TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real.Se han cambiado los nombres.
INICIO.- La historia criminal de Honduras es como la historia criminal de todas las sociedades, oscura y violenta, y se escribe, en la mayoría de las veces, con la sangre de las víctimas y con las lágrimas de quienes más las amaron. Ha sido así a través del tiempo, y desde que Eva vio a su hijo muerto, tirado en la tierra sobre un charco de sangre que clamaba al cielo por justicia. Y así será hasta el final de los tiempos, si es que terminan algún día.
Hoy vamos a recordar algunos casos criminales que no se resolvieron jamás, y que están en los archivos, esperando, nada más esperando, cobijados por el polvo del olvido, que todo lo cubre.
MOTEL
Hace ya muchos años, en una habitación de motel, en San Pedro Sula, encontraron a dos personas muertas. Una pareja de enamorados que fue asesinada a balazos, balazos que, extrañamente, nadie escuchó. La Policía no tardó en llegar a la escena, y entrevistó al empleado del motel que trabajaba esa noche.
“Ellos entraron hace unas dos horas -dijo-, pagaron, como es normal, al principio, y cuando terminó el tiempo, yo fui a tocar por si iban a quedarse más; pero nadie contestó. Entonces, me acerqué por la ventanita, por donde pagan, y estaba sin el pasador; la empujé, y vi que los dos estaban muertos. Con el vigilante abrimos la puerta, y vimos que los mataron a tiros”.
La puerta estaba con llave por dentro y los agentes no encontraron casquillos ni en el cuarto ni afuera. Les dispararon desde una distancia de unos dos o tres metros, tal vez desde la ventanita, y el que disparó debió ser buen tirador, porque los hirió de muerte varias veces. Después se supo que los mataron con revólver. El guardia tenía uno, pero no había sido disparado, por lo que no se sospechó más de él. Sin embargo, el empleado dijo que había visto pasar “por allí” a una mujer. Que no le hizo caso porque creyó que era de la limpieza, pero después de preguntarle a la muchacha que estaba de turno en esa noche “si había andado cerca de aquel cuarto”, ella le dijo que no.
La Policía capturó a la esposa del muerto, el muchacho no pudo reconocerla, aunque dijo “que se le parecía a la que vio esa noche”, pero los policías que llegaron a la escena sabían que el lugar donde “supuestamente la vio” era oscuro, muy oscuro, y no era posible identificar a nadie realmente. Y, después de meses de escándalo, se archivó el caso, y la pareja sigue sin recibir justicia.
CLÓSET
Un día, en las oficinas de la Policía se recibió la denuncia de la desaparición de un hombre de unos cincuenta y cinco años. Era un hombre muy conocido, y la Policía se puso a buscarlo de inmediato, y más porque ya hacía tres días que se había “esfumado” de su casa, cerca del parque El Obelisco.
No tenía planificado ningún viaje, no tenía amante ni salía de la ciudad si no se lo comunicaba a su esposa. Así que su desaparición se volvió un misterio. Sin embargo, éste terminó de pronto para dar paso a otro mayor. El hombre apareció muerto en el clóset de su propia habitación. Lo habían estrangulado, y lo acomodaron tan bien en el clóset que ni la propia mujer se dio cuenta de que su marido estaba allí. Pero la Policía de aquellos días en que gobernaba el general Carías “no se comía la tortilla vacía”, así que empezaron por investigar a la esposa. Ella dijo que vio a su esposo por última vez la mañana del jueves pasado. No supo que estaba allí sino hasta que lo encontraron muerto, el domingo en la mañana. Y dijo que casi nunca usaba el clóset porque, aunque tenía ropa allí, era más la de su esposo, y ella guardaba la suya en un ropero más pequeño, con una cómoda, que estaba junto al clóset mayor.
El hombre era alto, recio y fuerte, y la esposa era de baja estatura, de manos delgadas y pequeñas, algo entrada en años, porque era mayor que su marido, y era débil a causa del asma que padeció desde niña. Y las huellas en el cuello del muerto eran gruesas, las que dejó una soga de cáñamo, y que apretaron con fuerza desde atrás. El hombre tenía rasguños en el cuello, hechos por sus propias uñas, señal de que quiso defenderse, pero su asesino era más fuerte. De eso estaban seguros, y por eso no sospecharon de la esposa. Y ya que nadie entraba a la casa sin permiso de los dueños, y ya que la esposa dijo que esa mañana, en la que vio por última vez a su marido, ella fue al médico temprano, por su asma, dejó de ser sospechosa. El hombre estaba vestido para salir, la trabajadora dijo que no vio a nadie entrar a la casa, y así, el misterio de la muerte del hombre en el clóset sigue sin resolverse hasta el día de hoy.
LEA: Selección de Grandes Crímenes: Misterio en la habitación 21
PAREJA
En un motel de la salida a Valle de Ángeles, en Tegucigalpa, encontraron a una pareja muerta. El hombre tendría unos sesenta y cinco años, y ella veintiocho. La empleada del aseo los encontró muertos, y llamaron a la Policía. El H-3 llegó a la escena, y desde el primer momento se dio cuenta de que habían sido envenenados con cianuro. Había vómito espumoso en la cama, donde estaba la mujer, de costado, y en el cuello, cerca de la puerta del baño, donde estaba el hombre, tirado boca arriba. Los dos estaban desnudos.
El H-3 encontró en la mesita de noche dos sopas instantáneas a medio comer, varias latas de cerveza vacías y colillas de cigarro. El esposo de la mujer, un guardia de seguridad, dijo que su esposa no llegó a dormir esa noche, y que él le rogaba a Dios que no le hubiera pasado nada malo. “Pero la que andaba en algo malo era ella”. Eso fue lo que dijo.
El H-3 supo que el esposo estuvo trabajando esa noche hasta la mañana siguiente y lo descartó como sospechoso. Y después centró su atención en las sopas. Las habían pedido para el almuerzo y se las hicieron en un microondas de la cocina del motel. En el laboratorio, encontraron cianuro en las sopas. Ahora, había que averiguar cómo llegó el cianuro hasta allí. Y ya que no es algo fácil de conseguir, lo primero que se creyó es que la pareja se había suicidado, pero el H-3 descartó pronto esta hipótesis porque ambos tenían familia y tenían por quien vivir.
Luego el H-3 se dio cuenta de que alguien muy cercano al hombre trabajaba en el Ministerio de Salud, y que era muy amiga del encargado de vigilar la bodega donde se guardaban “sustancias peligrosas”. También supo que esa mañana esa persona no fue a trabajar, y se descubrió que era muy amiga de los dueños del motel. Pero nadie la vio llegar al motel, ni la conocían. Al menos es lo que dijeron los empleados, por lo que no se pudo relacionar a esta persona con el cianuro ni con el envenenamiento de la pareja.
El H-3 sigue guardando sus sospechas, pero el H-3 ya no está en la Policía, porque a un “genio depurador” se le ocurrió correrlo a pesar de que es el mejor detective de investigación criminal que ha tenido la Policía Nacional. El caso sigue sin resolverse, como el del motel de Chamelecón, en San Pedro Sula.
SUICIDIO
Una mujer joven y bonita se suicidó en La Lima porque el hombre al que adoraba, y con el que tenía una hija de escasos tres meses de nacida, se acababa de casar con otra. Y esta “otra” era hija de un millonario de San Pedro Sula. Dijeron que la mujer se mató tomando veneno “mata ratas con cerveza”, y mostraron una nota en la que decía que se mataba porque prefería la muerte a ver a su hombre con otra mujer. Y pedía que le cuidaran a su hija.
Hasta aquí, todo iba bien. El problema empezó cuando un policía que dudaba de todo comparó la letra de la muerta con la letra de la nota que había dejado. Y vio que eran completamente distintas. Buscó cervezas o botellas de cerveza en la casa, y no encontró ninguna. Tampoco encontró veneno para matar ratas. Y en la casa no había ningún lápiz de color rojo, con el que había escrito la nota de suicidio “momentos antes de tomarse el veneno”. Entonces, ¿qué misterio era aquel?
El hombre por el cual se mató la muchacha apareció en la casa cuando le avisaron que la mujer estaba muerta y que se había matado por él. El policía le preguntó que dónde vivía, y él le dijo que en Santa Bárbara. Y dijo que había visto a la muchacha por última vez esa mañana, cuando vino a decirle que le ayudaría con la niña, pero que se había casado y que no quería tener más tratos con ella. El policía le preguntó si se imaginó que ella fuera a matarse y él dijo que no. Y las hermanas de la mujer dijeron que ella amaba demasiado a su hija como para dejarla sola.
Que ya se había resignado a quedarse sin el hombre, aunque lo quisiera mucho, pero que estaba dispuesta a luchar por su hija. Por eso estaban seguras de que no se había matado y que “alguien le había dado el veneno”. Y este veneno resultó ser estricnina, el que tomó en grandes cantidades con jugo de naranja. El hombre dijo que ella le había dado a beber jugo de naranja, el que ella misma hizo esa mañana que fue a verla para despedirse.
“¿Cuánto tiempo estuvo en la casa?” -le preguntó el policía.
“Ni diez minutos. El tiempo que ella hizo el jugo, y yo hablaba con ella de ayudarle a la niña. Nada más”.
“¿Estuvo con ella todo el tiempo? ¿Estaba la niña con ustedes mientras ella hacía el jugo?”
“Bueno, la niña estaba en el cuarto, la oímos llorar, y ella sirvió el jugo en dos vasos grandes de vidrio, y después fue a ver a la niña”.
“Entonces -le dijo el policía-, usted tuvo tiempo para poner la estricnina en el vaso de la muchacha, se bebió el suyo, y se fue... Ella se bebió el de ella. Usted ya traía la nota de suicidio y la dejó en el cuarto cuando fue a ver a la niña antes de despedirse. Y digo esto porque a mí me resulta extraño que una suicida que quiera que se sepa que se mató por su propia mano haya dejado una nota de suicidio debajo de su almohada, y que la haya escrito con una letra que no era la de ella...”
Pero el policía nunca pudo probar nada. Una tarde, desapareció de su trabajo, y, tres días después, lo hallaron muerto en los cañaverales de San Manuel. El informe que escribió sobre “el suicidio de la muchacha” quedó en su escritorio. Y el caso sigue sin resolverse.
VEA: Selección de Grandes Crímenes: La espera más larga (Primera parte)