Crímenes

Selección de Grandes Crímenes: Un infierno en el pecho

Vivir con odio es como tomar veneno para que el otro muera
19.12.2021

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Thelma. Thelma es una fiel lectora de esta sección de diario EL HERALDO desde hace muchos años. Colecciona los casos, y cada sábado se toma su tiempo para leerlos y comentarlos, por lo cual le agradezco sinceramente. Hasta “Baleadas Don Juan”, donde trabaja con esmero, va este agradecimiento especial para ella, que es una “Carmilla-adicta” leal. Y para don Marcos Merino y su esposa doña Silvia, un abrazo sincero y mi agradecimiento por la gran colección de los casos de Carmilla Wyler que atesoran en su casa. Sinceramente, gracias, porque sin ustedes todo esto no sería posible. Que Dios los bendiga mucho más, y que diario EL HERALDO esté siempre en sus casas.

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FUEGO

Isaac no duerme, no come más que unos bocados y casi siempre está en silencio. La soledad ha caído sobre él como una maldición, y a veces hasta llora. Pero no se sabe por qué llora Isaac. Unos dicen que es de dolor, otros dicen que es de rabia, de ira, de cólera y de impotencia.

Tiene pocos amigos, aunque es un hombre servicial. Nunca se mete en problemas, y desde la mañana hasta la tarde trabaja en la carpintería, haciendo de todo, aunque no le dé valor a nada. Hace dos años está en la Penitenciaría Marco Aurelio Soto, y aunque los fiscales no le han podido probar nada todavía, él no quiere irse de allí, sencillamente porque no tiene a donde ir.

“Tengo hermanas y hermanos -dice-, y tengo mi propia casa en la colonia San Miguel, pero no tengo un hogar, que es cosa muy diferente; no tengo hijos que me esperen, porque están en España, y además, no quieren saber nada de mí. Viven con una tía, hermana de su mamá, y en todo este año no he sabido nada de ellos. Supongo que están bien, porque si algo malo les hubiera pasado, ya me hubiera dado cuenta”.

Accedió a hablar conmigo después de que el coordinador del Módulo de Diagnóstico lo convenciera. “Más para que descargue un poco el infierno que lleva en el pecho -me dijo el coordinador-. Este hombre sufre no porque está en la cárcel; su sufrimiento es peor…”

Tiene cuarenta y dos años, es alto, de piel clara y fornido. El Ministerio Público lo acusa de haber dado muerte a su esposa y al novio de esta. Él no habla sobre esto.

“Si ellos pueden probar que yo los maté, entonces no tengo nada que decir; pero si no pueden demostrarlo, es otro asunto”.

“Y ¿por qué dice eso el fiscal?”

Isaac me mira con sus ojos casi sin vida, calla por largos segundos, como si ordenara sus pensamientos, y al final de la pausa, dice:

“Sé que Dios existe, y sé que si no existiera, yo hubiera amado a esa mujer como solo se ama a Dios. Era mi vida; era todo para mí. Nada había en mi mundo sino ella, y ella me traicionó. Cuando me di cuenta de eso, me fui de la casa. Estaba furioso, dolido, y sabía que podía hacerle daño, pero que no valía la pena. Miré a mis hijos por última vez y no regresé. Dicen que mi casa está vacía, que es un nido de ratas y que se está deteriorando, pero a mí no me importa. Aunque han pasado más de dos años de eso, exactamente dos años y tres meses, no olvido. Aquello sigue torturándome como una maldición. Cuando la Policía me capturó, sentí un gran alivio, porque desde aquí, encerrado, no podía hacer nada de todo lo que me imaginaba. Y no es que yo sea un cobarde, Carmilla; claro que no. Es que uno no le hace daño a la persona que quiere. No. Eso no. Pase lo que pase, uno no daña a quien quiere. Y yo entendí que si ella me había sacado de su corazón, de nada servía hacerle un mal, porque cuando no lo quieren a uno, pues no lo quieren, y uno debe aceptar las cosas. Aunque en la mente dan vueltas mil cosas. No se duerme, no se come, no se vive, Carmilla; y si se vive, lo que se vive es un infierno, porque uno sigue queriendo, y a lo mejor con más fuerza y más devoción que antes. No sé por qué pasa eso en el corazón del hombre que ha sido engañado, y tampoco me importa saberlo. Creo que hay una razón para todo”.

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FISCAL

“Este es un caso raro, Carmilla -me dijo el fiscal, dando vuelta a unas páginas del expediente-. Mire esto”.

Eran fotografías. En ellas aparecían restos humanos; más bien, algunos pedazos de huesos, calcinados, quemados casi hasta la destrucción total.

“Los encontró un hombre que buscaba leña, en un lugar apartado de La Montañita, en la salida a Danlí. Tenían varios días de estar allí, o sea, que hacía ya algún tiempo, tal vez una semana, de que alguien quemó allí un cuerpo. El forense dice que son huesos de dos personas, pero no estamos seguros. Los restos son demasiado pequeños, y lo peor es que no se les pueden hacer pruebas de ADN porque el fuego fue intenso y destruyó toda posibilidad de identificarlos”.

Hizo una pausa el fiscal. Luego, me mostró la fotografía de Isaac. Y después, dos fotografías más. La de una mujer muy bonita, de unos treinta años; la otra, de un hombre joven, de ojos claros y de unos treinta y cinco años.

“Ella es la esposa de Isaac -dijo, señalándola con un lápiz-; él es el supuesto amante. Los dos desaparecieron sin dejar rastro. Una hermana de la mujer dijo que ella salió a eso de las nueve de la mañana de un domingo, y que iba, supuestamente, para la iglesia. No regresó a la casa. Llevaba una cartera grande e iba bien vestida. Él desapareció ese mismo día. Dijo su mamá, una anciana ya, que su hijo salió para el campo de fútbol, a ver unos partidos, y que le dijo que regresaría a la hora del almuerzo, pero jamás volvió. Ella no llegó nunca a la iglesia. Él no llegó nunca al campo. Aunque tenía la costumbre de ver allí los partidos de los fines de semana, dos de sus amigos, con los que se reunía siempre, no sabían que ese día iba a llegar. Tenía tres domingos de no ir. Cuando los entrevistamos, nos dijeron que es que se había metido a líos con una mujer ajena y tenía miedo de que algo malo le pasara”.

El fiscal le preguntó:

“¿Es posible que se haya encontrado con ella ese domingo?”

“No lo creo -dijo uno de ellos-, porque él se alejó de esa mujer. Tenía miedo porque el marido había sido miembro de las Fuerzas Especiales, y esa gente es peligrosa. A mí me consta que no la veía. Pero ese domingo que desapareció, la mamá me llamó por teléfono preguntando por él, y yo le dije que no lo había visto, que no había ido al campo esa mañana. Pero él le había dicho a su mamá que iba a ver los partidos. Y hasta el sol de hoy, no se sabe nada de él. Y dicen que la mujer también desapareció”.

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DPI

El agente de la sección de Delitos contra la Vida de la Dirección Policial de Investigaciones (DPI) toma la palabra y dice:

“Buscamos por todas partes, entrevistamos gente, hablamos con el sospechoso y no llegamos a nada, hasta que se encontraron los huesos quemados en la zona de La Montañita. Los técnicos dijeron que tenían unos ocho días de estar allí. Y hacía ocho días que la pareja había desaparecido. Entonces supusimos que se trataba de la pareja desaparecida porque, además, el forense dijo que los huesos eran de dos personas, aunque no podía asegurar que se tratara de un hombre y de una mujer. Los técnicos buscaron indicios en la zona, centímetro a centímetro, y no encontraron nada. Todavía apestaba a gasolina. Usaron galones y galones de combustible para reducir los cuerpos a los pocos huesos que quedaban. Ni siquiera los dientes se encontraron. Lo que usted ve en las fotografías es lo único que quedó. Creemos que el asesino llevó a las víctimas hasta ese punto, que estaban amarradas, y que las quemó después de matarlas. Y esperó allí hasta que no quedaba nada de ellas”.

“Pero ¿por qué supusieron ustedes que era la pareja desaparecida?”

“En investigación criminal seguimos cualquier pista que nos pueda ayudar a resolver un crimen. Sabíamos que una pareja había desaparecido, que el esposo de la mujer tenía motivos para vengarse, y para hacer un daño grave, sabíamos que era un exmiembro de las Fuerzas Especiales del Ejército y, por tanto, no solo tenía los motivos, sino también la capacidad de causar un daño así. Y se lo hicimos ver al fiscal. Y el fiscal, al juez. Y el juez ordenó la captura. El problema es que ya han pasado dos años y un poco más, y nunca se pudo tomar una muestra de los huesos para hacer la prueba de ADN. Pero el sospechoso nunca se defendió; ni siquiera aceptó hablar con el abogado que le puso el Estado. Nunca habló con nosotros. Nosotros queríamos saber dónde estuvo él ese domingo que desapareció la pareja y qué hizo en esa semana, pero no dijo nada; ni siquiera abrió la boca para defenderse de las acusaciones. Tampoco mostró emoción alguna. Solo se veía como ido, como si no estuviera en este mundo, y se limitaba a vernos, a mirarnos con ojos como ojos de muerto. Y el juez, que le hizo muchas preguntas, tampoco consiguió que hablara, y yo creo que más por enojo con él fue que lo mandó a la penitenciaría; sencillamente, Carmilla, porque no teníamos nada contra él; solo sospechas…”

ISAAC

“Hace una semana vino el fiscal -me dijo-, y me trajo una noticia que no me alegra para nada. Dice que va a solicitarle al juez que me dé la libertad, porque ahora sabe que soy inocente de lo que me acusaron”.

El fiscal me miró por un momento.

“Si servimos a la justicia -me dijo-, debemos ser justos. Reconozco que me equivoqué. Hace un mes capturaron a un hombre en Matagalpa, Nicaragua. Lo capturaron por violencia contra su mujer. La golpeó por celos, y de un golpe le estalló un ojo; además, le fracturó un brazo y dos dedos de una mano, y una patada que le dio le dañó el hígado. La mujer llegó inconsciente al hospital, pero no murió, aunque quedó mutilada para siempre. Los policías llevaron al hombre a la cárcel, y el fiscal lo acusó de lesiones graves y parricidio en su grado de ejecución de tentativa inacabada. Y el abogado de oficio que lo defendía informó a la Embajada de Honduras en Managua, y la Policía nicaragüense pidió informes acerca de ese hombre. ¡Y resultó ser el hombre que había desaparecido aquel domingo, cuando dijo que iba a ver unos partidos de fútbol al campo de la colonia San Miguel! Yo me fui de espaldas cuando vi el nombre de la mujer. Era la que desapareció ese mismo día. Fuimos a Migración, y allí estaba el dato que buscábamos. La pareja salió por la frontera de El Espino ese domingo, a las tres de la tarde. La Policía de Nicaragua nos dijo que vivían en Matagalpa desde hacía dos años y que se dedicaban a vender panelas de dulce, miel y confitería. Lo mismo que hacía aquí el supuesto desaparecido.”

“No me importa nada de eso -dice Isaac-; no me importa nada. No me hicieron un mal metiéndome en prisión. Más bien, me libraron de hacer daño, como yo lo imaginé muchas veces. El problema es que se llevaron a mis hijos, y que no quiero irme de aquí”.

“¿Y los huesos?” -le pregunté al fiscal.

“Pues, allí están, en el laboratorio… guardados para siempre. Un informante de la DPI nos dijo que en Los Pinos había desaparecido una muchacha, la mujer de un chavalo peligroso… Pero no hemos sabido nada más. Solo Dios lo sabe”.

“Este infierno que llevo en el alma no se me va a apagar nunca -dice Isaac-. Cuente mi historia, Carmilla, no para acusar al fiscal o al juez que se partieron de la primera para encerrarme, sino para que sus lectores vean que Dios hace cosas raras, tal vez para salvarnos de cosas peores”.

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