TEGUCIGALPA, HONDURAS.-¿Dónde está mi padre?”.
¿Cuántas veces se ha hecho Carla esta pregunta? Seguramente no sabría decirlo. Pero, se la ha hecho muchísimas veces.
La última vez que lo vio fue un domingo en la tarde, hace ya algunos años. Estaba deprimido, se había peleado una vez más con su esposa, veinte años menor que él, y eso lo entristecía mucho porque ella se había ido de la casa, y él se echaba la culpa.
Viudo a los cuarenta años, se dedicó a criar a su única hija, de diez, y, cuando esta cumplió veintidós, se casó de nuevo. Tenía, entonces, cincuenta y dos años, y su esposa treinta y dos. Ocho años después, las cosas se pusieron difíciles entre los dos, y los problemas se agravaron, hasta que llegaron los pleitos cada vez más serios. Y ese domingo, Elena se fue, después de ocho años de matrimonio.
“Estoy desperdiciando mi vida con vos –le dijo–; de nada sirvió que te quisiera tanto”.
Y, después de gritarle otro montón de cosas, se fue. No volvería a ver a su marido.
“Lo llamé al día siguiente –le dijo a la Policía–, pero no me contestó. Creí que seguía enojado conmigo. Lo llamé otra vez en la tarde, y su teléfono estaba apagado. Tampoco contestó el teléfono de la casa. Entonces, fui a buscarlo, pero todo estaba cerrado”.
“¿Cuándo fue a buscarlo, señora?” –le preguntó el detective.
“El lunes en la tarde, después de que lo llamé y no contestó”.
“Y, ¿la casa estaba sola?”.
“Sola, señor”.
“¿Ustedes tenían una empleada, verdad?”.
“Sí, pero tampoco estaba en la casa. Entonces, se me ocurrió llamarla y me dijo que había llegado el lunes temprano a la casa, que había tocado la puerta, pero que nadie le abrió… Dice que creyó que habíamos salido, y esperó hasta las diez de la mañana, pero se aburrió y se fue, decidida a regresar al día siguiente… Ella trabaja con nosotros de lunes a viernes. Tiene libre el fin de semana”.
“¿Cómo se llama ella?”.
“Claudia”.
“¿Dónde vive?”.
La mujer les dio la dirección y el número de teléfono. Carla, mientras tanto, estaba angustiada. Su papá, diabético e hipertenso, no aparecía por ninguna parte, nadie lo había visto desde el viernes anterior, y no contestaba las llamadas.
LEA: Selección de Grandes Crímenes: El dolor nunca se olvida
Claudia
Era una mujer mayor. Dijo que trabajaba con don Jorge desde hacía diez años, dos años antes de que se casara con Elena. Dijo que a veces los oía discutir, pero que nunca los vio pelear con fuerza, “o como perros y gatos”. Dijo, además, que llegó el lunes a las cinco de la mañana, como de costumbre, pero que nadie le abrió la puerta. Esperó hasta las diez, y se fue.
“¿Llamó usted a la señora?”.
“No, señor, porque pensé que habían salido o que se habían ido de viaje, como hacían muchas veces… Me fui para mi casa y esperé a regresar el martes, si antes no me llamaban los patrones”.
“Bien, señora”.
+Selección de Grandes Crímenes: La ballena azul
Don Jorge
Nadie supo de él el lunes, tampoco el martes y menos el miércoles. Entonces, lo declararon como desaparecido, y la Policía inició una investigación.
En la casa todo estaba en orden. Las luces las encontraron apagadas, el carro de don Jorge estaba en el estacionamiento, adentro de la casa todo estaba limpio y solo la cama del cuarto principal estaba desarreglada. Era claro que alguien había dormido allí. Pero, si el carro estaba en el parqueo, ¿dónde estaba don Jorge?
Ninguna de sus amistades dijo haberse comunicado con él y menos haberle visto o reunido con él ese domingo. Además, casi nunca salía los fines de semana, y si lo hacía, era con Elena, su esposa, y por lo general, en el vehículo de ella.
La Policía revisó cada metro cuadrado de la casa, y no encontró señales de don Jorge. Tampoco había señales de violencia.
“¿Tienen cámaras en la casa?” –le preguntaron a la esposa.
“No” –respondió esta.
“La colonia es grande –dijo el detective–, tiene muchas entradas y no hay guardias de seguridad… No tenemos a nadie más a quien preguntarle por don Jorge. Lo que nos queda es esperar…”.
“¿Esperar?” –dijo Carla.
“Nada más, señora. Hasta que no tengamos una pista sobre el paradero de su padre, o de lo que ha pasado con él, no podemos hacer nada más… Ya visitamos todos los hospitales públicos y privados, fuimos a la morgue, a las postas de la Policía, y no tenemos nada… Vamos a esperar…”.
Carla, hermosa a sus cuarenta años, no muy alta, delgada, de pelo castaño y ojos claros, se limpia una lágrima con el dorso de una mano.
“Han pasado diez años desde la desaparición de mi padre –dice–, y sigo esperando. La Policía jamás me dio una respuesta. No quiero que lo declaren muerto hasta no estar segura de que no lo volveré a ver. Ha cumplido ya los setenta años, y hace unos días Elena, su esposa, me preguntó si había que declarar como muerto a mi papá…”.
“¿Usted qué le dijo?”.
“Que quería esperar”.
“¿Cómo es su relación con su madrastra?”.
“Desde que se casó con papá no fue muy buena; yo traté de estar alejada de ellos, y cuando me casé, fue cuando se casó con mi padre. No sé si fue buena o mala con él. Si tenían diferencia, eran cosas de casados, y en eso, nadie se debe meter. Él estaba contento, o al menos era lo que me decía, hasta ese domingo en que lo encontré deprimido y triste, solo, porque Elena se había ido…”.
“¿Cuánto tiempo estuvo con
él ese domingo?”.
“Unas dos horas, creo. Fue en la tarde. Me fui de la casa a eso de las seis. Le dije que si le hacía cena, y no quiso. Dijo que se acostaría temprano. No lo volví a ver”.
“¿Habló con él por teléfono esa noche?”.
“Sí, lo llamé para decirle que ya había llegado a mi casa y que si quería podía irme a quedar con él en la suya porque mi esposo tenía turno en el hospital esa noche… y me dijo que no, que no era necesario; que me llamaría en la mañana”.
“Y, ¿la llamó?”.
“No. Yo lo llamé a eso de las ocho, pero no contestó. Creí que estaba con Elena, y no lo molesté. Me di cuenta de que había desaparecido hasta en la tarde de ese lunes, cuando Elena me llamó para decirme que había estado llamando a mi papá y que no contestaba, que regresó a la casa, y que no estaba, aunque allí estaba su carro… Fue cuando me alarmé y, juntas, llamamos a la Policía. Hasta hoy, sigo esperando”.
“¿Cree usted que su papá se haya ido de viaje?”.
“No; nunca lo hubiera hecho sin despedirse de mí, y nunca un viaje tan largo, de diez años”.
“Dígame una cosa, ¿qué ha pasado con los bienes de su papá?”.
“Elena sigue viviendo en la casa, esperando a que aparezca; además, dirige las empresas de mi padre, y lo ha hecho bien hasta ahora. Mi padre, que ha sido siempre muy previsor, hizo testamento unos dos años antes de desaparecer, pero no sabemos nada de lo que dice ese documento porque no se le ha declarado como muerto y, por tanto, no se puede leer. Es más, yo no quiero que se abra todavía, y Elena está de acuerdo conmigo”.
“¿Tenía seguro de vida su padre?”.
“Sí; siempre tuvo seguro de vida… Dos o tres, creo. No estoy segura”.
“¿Sabe usted quiénes son los beneficiarios?”.
“Supongo que Elena y yo… pero no sabemos nada de eso… y a mí, personalmente, no me interesa. Lo que quiero es que mi padre aparezca”.
“¿Ha seguido el caso en la Policía?”.
“Sí, pero no se ha avanzado nada en diez años… Aunque se sospechó de que alguien lo había secuestrado, y que lo habían asesinado, no se ha comprobado nada. La Policía confirmó las llamadas de Elena a mi papá, tal y como ella dijo; mis propias llamadas, y las de algunos amigos. Hasta que el teléfono sonó apagado. Se buscó entre los cuerpos que se encontraban muertos en toda Honduras, y ninguno era mi padre. No se ha sabido nada de él en los diez últimos años… pero, yo no pierdo la esperanza. Amo a mi papá, y quiero encontrarlo con vida”.
Carla llora en silencio y no puede hablar más.
ADEMÁS: Crímenes: Gusanos en la noche
Elena
Es una mujer bonita; a sus cincuenta años se conserva bella, y sola. Trabaja duro en las empresas de su marido, “para que las encuentre prosperadas cuando vuelva”.
“Me arrepiento de haberme ido –dice–, pero es que ya no soportaba que estuviera discutiendo siempre, que por esto, que por lo otro, que por aquello, que si alguien me enamoraba, que si a mí me gustaba alguien… En fin, hasta me sacó en cara que no tenía un perro en la casa solo porque a mí no me gustaba, aunque él sabía bien que soy alérgica a los perros y a los gatos… Me gritó, y me molesté mucho. Me fui a la casa de mi mamá, y él, orgulloso como ha sido, no me llamó ni una sola vez, aunque Carla, su hija, lo encontró triste… y eso me llena de mucha pena…”.
La Policía comprobó las declaraciones de Carla. Su madre dijo que había llegado a la casa a eso de las dos de la tarde, que se quedó con ella y que dejó el carro estacionado al frente, en la calle, lo que confirmaron los vecinos.
“¿Salió de su casa esa noche su hija?”.
“No. Desde que se vino, se metió en el cuarto, y allí se quedó hasta la mañana del lunes, cuando desayunó y se bañó…”.
“¿Quién más vive con usted, señora?”.
“Mi otra hija, señor; solo tengo dos, pero ella está de viaje porque es vendedora de seguros, y viaja bastante… Casi siempre paso sola…”.
“¿Visitó alguien a su hija esa noche?”.
“No”.
“¿La escuchó hablar por teléfono con alguien?”.
“No”.
En el registro de llamadas del teléfono de Elena había varias llamadas recibidas, pero ninguna contestada. Además, ella no hizo ninguna llamada desde la una y media de la tarde, cuando le habló a su mamá para decirle que iba para su casa porque estaba peleando con su esposo, y después no habló más, a pesar de que la llamaron varias personas. Fue hasta el lunes que usó su teléfono de nuevo, cuando llamó a su marido. Pero las diez llamadas de la mañana están sin contestar, lo mismo que las cinco que le hizo a las dos y minutos de la tarde.
DNIC
La Policía de Investigación se encontró en un callejón sin salida. No había forma de seguir con la investigación. Carla, que lo vio por última vez, no podría ser sospechosa de su desaparición. Elena, su esposa, tampoco. Entonces, ¿dónde está don Jorge? ¿Qué fue lo que pasó con él? ¿Por qué nadie lo ha visto? ¿Por qué él no se ha comunicado con nadie, ni con su propia hija?
“Creo que está muerto –dice el detective que llevó el caso, y que salió hace años de la Dirección Nacional de Investigación Criminal–; y, casi estoy seguro que murió ese mismo domingo, o en la madrugada del lunes… y que lo mataron… pero, ¿cómo probar esto? Su cama estaba desarreglada, señal de que había dormido en ella, pero allí estaba su carro, en el parqueo, y él nunca salía si no era en su propio vehículo o con su esposa, y al revisar las llamadas de su teléfono, vimos que no se comunicó con nadie ese domingo, y que tenía muchas llamadas perdidas, por lo que sabemos que no salió con alguien…”.
Entonces, ¿dónde está don Jorge? ¿Qué pasó con él?
Continuará la próxima semana...