“ ¿Desde cuándo está desaparecido su esposo?” -le preguntó el agente que la atendió.
“Desde antier por la noche; mejor dicho, desde antier por la tarde. Salió a trabajar, y esta es la hora y no ha regresado a la casa”.
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“Y, ¿en qué trabaja su esposo?”.
“Es enfermero en un hospital privado…”.
“Y, ¿ya llamó usted a ese hospital?”.
La mujer titubeó un poco antes de responder.
“Bueno -dijo-, es que yo no sé cuál es el hospital donde trabaja mi marido”.
“¿Usted no sabe dónde es que trabaja su marido?”
“No, señor. Es que, mire, le voy a contar… Desde hace unos seis meses mi esposo se quedó sin trabajo. Lo corrieron de Hondutel, donde trabajó diez años, y no le dieron ni prestaciones…”.
“¿Por qué no le dieron prestaciones? Es su derecho”.
“Es que dijeron que… Bueno, a él lo acusaron de estar en eso del tráfico gris, y lo despacharon sin nada, a menos de que él quisiera pelear las prestaciones y los jefes lo metieran a la cárcel… ¿Entiende?”.
“Entiendo. Pero, dígame, ¿desde cuándo no se comunica usted con su esposo?”.
“Desde antier por la tarde, cuando se fue para el trabajo… Siempre se va a la misma hora, y nos comunicamos poco porque siempre está ocupado…”.
“Pero, usted no sabe dónde es que trabaja”.
“No”.
“¿Nunca le preguntó usted?”.
“No… Desde que lo corrieron de Hondutel hemos estado pasando por una situación difícil, sin dinero y con tres niños… Ya se imagina usted… Uno no haya qué decirles a los niños cuando piden comida y no hay ni siquiera sal…”.
La mujer se estremeció.
“Y, ¿desde cuándo empezó a trabajar su marido en ese hospital?”.
“Desde hace dos meses, o dos meses y medio, en el turno de noche…”.
“Ya. Y no sabe en qué hospital es”.
“No”.
“Y desde antier por la tarde no sabe nada de él”.
“No, señor. Se va en la tarde y regresa a eso de las cinco o seis de la mañana. Siempre viene cansado y se duerme hasta mediodía, pero trae dinero para la casa…”.
“¿Lleva dinero todos los días?”
“Pues, sí… Siempre lleva dinero en las mañanas… Así hemos ido pagando las deudas que tenemos…”.
“Ajá. Entonces, su esposo recibe un sueldo diario… o sea, por cada turno que hace…”.
“No le entiendo”.
“Que a su esposo no le pagan al mes, o quincenalmente, como es la costumbre, sino que le pagan por turno”.
“Ah, pues, eso no sé… Lo que sé es que salió para el trabajo hace dos días y no ha regresado… Por eso vine…”.
“¿Tiene teléfono celular su marido?”
“Sí; tiene dos…”.
“¿Dos teléfonos celulares?”.
“Sí. Mire. Uno es el que ha tenido siempre, y al que yo lo llamo a veces. Y el otro es el que le dieron en el trabajo…”.
“Usted sabe el número”.
“Bueno, así como que él me lo haya dado, no, pero un día yo lo agarré y me marqué, y allí conseguí el número, para cualquier emergencia…”.
“Y usted ya lo llamó a los dos números”.
“Sí, señor, pero ninguno contesta. Están apagados…”.
“Bueno, deme los números… Vamos a investigar”.
“¿Cree usted que le haya pasado algo?”.
“No sabría decirle, señora… Vamos a averiguar…”.
+ El misterio del motel Monteverde
+ El misterio del motel Monteverde (Segunda Parte)
TIEMPO
Dos semanas después, el hombre no había aparecido. A las tres semanas, la esposa recibió una llamada. Era el agente de la DNIC que quería hablar con ella.“¿Usted sabe quiénes son los amigos de su esposo?” -le preguntó el detective.
“Pues, en Hondutel tenía pocos, y casi no se llevaba con nadie”.
“Mire, señora, nosotros hemos investigado y hablamos con dos personas que conocían a su esposo. Uno de ellos es Diego… ¿Lo conoce usted?”.
“No, señor”.
“Pues, este Diego nos dijo que él conoce bien a su esposo y que está extrañado porque desde hace tres semanas no lo ha vuelto a ver… Es más, lo ha estado llamando y no responde…”.
“Ajá… Y, ¿qué tiene que ver ese Diego con mi esposo?”.
“Son amigos, señora…”.
La mujer no entendía.
“Mire, señora -le dijo el detective-, este Diego es un amigo especial de su esposo…”.
“¿Cómo así? No le entiendo qué quiere decir con eso de amigo especial”.
“Bueno, pues; lo que quiero decir es que este Diego y su esposo se llamaban muy seguido… Lo entrevistamos, ya que le dijimos que estábamos atendiendo su denuncia, y él nos dijo que desde hacía tres semanas no lo veía. Que habló con él el día que usted dice que salió a trabajar al hospital, pero resulta que a medianoche lo llamó de nuevo y ya no le contestó…”.
La mujer se retorcía los dedos a causa de la incertidumbre.
“También hay otro amigo de su esposo, un Daniel… ¿Lo conoce usted?”.
“No; no conozco a ningún Daniel…”.
“Pues, con este Daniel su esposo hablaba casi a diario, desde hace unos dos meses, y siempre lo hacía en el segundo teléfono… Lo que pasa es que conoció a este Daniel hace dos meses, más o menos, y decimos esto porque desde hace dos meses empiezan a comunicarse…”.
“Tal vez es un compañero de trabajo… Recuerde que mi esposo empezó hace unos dos meses a trabajar en el hospital”.
“Eso pensamos, señora, pero, lo que pasa, es que no hemos podido encontrar a Daniel… No sabemos nada de él…”.
“Bueno, pero, ¿qué han sabido de mi marido?”.
El detective se quedó pensando por unos segundos.
“La llamé, señora, para preguntarle algo muy personal…”.
“¿Qué cosa?”.
“Dígame… ¿sabe usted si su esposo frecuentaba a personas homosexuales?”.
La mujer dio un salto.
“¿Qué quiere decir con eso, señor? No le entiendo bien”.
“Bueno -dijo el detective, tratando de encontrar las palabras adecuadas para hablarle a la mujer-, lo que quiero decirle es que si usted sabe si su esposo tiene o ha tenido amistades homosexuales, gais, como les dicen”.
La mujer, asustada, tardó en responder.
“No, señor… Nunca mi esposo ha tenido amistades así…”.
“¿Está segura?”.
“Sí, señor”.
Hubo un momento de silencio.
“¿Por qué me hace esa pregunta?” -dijo la señora, poco después.
“Pues -murmuró el detective-, porque Diego, la persona de la que le hablé hace poco, y a la que entrevistamos después de localizarlo a través de las llamadas del segundo teléfono de su esposo, es homosexual… Es gay, quiero decir… ¿Sí me entiende lo que le estoy diciendo?”.
La mujer no respondió de inmediato.
“Pues -dijo, al final de una larga pausa-, no sabría decirle nada sobre eso… Mi esposo ha sido de pocos amigos, y no sé qué amigos son los que ha tenido… Yo me he dedicado a estar en mi casa a cuidar de los niños mientras él trabaja para traer la comida de la familia…”.
El detective esperó un tiempo antes de hablar de nuevo. Ordenaba las ideas en la cabeza. Lo que sabía de aquel caso era poco, y esperaba que la mujer le ayudara con algunos datos, pero después de hablar con ella estaba como al inicio.
“Bueno, señora -le dijo, de repente-, vamos a seguir investigando y cuando tengamos algo nuevo, la vamos a llamar para informarle. ¿Le parece?”.
“Sí me parece -respondió ella-, pero no me ha dicho qué es lo que tiene que ver ese señor Diego con mi esposo… ¿Sabe él dónde está?”.
“No, señora. Por desgracia. Él dice que lo ha estado llamando desde la tarde en que dice usted que salió de su casa, y no le contestó… No sabe qué es lo que pudo haber pasado con él, o dónde puede estar”.
La reunión había terminado.
DOS MESES
El tiempo pasa rápido y no espera a nadie. Poco a poco se fueron acumulando los casos de personas desaparecidas sobre el escritorio del detective, y el caso de aquel hombre se perdió en una montaña de papeles. Nadie sabía nada de él, y Diego, el amigo, había llamado al policía para preguntar si había avanzado en el caso, pero la respuesta fue siempre la misma: nada. Sin embargo, una tarde, cuando se cumplieron cuatro meses de la desaparición del hombre, Diego llamó a la DNIC.“Mire -le dijo-, fíjese que ayer en la noche vi a Daniel…”.
“¿Daniel? ¿Quién es Daniel?”.
“¿Se acuerda del hombre que desapareció hace unos cuatro meses, el que trabajaba en un hospital? ¿Sí se acuerda?”
“Sí, ya lo recuerdo… Dígame…”.
“Pues, mire que ayer vi a Daniel… el amigo con el que se llevaba…”.
“¿Dónde lo vio?”.
El silencio siguió a esta pregunta. El detective habló varias veces, pero la llamada se cortó de pronto. Se quedó pensando por varios segundos, y no le dio importancia a aquella llamada. Sin embargo, al día siguiente recordó a Diego, y se imaginó que quizá hubiera llamado porque tenía alguna información de importancia que podría ayudarle a resolver la desaparición de aquel hombre. Pero, envuelto en el trabajo, dejó pasar una semana, y luego otra. Una mañana, de repente se levantó inspirado de la cama y lo primero que hizo fue ir a buscar a Diego. Este acababa de regresar a la casa y estaba a punto de acostarse.
“Vengo porque usted me dijo que había visto a Daniel” -le dijo.
“Sí -respondió Diego-, yo lo llamé, pero después me arrepentí porque me di cuenta de que no estaba seguro de que fuera aquel hombre…”.
“Ya. Pero, si fuera él, ¿dónde lo vio?”
“En la calle, allí por la primera avenida de Comayagüela…”.
“¿En la noche?”.
“Sí…”.
“¿Le habló usted?”.
“No, lo vi, así por la ventana del carro…”.
“y ¿no está seguro de que fuera Daniel?”.
“En verdad, no. Por eso mejor corté la llamada”.
“¿Cree usted que algo malo le pasó a su amigo?”.
El hombre dudó.
“Pues, no sé…”.
“¿Qué relación hay entre Daniel y su amigo desaparecido?”.
“Pues, no sé… Yo lo llamé porque usted me dijo que quería hablar con él porque lo había encontrado en el teléfono de mi amigo… ¿Se acuerda?”.
“Me acuerdo”.
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA