TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real.Se han cambiado los nombres.
ALMUERZO. El general Sabillón se sentó en el amplio sillón, en su despacho del Ministerio de Seguridad, mientras una de sus asistentes, una mujer alta, amable y muy bonita, nos servía el almuerzo. Pollo a la plancha, un poco de arroz jardinero y algo de ensalada de lechuga, todo, bañado con un delicioso vino de arrayán. El general viste saco y corbata, y aunque se nota el cansancio en su rostro, sonríe con gesto agradable, como si aquel breve descanso le devolviera un poco la paz.
“Hace muchos años -me dice, empezando la conversación, y después de partir un pedazo de pollo- en la Policía resolvimos un caso muy raro... Un caso que dio mucho de qué hablar en aquellos días, y que parecía que no iba a resolverse jamás”.Toma un sorbo de vino, y agrega:
“Eran los tiempos del DIN, y, aunque se dicen muchas cosas de los muchachos que trabajaban allí, la mayoría son fantasías. Es cierto que algunos usaban la fuerza, y que a ciertos delincuentes no los trataron muy bien que digamos, pero, en general, se trabajaba con buena voluntad, y la Policía resolvía casos. Yo no estuve nunca en el DIN, pero, un día, mi jefe me dijo que me hiciera cargo de una investigación porque la víctima era hijo de un buen amigo suyo. Y, ya que el que manda no suplica...”.
CASO
“Encontraron muerto a un hombre en el cuarto principal de su casa. Tenía una herida en la parte derecha del cuello, se había desangrado sobre la cama, y, en opinión del forense, tardó mucho en morir. Estaba desnudo, cubierto con una sábana blanca, manchada de sangre”.
El general hace otra pausa, toma otro poco de vino, y agrega:
“Llegamos, vimos la escena del crimen y nos dimos cuenta que el hombre estaba solo en la casa cuando fue asesinado; la esposa estaba en el trabajo, sus hijos en la escuela, y él, que debía estar trabajando, había regresado después de salir en la mañana. Eso fue lo que dijo la esposa, ‘que salió de la casa hacia el trabajo y que no sabía que iba a regresar’...”.
Nueva pausa.
“Nosotros entendimos que el hombre tenía una cita, que se vería con una mujer, y que esta mujer era alguien con compromisos serios porque no fue con él a ningún motel, ni a un hotel, sino a su casa, donde era más seguro para los dos porque nadie los vería... En aquellos tiempos no había guardias de seguridad en las colonias, ni cámaras, ni nada de lo que tenemos ahora.
Pero, allí estaba el hombre, un hombre joven, muerto, asesinado con lo que debió ser un cuchillo. Buscamos el cuchillo en toda la casa y no lo encontramos. La esposa dijo que no faltaba ninguno de los que tenía en la cocina, y dedujimos que el asesino, o la asesina, llevó el cuchillo con la intención clara de matar... Pero, ¿por qué? Era lo que teníamos que averiguar”.
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ESPOSA
“Dijo la esposa que no sabía que su marido tuviera una aventura, pero, la verdad era que sí, porque el forense dijo que había tenido relaciones con alguien; que, seguramente, se había adormecido después, se confió, y la persona con la que estuvo lo mató, clavándole el cuchillo en el cuello”.
“¿Sospecha usted de alguien?” -le preguntamos a la mujer.
“No, señor -dijo-; de nadie”.
Ella no era sospechosa porque en el momento de la muerte del hombre estaba en su trabajo. Eso lo pudimos comprobar. Entonces, ¿qué había pasado? ¿Quién tenía interés en matar a aquel hombre?
Supimos que se dedicaba a su trabajo, en un banco del gobierno, y que tenía pocos amigos. Investigamos en el banco, y nadie faltó esa mañana, o sea, ninguna mujer. Y nadie supo si él tenía relación amorosa con alguna compañera. Hablamos con los amigos y no nos ayudaron mucho. Así que no teníamos por donde seguir la pista del criminal, o de la criminal, mejor dicho, porque estábamos seguros de que se trataba de una mujer. Pero ¿quién?
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“Mi sargento -le dije a un sargento que trabajaba en el DIN y que estaba conmigo en la investigación-, este hombre trajo hasta aquí a su asesina, y no era la primera vez. Y, por lo secreto que manejaba su relación, debió ser una conocida cercana; y tan cercana, que pienso que la esposa también la conocía...”.
“Y debe ser casada, mi teniente -me dijo el sargento-; y a lo mejor es la mujer de alguno de sus amigos...”.
“¿Por qué lo dice? -le pregunté al sargento.
“Por el misterio, señor; porque no fueron a un motel, ni a un hotel, sino que vinieron a la casa... Y, lo más seguro es que no era la primera vez porque nos dijeron en el banco que el señor, o sea, la víctima, llegó tarde en varias ocasiones al trabajo, lo que quiere decir que, de algún tiempo acá, se estaba viendo con esa mujer”.
“¿Cuándo fue la primera vez que llegó tarde al trabajo?”.
“Hace un mes exacto, y después de eso, llegó tarde tres veces más; dos en una sola semana. La última vez, o sea el día que lo mataron, tenía que estar temprano en una reunión, pero le dijo a un amigo que lo cubriera... que iba a llegar a eso de las nueve o diez, como las veces anteriores”.
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“Excelente, mi sargento -le dije-; ahora, hay que entrevistar a cada uno de los amigos y de las amigas de la pareja... Vamos a encontrar algo...”
“Entrevistémoslos a todos, mi teniente, y el que se ponga nervioso, ese es...”
“O la que se ponga nerviosa, mi sargento. Recuerde que estamos detrás de una mujer... Pero, antes, veamos en la lista a las mujeres más cercanas a la familia del muerto”.
“Ajá. Y ¿qué hacemos con esa lista?”
“Mi sargento, hay que averiguar si las mujeres amigas de la familia trabajan, y hay que averiguar si alguna llegó tarde al trabajo los días en que la víctima llegó tarde al suyo”.
“¡Buena idea, mi teniente!”
AMISTAD
Terminamos el almuerzo, y el general, acomodándose en el sillón, agregó:
“Mire, Carmilla, la investigación criminal es algo serio. Es cierto que hay errores que se cometen por falta de experiencia, por exagerado deseo de hacer bien las cosas, o porque las causas de los crímenes son tan raras que hasta parecen chistes. Pero, de todo hay en la viña del Señor, y así son las cosas en el mundo real. Y este caso se dio por una de esas cosas raras que hasta parecen chiste”.
Termina de beber el vino de arrayán que quedaba en su copa, y dice:
“Hablamos con los amigos y las amigas que llegaron a darle el pésame a la familia. Eran pocos amigos, aunque había bastantes compañeros de la pareja. Yo le había dicho al sargento que a las mujeres les hiciera una pregunta directa: ‘Usted era la amante del muerto, ¿verdad?’ Y le dije que se fijara en la reacción de cada una, así y se ofendieran.
Y a los hombres les dijimos: ‘Usted sabía que su esposa era la amante del muerto, ¿verdad?’ No eran técnicas muy científicas que digamos, pero dieron buen resultado. Ningún hombre mostró miedo cuando le dijimos eso. Todos se sintieron ofendidos. Y las mujeres pusieron el grito en el cielo, menos una. Una mujer muy bonita, no muy alta, delgada, y que estaba lejos del ataúd en el velorio.
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Cuando le dijimos que ella era la amante del muerto, se sobresaltó, se quedó muda por un tiempo, y abrió los ojos más de la cuenta, miró hacia donde estaba el marido, en un grupo cerca de allí, y tartamudeó cuando dijo que no, que eso no era cierto. Y su reacción fue diferente a la de todas las otras mujeres, que dijeron: “No. Éramos amigos, nada más”. O: “No, señor; solo éramos compañeros de trabajo”.
Nos llevamos a la mujer a una esquina, en el salón, y le pregunté directamente: ‘¿Por qué lo mató?’ Y ella empezó a temblar. Entonces, le dije: ‘Sabemos que usted lo mató, después de tener relaciones con él... Porque sabemos bien que usted se vio con él cinco veces en este último mes, en la casa de él... Y sabemos esto porque usted llegó tarde cinco veces a su trabajo, las mismas veces que su amante llegó tarde al banco donde trabajaba... Ahora, nos va a decir la verdad... o la vamos a llevar a las oficinas del DIN... ¿Qué escoge?”.
El general sonríe, se acomoda la barba, y cruza una pierna sobre la otra. Dice:
“Sabíamos que íbamos por buen camino; teníamos una buena sospechosa, y casi estábamos seguros de que ella era la asesina, o que sabía algo; aunque ya estábamos seguros de que sí era amante del muerto. Y, cuando menos supe, el sargento venía con el marido de la mujer, agarrado de un brazo”.
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“Señor -le dijo-, dígale a mi teniente cuándo fue la última vez que vio a su amigo, el señor que está muerto”.
“Hace como un mes y medio -dijo el hombre, extrañado de ver a su esposa pálida y temblorosa-; llegó a la casa a entregarme una de las copas del rin de mi carro, que mi esposa había perdido en un supermercado... Él reconoció la copa porque era especial, dorada, de metal, y con el signo de BMW en el centro; yo las traje de los Estados Unidos, y en el súper, mi esposa perdió una... Él, por casualidad, la encontró, y me la trajo... Yo le dije que mi esposa la había perdido...”
“Ah, ya -le dije-; y ¿usted le dijo que su esposa había perdido eso que usted dice, en el súper?”
“Sí; yo se lo dije. Mi esposa la perdió allí un día que le presté mi carro para que hiciera las compras de la quincena...”
“Y ¿él le dijo dónde la encontró?”
“Pues, no... no recuerdo si me lo dijo o no... Pero, ¿por qué es importante esto? ¿Por qué mi esposa está nerviosa y llorando?”
“Que se lo diga ella”.
“No entiendo, señor...”
“Ya lo va a entender”.
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EN EL DIN
“La mujer lloraba en silencio. Nadie la presionó para que dijera la verdad. Yo me senté frente a ella, y me limité a mirarla. Al rato, le pregunté: ‘¿Desde cuándo eran amantes con el amigo de su esposo?’ Ella dijo que desde hacía un mes. Que había estado solo cinco veces con él”.
“¿Estaba enamorada?”
“¡No!”
“¿Entonces? ¿Por qué estuvo con él? ¿Es que él la obligaba?
”Ella dijo que sí.
“¿Dónde perdió la copa del carro de su esposo? No fue en un súper, ¿verdad?”
“No”.
“¿En un motel?”
“Sí”.
“Y, quiso la casualidad, o la desgracia, que él llegara ese día al mismo lugar, y encontrara allí la copa... No dijo nada cuando su amigo le dijo que usted la había perdido en el supermercado, seguramente, porque deseaba chantajearla... Y la chantajeó... ¿Es así?”
Ella movió la cabeza hacia adelante.
“¿Usted tenía otro amante?”
“Sí”.
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“Y él la chantajeó... y le pidió que se acostara con él, o iba a decirle a su esposo dónde encontró la copa”.
“Así es”.
“Por eso decidió matarlo”.
“Sí”.
“Bueno, ya todo está claro”.
El general Sabillón se pone de pie. La historia ha terminado. Tiene que seguir trabajando.
“El delito nunca paga -dice-; el delincuente siempre cae... Así será siempre”.
URGENTE
La Policía va de mal en peor. Ahora es que hasta hay muertes en la Anapo. Lo que empieza mal, termina mal, y cuando en una institución la “cabeza” no sirve, abajo todo es un desastre, por eso, es hora de que Gustavo Sánchez renuncie y deje la dirección de la Policía a alguien capaz.
Los cambios a tiempo son saludables, y este hombre inútil debe dejar su puesto porque no sirve, y muestra de esto es la horrible criminalidad que aterroriza a la población, la muerte de dos jóvenes en la Academia de Policía, y la frustración de los policías que juran que “están mal dirigidos”. Ojalá “Mel” entienda que su “amigo” no sirvió, y que lo quite ya, para bien de la Policía y de Honduras.
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