TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real. Se han cambiado algunos nombres
BÓXER. Marcela era bonita, mucho más que bonita, porque a su belleza física se agregaba su dulzura, la bondad que llenaba su corazón y el amor con el que amaba a sus padres. Además, le gustaban los animales y nada deseaba más que un perro.
“Un día de estos te lo traigo, hija -le decía su padre-; un día de estos te doy la sorpresa”. Carlos, el papá, la adoraba. No solo porque era su hija, sino, también, porque era su única hija. Su madre no pudo tener más, a pesar de que Carlos deseaba tener una familia numerosa.
Pero ya que cuando Dios decide algo ni las oraciones lo hacen cambiar de opinión, Carlos y su esposa se conformaron con Marcelita y aprendieron a ser felices con ella. Un día, mientras la niña, de preciosos quince años, se entretenía en el jardín que había al frente de su casa sembrando piecitos de rosas, llegó su padre, en silencio, caminando despacio para no hacer ruido.
Llevaba en las manos algo que haría inmensamente feliz a su hija, que estaba distraída bajo la sombra de los árboles: un perro; un hermoso cachorro bóxer de tres colores: blanco, café y negro, cuya lengua le caía como corbata y cuyos ojos brillaban intensamente, llenos de vida, como estaba llena de vida su nueva dueña. Dio un salto Marcelita cuando vio el regalo que le traía su padre, y gritó de alegría. Agarró al perro, lo levantó más allá de su cabeza, y le dio mil besos a Carlos.
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El perro pasó a llamarse Scott, y desde ese momento se hicieron realidad aquellos versos que dicen: “Mamita, yo no quiero un hermanito; lo que quiero es un perrito, chiquitito y juguetón”. Iba Marcelita al colegio, y Scott la despedía en la puerta. Antes de regresar, la esperaba en el portón del jardín, y cuando se bajaba del bus, el perro saltaba de contento. Amaba a su dueña y su dueña lo amaba a él. Pero el diablo, que en todo se mete y envidia horriblemente la felicidad de los humanos, metió su nariz en aquella familia, y un día llevó hasta ellos la tragedia, igual que la llevó en otro tiempo al noble Job.
DESAPARICIÓN
Todo estaba tranquilo en la casa. La madre se afanaba en la cocina, el padre veía televisión. Marcelita jugaba con su perro en el jardín. Cuando la comida estaba servida, llamaron a la niña, pero esta no contestó. Salió su padre a buscarla al jardín, y solo encontró a Scott, echado debajo de un naranjo.
Buscó Carlos a su hija, y no la encontró por ningún lado. Era como si se la hubiera tragado la tierra.
“¡Tampoco está en su cuarto!” -dijo la madre. “No la encuentro por ningún lado -dijo Carlos-. ¿Vos la mandaste a hacer algún mandado?” “No; bien sabés que nunca la mando a la pulpería... Yo creía que estaba en el jardín jugando con el perro”. Al principio así fue, pero ahora la niña ya no estaba.
La buscaron en las casas vecinas y no la encontraron. Entonces, los padres, desesperados, fueron a la Dirección Policial de Investigaciones (DPI).
“Queremos denunciar la desaparición de mi hija” -dijo Carlos. “¿Cuándo desapareció? -le preguntó un agente-. O sea, ¿desde cuándo no está su hija en la casa?” “Pues desde esta mañana. Estaba jugando con el perro en el jardín, y ya no aparece por ninguna parte”. “¿Ya buscaron donde alguna amiga, donde algún familiar de ustedes?” “Ya buscamos por todas partes, señor; y en vez de estar haciendo tantas preguntas, ¿por qué mejor no nos ayuda a buscar a nuestra hija?” “Señor -le dijo el agente, levantando la voz, como ángel todopoderoso a quien no se le puede desafiar jamás-, este es el procedimiento, y aquí, en la Policía, tenemos que esperar veinticuatro horas para declarar a una persona como desaparecida.
Ese es el procedimiento, y tanto ustedes como nosotros tenemos que apegarnos a él”. Muchas veces, cuando el tonto se viste de uniforme se le suben los humos a la cabeza y transpiran poder por todas partes; sin embargo, el tonto ha de ser siempre tonto, y ya va siendo hora de que se depure de tontos la DPI.
Carlos y su esposa se miraron sin saber qué hacer o qué decir; aquel “dios”, empoderado bajo un uniforme que no sabe dignificar, los despachó sin una sola esperanza, con el corazón angustiado y rogando a Dios que su hija apareciera. Sin embargo, muchas veces Dios escucha las oraciones, pero al revés de lo que desea el desesperado.
DPI Al día siguiente, cumplidas estrictamente las veinticuatro horas, un oficial de la Policía de Investigación designó a un equipo para que ayudara a los padres de Marcelita, y los agente empezaron por visitar la casa y sus alrededores. “Llevemos al perro -dijo uno de ellos-; él podría ayudarnos a encontrarla, si es que está por aquí cerca”. “¿Qué quiere decir con eso?” -preguntó Carlos, desesperado. “Señor” -le dijo el detective, para quien la piedad no es una de sus virtudes-; en casos como este, o sea, como el de su hija, cuando se cumplen las veinticuatro horas de desaparecida, y no se ha pedido rescate por ella ni se tienen noticias, podemos empezar a esperar lo peor...”.
“¿A qué se refiere?” “Mire, don Carlos” -dijo el agente, después de carraspear dos veces para aclarar la garganta-, aunque existe la posibilidad de que su hija se haya ido con algún novio, o que algún enamorado insistente se la haya llevado, mitad a la fuerza, mitad por su propio gusto, existe también la posibilidad de que le haya pasado algo malo...”.
“¿Cómo así, señor? ¿Por qué no me habla claro?” “Si su hija no aparece en ningún hospital, es posible que... no esté viva”. La madre se desmayó.
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SCOTT
Al otro lado del jardín de la casa de Carlos estaban construyendo un edificio de apartamentos. El perro, estirando la cadena, y arrastrando casi al policía, se encaminó hacia allí, como movido por el instinto. Cuando se detuvo, empezó a chillar, como si llorara, y los policías avanzaron hacia una caseta que estaba construida bajo las ramas frondosas de varios árboles, y a cuyo alrededor se acumulaban materiales de construcción y desperdicios.
El perro se soltó de la cadena, y corrió detrás de los policías. En la caseta estaba Marcelita. Desnuda, empapada en sangre y agonizante. Un sonido seco salía de su garganta, como si sufriera, y su padre, quitándose se propia camisa, la cubrió, mientras su madre gritaba desesperada.
“¡Llevémosla al hospital! -gritaba Carlos-. ¡Mi niña se me muere! Dios mío, ¿qué fue lo que me le hicieron a mi niña?” E igual de desesperado que su padre, Scott se acercaba a Marcelita, oliéndola, lamiéndola y chillando en medio de una sincera angustia. Por desgracia, Scott iba a quedarse solo. Antes de llegar al Hospital Escuela, Marcelita murió en brazos de su padre. No dijo una sola palabra la niña ni abrió los ojos. Tenía un golpe en la cabeza, que le había roto los huesos, y sangró por la herida hasta que su corazón dejó de latir.
FORENSE
El dictamen de Medicina Forense no se hizo esperar. A Marcelita la habían golpeado con fuerza con un objeto romo, causándole un estado de inconsciencia que duró hasta la muerte. La herida sangró abundantemente, y aquella fue una de las causas de que la niña perdiera la vida. Se había desangrado, además del daño severo que tenía en el cerebro a causa del golpe. Pero también la habían violado.
¿Cuántas veces? El forense no podría decirlo. Tomó muestras de fluidos, pero había que esperar a tener pruebas de ADN.
“Pero hay algo en el cuerpo que puede decidir la solución de este caso -le dijo al agente a cargo del caso-; una mordida que tiene la niña en el cachete derecho”. El agente dio un grito de alegría. “Ya tenemos al maldito que le hizo esto” -exclamó. Y, sin perder un momento, dio una orden: “Rodeen la construcción, y no dejen salir a nadie” -dijo. “Entendido, señor”. “Y detengan a todos los albañiles que están trabajando en la construcción”. “¿A todos, señor?” “Eso dije. A todos”. Y como quien manda no suplica, todos los albañiles fueron detenidos para investigación.
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ENTREVISTA
Uno a uno empezaron a declarar. Y, uno a uno los fueron descartando como sospechosos. Pero había tres de ellos que estaban nerviosos, fumaban compulsivamente y hablaban en voz baja entre ellos.
“Vamos a ver -les dijo el detective-, ustedes tienen mucho qué decirle a la Policía sobre la muerte y violación de esta niña..., y vamos a hablar antes de que les caiga el fiscal, y les vaya peor... ¿Me están entendiendo?” Los albañiles se miraron entre sí. Ramón bajó la cabeza. “Pasá vos” -le dijeron al primero. Entraron a la oficina, y el muchacho se sentó. “Yo no sé nada -dijo-; yo no sé nada...” “¿Estás seguro?” “Yo no sé nada”. “Pues uno de tus compañeros nos dijo que ustedes tres se veían muy sospechosos, y nos dijeron que los investigáramos”. “Esos manes hablan casaca, señor... Yo no sé nada”. “Está bien. Pasá a esa salita, y esperános... Solo hacemos un papeleo, y te vas para tu casa”. Salió el hombre, y llamaron a Ramón. “No vamos a perder el tiempo -le dijo el detective, mientras Ramón se sentaba-; ya tu compañero confesó, pero quiero darte la oportunidad de que me digás la verdad”. “¿Qué fue lo que dijo ese men?” “Que vos mordiste a la niña en el cachete”. Ramón dio un salto. “Así que es mejor que me digás la verdad. Si el fiscal viene y te pregunta estas cosas, le va a pedir al juez que te dé cadena perpetua... Vos decidís”. Ramón bajó la cabeza. “Yo me quería comer a esa cipota” -dijo. “Por eso la mordiste”. “Es que me emocioné... Me metí al jardín, le di con un garrote en la cabeza, y me la llevé.
El perro no hizo nada porque ya me conocía; yo le daba huesos y pan. Y la metí en la caseta de los materiales. Allí me la comí, pero mis dos amigos me descubrieron, y me dijeron que qué linda pollita me estaba comiendo, y que les diera chance; así que ellos también la agarraron... Después la dejamos allí, seguros de que al despertarse se iba a ir para la casa... Pero la mala suerte es que le di con el palo hasta matarla... Y ahora me toca pagar lo que hice...” “Vos y tus amigos”. “Esos sapos, hijos de p...”
NOTA FINAL
Los tres violadores están esperando juicio. Ramón sabe que le esperan muchos años de cárcel. En la casa de Marcelita, Scott ya no se levanta del césped del jardín cuando pasa el bus en el que iba al colegio la niña, y pasa tan triste como los padres. Y todo por la maldad de un hombre bestial, o de una bestia que se considera hombre. Carlos, entre lágrimas, se lamenta: “Tal vez mi niña no hubiera muerto si los policías hubieran venido a buscarla el mismo día en que denuncié que había desaparecido... Tal vez... Pero con ese director tan muela que tienen los policías, el pueblo siempre estará desprotegido”.