Crímenes

Grandes crímenes: El precio del hambre (Parte II)

Aquel que esté libre de pecado, sea el primero en tirar la piedra.
29.08.2021

Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.

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Partes 2

Resumen. Un hombre desaparece misteriosamente. Un amigo llamado Diego es el único que sabe algunas cosas de él. Su esposa dice que trabajaba por turnos en un hospital, sin embargo, no sabe qué hospital es. Los detectives tienen un nombre, Daniel, un hombre que se comunicaba con el desaparecido, pero al que no han localizado ni identificado plenamente. Pasa el tiempo y el hombre no aparece. Los detectives creen que está muerto, y que tal vez si localizan a Daniel podrían tener una pista para resolver el misterio. Pero, tiempo después, Diego mira a Daniel y avisa a la Policía.


OBELISCO.

Cinco días con sus noches un equipo de agentes de la Policía esperó a Daniel en el parque El Obelisco de Comayagüela. Diego les dio una descripción con la que el dibujante hizo un retrato que se ajustaba en un ochenta y cinco por ciento al hombre llamado Daniel.

“Se parece mucho -dijo Diego-; es más, si le quita un poco de pelo sería hasta igualito”.

“¿Alguna seña en particular?”, -le preguntó el dibujante.

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“Tiene un lunar cerca de la ceja derecha. Es negro y no muy grande”.

“¿Qué tipo de carro maneja?”.

“Una camioneta Toyota”.

“¿Runner?”.

“Creo que sí”.

“¿Color? ¿Lo recuerda?”.

“Creo que melón… o blanca y melón… Algo así…”.

“Bien, dígame qué tipo de relación tenía Daniel con su amigo desaparecido”.

Diego hizo un gesto, torció el rostro y se rascó debajo de la peluca.

“No sé si deba decir esto”, -murmuró.

“Mire -le dijo el agente, después de carraspear para aclarar la garganta-, cualquier cosa que nos diga puede servir para encontrar a su amigo, o al menos para saber qué es lo que ha pasado con él… Ya sabemos cómo es Daniel, tenemos varias llamadas entre él y su amigo y sabemos que maneja una camioneta Toyota Runner blanca o beige… Solo nos faltan algunos datos para establecer una relación entre los dos… Porque había una relación estrecha entre los dos, ¿verdad?”.

Diego dudó un poco más.

“Pues, ¿qué puedo decirle?”.

“Todo lo que pueda servirnos para ayudar a su amigo, encontrarlo o saber qué fue lo que pasó con él”.

Diego tosió.

“Pues… ellos dos se llevaban muy bien…”.

“Sí, eso ya lo sabemos por las llamadas, pero, lo que necesitamos saber, qué tan bien se llevaban, o qué tipo de relación era la que tenían”.

Diego suspiró, levantó la cabeza, como alguien que acaba de tomar una decisión trascendental, y dijo:

“Vaya, pues; se los voy a decir”.

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EL SECRETO.
Diego se limpió una lágrima.

“Mi amigo trabajaba en Hondutel y cuando lo despidieron no le dieron ni prestaciones, más bien, lo acusaban de prestarse al tráfico gris… Ustedes saben qué es eso. Y regresó a su casa sin nada, sin un centavo en la bolsa… Y ustedes saben bien lo que significa tener bocas que alimentar y no tener nada que poner en la mesa…”.

Hubo un momento de silencio.

Nadie dijo nada.

Diego se tomó su tiempo.

“Pues, un día, mi amigo, desesperado, se apareció allá por el edificio rojo, en Tegucigalpa, y con algo de miedo me llamó y me preguntó si podía estarse allí un momento, por si salía algún cliente masculino que quisiera tener intimidad con él…”.

Nuevo silencio.

“Yo primero lo vi con malos ojos, pero aquel hombre estaba desesperado, y le creí cuando me dijo que tenía esposa e hijos y que no tenía nada para darles de comer al día siguiente”.

Tosió Diego, y se limpió las lágrimas, al tiempo que tomaba una buena porción de aire.

“Yo le creí -dijo, poco después-, le regalé un cigarro y le dije que podía quedarse en la acera, cerca de nosotras… Eran como las nueve de la noche de un viernes, buen día para el negocio. Nosotras ya sabemos cómo se mueven las cosas allí, le conté a mi mejor amiga el caso, o sea, la situación de aquel hombre, y me dijo que lo apoyaríamos… A pesar de que en la calle hay mucha competencia y el egoísmo es horrible, tres de nosotras aceptamos a aquel hombre y estuvimos con él por mientras llegaba un cliente, porque siempre caen clientes que quieren estar con uno de travesti o con un hombre de verdad… Mujeres, hombres, gais como nosotros, pero que visten de saco y corbata y se las tiran de machos en el día…”.

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Sonrió ante estas palabras, y agregó:

“A eso de las dos de la madrugada, se acercó una camioneta Runner, beige o blanca, y se abrió el vidrio de la ventana del pasajero. Era un hombre solo, y yo me acerqué y le ofrecí mis servicios. Él me dijo que buscaba algo diferente”.

“Algo ¿cómo qué, guapo?” -le preguntó Diego.

“Alguien así como tu amigo, el que está parado allí con las otras chavas”.

Hizo otra pausa.

“¡Qué Dios me perdone! -exclamó después-, pero me alegré que por fin alguien se fijara en él… Lo llamé y lo presenté como Rigo. Los dejamos solos, y ellos hablaron; luego de unos segundos, él me hizo una señal, y se subió al carro…”.

“¿El que manejaba ese carro es el mismo del retrato?”.

“Sí. Daniel se llama. O al menos es lo que nos dijo Rigo”.

“¿Lo volvieron a ver esa noche, esa madrugada quiero decir?”.

“No. A eso de las cuatro nosotras nos fuimos, pero él apareció a las ocho de la noche, y nos invitó a cenar… A eso de las once de ese sábado, apareció la camioneta de nuevo, y yo me acerqué. Era el mismo hombre, o sea Daniel, y me dijo que llamara a Rigo”.

EL CAMBIO.

“Rigo estaba alegre -dijo Diego-. Me dijo que su esposa se preocupó por él toda la noche, pero al verlo que llegó con dinero, se le ocurrió decirle que trabajó como enfermero en un turno en un hospital, y que esa noche volvería. No me dijo nada más. Estaba alegre porque ahora tenía comida para su familia, y estaba tratando de hacer el dinero para pagar la luz y algunas cuentas atrasadas que tenía. Y yo me alegré con él porque aquí está bien dura la vida, y no hay trabajo, por lo que una tiene que ver qué es lo que se consigue con lo que tiene… Y Rigo, así le decíamos desde la primera noche, pues, no estaba de mal ver, aunque la ropa que tenía no era muy nueva que digamos… Pero a nosotras nos gustó aquel hombre porque era capaz de hacer lo que fuera para llevar la comida a sus hijos, aun sabiendo que aquel oficio, mejor dicho, que este oficio, no es muy bien visto que digamos”.

“¿Les contó Rigo acerca de la relación que empezaba a tener con Daniel?”

“Sí, a mí me dijo que Daniel era bien serio, cariñoso y que quería que estuviera solo con él. Por eso, le pagaba bien. Creo que le daba mil por noche, y le hacía regalos… Rigo necesitaba el dinero y aceptó, solo que se veía siempre con él en el edificio rojo, menos las noches en que Daniel le decía que no vendría, y entonces Rigo se quedaba en la casa, y le decía a la esposa que no tenía turno esa noche en el hospital”.

POLICÍA.

Los agentes estaban armando el caso. Tenían que hablar con Daniel, para darle un giro positivo al misterio de la desaparición de Rigo, y siguieron vigilando en El Obelisco y en el edificio rojo. Sin embargo, el tiempo pasaba y Daniel no aparecía por ninguna parte. Hasta que una madrugada, a eso de la una y media, la camioneta se detuvo cerca de la acera en el edificio rojo, y Mireya, amiga de Diego, se acercó a la ventana del conductor.

“¿Tienen algún amigo especial?” -le preguntó Daniel.

“¿Cómo así?” -le dijo Mireya.

“Pues, como aquel amigo que se llama Rigo, y que no ha vuelto por aquí…”

“Pues, mire guapo que solo Diego sabe… Dese otra vueltecita por aquí, y ya Diego va a estar, porque es que se fue con un cliente”.

Daniel estuvo de acuerdo, y Mireya llamó a la Policía. Cuando Diego regresó, ya cinco agentes estaban escondidos en los alrededores.

“A eso de las dos de la mañana regresó Daniel -dice Diego, soltando el humo de su cigarro hacia el cielo-; yo me acerqué y hablamos un rato. Le pregunté por Rigo, y él me dijo que tenía tiempo de no verlo, pero que venía por si conocíamos a alguien que pudiera estar con él lo más discreto posible”.

Fue en ese momento que dos patrullas de la Policía se detuvieron atrás y delante de la camioneta de Daniel. Tres de los agentes encubiertos lo encañonaron con las pistolas, y dos más abrieron las puertas del carro.

“Vas a decirnos dónde está Rigo -le dijo uno de ellos-. Tenemos evidencias de que vos lo mataste y desapareciste su cadáver”.

Daniel abrió la boca pare decir algo, empezó a sudar frío, y levantó las manos, separándolas del timón.

+ El testigo que no podía hablar

“Yo no quería hacerle daño -dijo, hablando con cierta dificultad-. Estábamos bien los dos, habíamos bebido más de la cuenta, y él se puso violento porque yo le había prometido un dinero extra, que él ocupaba para pagar unas deudas, y como no se lo traje, empezó a insultarme. Cuando le dije que mejor dejáramos las cosas hasta allí, él quebró una botella de tequila y me atacó. Yo soy cinta negra en karate, y para defenderme le di un solo golpe, con la mala suerte de que le quebré la tráquea. Murió allí, y yo subí el cuerpo al carro, para irlo a dejar allá por la Montañita”.

“Pues, nos vas a llevar” -le dijo uno de los agentes.

NOTA FINAL.

Media hora después, los agentes descubrían el cuerpo de Rigo. Era el puro esqueleto. Su esposa lo reconoció por los zapatos que usaba, y por el anillo de matrimonio, que él se negó siempre a vender a pesar de las necesidades que pasó. Daniel espera un par de décadas para ver de nuevo la libertad.