Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: La lengua del sapo (II parte)

A veces, hay arañas que se enredan en sus propias redes

07.03.2021

Este relato narra un caso real.

Se han cambiado los nombres.

(Segunda parte)

PRIMERA PARTE: La lengua del sapo

TEGUCIGALPA. Los hombres desaparecen en una aldea sin dejar rastro. Se ganan la vida como destazadores de reses y no les va mal con su negocio; además, son muy estimados por todos. Sin embargo, un viernes se esfumaron y dejaron sin carne a la gente el domingo siguiente. Y nadie podía decir lo que había pasado con ellos porque no tenían problemas con nadie. Pero los detectives de la DPI dan con una pista que los hace pensar y, de repente, se dan cuenta que ya no hay que buscar a los muchachos; ya los encontraron. Estaban muertos, semienterrados en una hondonada camino del río, lejos de la aldea. Ahora, los policías entraban de lleno en el misterio de los destazadores desaparecidos.

CRIMEN. Los cuerpos estaban en estado de descomposición. Aunque el terreno era blando, sus asesinos los enterraron casi a flor de tierra, y unos perros los sacaron, llamando a las hormigas, a las moscas y a los zopilotes.

DE INTERÉS: Selección de Grandes Crímenes: Un poderoso caballero

“Nosotros buscábamos una vaquilla que se nos perdió –les dijo a los policías un muchacho–, y sentimos un mal olor; nos acercamos porque creímos que la vaquilla se había caído, a lo mejor se había quebrado, y se había muerto allí, pero nos pareció raro porque se nos perdió la noche anterior y no era posible que ya apestara tanto… Y cuando nos acercamos vimos a unos zopilotes peleando por la carroña. Eran Jorge y Luis; allí estaban, medio enterrados… así como usted los ve”.

VEA: El cuchillo del general

El espectáculo era horrible. Los cuerpos estaban uno cerca del otro, boca arriba, amarrados de pies y manos, y con un pedazo de soga al cuello. Ya los zopilotes les habían comido los ojos, y se veían gusanos por todas partes, sin embargo, el forense dijo que los habían torturado antes de estrangularlos con un torniquete. Le habían quebrado los dedos de las manos, los habían cortado con cuchillos filosos, más para hacer daño que para quitarles la vida, y tenían golpes fuertes en el rostro. Incluso, uno de ellos, Luis, no tenía los dientes de adelante; se los habían quebrado a golpes con un objeto romo y duro. Jorge tenía la base de la nariz deshecha.

DPI. En la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) de Choluteca los agentes se hicieron una sola pregunta:

“¿Quién los odiaba tanto para matarlos de esta forma?”

“Seguramente, alguien a quien le habían hecho un daño muy grande, y muy grave, y estamos ante un crimen de venganza”.

“Los torturaron con odio”.

“Eso nos demuestra que los muchachos se ganaron un enemigo muy peligroso, violento y sin escrúpulos”.

“¿Pero por qué?”

“Sabemos que los muchachos se dedicaban a destazar reses. Compraban una cada semana, y la destazaban el domingo, vendían la carne y se ganaban algo de dinero para seguir la vida…”

“Pero, un domingo destazaron tres reses de una sola vez; tres animales, y tenían tanta carne que tuvieron que venir a Choluteca para venderla”.

“Y les fue muy bien”.

+ El despertar de la ira

+ El despertar de la ira (Parte II)

“Pero ya el domingo siguiente no destazaron, aunque habían comprado un buey para el destace”.

Los detectives iban por partes.

“Ahora ya sabemos lo que pasó con ellos; no importa si llevaban mucho dinero encima y si eran buenos y queridos por todo el mundo. Los raptaron, los llevaron a alguna parte, donde los torturaron y los asesinaron, seguramente el mismo lugar donde los enterraron, y así, alguien se cobró una deuda grande… alguien que recibió de parte de ellos un daño muy grave, o que creyó que ellos lo habían dañado…”

“¿Quién pudo ser?”

“Es lo que tenemos que averiguar”.

TRES VACAS. Los detectives de la DPI seguían analizando el caso, formulando hipótesis y esforzándose por resolver el misterio de aquel doble asesinato.

“Sabemos que los muchachos destazaban reses, ¿verdad? –preguntó un agente del equipo de investigación–. ¿Sí? Bien. ¿Pero qué tipo de animales mataban? Por lo que sabemos, eran animales viejos, bueyes, toros, vacas que ya habían parido varias veces y que habían envejecido, y, de vez en cuando, uno que otro animal que se había accidentado y que estaba a punto de morir o se había quebrado una pata y era imposible que se recuperara y viviera así… ¿Vamos bien?”

“Vamos bien. Eso es lo que nos dijeron las personas de la aldea. Y es por eso que dicen que a los muchachos les quedaba siempre un poco más de ganancia porque compraban los animales baratos”.

“Así es, y ellos se habían acostumbrado a trabajar así. Buscaban animales que los dueños ya no estimaran tanto, o que quisieran deshacerse de ellos antes de perderlos por completo”.

“Y hablando de perder animales por completo, sabemos que una señora que se llama doña Mencha perdió tres vacas parenderas, o paridas, en un mismo día”.

“Y todo el mundo en su aldea lo supo”.

“Pero ella no denunció la desaparición de las vacas hasta que no llegara su marido, que se había ido a trabajar a Tegucigalpa como albañil porque se le había puesto difícil la situación económica en su casa”.

“Así es. ¿Y ya sabemos quién es el marido de doña Mencha?”

“Tenemos bonitos informes de él. Se llama Obdulio, fue sargento del Ejército, del Recablin, y tiene cincuenta años; se dice que es un hombre serio, de carácter fuerte y que domina a su familia como si mandara a sus soldados. Es más, dicen las vecinas, que doña Mencha tiene que asegurarse de que no se le pierda ni siquiera una gota de la leche de las vacas porque don Obdulio sabe cuánto dinero debe tenerle cada sábado por la venta de la leche, y que no los deja que se tomen ni siquiera una cucharada de leche. Además, dicen que maltrata a la señora desde hace mucho tiempo…”

“Ajá. ¿Qué más hemos averiguado?”

“Hay un detalle muy importante –intervino un detective que hasta ese momento revisaba unos papeles–, y es que el Clase I de la zona me dijo que Moncho, el hijo mayor de don Obdulio, salió una mañana muy temprano, se montó en el bus que iba para Choluteca, y que él lo vio regresar hasta la tarde siguiente, lo que significa que el muchacho hizo un viaje largo; más allá de Choluteca. O sea, hasta Tegucigalpa”.

“Es posible que haya ido a Tegucigalpa a ver a su papá”.

“O a decirle a don Obdulio que sospechaba quiénes fueron los que les robaron las vacas… Si no fue así, ¿por qué hacer un viaje tan largo?”

“¿Y sabemos dónde está don Obdulio?” “Trabaja como responsable de la seguridad de un proyecto, de un edificio que están construyendo en una colonia de Tegucigalpa. Primero entró como albañil, pero se ganó la confianza del ingeniero, su jefe, hasta que lo ascendió a guardia del proyecto”.

“Entonces, ¿ya lo tenemos localizado?” “Los compañeros de Tegucigalpa dicen que los trabajadores del edificio en construcción les dijeron que don Obdulio le pidió permiso al ingeniero y que se perdió una semana. Dijeron, también, que un muchacho, un hijo suyo llamado Moncho, fue a buscarlo a la construcción, y que se fueron a platicar en secreto a una esquina del proyecto, detrás de una pila de ladrillos. Allí hablaron, y uno de sus compañeros escuchó una conversación. Pero, antes, hay que aclarar que desde que don Obdulio se hizo cargo de la seguridad del proyecto, registraba a sus propios compañeros cuando salían del trabajo, y que había encontrado a algunos llevándose material, por lo que los denunció con el ingeniero, y este los corrió. Por eso le decían lengua de sapo”.

“Ajá. Veo que han hecho un excelente trabajo”.

“Somos la DPI, jefe, y tenemos la obligación de resolver los casos y hacer que los criminales paguen sus delitos”.

“Pues siéntanse orgullosos de eso”.

“Sigamos. Pidió permiso don Obdulio, y se fue con su hijo. Y todo, en la semana en la que Jorge y Luis desaparecieron”.

“Sí, pero vamos por partes. ¿Cuál fue la conversación que escuchó el hombre que estaba detrás de los ladrillos?”

“Aquí está. Yo lo entrevisté. El muchacho le dijo: Mire, papá, ya sabemos quiénes fueron los que se robaron las vacas. Fueron Jorge y Luis, y las destazaron el domingo, pero como no pudieron vender toda la carne en la aldea, la llevaron a Choluteca y se la vendieron a don Carmelo, al topón, y por un precio bien bajo…”

+ El fuego del diablo (Primera parte)

+ El fuego del diablo (Segunda parte)

“Y ustedes, ¿por qué no cuidaron las vacas?”

“Sí las cuidábamos, papá, pero esa noche, ellos se las ingeniaron para sacarlas del corral”.

“¿Y los perros?”

“Pues a mi mamá le parece que como los perros conocían bien a Luis y a Jorge, más bien les meniaron la cola…”

“Ah, pues sí –dijo don Obdulio–; hay que matar a estos hijos de su madre”.

El agente calló.

“Eso fue lo que el hombre escuchó –dijo–, pero todavía tenemos más. Cuando les informamos a los muchachos de Tegucigalpa que entrevistaran a don Obdulio, fueron a la construcción, pero don Obdulio no había regresado. Fueron al día siguiente, a eso de las dos de la tarde, pero les dijeron que había llegado esa mañana, bien temprano, pero que se fue a hacer un mandado al centro y que no había vuelto. Entonces, los detectives fueron donde una señora a la que los albañiles le compraban comida. Y le preguntaron si conocía a don Obdulio, el jefe de seguridad del proyecto. Ella les dijo que sí”.

“¿Cuándo fue la última vez que lo vio?” “Hoy en la mañana, bien temprano –les dijo la señora–; vino a comprar tortillas con quesillo y una bolsa de agua, y se nos dio la plática. Yo le dije que unos amigos de él, que eran policías de la DPI, lo habían venido a buscar ayer. Pero él no dijo nada, se quedó callado, y se fue. Dijo que ya iba a regresar y ahí me dejó con las tortillas hechas, y ni me las pagó”.

NICARAGUA. Pasaron los meses y de don Obdulio y de su hijo Moncho no se sabía nada en la aldea. Unos decían que se habían ido al norte a trabajar, otros que se habían ido mojados para Estados Unidos y que estaban en México esperando cruzar al otro lado, pero una tarde, en la DPI de Choluteca recibieron una llamada desde Nicaragua. Un oficial de policía dijo que habían localizado a dos hondureños en una aldea cerca de la frontera, y que los habían detenido por escándalo en la vía pública porque se bebieron dos cajillas de cerveza y después se pusieron a discutir con unos hombres y se agarraron a puñetazos. Cuando metieron sus nombres en la computadora, les salió que la DPI de Honduras los andaba buscado por creerlos sospechosos de doble asesinato”.

NOTA FINAL. Esa misma tarde, la DPI recibió a don Obdulio y a su hijo en la frontera de Las Manos. Don Obdulio reconoció el crimen ante el juez, y libró de responsabilidad a su hijo. El juez condenó a don Obdulio a unos buenos años de cárcel. “No voy a salir vivo de aquí –dice don Obdulio–, y no me importa. Ya mi hijo está grande y es el hombre de la casa. Yo soy macho en cualquier parte, y aquí me voy a podrir, o me meten un cuchillo por la espalda… Pero lo que hice, bien hecho está… Me robaron las vaquitas, y tenía que castigarlos. Yo soy de esos hombres con los que no se juega”.

Hace una pausa, se bebe un refresco casi de una sola sentada, y, luego de eructar educadamente, agrega:

“Mire, Carmilla, yo no he sido bueno, lo reconozco, pero yo creo que nadie debe dejarse fregar por otro… A mí me costaban mis animalitos, y esos pícaros se los robaron solo porque vieron a una mujer sola, y se aprovecharon… Ya estoy viejo, y de los años que me echó el juez le voy a quedar debiendo, porque sé que de aquí voy a salir solo muerto. Y no me arrepiento de nada”.

HONOR. Escribo este caso en honor a los agentes de investigación criminal de la DPI de Choluteca por el excelente trabajo que realizan cada día, aun a costa de sus propias vidas. Felicidades