Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.
A Marlon lo enviaron a la penitenciaría de varones de Támara, acusado de tentativa de homicidio. Pero, salió un día de su celda para no volver más. Lo llevaron al Hospital del Tórax casi en agonía. La neumonía, a causa del sida, lo estaba matando. Una organización defensora de los derechos humanos pidió su libertad, por misericordia, pero sobre Marlon, que de noche se convertía en Marlen, había una investigación que no había terminado. ¿Por qué lo estaban investigando, si se había declarado culpable de intento de homicidio?
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“Era algo más grave” -me dijo el agente que llevaba su caso, y que estuvo con él, por humanidad, hasta su último momento, en aquella camilla helada de la Sala de Hombres del Instituto Nacional del Tórax.“Me muero en paz -dijo Marlon-. Hice lo que tenía que hacer”.
Pero ¿qué era lo que hizo Marlon? ¿Por qué lo estaban investigando?Él ya tenía algún tiempo de estar en la penitenciaría, entonces ¿qué pudo haber hecho para que la Policía siguiera detrás de él?
Confesión
El agente de la Policía guarda silencio. Hay tristeza en él, sencillamente, porque ver morir a aquel hombre de la forma tan atroz en que murió es para conmover hasta al corazón de piedra más duro y más frío.
“Estoy acostumbrado a ver la muerte de cerca -dice el agente-, pero ver cómo se va desgastando un ser humano a causa del sida es algo horroroso. Quedan en los puros huesos, la piel llagada, delgada y amarilla como papel viejo, la boca llena de úlceras que apestan a carne podrida, se defecan constantemente, aunque no coman nada, y lo único que soportan es un poco de agua para mojarles los labios. Y los ojos, Carmilla, los ojos hundidos en las órbitas, horribles, y en los que se refleja la muerte, en su más cruda expresión”.
Pasan varios segundos de silencio, y el agente sigue hablando.
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“A él lo abusó su padrastro desde que tenía seis años de edad. Nunca dijo nada porque lo amenazó con matarlo y con matarle a la mamá. Y los abusos eran frecuentes, hasta que a los dieciséis años decidió escapar de la casa, y encontró refugio en un hotel de mala muerte, allí por la séptima avenida”.
Nueva pausa.“Yo ya estaba arruinado -me dijo Marlon -siguió diciendo el agente-, y estaba decepcionado de la vida; y más, porque mi mamá lloraba porque me había ido de la casa. Volví cuando ella se decidió liberarse de aquel hombre malvado, y lo denunció por haberme violado. Lo capturaron y lo condenaron a diez años, pero pronto me di cuenta que iba a salir libre por buena conducta, y que no iba a cumplir más de cinco años; y eso era una burla para mí... Yo ya tenía veinticinco años, estaba enfermo, y sabía que me iba a morir. Además, no me importaba la vida, si a nada vine a este mundo, más que a dar lástima.
Aquel hombre malo me la destruyó, y no sé por qué; eso es algo que nunca pude explicarme, porque un niño no le hace mal a nadie, y porque yo no merecía que me dañaran de aquella forma. Es más, hasta lo que hacía en la calle me resultaba pesado, y no quería seguir en eso. Por eso quería morir. Adelantar mi muerte, mejor dicho. Y, aunque no reniego de Dios, me pregunté muchas veces ¿por qué me pasó eso a mí? ¿Era esa la voluntad de Dios para mí? No sé. Tal vez no, porque Dios es bueno...”
Ninfa
“Un día -dijo esta bióloga, que está a punto de entrar al quirófano para cambiar de sexo-, Marlen me contó toda su historia; y me dolió mucho, porque aquí donde usted nos ve, a muchas de nosotras nos abusaron de niñas, y somos muchas las que no queremos seguir en esta vida. Pero, ¿qué le vamos a hacer? Siempre hay algo que nos lleva a seguir aquí, en la calle, a seguir buscando hombres, y no me puedo explicar por qué”.
Hace Ninfa una pausa, y luego de limpiarse una lágrima, dice:
“Marlen me pidió que le ayudara. Quería venganza. Quería castigar al hombre que le había destrozado la vida, y me propuso que yo la insultara para ella defenderse, atacarme, y que se la llevara la Policía. Y así lo hicimos. Ella fue hasta las últimas consecuencias. Se declaró culpable de querer matarme, y la mandaron para Támara.
Allá, con unas amigas que tenemos allí, logramos que la pusieran con las demás niñas que están presas, y ellas la protegieron. Yo ya sabía qué es lo que ella buscaba, y nunca traté de disuadirla. Ella estaba condenada a muerte, y al menos, se llevaría el único gusto de su vida, y era, castigar a aquel desgraciado. Y yo me presté para ayudarle”.
Otra pausa. Ahora las lágrimas que corren por las mejillas de Ninfa son más largas y espesas.
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“Pasó el tiempo -dijo, al final, carraspeando para detener el llanto en su garganta-, y al fin logró localizar a aquel hombre, su expadrastro. Se hizo cercana a él, y se ganó su confianza. Y aquel miserable se aprovechó de ella... No le importó que estaba preso por haberla abusado tantas veces, y hasta llegó a burlarse de lo que le hizo.
Es más, le dijo que él gozaba que se hubiera hecho marica, y que en la cárcel él era poderoso, y que más le convenía portarse bien con él, o si no, le iba a ir mal. Y el muy maldito empezó a venderla por unos pocos lempiras a varios de sus compañeros. Y Marlen lo soportó todo. Todo. Aunque, dicen las niñas de su celda, que en las noches lloraba amarga y triste, y que llamaba a su mamá, que ya se había muerto de cáncer. Su mamá, que era la única persona que en realidad la quiso”.
El agente
“Una mañana -dijo, con un nudo en la garganta-, llamaron a la oficina para denunciar que había aparecido un hombre muerto en los baños del módulo de sentenciados en la penitenciaría de Támara. Según el forense, el hombre tenía al menos seis horas de haber muerto, ocho a lo más, y la causa de muerte era un enorme punzón hecho con un gran clavo, que le encontró el forense clavado en el pecho. Pero, tenía más de veinte heridas, y se había desangrado. Estaba desnudo, y el médico dijo que había tenido relaciones con otro hombre porque le encontró heces en sus partes íntimas”.
El agente agregó, después de una pausa larga:“Hicimos algunas preguntas, nos informamos acerca de quién era la víctima, y por qué estaba privada de libertad. Y supimos todo de aquel hombre. Además, nos dimos cuenta de que tenía una relación estrecha con un privado de libertad que estaba en el módulo, si se le puede llamar así, de los homosexuales. Pero, él dijo que había estado toda la tarde con sus compañeras, y que no había salido en toda la noche. Y que sí, que era cierto que él se llevaba con ese hombre, porque había sido su padrastro, pero que no lo había visto desde la mañana. Y las compañeras, todas, dijeron que era verdad lo que Marlen decía.
Así que el fiscal ordenó que se llevaran el cuerpo y nosotros esperamos para volver a investigar, aunque debo decirle con sinceridad, Carmilla, que no tenía mucho entusiasmo en investigar aquel caso, porque ese tipo de delincuentes no me agrada mucho, y en mi opinión personal, es mejor que todos, todos, estén muertos”.
Visita
Una mañana, el agente recibió una llamada de Ninfa.
“Perdone la molestia -le dijo-, fíjese que mi amiga, Marlen ¿se acuerda?, la que está presa en Támara, quiere hablar con usted”.
“¿Conmigo?”
“Sí”.
“Y ¿sabe para qué o de qué quiere hablar su amiga conmigo?”.
“Sí sé, pero no se lo puedo decir. Ella me pidió que no se lo dijera; solo me dijo que lo llamara para que fuera. Es importante que ella hable con usted”.
El agente fue dos días después. Ya Marlen se sentía mal.
“Señor -le dijo al agente-, gracias; de verdad, gracias por haber venido. Yo me siento muy mal, dicen el doctor de la cárcel que me va a mandar para el Tórax, y yo sé que ya no voy a salir viva de allí. Por eso le pedí que viniera”
“Y ¿en qué puedo servirle?”
“Tengo que confesarle algo”.
“Diga”.
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“No me importa lo que piense de mí, o lo que quiera hacer conmigo. No tengo a nadie en el mundo. Soy solo, desde que se murió mi mamá, y más que todo, yo también me quiero morir. La casa de mi madre, y todo lo que tenía mi viejita, se lo quedó su hermana, una tía a la que yo quiero mucho, y que es la única que ha venido a verme, pero le pedí que ya no viniera porque estoy enfermo, y no, quiero que ella se vaya a enfermar también. ¿Me entiende? Ya hice lo que tenía que hacer aquí, y me voy en paz, pero, antes quiero confesarle algo a usted”.
“Y ¿qué es lo que me quiere confesar? Lo escucho”.
“Yo maté a mi padrastro. Lo maté con un punzón que hice yo misma con plástico y con un clavo grande, de siete o de diez pulgadas. No sé. Y lo maté porque abusó de mí desde que yo tenía seis años, y me destrozó la vida. Por eso hice que me mandaran hasta aquí, y me hice amiga de él, como si lo hubiera perdonado. Pero ese hombre era más malo todavía de lo que ya era cuando estaba afuera.
Y me hizo mucho daño aquí adentro, Pero eso a mí ya no me importaba. Mi deseo era castigarlo, y esa noche nos vimos en los baños, allí me violó, el muy malnacido, y después, yo lo ataque con el punzón. Veinte veces lo herí, Y el miserable solo se puso a chillar... Y solo quiero pedirle que me entierre al lado de mi mamá. Mis amigas ya saben. Las amigas que están afuera. Me van a llevar para el Tórax, y allá me voy a morir”.
Nota final
Y Marlen, o Marlon, murió en el hospital. La enterraron cerca de su mamá. Tal vez ahora sí descanse en paz.
Esa es la obra de los depredadores de niños, que deberían ser castigados con todo el peso de la ley, y con un poco más todavía. Pero, esta es mi opinión.
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