver el caso del hermano Lucas”.
“¿Resolver? –le preguntó al policía el hermano que le había regalado la moto a Lucas–. ¿Qué va a resolver, si todo está claro? El hermano se fue al cielo por su propia mano, como él mismo deseaba… Usted mismo dice que se tomó, al menos, cinco pastillas para curar frijoles”.
“Bueno, pero nuestro trabajo es investigar, señor”.
“Tiene razón”.
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Policía
Dos días tardó el forense en entregar el informe de la autopsia de Lucas a la Policía.
“Hay mucho trabajo aquí –le dijo–, y somos pocos los forenses; pero, traté de sacar este caso lo más pronto posible… Te vas a llevar una sorpresa”.
“¿Qué sorpresa?” –preguntó el policía.
“Este hombre no se mató”.
“¿No?”
“Lo mataron”.
“¡Ah, sí!”
“Así como te lo digo”.
“A ver”.
El médico forense, al que le entusiasma la investigación criminal, abrió una carpeta.
“¿Ves esta foto?” –preguntó.
“Sí”.
“Tiene algo de particular” –agregó el forense.
“¿Y es?”
“Fijate bien primero en esta. Es del cielo de la boca del cuerpo. ¿Ves?”
“Sí; es como un rayón, o algo así”.
“Una lesión sufrida antes de la muerte. Está bien marcada. Tiene forma circular y es larga…”
“¡Un embudo!”
“De plástico… Veo que vas aprendiendo”.
“Mirá esta otra foto”.
“A ver”.
“El embudo, o lo que haya sido, pero que tenía un tubo, lesionó también la garganta. Aquí se ve que hay una herida, además de lo que vos podrías llamar raspón…”
“Gracias”.
“De nada. Y en esta foto, vemos el labio inferior, más grueso que el superior, y en el que hay una lesión, como si algo hubiera apretado la piel contra los dientes, causando una inflamación con un coágulo de sangre”.
“Alguien tenía prisa por meter el tubo en la boca de Lucas”.
“Así parece, pero no solo un “alguien”, porque esto no se hace solo, o yo no sé…”
“Sin embargo, lo más extraño en todo esto, es que Lucas haya permitido que le hicieran todo esto, al menos que, en su afán de llegar pronto al cielo, se lo haya hecho él mismo, o haya pedido ayuda…”
“Ni lo uno ni lo otro. Él no hubiera usado un embudo; tal vez una pajilla, pero esta no iba a entrar tan al fondo, y menos iba a dejar esas lesiones. Para eso existen los vasos”.
“Entonces…”
“Alguien le metió el embudo mientras dormía, y ese alguien, o tenía prisa o tenía muchos nervios, y causó las lesiones en la prisa…”
“Pero, ¿si todo eso lo hicieron estando él dormido, bien pudieron despertarlo”.
“Eso, en caso de que se hubiera dormido normalmente”.
“¿A qué te referís con eso?”
El médico le dio vuelta a una página.
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“Le dieron a beber un somnífero potente. Creo que Clonazepam, y, al menos, unas tres o cinco, deshechas en jugo de naranja, que es lo que encontré en su estómago, con plátanos a medio digerir, frijoles parados y restos de tortillas”.
“¡La esposa!”
“Creo que es la única persona que le sirvió esa cena…”
“Y la última que lo vio con vida”.
“Pero, no fue ella la que le dio las pastillas para curar frijoles; la que hizo que se las tragara, quiero decir”.
“¿No?”
“Alguien tuvo que ayudarle. Ella, por supuesto, las deshizo en jugo de naranja”.
“Alguien le metió el embudo a Lucas cuando estaba bien dormido, y lo hizo tragarse las pastillas”.
“Y estas lo mataron en poco tiempo”.
“Pero, ella lo encontró hasta las dos de la tarde, cuando vio que no llegaba al mercado y no le contestaba las llamadas”.
“Todo bien planificado –dijo el médico–; y te aseguro que la mujer llegó a buscarlo con la persona que le ayudó a matarlo…”
“¿Por qué lo matarían?”
“Recuerde, jefe –intervino un policía de investigación–, que desde hace un mes, Lucas estaba triste, y nada le levantaba el ánimo”.
“¿Será que se dio cuenta de algo grave?”
“¿Cómo qué?” –preguntó el forense.
“Como… que su mujer le pagaba mal…”
“Pero, él era medio fanático de la religión –dijo el doctor–; no se olviden de eso”.
“Pero, no creo que tan fanático como para querer llegar al cielo tan pronto, siendo que los suicidas se van al infierno, y eso Dios lo sabía”.
“Hay quienes dicen, jefe, que él decía que quería irse al cielo”.
“Tal vez lo decía como lo dicen todos los cristianos; el día que se mueran, pero no porque aceleren ellos mismo la marcha”.
“Entonces –dijo el policía–, alguien se valió de esa frase de Lucas para justificar el suicidio”.
“Que no es suicidio” –dijo el forense.
“Excelente. Creo que ya sé con quién tenemos que hablar”.
El amigo
“La Policía quiere hablar con usted” –le dijo el oficial a aquel hombre gordo y de bigote, que no se inmutó cuando los vio llegar a su puesto en el mercado San Isidro.
“Y, ¿en qué puedo servirle a la Policía?”
“Por ejemplo, puede empezar diciéndonos desde cuando se entiende con la esposa de Lucas, y por qué lo mató… ¿Qué le parece?”
El hombre se hizo para atrás, se llevó una mano a la cintura, pero no pudo más que tocar la cacha de su revólver. Tres pistolas le apuntaron a la cabeza.
“Está detenido por la muerte del pastor Lucas, por resistirse al arresto y por tratar de atentar contra la vida de tres policías… Tiene derecho a guardar silencio…”
En aquel momento, dos policías femeninas llevaban de los brazos a Julia, que lloraba y gritaba, seguida por una corte de curiosos.
“¡Yo te dije que no lo hiciéramos! –le gritó al hombre–. Yo lo iba a dejar de todos modos, y me iba a ir con vos… Pero vos insististe en que era tu amigo y que se vería mal que le quitaras la mujer… Yo te lo dije…”
“¡Callate, mujer imbécil!”
“Imbécil sos vos. Cuando él se dio cuenta que le pagaba mal, me perdonó si no lo volvía a hacer, pero nunca supo que fue con vos… Y vos fuiste el que dijo que era mejor que lo matáramos, y que aprovecháramos que él decía que se quería ir al cielo…”
“Usted nos dijo, señora –intervino el oficial–, que él le dijo que se quería ir al cielo, aunque la amara mucho…”
“¡Mentiras que este inventó para cuando la Policía preguntara cosas!”
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NOTA FINAL. Lucas murió a manos de la mujer que amaba y del hombre que se fingió amigo. Este vive todavía en la Penitenciaría Nacional Marco Aurelio Soto. Julia espera la libertad en la Penitenciaría de Mujeres. Están cerca. Pero no verán la libertad sino hasta dentro de muchos, muchísimos años.
“El crimen no paga –dice el oficial–; y la Policía no tiene nada de tonta… Y Medicina Forense tampoco. Le hicimos justicia a Lucas… Ojalá esté en el cielo”.