Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres y se han omitido algunos detalles.
Miss
Era una mujer guapa, educada, de agradable presencia, amorosa con los niños y llena de ilusiones. Entre muchos oficios, escogió el de maestra en una escuela bilingüe “porque deseaba enseñarles a los más pequeños”, y lo hizo con mucha dedicación y sabiduría, por lo que alumnos y padres llegaron a quererla mucho. Y por eso, también, la lloraron cuando se dieron cuenta que estaba muerta, que la maestra dedicada y querida se había suicidado en su propio carro, en la calle principal de la colonia Lomas del Guijarro, en Tegucigalpa.
Una llamada anónima a la Policía dijo que en un carro, en la calle de las Lomas, estaba una mujer muerta. Era miss Hellen.
La escena
El carro, un Suzuki blanco de cuatro puertas, estaba estacionado a la izquierda de la calle. Adentro estaba ella, muerta y sobre un charco de su propia sangre. Estaba sentada frente al timón, con la mano derecha apoyada en el asiento del copiloto, y el brazo izquierdo entre su silla y la puerta. Tenía la cabeza inclinada hacia adelante y abundante sangre caía sobre su costado derecho. Al parecer se había desangrado.
En Medicina Forense dijeron que se había suicidado. Era un asunto de lógica pura. Ella manejaba, en algún momento tomó la terrible decisión y salió de la trocha derecha de la calle, se estacionó al lado izquierdo, esperó tal vez un segundo para reflexionar acerca de lo que iba a hacer, y lo hizo: se mató.
¿Qué más había que decir si la omnisciente y omnisapiente institución llamada Medicina Forense ya lo había dicho todo? Causa de muerte: Suicidio. ¿Cómo se suicidó? Pues, fácilmente: Tomó una pistola, se la puso en la parte de atrás de la cabeza y se disparó ¡dos veces! Las balas salieron por el frente. Eso era todo. Miss Hellen se suicidó.
Petición
Varios años después, en su lecho de muerte, una mujer le hacía una súplica a su esposo:
“Moncho –le decía–, por favor, te lo suplico, haz que se aclare la muerte de mi hija… te lo suplico. Es mi última petición, haz que se castigue al asesino de mi hija”.
Por supuesto, Moncho jamás cumplió esa promesa.
“Haz que castiguen al asesino de mi hija”.
¿Asesino?
¿Por qué aquella madre desesperada le pedía esto a su esposo? ¿Por qué pedía castigo para el asesino? ¿Es que miss Hellen no se había suicidado? ¿Estaba equivocada la señora y su esposo le dijo que sí a todo para que muriera en paz? O, ¿había algo más, algo que ella y él sabían muy bien? ¿Habían asesinado a miss Hellen? ¿En qué se basaba la señora para decir que la muerte de miss Hellen era un asesinato?
“A ella la mataron –dice uno de los especialistas en investigación criminal que llevó el caso–; miss Hellen no se suicidó”.
Caso
“Aunque Medicina Forense dijo que ella se había suicidado –agrega el investigador–, era prácticamente imposible sostener esa teoría, y lo sigue siendo hasta hoy. Para empezar, la mujer tenía dos heridas de bala en la cabeza, en la parte de atrás de la cabeza… Dos heridas de bala, o sea, se “suicidó” de dos balazos.
Es algo tan raro como imposible. Las dos balas cruzaron por el cerebro… La primera debió causar tanto daño que hizo perder el conocimiento a la mujer en el acto, imposibilitándole disparar por segunda ocasión. Además, con el primer disparo la pistola debió caer de las mano de la mujer, lo que haría imposible que ella, herida, la recogiera y se la pusiera de nuevo más atrás de la oreja derecha y se disparara por segunda vez.
Pero, si no se hubiera caído la pistola, lo que también es improbable, la mujer debió tenerla tan fuertemente agarrada que después del primer balazo se la colocó unos dos o tres centímetros más atrás del orificio de entrada de la primera bala y la sostuvo con tal firmeza que se disparó sin temblar. Y esto que la primera bala tenía orificio de salida y por este orificio se estaba derramando la masa encefálica.
Además, luego de que la mujer se disparara dos veces atrás de la cabeza tuvo el suficiente estado de ánimo para agarrar la pistola y ponérsela entre las piernas en el asiento del conductor, bien acomodada. Y hay un detalle más, todavía. Miss Hellen era zurda y para matarse usó la mano derecha. Si esto es un suicidio, Adolfo Hitler es más santo que la madre Teresa de Calcuta”.
INVESTIGACIÓN. Miss Hellen era una mujer dulce y nunca le hizo daño a nadie; era de carácter apacible y sus enojos no iban más allá de rabietas que controlaba casi de inmediato. Además, se sentía una mujer realizada y amaba la vida, por lo cual, su madre estaba cien por ciento segura de que ella no se había suicidado. Aparte de esto, era incapaz de hacer enojar a alguien hasta el grado de querer hacerle daño, aunque esto, en realidad, no dependía de ella.
Pero, ¿quién pudo tener motivos para matarla? Si era cierto que la habían matado, ¿quién se enfureció tanto con ella que llegó hasta el punto de quitarle la vida? ¿Por qué matar a una mujer que no le hacía daño a nadie y que era querida por quienes la conocían?
Policía
“¿Qué hacía miss Hellen en la colonia Lomas del Guijarro?” –se preguntó el detective, analizando el caso.
“Pues, tal vez sea lógico pensar que venía saliendo de la casa del marido” –respondió otro.
“¿Dónde queda la casa?”
“A unos ciento cincuenta metros de donde se suicidó?”
“¡Ah! Entonces podemos decir que venía de
esa casa…”
“Es posible”.
“¿Vivía ella allí?”
“Eso lo vamos a averiguar”.
“Bueno, pero por mientras averiguamos eso, hay que hacerle una visita al marido…
¿Tenemos un nombre?”
“Claro, y un perfil psicológico también”.
“Eso me agrada”.
Pasaron largos minutos de silencio.
“Creo que sería bueno visitar la casa… Hay que decirle al fiscal”.
La casa
Realmente, estaba cerca del lugar donde encontraron muerta a miss Hellen. Es una casa que está construida de arriba hacia abajo, casi en un abismo, y las gradas, en vez de subir de la sala a los cuartos, bajan. En una de las paredes de las gradas, los técnicos de Inspecciones Oculares encontraron restos de
sangre. “El luminol da positivo –le dijo el técnico al fiscal y al juez ejecutor–; hay sangre en esta pared”.
“Es como si alguien hubiera estrellado allí la cabeza de alguien” –comentó el detective a cargo de la investigación.
“¿A qué altura del piso está la sangre?”
“Un metro sesenta y cinco o un metro sesenta y siete…”
“¿Cuánto medía de estatura la víctima?”
“Un metro sesenta y seis, más o menos…”
“¿Podemos decir que tenemos un caso?”
“Sí, podemos decir eso”.
“¿Detenemos al marido?”
“¿Tenemos sangre en alguna otra parte de la casa?”
“Los técnicos van a aplicar luminol en los dormitorios, sobre todo en el principal”.
“Entonces, esperemos…”.
Juez
La juez guardó silencio por largos minutos mientras paseaba la mirada por el enorme expediente que le había entregado el fiscal del Ministerio Público. Conforme leía, cambiaba la expresión de su rostro, por lo general, sereno. Cuando terminó de leer, levantó la cabeza, miró al fiscal y dijo, soltando un suspiro:
“He leído este expediente tantas veces que casi me lo sé de memoria”.
“¿Qué opinión tiene, abogada?”
La juez no contestó de inmediato. Era una pregunta incontestable. La juez no podía pronunciarse a priori. Tomó un sorbo de agua. El fiscal agregó:
“Yo considero que hay suficientes méritos para ordenar la detención del esposo…”
“Vamos a ordenar la captura” –dijo la juez.
La orden
Cuando el esposo se vio frente a un batallón de policías no opuso resistencia.
“Se le considera sospechoso de la muerte de la señora…”
Empezaba una larga lucha. El fiscal, para probar la culpabilidad, desvirtuando la tesis de Medicina Forense que insistía en que miss Hellen se había suicidado. La defensa del sospechoso, para probar su inocencia.
“Este hombre llegó a confesar con su propia boca que su papá le pegaba unas grandes golpizas –dijo la acusación, buscando una y mil formas de encontrar causas para la condena–, y él mismo ha dicho que ha tenido más de cien mujeres”.
Con estas razones, el acusador deseaba introducir una duda en la cabeza de la juez que le permitiera ver al sospechoso como un hombre peligroso para cualquier mujer. Por supuesto, eran artimañas, recursos del acusador que en su opinión serían efectivos, aunque, en realidad, dependía del juez valorarlos o no. Además, podría parecer un poco temerario asegurar aquellas cosas que tal vez no pudieran probarse ni sostenerse en un juicio, o que de muy poco pudieran servir en el juicio mismo.
¿Qué tan cierto era todo esto? ¿En qué afectaba al acusado? ¿Servirá para que la juez tomara una decisión? ¿No era mejor insistir en que miss Hellen jamás pudo suicidarse, y menos de aquella manera? Dos balazos: imposible. Colocar la pistola entre sus piernas: imposible. Acomodar las manos ya muerta: imposible. Mano criminal: Cien por ciento seguro.
Pero, ¿de quién era la mano que apretó el gatillo dos veces? ¿Quién acomodó la pistola entre las piernas de la muerta? ¿Quién le puso la mano derecha en el asiento del copiloto y la izquierda entre la puerta y el asiento del piloto? Y, ¿era sangre humana lo que encontró el luminol en la pared de la casa del acusado? ¿De quién era la sangre? ¿Podía saberse eso a ciencia cierta? Y, ¿por qué la había limpiado con tanto esmero?
Nueve meses después, el acusado salió en libertad. Medicina Forense sostuvo que la muerte de miss Hellen se trató de un suicidio y el caso llegó hasta allí, sin embargo, en su lecho de muerte, una madre, con lágrimas en los ojos, le suplicaba a su marido:
“Moncho, haz que se aclare la muerte de mi hija, te lo suplico”.
Moncho jamás podrá cumplir esa promesa.
Usted podría contestar esta pregunta: Si miss Hellen no se suicidó, entonces ¿quién mató a miss Hellen?