Da igual que cante en el baño o en un escenario, el efecto es el mismo: cantar mejora la circulación, equilibra el sistema nervioso, agiliza la memoria, estimula la concentración y libera el estrés. Debería ser parte del recetario médico, sobre todo si usted coincide con la canción del cantante español Enrique Bunbury: “Canto porque me levanto siempre con las mismas penas”.
Si además aprende a ejecutar un instrumento musical, mejor. Sería genial si también fuera obligatorio que cada estudiante de primaria y secundaria aprendiera a tocar la flauta, la guitarra, la batería, el saxo, la trompeta, la armónica, el piano, el violín, la marimba o la caramba, lo que quiera, hay para todos los gustos.
En septiembre de 2012, en Suiza se realizó un referendo en el que la población votó para reformar la constitución e incluir la educación musical, obligatoria en las aulas de primaria y secundaria y en las actividades extraescolares. Claro que no todos los suizos serán músicos; seguirán trabajando en sus discretos bancos, sus buenos quesos, sus exquisitos chocolates, sus navajas multiusos y sus puntuales relojes, pero, quizás, con una actitud diferente.
La sensibilidad que estimula la música y su práctica, la creatividad y el sentido de armonía, seguramente nos dejarían hondureños distintos y a una sociedad menos violenta, como decía Chavela Vargas, si los diplomáticos tocarán música habría menos guerras.
CAMBIO EN LA ESTRUCTURA MOLECULAR. No se sabe de ningún niño que se haya hecho más inteligente por escuchar a Mozart, pero está claro que la música genera actividad en todo el cerebro; los intervalos, los tiempos, los espacios y los timbres son reconocidos por el hemisferio derecho; mientras, la letra, el tempo, el volumen y la trayectoria del tono, se manejan en el hemisferio izquierdo.
Calculan los especialistas que el corazón también marca con sus latidos el ritmo de la música, el pulso se sincroniza con la melodía que escuchamos y las frecuencias vibratorias también siguen o chocan con el ritmo del cuerpo y su estructura molecular. Por eso todos seguimos a golpecitos con los pies o los dedos el bum bum de alguna canción. “Una cosa que tiene la música, es que cuando llega, te olvidas de los problemas”, decía Bob Marley.
Un estudio para medir la relación entre el aprendizaje musical y las ciencias, entre 17 países, destacó a los estudiantes de Hungría, que desde los años 60, a través del método Kodaly, enseña música a los niños desde el kínder hasta la universidad; Holanda lo hace desde 1968, y les sigue Japón. Por supuesto, ya en tercer grado los chicos entonan bien una canción y como mínimo un instrumento musical.
Siempre sentimos que la música nos mueve algo por dentro, nos produce alegría o tristeza, nostalgia o rechazo. Los científicos llevaron el tema al laboratorio y descubrieron que todo esto ocurre porque los sonidos y vibraciones nos aumentan la energía molecular, y la descarga de emociones nos estimula la sensibilidad y el pensamiento, influencia en el metabolismo, el ritmo cardíaco y reduce el dolor.
¡Tanto en solo 3 o 4 minutos que dura lo que antes parecía una simple canción! ¿Qué hacemos con todas estas emociones que llevamos por dentro?, se preguntaba el roquero argentino Gustavo Cerati. Ni modo, si no puede cantarlas, pues, tararearlas.
EL CANTANTE QUE LLEVAMOS DENTRO. Desde que está en el vientre el niño comienza a captar los sonidos del exterior, especialmente la voz de la madre y la música, allí comienza el ritmo. Al nacer, golpea lo que sea, cualquier aparato es un tambor, baila y canta a saber qué cosas. Luego crece y quiere ir más allá, pero, ¡qué mal, está en Honduras!
Son pocas las oportunidades para que los hondureños aprendamos música con profesionales. En la educación primaria y en la secundaria, los planes de estudio apenas rozan el aprendizaje y salimos con un manojo confuso de pentagramas, claves de sol, corcheas y con un do, re, mi que no sabemos dónde ponerlo.
En la universidad también hay clases optativas de música, pero los alumnos apenas salen rasgando las cuerdas de una guitarra y el intento por tocar una dudosa canción folclórica. Claro, hay sus casos; en algunos colegios se enseña muy bien y, por supuesto, siempre están los alumnos aventajados que aprenden con lo poquito que les dejan las aulas universitarias.
También están las escasas escuelas de música, en el sistema público, con presupuestos limitados; en el sistema privado, inalcanzables para la mayoría de la población, de modo que los alumnos son muy pocos.
Algunos muchachos hondureños están aprendiendo con cursos descargados de Internet, otros siguen la vieja escuela doméstica, donde un familiar o un amigo les dan clases, pero aquí es necesaria la verdadera vocación, el interés invencible de aprender. “La canción, además de entretener, educa e informa. Es un trabajo que requiere dedicación”, dice el cantante panameño Rubén Blades.
Pedirles a los políticos hondureños que le den la importancia que tiene la educación musical y adoptarla como las ciencias en el sistema educativo, es pedirles demasiado.
Así que, olvidando que mejora la inteligencia, que influencia el ritmo del corazón, aleja los dolores y estimula todo el organismo, aprenda música solo porque sí, para pasarla bien y para que la vida ya no sea únicamente esa carga pesada de trabajo, facturas, inseguridad y estrés, como dice Bono, cantante del grupo U2: “La música puede cambiar el mundo, porque puede cambiar a la gente”.