(Segunda parte)
Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres
y se omiten algunos detalles
a petición de las fuentes.
VEA: Grandes Crímenes: La extraña muerte de Erick (primera parte)
A Erick lo encontraron muerto en la finca de su familia. El forense dijo que la causa de muerte fue sobredosis de insulina. Tenía en la sangre “tanta como para llenar un vaso”.
Pero Erick no era diabético, y ese medicamento no se usa en su casa. Entonces, ¿cómo se inyectó la insulina? El papá dijo que Erick no se suicidaría jamás porque amaba la vida. Pero estaba muerto y nadie podía explicar por qué. Además, la noche de su muerte llegó a la finca seguido de otro carro… La Policía está obligada a resolver la extraña muerte de Erick, pero…
Escena
Era una casa vieja, de principios del siglo XX, pero estaba acondicionada lo suficiente como para hacerla cómoda y agradable sin dañar su diseño. El amplio corredor está frente al estacionamiento, y este está bordeado de árboles enormes y viejos. Su sala amplia tiene muchos recuerdos, cuadros y fotografías en blanco y negro. La cocina está casi igual a como la construyeron, con la pequeña excepción de la estufa eléctrica que destaca en un rincón.
Y las habitaciones, de techo alto y paredes de piedra tallada y gruesa, la única modernidad que presentan son las camas, las mesas de noche y los cortinajes. En una de estas, encontraron a Erick. Muerto. Estaba desnudo, acostado de lado, en la parte derecha de la cama. Su ropa estaba en el suelo, tirada en desorden. No había allí señales de violencia, nadie había forzado puertas o ventanas, y todo estaba tan tranquilo como siempre, hasta que el guardia encontró el cuerpo.
“Es que el carro rojo se fue como a las ocho –les dijo a los agentes–, y me extrañó que el muchacho se quedara más tiempo en la casa. Yo me acerqué para ver que todo estuviera en orden, pero cuando vi por la ventana del cuarto, me hallé que estaba desnudo, y yo creí que es que estaba dormido. Las luces del cuarto estaban “prendidas” y las cortinas arrizadas. Pero a las doce, lo vi en la misma posición, y aunque me pareció raro, no me alarmé… Ah, pero a eso de las dos de la madrugada ya no me pareció normal aquello, y con algo de miedo a ser imprudente, entré a la casa, fui hasta el cuarto, y lo vi… con los ojos cerrados, pero me pareció que no respiraba. Allí todavía pensé que estaba “inrespetando” al patrón, pero mejor me acerqué, y sí, no respiraba, y estaba pálido… Allí fue que lo toqué… Y estaba helado… como muerto… Entonces llamé al papá… por si es que solo estaba enfermo. El patrón vino como una hora después porque no me contestaba el teléfono… Vino como a las tres”.
El guardia no dijo nada más.
“¿Vio quién manejaba el carro rojo?”
“No”.
“¿Puede describirme, decirme cómo era ese carro?”
“Así, como los carros altos, pero no sé si era rojo”.
“¿Recuerda el número de placa?”
“No, señor; si eso ni se mira con la “nieblina”… Yo solo le abrí el portón, creyendo que detrás venía el muchacho…”
“Si ve un carro más o menos igual a ese, ¿podría reconocerlo?”
“A saber… No le digo que no me fijé bien porque como son las cosas privadas de los patrones, y cuando ellos llegan a la finca es porque traen así como sus movidas…”
Era suficiente.
Funeraria
Los agentes llegaron a la funeraria en menos de quince minutos. El cuerpo de Erick había sido limpiado, bañado y afeitado. Las enormes heridas en “V” en su pecho eran grotescas, costuradas con la mayor impericia, y eso hizo llorar a su padre.
“¡Dios! –exclamó–. Mi hijo…”
Los detectives no deseaban perder un segundo.
“¿Encontró algo anormal en él, aparte de la insulina? –le preguntaron al médico, que preparaba el cuerpo.
“No le entiendo”.
El policía habló directamente.
“¿Usted podría decirme dónde se inyectó la insulina la víctima?”
El médico dudó.
“No –dijo–, no sé… En un brazo, tal vez…”
“Ayúdeme, por favor” –agregó el detective.
“¿Qué es lo que busca?”
“Un pinchazo, o sea, el pinchazo de la aguja”.
“Eso es casi imposible de detectar… –replicó el médico–. Las agujas para insulina son delgadas, en extremo delgadas, y no dejan huella…”
“Doctor, este muchacho tenía insulina en el cuerpo como “para llenar un vaso”, según sus propias palabras, y no creo que se la inyectara él mismo. Y, si alguien se la inyectó, no lo hizo por poquitos… Lo hizo de una sola vez, y cuando estaba dormido… Lo encontraron desnudo y eso significa que tuvo intimidad con alguien, y ese alguien debe ser quien lo mató… Por tanto, sé que en alguna parte del cuerpo hay un pinchazo, de aguja gruesa, de jeringa grande, que capte muchos CC de una sola vez…”
“Entiendo. ¿Por dónde empezamos a buscar?”
“No en los brazos… En una nalga…”
El policía sacó de un bolsillo una lupa. No tardó en dar un grito.
“Aquí está –dijo–; le parece a usted un pinchazo de aguja hipodérmica gruesa…”
El doctor se acercó.
“Y muy gruesa” –dijo, viendo a través de la lupa, un punto rojo, arriba, en la nalga derecha.
El policía se volvió hacia uno de sus compañeros.
“Que venga inspecciones oculares y los muchachos de dactiloscopia… –dijo–. Vamos a la finca. Allí se cometió un crimen”.
El padre de Erick se había derrumbado en una silla de metal.
“Me lo mataron –decía–. Fue que me lo mataron”.
El policía preguntó, dirigiéndose al forense.
“¿Encontró alguna otra droga en su sangre?”
“No, solo cocaína… y licor”.
“Algún somnífero”.
El médico dudó.
“Lo que creo es que llegó con alguien, una mujer, tal vez, tuvo relaciones con ella, él se desvaneció después, quizás por la coca y el licor, o por otra sustancia, y ella aprovechó para inyectarle la insulina… que ya llevaba preparada y con intención de asesinar con ella…”
“Pero, ¿por qué?” –rugió el padre.
“Es lo que vamos a averiguar, señor”.
“Mi hijo no le hacía mal a nadie”.
“Lo mataron, señor –replicó el agente–, y eso está claro… Y lo mató alguien en quien él confiaba… Nadie más estuvo con él en el cuarto, a menos que una tercera persona viniera escondida en el segundo carro… Aunque, si hubiera sido así, tal vez…”
El detective calló.
“¿Tal vez qué?” –preguntó el papá de Erick.
“No sé, señor; solo estoy pensando en voz alta…”
El policía hizo una pausa.
“Quiero el celular de su hijo”.
“Está en mi casa”.
“Y quiero ver su cuarto, su carro, su oficina… su computadora”.
“Claro”.
Investigación
La última llamada que Erick hizo estaba registrada a las seis de la tarde con treinta y dos minutos y diecisiete segundos. La hizo desde algún lugar cercano a la colonia El Sitio.
“Después descubrimos que la hizo de la gasolinera que está en la salida a Valle de Ángeles –dice el policía–; allí hallamos registro de las compras que hizo, y que pagó con tarjeta de crédito. Whisky, papas fritas, galletas, condones, dulces y gasolina. Todo, después de las seis y media. Mientras hacía las compras, habló con alguien…”
“¿Quién era ese alguien?”
“El número estaba a nombre de un muchacho, Fulano de Tal… de La Libertad, Comayagua… Cuando lo entrevistamos, nos dimos cuenta que él no salió de su pueblo en el último mes”.
“Entonces, ¿cómo es que este número está a tu nombre? –le preguntó la Policía–. Tengo que decirte que este número está involucrado en un asesinato, y si no nos ayudás, vamos a tener que llevarte a Tegucigalpa para investigación… La víctima, o sea, el muerto, habló con vos unas dos o tres horas antes de que lo mataran”.
“Conmigo no; yo no he hablado con nadie”.
“Entonces, ¿me podés decir por qué este número está a tu nombre?”
El muchacho abrió la boca para decir algo. El detective lo interrumpió.
“Pero antes de que me digás mentiras, te voy a decir que sabemos bien donde fue comprado el chip… Aquí mismo, en La Libertad…”
El muchacho temblaba.
“Es que un primo mío me pidió el favor… Dijo que había perdido la identidad y el teléfono, y que le ayudara”.
“Ya. ¿Quién es tu primo?”
“Se llama Jorge; es entrenador de un gimnasio en Tegus…”
“¿Jorge qué?”
El muchacho habló hasta por los codos.
Videos
Los detectives tardaron una semana para poder ingresar a la computadora personal de Erick. La guardaba en su cuarto, en una gaveta de una de sus mesitas de noche.
Allí, los agentes encontraron un telescopio, sobre su trípode, frente a la ventana, y otro embalado en su caja. Cuando el “hacker” abrió los archivos, una llamada interrumpió su alegría. El detective a cargo del caso contestó de inmediato:
“Tenemos al que compró el chip y sabemos a quién se lo envió…”
“Nosotros acabamos de entrar a la computadora personal de la víctima”.
“Excelente”.
Archivos
Era una computadora nueva, y estaba casi virgen.
“Parece que era muy especial para Erick –dijo el “hacker”, luego de soltar un silbido–. Mirá esto”.
El primer video, fechado dos meses antes de la muerte de Erick, mostraba a una pareja en la intimidad de un dormitorio, detrás de una alta ventana de vidrio. Era una mujer joven con un hombre alto y musculoso, con cola de caballo y candado fino.
“Esto lo grabó con un celular –dijo el experto–, y con la ayuda del telescopio… Parece que a este dechado de virtudes le gustaba espiar a sus vecinos, sobre todo a sus vecinas…”
“¿Y los otros videos?”
“Son reproducciones del primero, y hay uno más, de una semana después… Más explícito…”
Los policías regresaron al cuarto de Erick.
Desde allí, y en la dirección que apuntaba el telescopio, se veía una ventana alta, de arco amplio, oscurecida por una cortina gruesa.
“Esa es la ventana –dijo el detective–. No hay otra igual y ninguna más queda en el rango de visión del telescopio…”
“¿A qué distancia está, más o menos?”
“A unos ochocientos metros, supongo”.
“Buen oficio tenía el chavalo”.
“Y ese oficio lo llevó a la muerte… estoy seguro”.
El policía hizo una pausa, luego, agregó:
“Es hora de visitar esa casa”.
Casa
“No fue difícil encontrar la casa –dice el detective–; enviamos un dron desde el cuarto de Erick y lo mantuvimos volando sobre el techo hasta que llegamos… Está situada más arriba, a setecientos dieciséis metros exactos al norte de la casa de la víctima. Por supuesto, dimos muchas vueltas antes de llegar”.
Eran las once de la mañana. Nos abrió un guardia que llamó a la señora, porque el “jefe de casa no está”.
“Anda fuera del país”.
La señora
“Me sorprendí al ver a aquella mujer –dice el detective–. No muy alta, pero la más bella entre las bellas, para describírsela de una sola vez…”
El detective se presentó.
“¿En qué le puedo servir?” –preguntó ella, temblando de pies a cabeza, y blanca como el papel.
“Queremos hablar con usted por los videos que le hizo Erick –le dijo el detective, cuando estuvieron solos–; usted sabe a lo que me refiero…”
La mujer estuvo a punto de desmayarse.
“¿Por qué lo mató?” –le preguntó el detective, con acento acusador.
Ella lloraba en silencio.
“Erick, por casualidad, la grabó teniendo relaciones con su entrenador del gimnasio, ¿no es cierto?, y con el video, la chantajeó para que se acostara con él… ¿Es así?”
Ella movió la cabeza hacia adelante.
“Yo no lo conocía –agregó–, pero una mañana vino a la casa y le dijo a una de las muchachas que me entregara un sobre… Allí venía una memoria y un número de teléfono…”
“Usted vio el video y lo llamó”.
“Le pregunté ¿qué era lo que quería?”
“Lo mismo que le das a él…” –le respondió Erick.
“¿No querés dinero?”
“No… Me sobra… Te quiero a vos… Si no me das una respuesta en dos horas, los cuelgo en internet y se los mando a los compañeros de tus hijos en la escuela, y a tu esposo…”
“Al principio, ella accedió para recuperar los videos –dice el detective–, pero Erick quiso más. Entonces, ella se deprimió, hasta que su entrenador le sacó la verdad…”
“Ustedes lo mataron” –le dijo el detective a la mujer.
“No, no fui yo… Él llevaba una jeringa grande, con un líquido, y después de que… tuvimos relaciones, Erick se durmió porque estaba bebido y creo que drogado, y entonces, él entró y lo inyectó en una nalga… Después me dijo que era insulina, y que dejaría de jod… para siempre”.
Nota final
Los detectives llegaron a la farmacia donde el entrenador compró la insulina, y a la agropecuaria donde compró la jeringa, una para inyectar caballos. Todo lo pagó con tarjeta de débito. El carro rojo, una camioneta Honda, estaba en el parqueo del gimnasio. Allí encontraron más evidencias, como ser, un bote vacío de insulina. En ese momento, llegó una llamada al celular del detective:
“Buen trabajo –le dijeron–.Dejen el resto a otro equipo… Orden de arriba”.
“Nos retiraron del caso, pero un día, quise saber si el entrenador seguía trabajando… Eso fue dos semanas después. Por pura curiosidad, pregunté por él. Tenía diez días de no ir al trabajo, no contestaba su teléfono, y su familia ya había puesto la denuncia de su desaparición… Creo que todavía lo andan buscando…”
“¿Y ella? ¿Ha sabido algo de ella?”
“No… No me ha interesado… Pero el caso es extraordinario y se lo cuento con la autorización verbal del papá del muchacho muerto… ¿Se acuerda que le dije que tenía un súper caso, pero que pediría permiso para contárselo?