Dennis. Había una vez, en la virgen de las llanuras, Choluteca, un hombre encantador, seductor irresistible y depredador supremo entre las mujeres más bellas del sur, lo que lo convertía en enemigo de todos los maridos y un peligro real para todos los hogares. Aparte de esto, era la envidia de muchos. Se llamaba Dennis Dajórkes, un hombre de aspecto desagradable, aliento fétido, calva reluciente, cara ancha, en la que destacan dos ojos de buey, dos labios gruesos, pómulos resaltados y una barbilla hirsuta, siempre mal afeitada. En opinión de un oficial de policía de Choluteca, “solo le falta la joroba y un tumor en una ceja para que se parezca a Cuasimodo”, el horrible personaje de “Nuestra Señora de París”. Sin embargo, y pese a estas características, el hombre era un Juan Charrasqueado.
En las llanuras de Choluteca no dejaba ni una flor; las mujeres más bonitas se rendían a sus “encantos”, sin importar si ellas acababan de salir de un convento, de un burdel, de un hogar bien constituido o acababan de separarse del marido. Todavía hoy, en Choluteca, se habla de “el gran Dennis” con admiración, aunque siga flotando en el ambiente el olor a sangre y a muerte que provocó su desesperada afición a las mujeres ajenas.
Por supuesto, está claro que el hombre llega hasta donde la mujer lo permite. Dennis habló, Wendolyn aceptó, como lo hicieron muchas mujeres más que llevan en la piel la marca del Zorro, porque este Casanova es un zorro en el arte de la seducción, sobre todo de mujeres con baja o inexistente autoestima.
“¿Qué es lo que le ven las mujeres a este hombre? -se pregunta el oficial de la Policía que asistió a la tragedia, esa madrugada-. ¿Qué es lo que lo hace irresistible para las mujeres? ¡Mírelo, Carmilla! ¡Mírelo bien! En mi opinión, este es uno de los hombres más feos que existen”.
“Mi estimado amigo -le respondí, viendo la fotografía de ‘el gran Dennis’ -, es cosa cierta que los hombres más feos son los que gozan de los favores de las mujeres más bellas... Y no lo digo yo; lo dijo, hace mucho tiempo, un escritor que se llamó Honorato de Balzac, que se consideraba a sí mismo ‘el más feo entre los feos’, y cuya esposa era bonita, culta y hermosa”.
“Pero, lo que este hombre provocó -siguió diciendo el oficial, tocando la fotografía con la yema de un índice-, es algo que no le van a perdonar... La muerte de ese muchacho ha sido una tragedia horrible, y el brazo de la venganza lo va a alcanzar, más temprano que tarde... Como policía, le advertí a la persona que ha jurado vengarse que va camino del delito, y que pagará con cárcel lo que haga en contra de este hombre; sin embargo, me dijo que eso no le importaba, y que ‘el gran Dennis’, como le dicen aquí, va a pagar lo que hizo”.
“Bueno, pero no solo ‘el gran Dennis’ es culpable de esta tragedia...”.“Así se lo hice ver, pero, cuando le mencioné este detalle, solamente sonrió, y noté en su sonrisa algo maligno... Hay sangre derramada a causa de una pasión, y esa sangre clama justicia desde la tierra. Y creo que este hombre va a cumplir sus amenazas. Dice que ya sabe dónde se esconde ‘el gran Dennis’”.
El oficial hace una pausa.
“Ya informé al fiscal, y planificar el daño a una persona es un delito. Y aquel que quiera hacer justicia por su propia mano, debe pensar primero que pagará su crimen tarde o temprano. Además, lo que pasó, viéndolo desde un punto lógico, fue una decisión exclusiva del muchacho. Él decidió por sí mismo apretar el gatillo, y en esto debería ponerse a pensar el vengador, ese que quiere hacer justicia. Y no es que yo condene al muchacho. Tomó esa decisión, y lo hizo motivado por esos sentimientos oscuros, y a veces inexplicables, que le destrozaban el corazón, porque él estaba enamorado de la mujer; pero fue su decisión; solamente suya”.
Crisis
Genio y figura hasta la sepultura, “el gran Dennis” estaba tratando de recuperar su matrimonio, el que estaba al borde del abismo “por esa natural afición suya a las faldas”, o, mejor dicho, a lo que hay debajo de las faldas. Su esposa, digna en su dolor, tratando de salvar lo que quedaba de su hogar, aceptó las promesas de su marido de que todo cambiaría, de que sería un mejor hombre de “hora en adelante”, y que “ese vicio” que lo torturaba sería vencido al fin. Y, así, el esposo pródigo regresó a su casa, se comportó como es debido, alegró el corazón de su esposa, y devolvió la paz y la seguridad a su familia. Sin embargo, estaba claro que “el gran Dennis” podía resistirlo todo, menos la tentación, y esta, en alas del diablo, empezó a rondarlo, como el zancudo del dengue que no se satisface nunca. Por desgracia, fue su abnegada y sufrida esposa el agente del maligno para que se empezara a escribir la tragedia que sigue estremeciendo a Choluteca.
“Me van a dar un cargo en el gobierno -le dijo Dennis a su esposa-; es un cargo de mucha responsabilidad, y debo armar mi propio equipo, porque no voy a trabajar con cachurecos”.“¡Ah, pero no vas a llevar a cualquiera para que sea tu asistente!”.
“No”.
“Sí querés aceptar ese puesto, vas a llevar como tu asistente a mi amiga; a Wendolyn Alvarado, que sabés que es mi mejor amiga; y ella es en la única mujer que puedo confiar que no se va a meter con vos”.
Y, presionado por su esposa, y casi a regañadientes, el nuevo funcionario del gobierno aceptó la imposición de Wendolyn como su principal asistente. Por desgracia, aquello de “gallina que come huevos, aunque le quemen el pico”, se cumplió al pie de la letra en aquella oficina del Estado. Wendolyn, la bella y hermosa Wendolyn, amiga más leal que fiel de la esposa de “el gran Dennis”, sucumbió a los extraños y casi diabólicos encantos de este infalible seductor, y, en traje de Eva, traicionó la confianza que tuvo en ella su amiga; su mejor amiga.
La Bella
Es una mujer de una “figura exquisita”, como dice el oficial de policía; no muy alta, de rostro bonito, ojos grandes y alegres, boca sensual, pelo negro, lustroso y brillante, y un cuerpo que ya lo desearan algunas de las mejores modelos del mundo.
“El diablo tiene sus mañas -agrega el policía-, y creo que desde hacía algún tiempo estaba tejiendo la trampa en la que iban a caer estas personas; y el diablo, astuto como serpiente, conocía bien las debilidades de los tres, y, riéndose, organizó las cosas para que todo terminara en muerte”.
“Entonces, ¿hay que perseguir al diablo por lo que pasó?”
“Es una forma de decirlo, Carmilla... No se burle de mí”.
El oficial sonríe, baja la cabeza, toma un trago de café, y sigue diciendo:
“Wendolyn se había separado de su esposo. ¿Por qué? No lo sé; pero debió ser por esas razones que tienen las parejas para destruir lo que tanto les ha costado construir: el hogar. Ella ya tenía un hijo de otro, y le dio un hijo a Jorge. Él era oficial de seguridad; o sea, que trabajaba en el ambiente de la seguridad de personas e instituciones, y siempre estaba armado. Se separó de su esposa, ella lo mantenía alejado con la orden de un juez, y él seguía rogándole a Dios que las cosas se arreglaran entre ellos porque estaba enamorado. Pero, un día, su hijo, un niño pequeño, le dijo: Papá, fijate que yo vi a mi mamá acostada desnuda con don Dennis en tu cama”.
El oficial hizo otra pausa. Miró hacia afuera, donde el calor era mitigado levemente por una lluvia torrencial, y luego añadió:
“Allí el hombre se dio cuenta de que su mujer ya era de otro, y, en su desesperación, llamó al hombre que le había quitado lo que más amaba en la vida. Y ‘el gran Dennis’ le respondió aceptando los hechos, librándose de culpa porque ‘la mujer ya no estaba con vos’”.
No tenían nada más qué decirse. El mundo se había abierto a los pies de Jorge, y todo había perdido valor para él.
El adiós
Era su última tarde. Ya lo había decidido. Estuvo viendo un partido de fútbol con sus amigos, “y estaba alegre”, luego se fue para su casa. Pero no pudo dormir. De todas maneras, ¿para qué dormir si estaba a punto de dormir para siempre? Llamó a sus amigos a eso de las dos de la mañana. Posteó en Facebook lo que él consideró “su venganza”, hablando sobre su esposa, bajo una fotografía en la que Wendolyn se veía sonriente, bella y hermosa, y escribió “esta es mi esposa, es hija de Fulana de Tal; me fue infiel con Fulano... Conózcanla...”.
Después, hizo dieciséis llamadas, pero solo uno de sus amigos le contestó, el fiel Victoriano.
“Me voy a matar” -le dijo.
“No, hombre; no digás eso. Calmate, y mañana hablamos. No vale la pena quitarse la vida por una mujer como esa... No hagás eso, amigo...”.
Hablaron mucho tiempo y, al final, Victoriano logró calmarlo. Pero el ángel de la Muerte rondaba cerca, y no se iría con las manos vacías. Jorge lloraba, estaba desesperado, como se desespera aquel enamorado al que le han robado la mujer amada; como se desespera aquel a quien la mujer que ama lo ha traicionado como la más vil de las mujeres. Aunque ya no estaban juntos, y aunque ella ya no lo quería, él la seguía sintiendo suya, porque suya era en lo más profundo de su corazón.
La amaba, y su amor estaba por encima de todo. Y no tenerla era como no tener la vida. Su vida era Wendolyn, la adoraba, y sin ella, nada tenía sentido. Absolutamente nada. Su vida sin ella era un martirio, y mucho más ahora que sabía que era otra de las fáciles y extrañas conquistas del depredador por excelencia, del maestro de los seductores, del conquistador empedernido: “el gran Dennis”. Y, como Manuel Acuña, a punto de entrar en el más allá por mano propia, seguramente dijo: Tú eras mi esperanza, mas, ya que a sus fulgores, se opone el hondo abismo que existe entre los dos; adiós por la vez última, amor de mis amores; adiós, mi dulce esposa, para siempre adiós”.
Fue entonces que levantó la pistola que tenía en su mano sudorosa. La llevó despacio hasta su cabeza, temblando la mano, agitado el pecho, sosteniendo la respiración, mientras apretaba los dientes con fuerza, cerrados los ojos... Y, sin dudarlo un momento, apretó el gatillo. La pistola saltó de su mano, una corona de sangre brotó de la herida, la bala se abrió camino en su cerebro, y su corazón palpitó con más fuerza; luego, se detuvo. Había llegado la muerte. Jorge, el enamorado esposo, el desesperado marido, el hombre engañado; el hombre que amaba a su mujer más que a sí mismo, estaba muerto. Su espíritu había vuelto a Dios...
“Tienen que pagar -le dijo aquel hombre al oficial-; tienen que pagar... Duele ver a Jorge bajo tierra, muerto, sin que Dios, el buen Dios le haga justicia...”.
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