DIC. La Dirección de Investigación Criminal (DIC) nació como respuesta a las necesidades de la población hondureña de tener una Policía de Investigación Criminal verdaderamente profesional, que respetara el debido proceso y que ayudara a la Justicia a castigar a los culpables dentro del marco de la ley.
Era necesario dejar atrás las prácticas medievales del siniestro Departamento de Investigación Nacional (DIN) que tenía como premisa: “Todo el mundo es culpable, y nadie puede llevarnos la contraria”. Y, con esa filosofía, el DIN era temido porque no había quien no confesara la autoría del crimen del que se le acusaba, y hasta de otros más, en las especiales instalaciones en las que se hacían los interrogatorios.
Es verdad que la mayoría de los capturados eran culpables; pero, con una sola negativa, eran sometidos al procedimiento que llevaba siempre a la verdad. Y este procedimiento era verdaderamente severo: golpes eléctricos, planchas de hierro caliente donde se dejaba al sospechoso descalzo, pinzas especiales para la manicure, o sea, para arrancar una por una las uñas de manos y pies, largos hilos de cáñamo que se amarraban a los testículos, con un ladrillo al final, mientras el sospechoso colgaba de las manos de una viga... En fin, cosas como esas que eran el camino a la verdad.
Los delincuentes confesaban, o morían antes de hacerlo, lo cual era un problema porque deshacerse de un cuerpo era un trabajo extra de los agentes, aunque tenían que hacerlo. Y se cuenta que de los que morían, casi nadie volvía a saber nada.
“Hay muchas fosas clandestinas por ahí -dice Renato, un viejo sargento del Ejército que quiso ser detective de investigación, y que se jubiló cuando el DIN le dio paso a la DIC-. Algunos se nos morían; y nosotros estábamos seguros de que, si se morían, era porque iban a pagar sus culpas al infierno. Y nos tocaba llevarnos el cadáver para que no quedaran huellas... Y cuando los familiares preguntaban por ellos, buscábamos en los libros de novedades, y allí estaba aquel fulano de tal, detenido el día tal en tal y tal parte, había sido liberado por no tener pruebas de que era el culpable del crimen”.
Por supuesto, hay quienes niegan que esto haya sucedido; sin embargo, nadie más conocedor de estas torturas que el honorable don Ramón Custodio López, luchador incansable por la defensa de los derechos humanos, y acérrimo crítico de los cuerpos represivos del Estado, que hacían y deshacían sin que nadie les dijera nada, especialmente contra los revolucionarios, contra los que impulsaban cambios en Honduras desde las prédicas del comunismo. Con estos eran especialmente crueles.
Por ejemplo, Hans Albert Madison, detenido por militares el 8 de julio de 1982. Se lo llevaron, lo torturaron, se les murió, y su cuerpo jamás apareció. Pero, un día, apareció, en la carretera a Comayagua, un muerto en un costal. Dijeron que era Hans Albert Madison. Pero, resulta que Hans Albert Madison era blanco, casi rosado, ojos azules, rubio, alto, delgado y bien parecido. Su ascendencia era europea. Y el cuerpo que encontraron en un abismo en la carretera a Comayagua era el de un hombre de raza negra, pelo negro, ensortijado, labios gruesos, ojos negros, gordo y no muy alto. Y los que querían encontrar a Hans Albert Madison dijeron que ese era su cadáver.
Es más, acusaron a Billy Fernando Joya de ser el causante de la muerte de aquel hombre. Y hasta enviaron a un laboratorio de Inglaterra, muestras de ADN del hombre negro y de familiares de Hans Albert Madison. Y uno de los científicos más prestigiados del Reino Unido dijo: “Las muestras de ADN enviadas no coinciden en ninguna manera. El ADN de los familiares de Hans Albert Madison y el ADN del cadáver encontrado en un abismo, no son ni remotamente parecidos. El hombre encontrado muerto en el abismo no es Hans Albert Madison”.
Cuento esto porque esa era la forma de hacer justicia que había en Honduras en aquellos oscuros tiempos. Y una de esas formas es esta, que se llevó de encuentro a don Billy Joya, de la forma más estúpida que se pudo inventar para sostener una acusación: un hombre negro, de raza negra, de origen garífuna, de pelo ensortijado, ojos negros, labios voluminosos, jamás iba a parecerse a Hans Albert Madison, quien era alto, delgado, blanco, de piel blanca, ojos azules, que se ponían verdes de acuerdo a la camisa que se ponía, y de pelo rubio y liso. Y lo único que tenían en común, era que vivían en el mismo planeta, en el mismo país, y que a los dos les faltaban los cuatro dientes superiores de adelante, y usaban una prótesis removible.
Así eran las cosas en esos días, y quedan allí, en los archivos, para el que quiera conocer esa parte oscura de la historia de Honduras: la historia criminal, porque ésta también forma parte de la historia, de la identidad, de la cultura y de la personalidad de nuestra sociedad.
Una historia indeseable que se alimenta cada día con la maldad que nace del corazón humano, como lo que hizo aquella mujer perversa que, para esconderle su embarazo a su marido, que vive en Estados Unidos, le cortó la cabeza a su hijo recién nacido y lo tiró en un basurero; o la otra que lo asfixió con sus propias manos para que el marido no se diera cuenta que ella andaba de picazonosa y que la preñaron...
O aquella que puso agua a hervir, preparó a su propio hijo y, cuando el agua estaba hirviendo, llamó por video llamada a su exesposo, el papá del niño, para que viera cómo lo quemaba con el agua hirviendo... Y esto sucede hoy, de la misma forma en que sucedió en tiempos pasados, como aquel hombre que mató a su joven esposa porque supo que lo engañaba con un poeta nicaragüense.
La mató y, vestido de gala, empezó a comérsela, hasta que el cuerpo empezó a descomponerse, y permitió que lo descubrieran... O la mujer despechada que, un día, mientras su esposo se fue a trabajar, mató al niño de escaso dos años, un niño que no era de ella, y lo hizo pedazos, lo puso a hervir, y le hizo sopa a su marido...
O la miserable madrastra que, cuando el niño, hijo de su marido, fue a pedirle comida, ella se enfureció tanto que se fue a la cocina, trajo un hachón de ocote, en brasa viva, golpeó al niño, lo desnudó, y le hundió el leño ardiendo...
O la malvada que quemaba al niño con cigarros, que le torció un bracito para hacerlo sufrir, y, cuando lo llevaron al hospital, murió...
Renato
Dice Renato, el exagente del DIN, que hoy tiene más de setenta años, que en sus tiempos eso hubiera sido castigado con verdadera severidad. Los jueces eran implacables, pero se dejaban llevar por la suavidad de la ey.
“Pero, los detectives del DIN éramos jueces de verdad. Cosas así las castigábamos en el mismo momento en que capturábamos al criminal... Como aquella vez que, en la aldea de Suyapa, un bárbaro quiso violar a una niña de apenas siete años. La niña luchó contra él, el la dejó medio desnuda y le clavó un cuchillo en el pecho. Gritando, la niña corrió por el patio, pidiendo ayuda, desangrándose, con tan mala suerte que se estrelló contra el alambre de púas del cerco de su casa, donde quedó ensartada. La carita, el cuerpecito, los bracitos, toda ella, quedó colgando de las púas del alambre... Allí murió... Y nosotros fuimos a buscar al asesino, pero ya no estaba. Así que recibimos órdenes de encontrarlo vivo o muerto, aunque era mejor encontrarlo muerto, y salimos como perros de cacería a buscarlo... Lo hallamos allá por El Paraíso, en una aldea de Oropolí... Se escondió en una montaña. Quiso entregarse, pero, por esas contingencias de la vida, que siempre suceden, a uno de los compañeros se le disparó la carabina, y el hombre, pues, estaba en el camino de la bala, y esta pasó por su cabeza sin ningún obstáculo... Y allí mismo lo enterramos... Seguramente, allí siguen sus huesos... Y es que, en mi opinión, este tipo de hombres, este tipo de criminales, sea hombre o mujer, deben ser castigados con la mayor dureza, porque dañar a un inocente es lo peor que puede hacer alguien, como quemar un niño con agua hirviendo solamente porque el hombre ya no quiere seguir viviendo con ella... En mis tiempos, estas cosas no se dejaban a la mano de Dios, o a la mano de jueces que, interpretando la ley, dejan en libertad a monstruos como esos”.
Nota final
Y es que la maldad domina en el corazón humano. No en vano dijo el propio Dios: “Perverso y engañoso es el corazón del hombre”. Y la palabra perverso se define de esta manera: sumamente malo; exageradamente malvado. Que hace daño intencionadamente. Malo, malvado, maligno, pérfido, cruel, malévolo, vil, inicuo, diabólico... Y, si el propio Dios dijo que el corazón humano es perverso, ¿no tenemos miles de pruebas ante nosotros para confirmar estas palabras? Pero ha de llegar el día en que todos los malvados desaparecerán de la faz de la tierra, en el nombre de Dios.