Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: Historias de penitenciaría

Cosas veremos, Sancho amigo, que harán hablar las piedras
17.07.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.

Bora. Hace algunos años llegó a Honduras Bora Milutinovic; venía para clasificar al mundial de fútbol a la Selección Nacional. Pero, en el camino, encontró muchos detractores de su trabajo, críticos sin sentido y gente maleducada que lo atacó por el simple placer de hacer daño. Suspiró el entrenador y, listo para irse para siempre de Honduras, dijo: “Vine para clasificar una selección al mundial; no para educar a un pueblo”.

Hoy, esta frase lapidaria cobra vigencia cuando tenemos en Honduras a la primera mujer al frente del gobierno. Las feministas exigen que se le llame “Presidenta”, solo porque es mujer, pero, la realidad, que no se equivoca, debe educar a estas señoras que creen que deben estar en guerra contra todo lo que suene a masculino, o, como dice el doctor Castro, “contra todo lo que huele a calzoncillo”.

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Presidente es una palabra compuesta. Ente que preside, que está al frente. Así es el español, y aunque les pese a las guerreristas del feminismo, doña Xiomara es la señora presidente; la señora que preside el gobierno, que está al frente. Y nada tiene que ver con machismo o feminismo. Pero, como dijo Bora Milutinovic, “el león, el rey de la selva, castigó al toro porque estaba discutiendo con un burro”. Con respeto de los burros.

Fuga

Un día, en la vieja penitenciaría central, un hombre encontró a uno de los presos empapado de heces, apestoso y hasta con algunos de los gusanos negros que nadaban en el fondo de la letrina. Estaba este hombre en el baño, y la explicación que dio es que se había caído, y se había llenado de m...A nadie le interesó este asunto, hasta que aquello se repitió. De nuevo encontraron al hombre bañado de m..., y dio la misma explicación. Y pasó una tercera vez.

Los que lo conocían vieron que poco a poco enflaquecía, comía menos y tomaba bastante agua. Era un hombre solitario, no se relacionaba con nadie, y era diligente cuando le encargaban algún trabajo. Pero, un día, no contestó cuando pasaban lista, en la tarde. Lo buscaron por todas partes, y no lo encontraron. Los guardias salieron a las calles aledañas a la penitenciaría, preguntaron a todo el que se encontraron en el camino, hasta que a un sargento se le ocurrió averiguar en las orillas del río Chiquito, que pasa al lado de los muros de la penitenciaría. Allí estaban unos hombres sacando arena, y el sargento les preguntó:“¿Vieron pasar por aquí a un hombre que se escapó de la cárcel?”

“No -le dijeron los hombres-; no hemos visto a nadie. Por aquí al que vimos fue a un pobre loco que iba lleno de m... y que se lavaba la cara con el agua sucia del río...”El sargento dio un grito.

“¡Ese maldito es! ¡Se nos fugó el miserable!”

Fueron a las letrinas, que desaguaban en el río Chiquito, y vieron que los barrotes que cubrían el hueco en el muro estaban despegados.

“Por aquí se fue el desgraciado -dijo el alcaide-; pero, de que lo encuentro, lo encuentro”.

Lo buscaron por todas partes, hasta que lo encontraron en el mercado de Comayagua, cargando bultos. Lo trajeron de nuevo, y lo encerraron en una celda de castigo, desnudo y a pan y agua.

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Visita

Uno de los directores de la cárcel de varones de Támara me contó una historia que no debe quedar en el olvido.

Dice que un día llegó a la cárcel un hombre, un personaje reconocido, cuya presencia en aquel sitio le pareció extraña. Se conducía como se conduce hoy, con altanería y soberbia, y como si fuera el mesías de Honduras. Iba a visitar a un muchacho al que acababan de detener por cierto delito. Se trataba de un hombre joven, alto, bien parecido y elegante y fino. Por la condición del visitante, el director le prestó su propia habitación en la penitenciaría para que conversaran, ya que aquel hombre importante no quería que los otros presos lo vieran.

Así las cosas, pasó el tiempo, y dos horas después, el hombre importante y casi todopoderoso terminó la visita, el preso volvió a su celda, y el director se despidió con amabilidad perruna. Cuando el hombre se subió a su carro, un Mercedes negro, el director fue al baño. En sus cosas estaba, cuando le llamó la atención algo que estaba al pie de la cama. Se acercó para reconocerlo, y se encontró con un preservativo lleno, y manchado con heces. Buscó en la basura, y encontró dos más.

“Hasta hoy cuento eso -dice el director, retirado ahora de la Policía-; ese hombre se da aires de gran cosa, y es un pobre pervertido... No le voy a decir el nombre, pero se dicen unas cosas de él...”.

El amor

Dicen que el amor es la fuerza mayor del universo, y debe ser. Sucede que, una tarde fresca de Tegucigalpa, una mujer hermosa, alta, blanca, de chispeantes ojos verdes, tez rosada y labios carnosos y sensuales, salía de la penitenciaría central, donde había ido a visitar a un amigo especial. Quiso la casualidad, que a veces existe, que en la aduana estuviera en ese momento el señor director de la cárcel, el poderoso alcaide, y se fijó en la belleza sin par de aquella muchacha que llevaba encima un vestido que se le pegaba al cuerpo. Enamoradizo como era, el alcaide saludó a la niña con una sonrisa, de esas que son todo un poema, y la lamió, literalmente, con los ojos.

“¿Ya se va?” -le preguntó, con voz melosa.

“Ya” -le dijo ella.

“Pero, todavía es temprano... Bien puede quedarse un rato más con los amigos”.

“Es que tengo que irme ya, coronel... Pero voy a volver el domingo”.

“Es temprano -insistió el alcaide-, y si me permite, puedo invitarla un refresco en mi oficina. Venga...”La tomó de un brazo, y la muchacha no pudo resistir. Y aquel Casanova, que jamás perdía el tiempo, pidió refrescos, bocadillos y hasta un regalito para aquella niña tan linda.

Resulta que, ya que el hombre no consigue por guapo sino por necio, el alcaide consiguió que la muchacha le diera unos cuantos besos, unas delicadas caricias, dos o tres tocadas de espalda, y más abajo todavía. Cuando el alcaide quiso tocar más, ella se puso de pie, sonrió, se despidió, y juró por todos los santos del cielo que volvería la semana siguiente, pero, ya que venía desde Trinidad, Santa Bárbara, le pedía al coronel que le ayudara con algún dinerito para el pasaje.

“Pero, ¿vas a venir?”

“Sí; se lo prometo... Además, tengo que venir a visitar a mi amigo”.

“Y ¿vas a ser mía?”

“Sí, coronel... Mire que usted es un pícaro... Si se da cuenta su esposa, me va a matar”.

“¿Y es que vos le vas a ir a contar?”

“Uy, ni lo quiera Dios”.

Bajó el alcaide del segundo piso, acompañando a la bella y sin par, y él mismo le abrió el portón, y la despidió con un beso en la boca, a vista y paciencia de los guardias que admiraban “el pegue que tenía su jefe con las mujeres”.

“Para que aprendan -les dijo-. Ya van a ver como me voy a comer esa pollita”.

Lo bonito fue dos horas después, cuando pasaron lista y faltaba un reo. Lo buscaron por todas partes, y no lo hallaron. Preguntaron a todo el mundo, hasta que uno de los informantes del alcaide le dijo, en estricto secreto:

“Mire, coronel, ese chavo se la dio vestido de mujer. Viera que bonita se puso, con un vestido floreado que le quedaba como a las modelos. Y se puso peluca, y tacones y se pintó las pestañas... Yo no dije nada porque aquí si lo ven a uno sapeando, lo matan... Pero ya sabe...”.Por supuesto, la bella entre las bellas no volvió, y el coronel llevó por años la vergüenza en la cara. Dicen que el propio general Policarpo Paz García, le dijo:

“Hey, vos ¿y qué pasó con la pollita que te ibas a comer? ¿Es cierto que se te convirtió en pollo, con alas y todo?”

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Libertad

El secretario del juzgado tenía prisa. Cumplía años el domingo, y ya eran las tres de la tarde del viernes. Tenía que llevar una carta de libertad a la penitenciaría de varones de Támara, porque le dieron permiso lunes y martes, y al juez no le gustaba que se acumulara el trabajo. Así que llegó a la cárcel y presentó el documento. Llamaron al reo, y le entregó su libertad. Pero, lo raro era que el preso se mostraba extrañado. Temblaba cuando cogió la carta de libertad, y temblando salió de la penitenciaría, después de que terminaron con los trámites.

Pasó el sábado, luego el domingo, y en la mañana del lunes, un hombre golpeó con fuerza el portón de la cárcel.

“¿Qué querés? -le preguntó un sargento-. ¿Qué se te quedó aquí?”

“Es que quiero hablar con el director”.

“¿Para qué? Vos nada tenés que hacer aquí. Te dejaron libre, y es mejor que te vayás...”“Yo quiero hablar con el director”.

Le cerraron el portón, y el hombre se quedó afuera, esperando. Hasta que llegó el director.

“Mire, señor -le dijo-, es que yo no soy el de la carta de libertad del viernes... aquí hay otro que se llama como yo, y el guardia que me fue a llamar se equivocó, y mejor vengo y me entrego antes de que se den cuenta y me busquen por fuga... Vengo a que me meta preso otra vez”.

Dice el director que era la primera vez que veía que alguien quería estar preso.

“Y hay más historias -agrega-, como la del hombre, un toro, que salió por el portón principal, rodeado de guardaespaldas armados de Ak-47, salió a la carretera en un Jeep, se subió a una avioneta que lo esperaba, mientras sus hombres detenían el tráfico, voló a La Ceiba, donde lo escoltó una patrulla de la Policía, fue a la vela y al entierro de la mamá, regresó en la misma avioneta, y entró a la penitenciaría como si nada... Se lo voy a presentar algún día”.

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