TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.
RESUMEN. Carlos entró a la penitenciaría de varones acusado de haber violado a su hijastra. Él asegura que es inocente. Por desgracia, en Honduras, la justicia camina hacia atrás, y ve bien lo que hace; y lo que hace la mayoría de las veces es lo malo. Aquí no existe el principio de inocencia. Todo mundo es culpable. Los inocentes no existen. Así, pues, Carlos llegó a su celda, pero alguien, en alguna parte, lo protegía. Y le prometió que su caso sería investigado hasta el final, y rápido... Y todo porque Carlos, un día, hizo algo bueno, de lo que no se acuerda. El hombre que recibió aquel favor está dispuesto a ayudarlo, en una muestra de que la bondad y el agradecimiento son las mayores virtudes humanas.
NOTICIA
Tres días habían pasado desde la llegada de Carlos a la cárcel, cuando le avisaron que tenía una visita. Dos hombres y un custodio llevaron hasta él a una muchacha muy bonita, alta, delgada y de agradable aspecto. Era su hijastra quien, cuando lo vio, corrió hacia él y lo abrazó.
“¡Papá! -le dijo-. ¡Papá!”.
Y la muchacha lloró, mezclando sus lágrimas con las de Carlos. Más atrás estaba un hombre alto, de aspecto elegante, que tenía un maletín en una mano. Y junto a él, un procurador. Tito, que estaba de pie viendo aquella escena, sonreía complacido.
“Se va de aquí mañana -le dijo el procurador-; el abogado Raúl Suazo hizo todos los trámites para que el juez escuchara la declaración de su hijastra, y sabemos que usted es inocente...”
“Gracias a Dios” -exclamó Carlos.
“Perdoname, papá... Es que yo tenía miedo de mi mamá y de ese hombre con el que anda...”
VEA: Selección de Grandes Crímenes: Un favor especial (Primera parte)
“Está bueno, hijita -le dijo Carlos-. Pobrecita tu mamá, que no sabe en lo que se ha metido”.
“Pues yo creo que sí lo sabe, papá -replicó la muchacha-, porque...”Tito la interrumpió. Acababan de traer ante él a un muchacho que temblaba de pies a cabeza.
Tito le dijo con suave autoridad, viéndolo con ojos de fuego:“Decile a este hombre qué es lo que ibas a hacer, y por qué”.
“Me dijeron que lo matara en la celda -dijo el hombre-; pero yo no quería, don Tito...”
“¿Cuánto te iban a pagar?”
“Cien mil...”
“Excelente... Ahora, decime, ¿quién te iba a pagar por matar a este amigo mío?”
“Yo no sabía que era su amigo, don Tito... Yo no sabía”.
“¿Quién?”
“‘El Pescado’... ‘El Pescado’ vino y me dijo que iba a entrar un man... y que me iba a pagar para que lo pelara...”
“Te dijo por qué, ¿verdad? Hablá...”
El hombre se estremeció y, por esas cosas del miedo, se orinó en los pantalones. Y tenía razones más que suficientes para hacerlo. Tito, alto, enorme y de rostro grave y temible, causaba mucho más que miedo.
“Me dijo que es que él se estaba... volando a la mujer... una vieja que le daba billete, y que si este señor se moría, ella se iba a quedar con todo, y que él iba a ser el dueño... porque la vieja está bien pegada con él... Eso me dijo, y, pues, uno tiene que ganarse la vida, don Tito... usted sabe...”
“Sí, yo sé -le dijo Tito, sonriendo como las hienas-; y ahora, pues, creo que cometiste tu peor error...”
“Yo no sabía, don Tito -gritó el hombre, viendo para todas partes, buscando, tal vez, por donde escapar-. Yo no sabía...”
“Está bien -le dijo Tito-. Está bien...”
No dijo nada más, sin embargo, el agente de la DPI que estaba cerca de él lo vio hacer una señal con la mirada, lo que entendió de inmediato el hombre al que iba dirigida.
Y el asesino también, porque gritó que no le hicieran nada, que él no sabía que aquel hombre era amigo de don Tito.
Lo que siguió fue cosa normal en la penitenciaría. De una celda salieron gritos que llamaban a un médico, a los custodios, al cielo entero. Un hombre se había ahorcado con pedazos de su propia cobija.
“Entró a la celda -dijo uno de los testigos-, y no parecía triste ni nada de eso... Y se quedó allí... hasta que lo encontramos colgado”.
Aquel hombre era el asesino que había contratado el amante de la esposa de Carlos para que lo matara. Se había ahorcado en su celda, y con una cuerda hecha con tiras de su propia cobija. Todo había pasado demasiado rápido.
TITO
“Esa mujer es mala -le dijo a Carlos, después de que le dieron la noticia de que un hombre se había suicidado en su celda, lo que no lo conmovió-, así es que usted sabe que no le conviene seguir con ella... No solo lo engañaba, sino que hasta quería matarlo para quedarse con todo lo suyo... ¿Se fija por qué a las mujeres no se les debe dar ni todo el amor ni todo el dinero?”.
Carlos movió la cabeza hacia adelante. Estaba triste, y había humedad en sus ojos hundidos. A su lado estaba Jenny, su hijastra, y la muchacha parecía tener algo qué decirle.
“Papá...” -le dijo, soltando las palabras despacio.
Carlos la miró.
“Mi mamá se fue de la casa -dijo la muchacha, después de largos segundos de duda-. Se fue hoy en la mañana, pero lo raro es que iba en ropa de dormir cuando salió de la casa...”
“Entonces, es que fue a hacer algún mandado...”
“Pues no sé, papá, pero eran las dos de la tarde y todavía no había regresado...”
Carlos suspiró. Es un hombre noble y bueno, y se notó la angustia en su rostro.
“No se preocupe por ella -le dijo Tito, que estaba escuchando la conversación-; va a ser mejor que esa mujer no regrese...”
Se detuvo por un momento, miró a la muchacha, y le dijo, con acento frío: “Mamita, vaya acostumbrándose, porque su mamá no va a volver”.
Carlos se estremeció.
“Se fue en un largo viaje -agregó Tito, acomodándose en el sillón, detrás de la gran mesa que le servía de escritorio-. A estas alturas, seguro que ya llegó a dónde iba...”
La muchacha lo miró con ojos intrigados.
VEA TAMBIÉN: Selección de Grandes Crímenes: El caso de la bicicleta lodosa
“¿Cómo sabe eso, don Tito? -le preguntó-. Ella no me dijo nada. Solo se fue... Iba en el carro... en el de ella...”
Tito, un hombre frío como la serpiente, la miró.
Ella agregó:“¿Y a dónde iba?”
“Niña -le dijo Tito-, ¿sabe usted a dónde van las personas malas?”
Jenny no supo qué decir por unos segundos. Estaba confundida y asustada.
“Pues... aquí, señor -respondió-, a la cárcel”
“Bueno, bueno... Creo que no le hice bien la pregunta... ¿A dónde van las personas malas cuando se mueren? Al infierno, ¿verdad?”
Carlos se estremeció, se puso de pie, y quiso decir algo. Jenny lo agarró de una mano.
“¿Mi mamá está muerta?” -preguntó.
“Junto a ‘El Pescado’, niña... Se murieron los dos... Pero no es culpa de nadie más que de ella... Se mató sola... Así son estas cosas”.
Dice el agente de la DPI que oír hablar a aquel hombre es casi como si hablara una serpiente, fría, despiadada, sin la menor compasión por nada ni por nadie.
Jenny se dejó caer en la silla.
“¿Cuántas veces la acosó ‘El Pescado’, niña? -le preguntó, de repente, don Tito-. Dígaselo a su papá... Pero dígale la verdad”.
Jenny miró a Carlos, que la veía asustado.
“Varias veces, papá... Varias veces quiso besarme, y quería tocarme... Y yo le dije a mi mamá, pero ella no me hizo caso... Y yo no sabía qué es lo que había entre ellos dos... Y ella lo defendía...”
“¿Por qué no me dijiste nada, hija?” -le preguntó Carlos.
“Ese hombre me dijo que si usted se daba cuenta, lo iba a matar... Y mi mamá me dijo que es que yo era una metida y mentirosa... que era que yo me le insinuaba a ese hombre”.
Tito intervino.
“¿Ve, ahora, don Carlos, como era de mala esa mujer?” -le preguntó a Carlos.
Este no dijo nada.
“Yo la quería -murmuró-; yo la quería”.
Pasó un momento de silencio.
“Don Tito -dijo Carlos-, ¿usted me puede decir dónde está mi mujer, para darle un entierro... bueno?”
“No sé, don Carlos... Ella salió de su casa, fue a recoger a ‘El Pescado’, y se fueron juntos... Bueno, varios de mis amigos iban con ellos... Dónde está ahora es algo que no sé, y que no me interesa...”
SISTEMA
Hay que entender que el sistema carcelario de Honduras es un mundo aparte, donde el más apto es el que sobrevive; y en este mundo hay gente poderosa que es capaz de decidir quién vive y quién muere, y esto, en un segundo. Luchar contra esto es imposible. Allí hay leyes que se respetan, y el que las viola, sabe que pagará cara su osadía. Es así, y así será siempre, a menos que las cárceles se conviertan en conventos.
Carlos no durmió esa noche. Lloró hasta que se le secó el corazón.
Dice el agente de la DPI que llegó a buscarlo a su oficina dos semanas después, para preguntarle si sabían algo de su esposa desaparecida. Pero, hasta hoy, no se sabe nada de ella. Ni de ‘El Pescado’. Tampoco se ha encontrado el carro de la mujer.
DESPEDIDA
Al día siguiente, Tito llamó a Carlos, para desayunar con él. Se veía alegre, aunque Carlos estaba triste.
“Se va usted hoy -le dijo Tito-; el juez lo va a liberar... El fiscal y el abogado Suazo arreglaron todo... Ya no se preocupe de nada... Y cuídese...”
Carlos le dio las gracias.
“Un día -le dijo Tito, mientras le llenaban su segunda taza de café caliente-, yo estaba desesperado. Mi hija de dos años resultó con leucemia, y no había mucho de lo que pudiéramos hacer... No había sangre del tipo de ella, y la que había no era segura, no sé por qué... Y, entonces, llamamos a HCH, y don Eduardo Maldonado empezó a pedir que si alguien tenía sangre O negativo, que llamara a un número, y que le iban a pagar bien... Pero aunque fuera O negativo debía tener no sé qué cosas para que pudiera ayudarle a mi niña... Y apareció usted en la Cruz Roja, en La Granja...”
“Ya me acuerdo...” -exclamó Carlos.
Tito sonrió.
“¿Ya? -le preguntó-. Pues usted donó sangre por tres años para mi hija, y mi hija se salvó...”
Carlos suspiró.
“Usted no quiso dinero -siguió diciendo Tito-. Yo le hubiera pagado bien, pero usted no quiso... Y siguió donando sangre de la buena para mi hija, hasta que ella ya no necesitó más... Y yo quise conocerlo, para agradecerle, pero en la Cuz Roja me dijeron que usted quería ser donante anónimo... Pero alguien me dio su nombre, y cuando quise buscarlo, caí en la cárcel... Y así, hasta que entró usted aquí... Y Dios me dio la oportunidad de devolverle el favor, aunque un favor no se paga nunca... Mi hija tiene ocho años, y yo voy a estar agradecido con usted siempre... Siempre...”
Carlos sonrió.
“Su esposa no está muerta -le dijo Tito, en voz baja, y como quien cuenta un secreto-; se fue lejos, y no volverá... ‘El Pescado’... pues... ese es una alimaña que es mejor aplastar para que no haga más daño... Pero eso es otra historia, don Carlos... Váyase de aquí tranquilo... Y cuide de su muchacha...”
“Mire, Carmilla -me dijo el agente de la DPI-, si esto es verdad o no, solo Dios y Tito lo saben... No hemos encontrado a la mujer... ni al amante... Y ellos no dan señales de vida... Ni por celular siquiera, y esto que la mujer solo pasaba metida en las redes... Tal vez Tito le dijo eso a Carlos para que se tranquilizara... Dios es el que sabe... Solo Él”.