Tegucigalpa, Honduras
Como un mar en agitación o en calma, así es la nueva obra de Santos Arzú Quioto.
El pintor abstracto regresa al escenario de las artes plásticas luego de “La alfombra”, un proyecto presentado en 2013. “Sudarios y centinelas: danza del tiempo en el mar sin orillas”, es muerte, protección, memoria, amor, dolor, esperanza...
Una experiencia personal fue la semilla de este proyecto que ha crecido desde hace varios meses y que ahora es expuesto en “Tres salas, tres generaciones” en la Galería Nacional de Arte (GNA). La inauguración será el martes 21 de febrero a las 7:00 de la noche.
La propuesta, como ha dicho el artista, es un mensaje al corazón y la emoción, más que a la razón. Con esta obra Arzú Quioto deja el lienzo abierto para múltiples interpretaciones.
Luego del macroproyecto de “La alfombra” y la realización de otras exposiciones derivadas de muestras anteriores, “Sudarios y centinelas” viene a refrescar la profundidad de su pintura abstracta, ¿cómo se siente usted respecto a este proyecto?
Hace exactamente cuatro años que inauguré “La alfombra”, un ambicioso proyecto que fue una “Metáfora de camino, sendero y viaje, la alfombra” -acoté en aquel entonces- “es excusa perfecta para representar escenarios de búsqueda reales o imaginarios”.
El proyecto fue presentado originalmente en Honduras en 2013, sin embargo, trascendió fronteras a realidades muy diferentes a la centroamericana, pero esa temática era tan universal que demolió barreras geográficas, culturales o económicas.
“Sudarios y centinelas” es como el anterior, un proyecto a gran escala, sin embargo, las motivaciones son distintas, aunque ambas son parte de mi “fluir” como artista, la necesidad de crear se termina imponiendo y me siento satisfecho en este proceso de búsqueda perenne. Lo considero un eslabón importante en mi caminar. Cada proyecto lo considero único y brindo lo mejor.
El nombre de la exposición alude a la muerte, la protección, y aunque la sociedad sigue siendo un punto fundamental, ¿qué tanto se desmarca de sus antiguos proyectos?
En efecto, el nombre de la instalación alude a la muerte en tanto reflexión personal y que ha sido una realidad que suele ser esquivada y aparentemente temida por sociedades como la nuestra, y digo aparentemente temida porque es evidente una dualidad entre lo pensado y creído y lo actuado, es decir, se rinde culto a la vida y se esgrime como valor altamente jerarquizado, sin embargo, las acciones demuestran lo contrario, y no solo me refiero a una violencia evidente, burda y cruenta, sino a otras muertes más sutiles y “agresividades”, menos directas pero tan perniciosas como la otra.
Por supuesto que la sociedad sigue siendo un punto clave en mi propuesta, estoy inmerso en ella, me condiciona aunque no me determina, este hacer consciente los condicionamientos me ayuda a hacer este tipo de proyectos, rescatar y potenciar los valores y pulverizar lo negativo... al menos me permite plantearlo. No olvidemos que son “solo” propuestas.
Me considero artista de procesos, hace unos años (2006) en el proyecto “Tiempo, límite y espacio (Hacia lo interno)” presentado en el Centro de Artes Visuales Contemporáneo de Mujeres en las Artes, expuse que el desarrollo de estos proyectos se asemeja a una espiral ascendente y en consecuencia siempre existirá concatenación entre los mismos, sin que esto implique necesariamente una relación lineal de continuidad. Estamos hablando de si el statement o declaración de artista permea todo estos proyectos indefectiblemente estarán unidos.
Sin embargo, cada puesta en escena tiene sus particularidades y se adaptan o diseñan para el espacio específico. En este caso está vinculado con esta realidad de la muerte, con el ingrediente de estar conectado con partidas de familiares.
En este proyecto atisbamos al catracho desvalido y vulnerable, pero no vencido.
“Señor, guarda mis entradas y salidas” es la jaculatoria -conjuro del hondureño al salir del hogar-, refrendada por aspersión de ruda y letanías.
Retornar ileso a casa, al final de la jornada, es un acontecimiento digno de celebrarse.
Binomios vida-muerte, muerte-resurrección, memoria-amnesia, salud-enfermedad, esperanza-nihilismo, aparentemente se abrazan, pero transitan en planos distintos como potentes boomerangs desviados solo por mortajas policromas.
Ya había mencionado usted que una experiencia personal lo llevó a este planteamiento pictórico, ¿es una especie de catarsis para usted?
No lo catalogaría como catarsis directamente, aunque siempre al realizar un proyecto el drenaje de energía es tal que los artistas quedamos exhaustos, todos los sentidos y potencialidades no solo se aguzan sino que se concentran en este proceso de plasmar creativamente el concepto establecido.
Me inclino más a afirmar que en este proyecto leo e indago sobre una situación o realidad a la cual tarde o temprano nos tendremos que enfrentar, ya sea como testigos o como experiencia personal cuando enfile baterías hacia nosotros mismos.
Nuestro pueblo coquetea con la muerte cotidianamente. Exploro relaciones armónicas y tensionales, el entorno afectivo-social condicionante; vinculaciones cada vez más secularizadas y horizontales con la trascendencia que hacen contraste con un neofundamentalismo religioso volátil que se ha enquistado profundamente y es intolerante, oportunista y colonizador de almas y voluntades.
Por supuesto, la muerte de mi hermano, sin duda, fue el detonante para volcarme a este proyecto, sin embargo, no busco caer en reduccionismos y busco un espacio, semiótica de espectro más amplio.
“Danza en el tiempo en el mar sin orillas” es el subtítulo de esta obra, ¿de qué forma el tiempo transforma su arte, cómo se ve influida por él la concepción de su obra?
Normalmente en mis proyectos el título va acompañado de su respectivo subtítulo, en este proyecto: “Sudarios y centinelas: danza del tiempo en el mar sin orillas” es una alusión poética de una realidad que nos abruma y trasciende, el mar, el océano siempre ha sido amado, respetado, temido en su vastedad y el “sin orillas” enfatiza esta realidad que desborda la pequeñez y vulnerabilidad nuestra.
sin embargo, no todo está perdido, de hecho manifiesta que somos un pueblo en resiliencia eterna, siempre se está sanando interiormente, se resiste a caer en desesperanza aunque al contemplar a su alrededor se desplome su realidad. El océano sin orilla es una invitación a remar mar adentro (Duc in altum).
La memoria ha estado en su propuesta, ¿cómo la plantea en “Sudarios y centinelas”?
La memoria asoma en mis propuestas desde los años noventa con la saga de proyectos: “Memoria fragmentada desde el Centro de América”. La instalación insigne fue “Templo en ruinas” (1995), y así surgen otros en la misma línea como “Ofrenda y sacrificio” (1997), “Puntos cardinales” (1997), “El almario” (1998), “Exilio” (1999), “El insectario” (2010) y otros.
Este proyecto es una mirada a las relaciones familiares, a ese tejido social íntimo, círculo básico que moldea o deforma, dependiendo de las perspectivas personales. Este proyecto, igual que los otros nunca ha buscado convencer, sino plantear y generar opiniones y que el público se sumerja en la obra, en el espacio, esto a través de un tamiz de mi propia historia que se sustrae en parte de esta ancla específica para dar una propuesta polisémica más universal. Toda obra basada en la muerte implica conectarse con la memoria, es la forma natural de asirse a la persona querida o no, que ya ha partido al gran viaje.
Estos recuerdos (memoria) de repente adquieren dimensiones descomunales cuando en la cotidianidad los elementos insignificantes hasta entonces, se vuelven fantasmagóricos, bellos, tesoros, anhelos y destellos de incredulidad.
Aunque usted menciona que puede tener una interpretación en apariencia específica, ¿qué otras interpretaciones son posibles, hasta dónde pueden llegar los límites de su mensaje?
Aunque manifiesto que este es un proyecto con una temática específica, quiero recalcar que esto no significa que su interpretación sea unidireccional o lineal: es obra abierta, de abordaje por múltiples flancos; insisto en que todos, de alguna manera, ya sea directa o indirecta hemos tenido nuestros procesos de duelo y esta situación la planteo más allá de la despedida definitiva del ser querido: es capacidad de sanar y resanar, de empezar y concluir ciclos.
Estos “Sudarios” son, además, dagas escatológicas sustraídas del plano personal y clavadas certeramente en la cotidianidad catracha amenazada, agresiva y desconfiada. Estoy seguro de que habrá mucha identificación del público al leerse durante el recorrido en la sala expositiva.
El público podrá adentrarse emocionalmente y racionalmente en esta obra desde la distribución de los lienzos, la altura del edificio, el color.
Usted lo define como un dardo lanzado al corazón y la emoción más que a la razón, ¿podría ser este su proyecto más personal, más involucrado con su sentir?
Todos los proyectos han sido personales, unos más que otros. “Sudarios y centinelas: danza del tiempo en el mar sin orillas” es de los más entrañables por los procesos de vivencia, investigación y testimonios.
No puedo olvidar “Exvotos: el espacio irreductible” presentado en 2008, donde la propuesta también fue eminentemente personal y familiar: un álbum de fotos atrapado entre bastidores y cristal estableció nexos con mi historia personal en actitud persistente de espiral infinita.
En “Sudarios y centinelas” el acercamiento es otro: estos lienzos, convertidos en nichos nostálgicos son verdaderas criptas, espacios irreductibles, atalayas inexpugnables; son refugios de la carga vital, de energía emotiva y afectiva que se resisten a morir.
A pesar de presagios carroñeros que baten alas en plena zopilotera bajo el puente Carías, nuestro pueblo no pierde la esperanza, atiza constantemente su agudo sentido del humor con las brasas de la supervivencia. Somos un pueblo en resiliencia eterna, amortajado para vivir.