(Segunda parte) Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres.
Resumen. Una señora muere de un ataque cardíaco en un hospital de San Pedro Sula. Se trataba de una de las personas más ricas de Honduras. Su muerte, natural, causa dolor en sus familiares, y la vida sigue. En la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), un detective de homicidios aparece de pronto como un hombre rico. Cambia, de la noche a la mañana, su vieja moto por una Mitsubishi último modelo, y su ropita sencilla por ropa de marca, su viejo reloj por uno moderno y su billetera antigua por una de piel de cocodrilo en la que rebalsan los billetes de quinientos. ¿Qué ha pasado con este policía? ¿Se sacó la lotería y guarda bien el secreto? ¿O encontró la suerte en algún lugar y no dejó pasar la oportunidad?
General
El detective hace una pausa después de comer, se relaja, toma un largo trago de café, y dice:
“Mi general me ordenó investigar, y yo no sabía por dónde empezar, pero de los tres casos que le asignaron a mi compañero en San Pedro, solo uno era de alto perfil. Y es que uno de los hijos de la señora le pidió a un fiscal, amigo suyo, que investigara la muerte de la mamá porque estaba seguro de que la habían matado en el hospital”.
“¿Por qué decís eso?”
“Porque ella estaba en perfecto estado de salud; acababa de hacerse los exámenes para renovar los seguros de vida en Estados Unidos y estaba llena de vida. De repente, esa mañana que murió, empezó a vomitar, cosa que nunca le pasaba, y la llevaron al hospital”.
“¿A cuál hospital?”
“Al Mario Catarino Rivas”.
“¿Cómo?” ¿Al Catarino? ¿Por qué allí? ¿Es que es el hospital que estaba más cerca de tu casa, o qué?”
“Ese hospital está lejos, y no sé por qué la llevaron allí, cuando debió ir a CEMESA, o a cualquier otro hospital privado, y más cerca de la casa de mamá”.
El fiscal trató de calmarse.
“A ver –dijo–, vamos por partes. Tu mamá se siente mal después del desayuno, la llevan a un hospital, ¿por qué? ¿Es que era muy grave lo que sentía?”
“No sé, y no lo creo. Vomitó, y nada más, pero, alguien en la casa llamó a una ambulancia, y aquí es donde está la otra parte de este enredo. ¿Para qué llamar a una ambulancia si en la casa hay seis carros y tres choferes, y mi hermana puede manejar bien? ¿Por qué no subirla a un carro y llevarla, si es que era de tanta emergencia el caso de mamá? Y aquí va la otra parte: dice uno de los guardias que de pronto él vio que se parqueaba una ambulancia frente a la casa, pero que él la había visto estacionada a unas dos cuadras poco más o menos de la casa, y que de repente encendió las luces, puso la sirena, y salió disparada y fue a detenerse frente a la casa… ¿No te parece sospechoso eso?”
“Pues, en realidad, sí –dijo el fiscal–. Sobre todo, tres cosas: ¿por qué no la llevaron al médico en uno de los carros de la casa? ¿Por qué la llevaron al Catarino Rivas? ¿Y por qué estaba esa ambulancia allí, estacionada, y reaccionó tan rápido?”
“Hay un detalle más –dijo el hombre–, y es que yo le pregunté a la señora que cuidaba a mi mamá en qué momento se puso mal ella, y me dijo que después de desayunar. ¿Inmediatamente después? –le pregunté–. Sí, niño; inmediatamente, como si algo del desayuno le hubiera caído mal al estómago”.
“¿Tú mamá era alérgica a algún alimento en especial?”
“Sí; no toleraba la toronja, y por eso, nunca había toronja en la casa. Nadie la consumía desde que murió mi papá, al que sí le gustaba mucho”.
“¿Algo más? ¿Era alérgica a algo más? ¿O qué le dieron en el desayuno esa mañana?”
“Lo normal. Huevos, frijoles como a ella le gustaban, plátano, jamón, tostadas con mermelada y jugo…”
“¿Jugo de qué?”
“De arándanos; se lo mezclaban con algo de naranja fresca, y a ella le gustaba”.
“¿Tenemos informe de la autopsia?”
“No; no le hicieron autopsia. Dicen los médicos que cuando llegó al hospital sus signos vitales eran débiles, y que murió al entrar a emergencia de adultos. No pudieron hacer nada por ella. La cubrieron con una manta, y mi hermana nos llamó por teléfono… a los hermanos, quiero decir”.
“¿Tu hermana iba en la ambulancia con tu madre?”
“Pues, no… Ahorita que me preguntás, no; ella iba atrás, en su carro”.
“¿Con quién iba?”
“Sola. Llamó a mi hermano menor y le dijo que mamá acababa de morir en el Catarino Rivas. Del corazón. Después nos explicó que se puso mal en el desayuno y que ella llamó a una ambulancia”.
“Y la ambulancia no tardó ni un minuto en llegar”.
“Así es”.
“¿Y tu mamá ya está enterrada?”
“La cremamos, como era su deseo, y sus cenizas están cerca de las de papá”.
“¿Ya leyeron el testamento”
“Ya”.
“¿A los cuantos días?”
“Dos, tres…”
“Bien… Voy a hablar con el Jefe de la DNIC y vamos a investigar… Hay muchos detalles extraños aquí”.
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Agua
Pidió agua el detective, y, después de tomar medio vaso, dijo:
“Un mes después le levantaron el castigo a mi compañero, y regresó a Tegucigalpa. Pero yo hablé con el fiscal y me dio todos esos datos que le di ahorita. A mi compañero la habían asignado el caso, y trabajó en él dos semanas hasta que concluyó que la señora había muerto de muerte natural y que la DNIC nada tenía que investigar… Y dijo que todos aquellos datos, que a unos les parecían extraños, eran casualidad, y que cerraba el caso. Al día siguiente regresó a Tegucigalpa”.
Hizo una pausa.
“Yo ya estaba en San Pedro. Mi general me había enviado con esa misión, y se me ocurrió investigar de quién era aquella camioneta Mitsubishi, o sea, de quién había sido antes. Y pedí las placas. Me llevé una sorpresa. Estaba a nombre de Yanín, la hija de la señora muerta, y recientemente había sido traspasada a nombre de mi compañero, vendida, supuestamente, por un precio bajo, que ella recibió a satisfacción. Y entonces me pregunté: ¿de dónde sacó trescientos mil lempiras mi compañero si nunca le ajustaba el sueldo y pedía prestado muchas veces, y hasta lo invitábamos a desayunar en la glorieta de la DNIC en Villa Adela? De ahí quise hablar con Yanín, pero me dijeron que ella se encontraba mal, a raíz de la muerte de la mamá, y que si tenía algo que hablar, lo hiciera con sus hermanos. Fue allí que el hermano mayor puso el grito en el cielo cuando supo que Yanín le había vendido su camioneta al detective que investigaba el caso de la mamá. Ella se puso a llorar, y parece que nadie entendía por qué. Entonces, pedí hablar con la señora que cuidaba a la mamá, pero ésta ya no trabajaba con ellos. Y pedí la dirección. Fui hasta Chamelecón. Allí estaba la señora, y al vernos, se puso nerviosa”.
“¿Usted cuidaba a la señora?” –le pregunté.
“Sí, por más de treinta años estuve con ella”.
“¿Qué le dio de comer esa mañana? La señora respondió con nerviosismo, y sin darme la cara. Y dijo: Yo le hice el desayuno, pero el jugo se lo hizo la niña Yanín”.
“¿Y en el jugo le puso toronja, verdad?”
“Ay, sí, señor, pero yo le dije que eso le iba a hacer daño, y ella me dijo que me callara la boca o que me iba a correr… Y yo no dije nada, pero la señora comió, se tomó el jugo, y empezó a vomitar. Ella, Yanín, llamó a una ambulancia, y la ambulancia llegó casi de un solo, como si hubiera estado esperando allí cerca, y se llevaron a la señora…”
+ El despertar de la ira (Parte II)
“¿El jugo de toronja se lo puso Yanín en el vaso a la mamá sabiendo que era alérgica y que le hacía daño?”
“Sí; eso todos los sabíamos; por eso no hay nunca toronjas en esa casa”.
“¿Y usted le dijo eso a los hermanos?”
“No, a nadie; hasta ahorita a usted porque yo no quiero líos con la Policía; y le voy a decir algo más: la niña Yanín me dio cincuenta mil lempiras para que no dijera nada, pero yo allí los tengo porque no sé qué es lo que ha hecho la niña, y si quiere se los doy…”
“No, señora. Solo dígame: ¿vino a verla un compañero mío? Un policía…”
“No; nadie ha venido. Solo ustedes…”
“¿Usted cree que Yanín puso el jugo de toronja adrede en el vaso de la mamá?”
“Sí, señor… y es que mire… Ella se enamoró de un muchacho, un doctor dice ella, pero tiene más pinta de vago que de doctor… Yo no sé donde trabaja, pero parece que en el Catarino. Varias veces lo metió a la casa, y andaba de gabacha blanca, pero de doctor no tiene nada, aunque es un buen tipo, bonito, quiero decir, y ella está enamorada…”
“¿Lo supo la mamá?”
“Sí, señor, y allí fue donde tuvieron problemas… Ella no se lo aceptó y le dijo que la iba a mandar para donde su familia, para la tierra de donde son ellos, y que iba a hacer un nuevo testamento porque el dinero que le había dejado el papá no iba a caer en manos de un bueno para nada como aquel… Y que le iba a decir a los hermanos lo que estaba haciendo para que le buscaran un novio para casarla”.
“Ah, ya”.
El detective
“¿Cu?nto te pagó Yanín para que no investigaras la muerte de la mamá?”
El detective puso el grito en el cielo, se puso de pie y hasta se manoseó la pistola.
“No te pongás al brinco que sabemos lo que hiciste. Te prestaste para que alguien le ayudara a la señora a morir. Para tu suerte, está cremada, y nada se puede hacer ya, pero bien sabemos que vos sos cómplice de esta muerte, así que, o hablás, o te traemos al fiscal. Mi general quiere la verdad, y tu renuncia. Nada más. ¿Entendés?”
Nota final
El detective llevó a sus compañeros a San Pedro Sula, a Choloma. Allí estaba el doctor, un tipo joven, alto, bien parecido, que trabajaba como enfermero. Dijo que a Yanín se le ocurrió matar a la mamá porque pensaba desheredarla, y que él le inyectó un coctel que ella le dio en una jeringa grande, y se la inyectó en el corazón, debajo de la mama izquierda.
+ El fuego del diablo (Primera parte)
+ El fuego del diablo (Segunda parte)
Los hermanos de Yanín la sacaron del país. Dejaron de investigar la muerte de su madre, y evitaron el escándalo. Del novio de la muchacha no se ha sabido nada en años. Una noche, lo subieron a una camioneta, y esta, seguida por dos carros más, desapareció en la noche de Choloma.