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Las uvas agrias (Parte I)

<p>Este relato narra un caso real. Se han cambiado los nombres y omitido algunos datos a petición de las fuentes. Los padres comieron las uvas agrias y a los hijos les dio dentera.</p>
21.09.2013

ADIÓS. ¿Por qué se suicidó Javier? ¿Qué pasaba por su mente en aquellos sus últimos días? ¿Qué secreto sufrimiento lo atormentaba? ¿Por qué tomó aquella terrible decisión?

Javier tenía toda la vida por delante, acababa de cumplir quince años, era guapo, elegante, divertido y acomodado; aparte de ser el mejor alumno de su clase y el segundo lugar de su colegio, era un excelente deportista, un hijo obediente y disciplinado; un muchacho con mucho futuro. Sin embargo, se quitó la vida. Se suicidó una noche fresca, una noche de luna llena que, a pesar de lo hermosa y acogedora, fue también una noche trágica.

PASOS. ¿Cómo seguir los pasos que dio Javier la última noche de su vida?

Los detectives de Homicidios de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), desarrollaron una hipótesis a partir de la escena y la escribieron en un informe que estaba destinado a perderse en la gaveta de cierto escritorio.

“Mire, Carmilla, lo primero que nos dijeron, incluso antes de retirar el cadáver de la escena, fue que nos quedáramos callados, que no dijéramos nada de aquella muerte a nadie en absoluto”.

“¿Por qué?”

“Pues, por la posición social de la familia de la víctima…, por eso”.

Aun así, los detectives trataron de reconstruir los últimos momentos del muchacho.

Javier se veía angustiado. Esa noche se acercó a su madre, a la que le estaban pintando las uñas de los pies y le secaban el pelo, y le sonrió. Dice la manicurista que la sonrisa del muchacho le dio miedo, y lástima. Ella lo conoció gordo, colorado y alegre y lo que vio esa noche, antes de las nueve, fue un costal de huesos que parecían sostenerse por la pura ropa; no había brillo en sus ojos y estaba pálido y triste. Le dijo algo a su mamá y ésta le gritó, por el ruido que hacía la secadora, que la esperara porque estaba ocupada. ¿Es que estaba ciego que no veía que no lo podía atender?

La manicurista levantó la cabeza para ver a Javier y alcanzó a captar aquella sonrisa indefinible que le pareció tétrica y digna de lástima a la vez. El muchacho miró a la mamá, como si quisiera decirle algo importante pero esta no lo miraba, y se dio la vuelta. No lo volvió a ver con vida. A la mañana siguiente, poco después de las diez, lo encontraron colgando del cuello de una viga de su cuarto. Según el médico, se suicidó entre las diez y doce de la noche.

PREGUNTAS. ¿Qué había pasado con Javier? ¿Qué lo hizo cambiar tanto en tan pocos meses?

De ser un niño alegre se convirtió en taciturno; de ser un excelente alumno, se volvió indolente; de ser un ágil deportista, se convirtió en haragán y de ser sociable se volvió huraño y hasta mudo. Pero el cambio más drástico fue su delgadez. De ser rollizo y cachetón, se volvió flaco hasta el extremo, y todo aquello en un lapso de seis meses cuando menos. Por último, se quitó la vida. Nadie podía explicarse qué lo había llevado a tomar aquella decisión. El luto llenó su hogar y su colegio. Su madre, la madre de la que tal vez quiso despedirse aquella noche fatal, mostraba su dolor con gritos que a nadie conmovían. Su padre, un hombre maduro, había envejecido de pronto y mostraba su dolor en lágrimas silenciosas que no podía contener.

Cuando los detectives quisieron hablar con él, alguien los detuvo y los retiró del caso. El rostro de piedra de aquel hombre conmovía.

ENTREVISTA. Dos meses más tarde aquel hombre, lleno de canas, sin brillo en los ojos, delgado y llevando del brazo a su mujer, como si arrastrara un fantasma, entró de nuevo a una funeraria. El colegio de su hijo otra vez estaba de luto. Le había trocado el turno a Martín, un compañero de Javier al que mataron de una forma terrible.

La pareja se abrió camino entre los dolientes, se acercó al ataúd, vio el cadáver por largos segundos, sin decir una palabra, y luego se alejó, sin dar el pésame a nadie. Quienes los conocían sabían que llevaban todavía el dolor del suicidio de su hijo en el corazón, y nadie les dijo nada. Y de la misma forma que entraron, salieron. El chofer les abrió la puerta del carro, los guardaespaldas los siguieron en silencio, y desaparecieron. ¿Quién podía juzgarlos? Nada es más doloroso que la muerte de un hijo, y aquella pareja sufría. Martín estaba en su ataúd y dormía para siempre.

¿Qué había pasado con Martín?


CASO. Era una mañana helada, del cielo caía una brisa fina y a lo lejos se disipaba la niebla lentamente. Martín tenía frío y bostezaba. Faltaba poco para que pasara el bus que lo llevaba al colegio, y él esperaba. A diez metros de él estaba el portón de su casa, un enorme portón de hierro forjado detrás del cual estaba echado un perro y vigilaba un hombre cansado y friolento. La calle estaba sola, las lámparas brillaban en los postes y a lo lejos, sobre el horizonte, empezaban a verse los primeros reflejos del sol abriéndose paso entre la niebla espesa. Eran las cinco y siete minutos de la mañana. A las cinco y diez, cuatro focos aparecieron al fondo de la calle, dos carros aceleraron sobre el asfalto, como si estuvieran compitiendo, y avanzaron aumentando la velocidad. Los motores rugían y en pocos segundos recorrieron la mitad de la cuadra. Cuando se acercaron a Martín, las ruedas chirriaron, los carros se detuvieron, se abrieron las puertas y de ellos salieron varios hombres vestidos de negro, con pasamontañas cubriéndoles el rostro y con pistolas en las manos. Dos de ellos cayeron sobre el muchacho, otros dos dispararon contra el guardia y dos más cubrían la retirada. La mochila de Martín quedó en el suelo y solo los ladridos del perro se opusieron al secuestro de Martín. El guardia estaba tirado sobre el camino de grava, desmayado del miedo.

DISPAROS. Poco antes de las seis de la mañana, un anciano que buscaba leña para el fogón escuchó varios disparos al otro lado de la calle de tierra, a unos cincuenta metros de su casa. Después escuchó el ruido de motores y dos gritos que no pudo entender. Cuando supo que los carros se habían alejado, se acercó al lugar donde hicieron los disparos y encontró el cuerpo de un muchacho joven, delgado y de piel blanca, que vestía uniforme de colegio. A los detectives les dijo lo que había escuchado y su testimonio sirvió de muy poco para la investigación.

LA DNIC. Los investigadores recibieron la llamada denunciando un secuestro desde muy temprano, pero ahora sabían que no se trataba de un secuestro. Los captores de Martín se lo llevaron para asesinarlo. Pero, ¿por qué? ¿Se habrían equivocado de víctima los delincuentes? ¿Por qué llevarse al muchacho solo para irlo a matar a un lugar solitario? Si el objetivo era asesinarlo, ¿por qué no lo atacaron mientras esperaba el bus frente a su casa? ¿Por qué llevarlo hasta aquella aldea apartada y casi perdida entre montañas llenas de pinos?

Martín tenía quince años, era un alumno aceptable, practicaba deportes, cantaba y era alegre y juguetón. Por todo esto no era posible que tuviera enemigos mortales.


¿Se trataba, entonces, de una venganza contra sus padres? ¿Por qué motivo? Los detectives no podían entenderlo. Entonces se dedicaron a estudiar el modus operandi de los criminales.

ANÁLISIS. Era seguro que los asesinos rondaron a su víctima por algún tiempo. Estaba claro que no se habían equivocado, que buscaban a Martín, y a Martín se lo llevaron para asesinarlo. El objetivo era este, no cabía duda.

Una vez en su poder, a Martín le amarraron las manos hacia atrás con cintas de seguridad de color blanco, le pusieron una mordaza y le enrollaron un lazo de nailon grueso en el cuello. Aunque no lo apretaron, el lazo dejó sus marcas en la piel. Le habían dado tres vueltas, lo aseguraron con un nudo ciego en la nuca y dejaron dos metros de lazo hacia atrás. Una vez en el lugar de la ejecución, lo bajaron del carro, lo pusieron de pie y le dispararon tres veces en el rostro, una después de otra. Martín cayó hacia atrás, con la cara deshecha, bañada en sangre y en agonía.

¿Por qué los asesinos procedieron de aquella manera? Estaban ante un niño de quince años, indefenso, al que tenían maniatado, con una mordaza para que no gritara y con un lazo amarrado al cuello, como si en vez de ejecutarlo a balazos habían planificado ahorcarlo. ¿Por qué no lo hicieron?

¿Por qué decidieron dispararle a la cara? ¿Qué significado tienen los disparos en la cara de la víctima, disparos hechos casi a quemarropa? Según los detectives, a una orilla de la calle de tierra había un pino bajo, con una rama corta pero gruesa que daba a la calle, sobre un cerco de alambre de púas, la que hubiera servido perfectamente como horca. Entonces, ¿por qué no lo colgaron si le ya le habían asegurado el lazo al cuello? ¿Era el propósito inicial de los criminales ahorcarlo? Si no era así, ¿qué significaba aquel lazo en el cuello de Martín? ¿Representaba algo para alguien? ¿Alguien dejaba un mensaje con aquel simbolismo? ¿Por qué matar de aquella forma a un niño de quince años?

En esta ocasión, los detectives no recibieron órdenes de guardar silencio, sin embargo, les ordenaron que reconocieran el cadáver lo más pronto posible; inclusive, hasta el fiscal actuó de prisa y se llevaron el cuerpo en un carro particular. Solamente un periodista logró llegar a la escena pero alguien le pidió amablemente que se retirara. Antes de las once de la mañana, el cuerpo de Martín estaba en el ataúd y era llevado a la funeraria. Todo se hizo en silencio y con extrema rapidez.

DECLARACIÓN. “Mire, Carmilla, yo he visto muchas escenas de crimen y he visto a muchas personas sufriendo la muerte de sus seres queridos, pero ver sufrir a los ricos es una experiencia diferente… A pesar de lo poderosos e intocables que parecen, se derrumban, se humillan y se les desgarra el corazón aunque no quieran demostrarlo. Yo vi al papá de este muchacho llorando sobre el cuerpo como un niño, aferrándose a él, besándolo, levantándolo y reclamándole a Dios por qué no tomó su propia vida antes que la de su hijo… Y la madre se desmayaba a cada rato… Es una experiencia horrible.”

“Imagino que sí. ¿Qué más encontraron en la escena del crimen?”

“Nada más. Hicimos un perfil psicológico a partir de los datos que nos dio la escena… Las manos amarradas hacia atrás, y amarradas con una cinta de seguridad de plástico, el lazo alrededor del cuello y anudado a la nuca, la mordaza bien ajustada en la boca y amarrada hacia atrás, debajo del lazo, y los tres disparos en la cara. Eso nos dijo mucho acerca del crimen. Pero había algo más. El muchacho andaba un anillo de oro con una esmeralda; no se lo quitaron, a pesar de que se notaba bien. También tenía en la muñeca izquierda un reloj Bulova, de oro con brazalete de piel de cocodrilo, y tampoco se lo robaron. En la billetera tenía trescientos doce lempiras. Nadie los tocó. Esto también tiene un significado especial. Alguien les ordenó que no lo despojaran de nada. El objetivo era matarlo, nada más.”

“¿Tienen el motivo?”

“Sí. Tres meses después”.

CONTINUARÁ LA PRÓXIMA SEMANA...

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