TEGUCIGALPA, HONDURAS.- PARTE 1/2
DNIC. A finales de 2010, a las oficinas de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), en el barrio Villa Adela, en Comayagüela, llegó un hombre de unos ochenta años, con la espalda encorvada por el peso del tiempo, la cabeza blanca, lleno de arrugas su rostro, y serenos sus ojos grises.
Se apoyaba en un bastón que él mismo había hecho con una vara de sauce, y llevaba en una mano un viejo sombrero de junco.
A su lado, sosteniéndolo de un brazo, iba un hombre de unos cincuenta años, atrás, una mujer ya madura, y con ellos, tres muchachos. Dos policías de investigación le ayudaron a entrar en una oficina estrecha, y le ofrecieron una silla.
“Don Canuto -le dijo uno de los agentes-, si quiere tomar algo, me dice, por favor”.
“No quiero nada, mijo -le respondió el anciano-. Lo que quiero saber, es ¿por qué me trajeron hasta aquí?”.
“Ya se lo dijimos, don Canuto, cuando llegamos a su casa... Tenemos que hablar sobre la desaparición de su antiguo yerno”.
Crímenes: Por el camino de la muerte
“Ah, eso... Ya se me había olvidado... Pero, ¿qué fue lo que le pasó a ese malnacido?”
“¿No sabe, don Canuto? ¿No sabe qué fue lo que le pasó a su yerno?”.
“Pues, no sé bien... Tengo, así como una vaga idea; como un recuerdo de una promesa que le hice a mi esposa antes de que muriera; pero, de ahí... No me acuerdo de nada... Solo de que voy a odiar a ese miserable hasta el último de mis días...”.
“¿Por qué lo va a odiar, don Canuto?”.
“¿A quién?”.
“A su yerno”.“¿Cuál yerno?”.
Don Canuto miró al detective a los ojos. Era como si no estuviera en este mundo.
“Dígame, don Canuto -siguió diciendo el detective-, usted tenía una hija que se llamaba María, ¿verdad?”.
“Sí”.
“Y ¿sabe dónde está su hija María?”.
“Pues, en el cielo... Me la mataron, fíjese... Me la mataron, y eso llevó a la muerte a mi pobre esposa... María era mi hija menor... ¿Por qué me pregunta por María? ¿Qué es lo que tiene usted con ella?”.
“Don Canuto, su hija María ya no está... La mataron... ¿Se acuerda? La mató el esposo, por celos... ¿Se acuerda?”.
El anciano se quedó en silencio por largo tiempo. Era como si su cerebro se hubiera detenido. Como si ya nada hubiera en él.
De pronto, empezó a reaccionar. Despacio al principio. Miró al policía, y luego se miró las manos, ásperas a causa del trabajo en el campo desde que era un niño. Y se miró la cicatriz en la mano derecha. Era una herida reciente, que sanaba lentamente, y que llevaba envuelta en un pañuelo.
“¿Qué me decía, mijo?” -preguntó.
“Estábamos hablando sobre su hija María y su yerno Manuel”.
“Ah, Manuel... Sí... Él me la mató...”.
“¿Sabe dónde está Manuel?”.
“¿Manuel? Ah, sí... Es mi yerno... Tiene tres hijos con mi hija menor... María...”.
“¿Dónde está Manuel, don Canuto?”
De nuevo, el anciano se desconectó de la realidad, y sus ojos quedaron fijos en la pared.
Crímenes: En carne propia
Denuncia
Una semana antes, un hombre maduro, acompañado de dos muchachos, llegó a las oficinas de la DNIC en Comayagua. Dijo que su hijo mayor, de nombre Manuel, había desaparecido. Que salió esa mañana hacia la milpa que tenía a unos dos kilómetros de la aldea, cerca de Santa Cruz de Yojoa, y que no volvió en la tarde, como tenía costumbre.
Fueron a buscarlo, y en el camino real solo encontraron el atado en el que llevaba el almuerzo de ese día, el termo en que llevaba café caliente, y una cantimplora de plástico llena de agua.
El auxiliar de la aldea le dijo a la Policía que él estaba seguro de que a Manuel lo atacaron en aquel punto, y que de allí se lo llevaron inconsciente. Pero no había huellas en el camino real, al menos, huellas que demostraran que allí se dio una pelea.
Siete días después, no sabían nada de él, pero sospechaban de don Canuto, su antiguo suegro, porque desde hacía un año lo acusaba de haber matado a su hija, con la que Manuel había vivido muchos años y tenido tres hijos.
“¿Por qué lo acusa el suegro de haberle matado la hija?”.
“Pues, porque la mujer apareció muerta una mañana, colgada en una troja donde guardaban el zacate para los animales... Se ahorcó... Y don Canuto le echó la culpa a mi hijo Manuel, diciendo que él la había matado por celos...”.
“Y ¿la Policía supo de esas acusaciones?”.
“Sí... Manuel ya se había separado de ella. Hacía como unos dos meses que ya no estaban juntos, pero él siempre iba a la casa de don Canuto a ver a sus hijos y a darle dinero a la mujer para la comida...”.
“¿Cuándo pasó eso?”.
El hombre le dio una fecha al agente, y este pidió ayuda a sus compañeros. Era necesario saber por qué había muerto María, y cómo había sucedido. Lo que averiguó lo hizo entrar en sospechas.
Para empezar, María tenía un golpe en la frente, y allí se le había hecho un chichón casi tan grande como un huevo de gallina. La Policía no encontró ninguna caja o alguna silla o taburete en el cual María se hubiera subido para dejarse caer después de amarrarse la soga al cuello.
Además, la viga de la que colgaba estaba a unos siete metros del suelo, y sus propios pies estaban a un metro, mas o menos, del piso. Sus brazos colgaban a ambos lados, y no tenía huellas de haber luchado con la soga en el momento en que se estaba ahorcando, como suele suceder, y de lo que quedan marcas de uñas en la piel. Y María tenía las uñas largas. La soga cruzaba la viga y estaba amarrada a una argolla de hierro en uno de los pilares que sostenían el granero.
Estaba descalza, pero una sandalia de hule fue encontrada por la Policía casi en la entrada al granero. Buscaron la otra, y la hallaron en un camino que llevaba a la casa desde la montaña. Y en ese lugar había huellas de botas de hule, gastadas.
Cuando los detectives buscaron a Manuel, ya que era el principal sospechoso que tenía don Canuto, les dijo que había platicado con María esa noche, y que ella le pidió que regresara a la casa.
Él le dijo que lo iba a pensar porque ella era muy celosa, y ya no quería más problemas. Dijo, también, que ella empezó a enojarse, y que él se fue de allí, dejándola sola y gritándole los peores insultos. Después, no supo nada de ella, hasta el día siguiente, cuando le avisaron que estaba muerta.
Crímenes: Una dolorosa despedida
“¿Pelearon ustedes anoche?” -le preguntaron.
“Sí, pero solo de palabra...”.
“María tiene un golpe en la frente...”.
“Tal vez se cayó... Yo no la toqué... Cuando ya se puso brava, mejor me fui de allí... Es que ella como que no era completa, y me celaba hasta con mi propia sombra”.
Autopsia
Estaba claro de que María murió ahorcada. Extrañamente, no se rompió el cuello al caer. El golpe que tenía en la frente bien pudo ser a causa de un puñetazo. Y cuando los policías bajaron el cuerpo, los técnicos de inspecciones oculares descubrieron que la soga había sido arrastrada sobre la viga, como si alguien tiró de ella para levantar el cuerpo desmayado de María.
En resumen, los policías empezaron a creer que María no se había ahorcado.
Alguien le quitó la vida y quiso hacer pasar la muerte como un suicidio. Y es que había un detalle interesante en el nudo con el que aseguraron la soga en la argolla de hierro, a unos seis metros del cuerpo: era un nudo especial, de los que hacen los vaqueros para asegurar el ganado. Y los padres y los hermanos de María dijeron que ella nunca trabajó con ganado. Siempre se dedicó a los quehaceres de la casa.
¿Qué había pasado, entonces? ¿María se había quitado la vida? O ¿alguien la había matado? ¿Quién la golpeó con un puño en la frente? ¿Por qué apareció en el camino real una de sus sandalias? ¿Por qué la escena del crimen no convencía a los detectives de que estaban ante un suicidio? ¿Por qué la soga tenía aquel desgaste? ¿Produjo este desgaste el rozamiento con la viga mientras alguien subía el cuerpo de María, que pesaba más de ciento sesenta libras?
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA
Crímenes: El último paso (PARTE II)