SERIE1-2
EFRAÍN. Hacía treinta y seis horas que nadie sabía nada de Efraín. El sábado anterior salió de su casa poco después de las seis de la mañana con rumbo a la iglesia, y desde entonces nadie lo había visto.
A las seis de la tarde del domingo, su madre empezó a preocuparse. Sabía que su hijo tenía un ministerio en la iglesia, que le gustaba estar pendiente de los jóvenes que le había confiado el pastor desde hacía un año y que se dedicaba en cuerpo y alma a los hermanos que estaban muy tiernos en la fe.
Aunque no era la primera vez que se desaparecía por largo tiempo, nunca dejaba de avisarle a su madre, a su novia y al pastor. Esta vez no había dicho nada, nadie sabía dónde estaba y nadie lo había visto. Esto era lo que más les preocupaba.
Dios cuida de sus siervos, hermana –dijo el pastor–; ya tendremos noticias de él.
Pero a la mañana siguiente, Efraín seguía sin aparecer. Ese lunes, en la tarde, fueron a la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC). No era posible que Efraín hubiera desaparecido sin más ni más. La madre estaba segura de que algo malo le había pasado.
Vamos a buscarlo, señora –le dijo el detective que la atendió–. Debe estar en algún lado.
A la señora le dio un vuelco el corazón y estuvo a punto de desmayarse. El pastor perdió la poca fe que le quedaba. El detective llamó a uno de sus compañeros.
–¿Tenemos algún desconocido en la morgue?
La señora dio un grito.
–Tres.
–Perdone usted, señora, pero debemos descartar todas las posibilidades… El primer lugar que vamos a visitar es la morgue…
Se notaba que al detective le costaba decir aquellas palabras.
–¡Eso es lo duro de este trabajo!
MORGUE.
Los tres desconocidos estaban metidos en bolsas blancas. Uno tenía más de cincuenta años, el otro pasaba de los treinta y el tercero parecía estar en los veinte y cinco, poco más o menos.
A excepción de los anteriores, este estaba desnudo, tenía señales de haber sido amarrado de pies y manos y, según el forense, había sido estrangulado a mano limpia. La señora se acercó a él arrastrando los pies, sostenida a medias por el pastor y por una de sus hijas.
Su nuera iba detrás de ella. Cuando el ayudante del forense abrió la bolsa, la mujer dio un grito. Era Efraín. Estaba blanco, extremadamente blanco, frío como el hielo y rígido.
La señora se cubrió la boca, miró el rostro inexpresivo de su hijo y rompió en llanto.
¡Dios Todopoderoso! –exclamó el pastor–.
La búsqueda había terminado.
Tiene tres días de muerto –dijo el detective, hojeando una carpeta–; lo encontraron desnudo…
Se interrumpió de pronto. El grito, el alarido que salió del pecho de la madre estremeció la tierra. Luego cayó pesadamente al suelo. El pastor oraba.
La novia cayó sobre el cadáver, llorando desesperada.
LA DNIC. A Efraín lo encontraron desnudo en la carretera al sur, en la orilla opuesta del río, frente a la cantera de arena, a un kilómetro de Villa Coromoto. Estaba desnudo, amarrado de pies y manos y con señales claras de haber sido estrangulado. Lo llevaron a la morgue como desconocido. Cuando lo encontraron, tenía unas dos horas de haber sido asesinado. Cuando lo encontraron eran las ocho de la mañana.
–Es posible que lo hayan asesinado poco después de que salió de su casa.
La voz del detective era afirmativa.
–No llegó a la iglesia, a pesar de que está a cuatro cuadras de su casa, lo que nos dice que alguien lo abordó en el camino.
–¿Alguien conocido?
–Seguramente.
–¿Tenía enemigos la víctima?
–Se supone que no. Era un hombre de iglesia, encargado de los jóvenes… Se dice que era un hombre bueno.
–¿Quién ganaba con su muerte?
–No sabemos.
–Estaba a punto de casarse.
–En dos meses.
–¿Qué dice la novia?
–Que no le conoció enemigos. Eran novios desde hacía siete meses…
–¿Algún admirador despechado?
–Ya descartamos esa posibilidad. La muchacha es católica, se graduó en la Escuela Normal de Villa Ahumada hace dos años, estudia derecho en la Autónoma, siguió practicando su religión católica a pesar de que su novio era evangélico, y servía en los asilos de ancianos como una especie de samaritanato creado por jóvenes misioneros católicos. La diferencia de religiones no creaba ningún conflicto entre ellos.
–¿Qué opinaba la familia del novio?
–Son gente sencilla. La madre, el hijo y dos hermanas. Viven como gente pobre.
–¿Y la familia de la novia?
–Una madre religiosa, un padre trabajador, tres hijos varones y la muchacha. Son de clase media… Viven en la colonia Kennedy. Ellos se conocieron en la universidad.
–Bien. Buen trabajo.
–¿Qué más tenemos?
–Nada que pueda ser importante…
–Un buen detective nunca dice eso… ¿Qué hay?
–A una cuadra de la casa de Efraín velaron a un taxista el sábado pasado…
–¿Cuál taxista?
–El que encontraron muerto en su propio taxi en el anillo periférico, cerca de la colonia Satélite…
–¡Ah!
–Eran vecinos. Vivían a una cuadra uno del otro.
–¿Qué relación puede haber entre estas dos muertes?
–Ninguna. Al taxista lo mataron para robarle. Lo acuchillaron por detrás, traspasando el espaldar del asiento. Le partieron el corazón en dos.
–¿A qué hora se supone que lo asesinaron?
–A eso de las siete de la mañana…
–¿Iba o venía?
–Venía…
–Bien. Las horas coinciden. Efraín sale de su casa a las seis de la mañana, lo encuentran muerto a las ocho, según el forense tenía unas dos horas de haber muerto… Dejan su cadáver en la salida al sur, después de Villa Coromoto… El taxista muere cerca de la Satélite, viniendo de regreso hacia el Hato de Enmedio, por mencionar una zona específica… ¿Qué datos tenemos del taxista?
El detective buscó una carpeta entre una montaña de papeles que estaban sobre un escritorio.
EL TAXISTA.
Era un hombre joven, no mayor de treinta años, se llamaba Carlos, trabajaba como taxista los siete días de la semana, estaba casado, tenía una hija de cinco años y vivía con su madre, sus hermanas y su mujer a menos de cien metros de Efraín. Carlos era trabajador, sin embargo, era un viejo conocido de la Policía.
Estuvo preso por robo en dos ocasiones y los detectives estaban seguros de que formaba parte de una banda de robacasas a la que le seguían la pista desde hacía unos meses. Aunque era posible que Carlos estuviera alejado del delito, la Policía no lo había borrado de la lista.
Pero ahora estaba muerto, asesinado de una sola cuchillada en la espalda. Lo encontraron sentado en el asiento del conductor, con una máscara de dolor deformando su rostro. El motor del taxi estaba encendido.
–¿A qué hora salió Carlos de su casa?
La esposa apenas podía hablar.
–Siempre salía temprano.
–¿A qué hora?
–Antes de las seis.
–¿Sabe usted si habló con alguien antes de salir?
–No sé, yo le daba el desayuno y él se iba a trabajar…
–¿Tenía enemigos su esposo?
La mujer movió la cabeza hacia adelante varias veces.
–Creemos que lo mataron por asaltarlo.
–Yo no sé, señor.
El problema de esta teoría era que Carlos tenía en su poder su billetera, el anillo de matrimonio, de oro, estaba en su dedo anular, un par de anteojos Ray-ban estaban en su estuche en el tablero del taxi y un enorme cuchillo de cocina, envuelto en su funda de papel y cuero, seguía en su cintura. La Policía reconoció el cuerpo y en la morgue lo entregaron a su familia. Eso era todo. Lo enterraron el domingo siguiente.
VISITA.
Los detectives no sabían por donde empezar la investigación. El caso de Efraín era conmovedor. No tenía enemigos, iba a casarse, estudiaba ingeniería en la universidad y era un cristiano modelo. Carlos sí tenía enemigos, había sido huésped de la Penitenciaría, la Policía lo relacionaba con una banda criminal y, a pesar del amor que le mostraba su viuda, podían decirse muchas cosas negativas de él. Los detectives estaban confundidos, y no creían en casualidades ni en coincidencias.
–Vamos a hacer algunas preguntas–.
Cuando llegaron a la casa de Efraín, el pastor dirigía un culto de oración donde todos lloraban y clamaban a Dios. Cuando terminaron, los detectives se disculparon y empezaron a hacer su trabajo.
–¿Conocían ustedes a Carlos, el taxista que mataron el sábado que desapareció Efraín?
–Aquí todos lo conocíamos.
–¿Qué sabían de él?
Nadie contestó.
–¿Se conocían con Efraín?
Siguió el silencio. Las preguntas del detective no eran demasiado claras.
–Quiero saber si Efraín y Carlos se conocían.
–Sí, claro que se conocían. Aquí todos nos conocemos, señor.
–Perdone, lo que quiero decir es que sí Carlos y su hijo tenían algún tipo de relación.
–Mi hijo se relacionaba con todo el mundo, señor… No sé qué es lo que quiere averiguar usted.
–¿Alguna vez viajó Efraín en el taxi de Carlos?
–Eso no lo sabemos.
El detective perdía el tiempo.
–¿Usted vio a su hijo salir de la casa ese sábado en la mañana?
–Yo lo despedía siempre.
–¿Sabe si se subió a algún carro en su viaje a la iglesia?
–No sé, señor. Él cerró la puerta y yo me fui a la cocina. Esa fue la última vez que lo vi.
–¿Alguien lo vio en la calle? ¿Sabe si se encontró con alguien?
–No sé, señor…
La señora estaba agotada. Se limpió las lágrimas que brotaban de sus ojos enrojecidos y ausentes. El pastor intervino:
–Para nosotros eso ya está en manos de Dios, señor –dijo–. Le agradeceríamos que no hostigue más a la hermana con sus preguntas… Ella está sufriendo.
–Solo estamos haciendo nuestro trabajo, señor. Queremos encontrar al asesino de Efraín.
–Dios los ayude.
El detective guardó su libreta de notas, puso el tapón al lápiz y se volvió a sus compañeros.
–Vamos a entrevistar a toda la gente que podamos –les dijo–. Alguien tuvo que haber visto algo… Alguien tuvo que haberse encontrado con Efraín…
Hay algo en este caso que me parece extraño.
Los detectives no dijeron nada. El otro continuó hablando, como si pensara en voz alta:
–Al muchacho lo secuestran o se lo llevan casi desde que salió de su casa, lo amarran, lo matan en el vehículo, estrangulado, lo desnudan y lo dejan tirado en la carretera al sur, en un lugar visible… Al taxista lo matan de una cuchillada en la espalda esa misma mañana… ¿Tendrán alguna relación estos crímenes? ¿Quién tenía interés en ver muerto a Efraín? ¿Por qué mataron al taxista?
El detective suspiró.
–Creo que tenemos que hablar otra vez con la novia…
CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA