TEGUCIGALPA, HONDURAS.- EL NIÑO. José estaba muerto. Tenía apenas siete años; nunca se había enfermado, con excepción de algunos raspones cuando se caía al jugar con sus amigos, y ahora, estaba muerto. Tendido en su cama, una cama de madera, hecha con pitas y un petate cubierto con una sábana de colores. Y su muerte debió ser horrible. Estaba encogido, casi en posición fetal. Engarruñado, con las manos crispadas y un gesto feo en el rostro. Uno de sus ojos estaba abierto, como la boca, de la que salía la lengua como un colgajo.
¿Qué había pasado? ¿Por qué había muerto aquel niño, y de esa forma tan inexplicable como terrible?La enfermera de la aldea, que, además era la comadrona, esto es, la partera, aparte de que sabía curar con hierbas y otras cosas, llegó a verlo cuando le avisaron, y se sorprendió al encontrarse con semejante espectáculo.“
¿Qué comió este niño?” -le preguntó a Juana, la madre, que no dejaba de llorar y desesperarse.“Nada... No comió nada... Pero es que hace como unas tres horas, a eso de las seis de la tarde, vino a la casa bien bolo...”.“¿Bolo este niño de apenas siete años? ¿Cómo es posible eso, doña Juana?”.
“Pues, así como lo oye, señito... Vino bolo... y yo no me lo podía creer... Y venía gritando de alegría, bailando, y cantando unas canciones de Juan Gabriel... Y hasta me dijo que bailáramos, pero yo le dije que mejor se fuera a acostar para que se le pasara la juma... y que después íbamos a hablar de por qué estaba así de borracho”.
Hizo una pausa doña Juana, para limpiarse los mocos que se derramaban de su nariz, y luego, agregó:
“Cuando le pregunté que por qué había hecho eso, él me dijo que es que desde hacía mucho tiempo él tenía ganas de saber qué era lo que se sentía al andar bien a maceta, como veía que se ponía el papá cuando se embolaba”.
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La enfermera empezó a entender.
“Pero hay que averiguar qué fue lo que bebió este niño, porque esta muerte me parece demasiado rara... As, que es mejor que avisemos a la Policía”. Y así fue.
Cuando el papá de José, que se llamaba José también, llegó a la casa, a eso de las once de la noche, vio un gentío afuera, y a varios policías. Le dijeron que es que su hijo mayor, Joche, como él le decía, estaba muerto, y que la Policía estaba allí para averiguar por qué había pasado aquello. Y que se iban a llevar el cuerpo para Medicina Forense, para saber qué era lo que el niño había tomado. Y José padre, que nada entendía de aquellas cosas, se fue en la misma patrulla con su hijo, mientras el aire fresco de la noche le quitaba la borrachera.
EL TRAGO
José era trabajador, y no era un mal esposo ni un mal padre. El único problema que tenía es que, después de venir del campo de labrar la tierra, se sentaba a cenar, y a eso de las seis o siete de la noche, se iba a la cantina, a beber guaro, puro guaro, y regresaba a eso de las ocho, siempre feliz, cantando, bailando y diciendo malas palabras, lo que no hacía nunca cuando estaba bueno y sano.
Ponía música, y le decía a su mujer que bailaran, pero ella no bailaba, y él daba vueltas solo, en la sala, hasta que se cansaba y se iba a dormir, después de cumplir con sus deberes conyugales para con doña Juana. Sin embargo, esta rutina cambiaba los sábados. Venía de trabajar, se bañaba, se ponía elegante, y a eso de las seis, se iba a la cantina, donde pasaba un buen rato, esto es, hasta la medianoche, o menos.
Regresaba “bien bolo a su casa”. Y así, por años de años, hasta que esa noche se encontró con gente en su casa, y con policías; además, con un muerto. Con su propio hijo muerto. Y muerto solo Dios sabía de qué.
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EL TESTIMONIO
Luis era amigo de José. Tenía siete años como él. Iban a la escuela juntos, y jugaban pelota, buscaban camarones en el río, y andaban por los montes, acompañados de los perros, disfrutando de la vida de niños, que es la mejor de las vidas, con muchas excepciones, por supuesto, porque hay niños que comen una sola vez al día, y hay otros que se van a la cama sin cenar, y se duermen sin saber si habrá algo en la mañana para que se desayunen. Y todo, porque así es la pobreza, la mejor aliada de los políticos inescrupulosos.
Lloraba Luis ante lo que le había pasado a su amigo, y uno de los policías que investigaba el caso le preguntó que si sabía algo de lo que había pasado con Joche.
“Es que él quería saber qué se siente andar bien a maceta, señor -dijo el niño-; y dijo que es que a él le gustaba cuando su papá venía alegre de la cantina, y hasta cantaba y bailaba; y él quería saber qué es lo que se siente... Y a lo mejor es que se bebió algo”.
“¿Vos lo viste comprando guaro?”.
“No, señor... Pero un día me dijo que iba a ir a la cantina a comprar, que estaba ahorrando pisto del que le pagaban por cortar leña y vender leche, y que iba a comprar bastante guaro para ponerse bien alegre”.
“Excelente -le dijo el policía-. Vamos a ir a preguntarle a la dueña de la cantina... estoy seguro de que esta vieja le vendió guaro al niño, y si es así, ni sabe la que le espera”.
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LA CANTINA
Llegaron a la cantina. Los atendió la dueña en persona, una mujer gorda, bajita como un barril, de largas trenzas y mal encarada, que tenía una cicatriz en la mejilla derecha que le bajaba desde la sien hasta la barbilla, y lo que le daba un aspecto temerario.
“No señor -le dijo al oficial de policía-, yo no le vendí guaro a ese cipote... Pero hace como dos semanas vino a comprar guaro diciendo que era que el papá lo mandaba a comprar un litro de Tatascán, y a mí se me hizo extraño porque el papá siempre viene en las tardes, religioso el hombre, a beberse su par de octavos, y después se va... Y yo le dije que si es que no sabía leer porque allí está el cartel a la vista de todos que dice que no se le vende guaro a menores de edad. Así que se fue, y no regresó; y hasta hoy que me doy cuenta de que se murió”.
Lo que la mujer les dijo era suficiente para los policías. No parecía mentir, pero decidieron esperar los resultados de la autopsia para ver de qué había muerto el niño, y qué era lo que lo había matado.
“Alcohol etílico -les dijo el forense-. Tenía alcohol etílico en la sangre, y tanto, como para matar a un buey, Parece que se lo bebió con Coca Cola... Eso fue lo que lo mató... Se intoxicó con alcohol etílico”.
Con esta información, los policías regresaron a la aldea. Preguntaron dónde podrían comprar alcohol etílico, y la enfermera les dijo que en la pulpería de don Lupe. Y fue en es momento en que ella recordó que un día se encontró al niño en la pulpería, comprando no recordaba qué, pero ella en es momento estaba comprando un bote de alcohol etílico, que usaba para limpiar heridas. Entonces, los policías fueron a la casa de don Lupe.
Allí estaba el señor, en camiseta, vendiendo siempre, porque se dedicaba a eso desde hacía unos treinta años.
“Sí -les dijo a los policías-; yo le vendí cinco botes de alcohol etílico a ese niño. No sospeché para qué los quería, porque a nadie se le puede ocurrir que un niño de escasos siete años ocupe algo así para bebérselo... Y se los vendí... Pero, no los compró de una sola vez... Venía un día y se llevaba uno; otro día, dos, y así, hasta que se llevó cinco botes. Y ese sábado en la tarde le vendí una Coca Cola de tres litros... ¡Pobre niño! ¡Si yo hubiera sabido para qué los quería...!”
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GRANERO
La Policía iba resolviendo el caso paso a paso. Ya sabían que Joche quería saber qué se sentía andar “bien bolo”; ya sabían que bebió alcohol etílico con Coca Cola; ya sabían que lo compró todo en la pulpería de don Lupe; y estaba muerto. Cuando fueron al granero, encontraron los botes de plástico en el que había estado el alcohol etílico, la botella medio vacía de Coca Cola, y un vaso. El misterio se iba aclarando.
“¿Qué hacemos en este caso, señor fiscal?” -le preguntó un oficial de Policía al fiscal del Ministerio Público.
“Pues, no sé qué es lo que se puede hacer... En esto no veo yo ningún crimen... Lo que veo es el mal ejemplo del padre de la víctima, y eso todavía no se clasifica como delito, aunque debería tomarse como un crimen el ejemplo que lleva a alguien a su destrucción y debería ser castigado con todo el peso de la ley, porque, miren este caso, un niño inocente murió por el mal ejemplo de su propio padre”.
Tal vez el fiscal tenga razón. Y, sí, muchas veces, el ejemplo es como un cuchillo de doble filo.
Gracias al buen amigo don Jorge Quan por facilitarme estos casos. Sinceramente.
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