Crímenes

Selección de grandes crímenes: El caso del hombre inteligente

No existen los errores ni las equivocaciones. Lo que se siembra, se cosecha
27.11.2022

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real.Se han cambiado los nombres.

RESUMEN. Amanda Ruiz estaba muerta. Desapareció de su casa una mañana en que dijo que iría al mercado San Isidro, en Comayagüela, y no la volvieron a ver. La Policía tenía pocos datos para investigar su muerte, pero los agentes de la DPI estaban seguros de que se trataba de una venganza pasional. La torturaron antes de quitarle la vida, estrangulándola. Ahora, estaban obligados a encontrar a su asesino.

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ESPOSO

Dijo que él estaba en Chinandega, Nicaragua, cuando le avisaron que su esposa no había regresado a la casa. Dijo, también, que esperó hasta el día siguiente porque no podía dejar el camión que manejaba, ya que transportaba mercancía delicada. Una vez en Tegucigalpa, y ante la desaparición de su esposa, pidió que lo relevaran, mientras él esperaba. Pero su esposa no regresaba. Hasta que encontraron un cuerpo en estado de putrefacción, tirado en una cuneta.

Los técnicos de dactiloscopia confirmaron que se trataba de la mujer desaparecida, Amanda Ruiz. Pero, ¿quién la había matado? Y ¿por qué? Y ¿por qué la habían torturado antes de quitarle la vida? ¿Qué había hecho Amanda para merecer aquella muerte?

Su esposo dijo que habló con ella la noche anterior, y que iba a llamarla al día siguiente. Siempre se comunicaba con ella. Pero esa mañana la mujer le dijo a su madre que estaba hablando con él antes de salir hacia el mercado. Lo cual no era cierto. Al menos, el esposo negó que haya hablado con ella esa mañana. Entonces, ¿qué misterio había en torno a la muerte de Amanda Ruiz?

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“No sé si me engañaba o no -dijo el marido-, y no quiero saberlo”.“Si ella tenía a otra persona -le dijo el agente de la DPI-, es necesario que lo sepamos”.

“Pues, eso es algo que solo ella y Dios saben”.

“Dígame una cosa -le dijo el policía-, si usted hubiera sabido que ella lo engañaba con otro hombre, ¿qué hubiera hecho?”

El hombre contestó de inmediato:

“No sé -dijo-; tendría que estar en esa situación para saber qué es lo que uno puede hacer en un caso como ese”.

“¿La mataría?”

“No sé qué es lo que haría en un caso como ese. Ya se lo dije”.

Hubo un momento de silencio.

“El día en que su mujer desapareció, usted estaba en Nicaragua”.

“Se los he dicho mil veces”.

“Lo sabemos, señor, pero solo hacemos nuestro trabajo”.

El hombre no dijo nada.

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Después de otro momento de silencio, exclamó, más como si hablara consigo mismo:

“Soy un hombre inteligente... No soy ningún estúpido”.

El agente le dijo, de inmediato:

“Y porque usted es un hombre inteligente, asesinó a su esposa seguro de que estaba cometiendo el crimen perfecto... Usted sabía que ella lo engañaba, y decidió vengarse de ella... Un hombre inteligente la mataría de forma en que la policía no lo descubra nunca”.

Por un instante, el hombre se quedó sin palabras. Miró a los policías, uno por uno, y se mordió los labios.

“Señor -le dijo el agente a cargo de la investigación-, le tengo que recodar que la policía no es tonta, y que, si usted es el asesino de su esposa, lo vamos a descubrir, y ya debe saber que la pena por parricidio es de cuarenta años de cárcel, y no es nada agradable caer en prisión”.

Nada dijo el hombre, pero se puso pálido, y dice el detective que se dilataron sus pupilas.

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“No me pueden acusar de nada. Si ella me engañaba, pues, es asunto de ella. Y si la mataron, es porque algo debía... A mí no me metan en eso porque yo ni siquiera estaba en Honduras cuando se perdió”.

“Señor -le dijo el agente-, eso es algo que vamos a comprobar”.

En eso intervino el fiscal del Ministerio Público.

“Señor -le dijo, dirigiéndose a él directamente-, queda usted detenido por suponerlo responsable del rapto, tortura y asesinato de su esposa Amanda Ruiz”.

El hombre dio un salto.

“Pero, si yo soy inocente... Yo no le he hecho nada”.

¿Por qué el fiscal estaba tomando aquella decisión? ¿Por qué creía que aquel hombre asesinó a la esposa?

“Mire, Carmilla -me dice el agente que llevó el caso-, había algo en aquel hombre que nos ponía a pensar. Nosotros estamos acostumbrados a tratar con criminales, y a veces, los que parecen más inocentes son los verdaderos culpables... Y vimos algunas cosas en el semblante del hombre que nos hizo sospechar... Además, estamos entrenados para conocer las reacciones de la gente... y eso de que los policías somos tontos, es puro decir de la gente... hemos demostrado muchas veces que la DPI hace bien su trabajo, el problema es que necesitamos más apoyo, más recursos y más capacitación”.

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PISTAS

La llamada que recibió Amanda en la mañana que desapareció se hizo desde la colonia San Miguel, y se hizo de un número que pertenecía a un hombre llamado Horacio, que había muerto hacía algún tiempo, a causa del cáncer de próstata, y a los ochenta y dos años.

Por supuesto, era lógico suponer que Amanda no conocía al dueño de ese número, y nadie podía decir que aquel número pertenecía, o perteneció alguna vez, a don Horacio. Los detectives hablaron con su hijo mayor, y les dijo que nunca don Horacio tuvo teléfono. No era muy amigo de la tecnología. Entonces, ¿qué había pasado?

“¿Conoce usted a este hombre? -le preguntaron al hijo de don Horacio, mostrándole una fotografía del esposo de Amanda-. Tómese su tiempo, y véalo bien... Tal vez lo ha visto antes”.

“No, señor -respondió el hombre-; no lo he visto nunca”.

“¿Está seguro?”

“Sí, señor”.

“¿Cree que su papá lo conoció?”

“No lo creo”.

“Entonces, ¿cómo pudo estar este número de teléfono a nombre de su padre?”

“No sé, señor”.

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El agente de la DPI se quedó pensando por largos segundos.

“Dígame una cosa -le dijo, al final, viéndolo a los ojos-, ¿usted tiene los documentos de su papá? Los documentos personales, quiero decir... Como la identidad, por ejemplo. Tenemos entendido que fue usted quien sacó el cuerpo de su papá de la morgue del Hospital Escuela”.

“Sí; así fue. Yo lo saqué”.

“Y ¿le entregaron los documentos de su papá?”

“Pues... mire, ahora que lo recuerdo, me faltaba la identidad... La identidad de mi papá no me la dieron, pero yo no me di cuenta de eso hasta que estábamos en la casa, velando el cuerpo...”

“Excelente”.“¿Qué quiere decir?”

“No, nada... Ya le vamos a avisar si encontramos la identidad de su papá”.“Está bueno”.

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DATOS

A causa de la carga de trabajo que tiene cada agente de la DPI, la solución de los casos, aún de los más sencillos, lleva tiempo. Pasaron tres meses desde que encontraron el cuerpo de Amanda, y el fiscal tuvo que liberar al esposo porque no pudo sostener su acusación. Sin embargo, las cosas iban a cambiar pronto.

En la morgue del Hospital Escuela había en ese tiempo una caja de cartón en la que se guardaban documentos olvidados, y en esa caja los detectives encontraron la identidad de don Horacio. En otro tiempo las tenían pegadas en una pizarra, por si alguien reconocía al dueño.

“¿Hace cuánto tiempo fue comprado el número a nombre de don Horacio Flores?” -se preguntaron los detectives.

“Hace seis meses”.

“Ajá... O sea, tres meses antes de la muerte de la mujer. Y, ¿es posible que el esposo haya estado en la morgue del hospital?”

“Vamos a comprobarlo”.

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“Sería una pista que resolvería el caso. Es posible que este hombre haya estado en la morgue, por alguna razón, y que allí viera la identidad del señor... y la copiara para comprar con ella el número”.

“O sea, que en realidad este es un hombre inteligente”.“Y la Policía es tonta”.

“Así es”.

Pero, una cosa es especular, otra inventar y otra muy diferente es tener la verdad. El esposo de Amanda nunca había puesto un pie en la morgue del Hospital Escuela. Sin embargo, los detectives no se decepcionaron. Si él no había estado nunca en la morgue, tal vez conocía a alguien que trabajara allí, o que hubiera tenido que ir a hacer allí algún trámite.

“Pero, para que ese alguien le llevara el número de identidad, es porque él se lo pidió... Y se lo pidió con malas intenciones... Es lo más seguro”.“Pues, vamos a investigar un poco más”.

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LA SUEGRA

La señora estaba triste, y había envejecido más todavía. Los agentes hablaron con ella a solas, y le preguntaron si sabía que su yerno conociera a alguien de la morgue del Hospital Escuela.

“Un primo hermano de él trabaja allí, o trabajaba... no sé, porque dicen que se fue para España”.

Con esa información, los agentes le pidieron al fiscal que ordenara la detención del hombre. Para investigación. Lo capturaron en la frontera de Guasaule, cuando estaba por entrar con su camión a Nicaragua.

“Hablamos con su primo -le dijeron-, el que trabajaba en la morgue del Hospital Escuela, y nos dijo que usted le pidió que le consiguiera un número de identidad”.

“No les creo...”

“Es la verdad... Su primo está detenido en España”.

El hombre se derrumbó.

“Esa maldita me pagaba mal, y por eso la maté... La cité en el mercado, y me la llevé... La hice pagar por lo que me hizo. Yo me mataba para tenerla bien, y ella me engañó... Entré ese día a Honduras por veredas, y después salí hasta regresar a Chinandega... La zorra chillaba cuando le corté los pezones con un alicate. Lo demás, ya lo saben...”

“Usted es un hombre inteligente”.

Hay muchos que se equivocan, pero, muchas veces, de la DPI no se pueden burlar.

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