Lo llamé para decirle que quería entrevistarlo y me contestó 'por qué, si yo no soy un famoso como Dustin Hoffman'. Si pudiera entrevistaría a Dustin Hoffman, le dije. Desde el otro lado del teléfono escuché su risa y luego nos pusimos de acuerdo sobre la entrevista.
Giovanni Rodríquez nació en San Luis, Santa Bárbara, tiene 31 años, ha sido inmigrante en España, vive en San Pedro Sula y ha publicado tres libros, dos poemarios y una novela. Próximamente entregará a los lectores un volumen de ensayos: Café & literatura.
En su temprana juventud perteneció a las cándidas huestes del Movimiento Poético Interiorista, a pesar de eso, el tiempo, las buenas lecturas y la reflexión lo han convertido en un escritor irónico, severamente crítico y profundamente comprometido con la calidad literaria. Estas tres cualidades destacan en esta entrevista, con algunos comentarios incisivos sobre la literatura hondureña, sus representantes y el entrevistador.
Han pasado casi 3 años desde la publicación de Ficción hereje para lectores castos. Ahora que el tiempo te ha permitido tomar 'distancia crítica', ¿cuál es tu opinión sobre esta novela?
Si lo que esconde la pregunta es otra pregunta, es decir, si estoy arrepentido de lo que he publicado… no es para sentirse orgulloso porque no creo que uno deba andarse sintiendo orgulloso de lo que escribe, pero sí es una novelita que me satisfizo publicar y aún hoy cuando la veo creo que es amena, divertida e interesante. Creo que está ahí y la gente es la que debe saber si es una novela de la que se podrían cambiar cosas o debería salir del mercado.
En La palabra iluminada, en 2007, Helen Umaña se refiere a vos como alguien que 'anuncia una buena cosecha', literaria, claro. ¿Estás cumpliendo esas expectativas?
No me interesa hacer historia, no me interesa ser un personaje idóneo para ser ejemplo en un libro de algún historiador literario, pero creo que lo más decente que uno puede hacer cuando escribe es tratar de ir haciendo, libro a libro, propuestas distintas, auténticas. Uno no debe hacer por hacer, publicar por publicar, para engrosar una lista. No sé si alguien en algún momento se planteó que yo podría ser algún tipo bastante productivo en esto. Productiva es bastante gente que escribe en Honduras. Hay uno que publicó diez libros en un mes, tengo entendido. Entonces no sé en qué sentido Helen pudo haber dicho que yo podría haber dado una buena cosecha.
La violencia se presenta mucho en las narraciones hondureñas recientes. ¿Por qué?
Creo que un novelista, lo quiera o no, es el producto de la sociedad en que vive. Uno más o menos refleja aquello que ve, con lo que vive a diario, y por mucho que trate de distanciarse, desde la literatura, de esos temas, en algún momento surgen, en algún momento lo tocan. Creo que se debe escribir sobre aquello que le está hurgando la llaga a cada momento. Si en aquel momento lo que me pasaba jodiendo la vida eran las iglesias y los pastores, que se hacen ricos orando y cantándole a Dios, en este momento para mí como individuo lo urgente es hablar sobre eso que me parece que es el asunto más importante en el país hoy, que es la violencia gratuita; muchas veces, en las calles, la gente puede morir sin estar involucrada en nada. No lo estoy escribiendo porque lo considere urgente y necesario para la sociedad, porque a ninguna sociedad le es urgente la literatura, sobre todo en la nuestra. Es una cuestión muy particular, estomacal, diría.
¿Sucedió algo parecido hace 20, 30 años, en la guerra fría, cuando la gente era perseguida por su ideología?
Lo que sucedía también se 'posesionó' de los escritores... ¿No sería mejor 'despegarse' de eso y escribir sobre otras cosas? Creo que el problema no es que lo que sucede te afecte directamente en ese momento, el problema es cuando lo que sucede te afecta a tal punto que la literatura queda al margen. Si te ponés a escribir, con intención literaria, supuestamente, sobre determinado asunto, alejándote completamente de la literatura, estás perdido. Es como aquellos que se han puesto a escribir poemas políticos debido al golpe de Estado y el 90% de lo que se escribió sobre el golpe es una porquería absoluta, no tiene nada de literatura por mucho que aborde ese asunto. Creo que se puede tratar cualquier asunto, en cualquier momento, siempre que la literatura sea lo principal a la hora de escribir la obra.
En los libros de algunos de los nuevos narradores sampedranos -como Mario Gallardo, vos, Gustavo Campos, Darío Cálix- hay 'referencias cruzadas' en que se citan mutuamente. ¿Qué pretenden con esto?
Es que no hemos revelado el secreto, pero puedo adelantar algo: lo que sucede es que queremos hacer una conspiración a la manera de Dan Brown porque aquí surgirá un Dan Brown que escribirá sobre todos los misterios de la narrativa sampedrana. En realidad, creo que como hemos sido amigos durante tanto tiempo y tenemos tantas referencias comunes, de alguna manera uno cuando está escribiendo siente que puede incorporar a alguno de sus amigos, algún libro de sus amigos. Hay, creo, una relación permanente entre todos estos amigos y debe haber esa clase de relación en los libros. No es algo que nos hemos propuesto, ha surgido espontáneamente, pero sí sería interesante ver después todos esos vínculos.
Una característica de estos escritores es su postura provocativa y crítica hacia la calidad literaria de otros. ¿Por qué esta actitud?
Nadie que llegue a ser buen lector o que pretenda serlo puede sustraerse del sentido crítico. En algún momento emitirá opiniones sobre aquello que lee y, claro, uno emite generalmente opiniones fuertes sobre esas cosas que cree que lo están molestando. Si uno durante algún tiempo ha estado leyendo literatura hondureña muy pobre o que se ha enfocado en determinado tema y lo ha explotado de manera muy pobre, tiende a hacer comentarios fuertes. Quizá es una obligación social, moral, del lector pronunciarse de vez en cuando, decir 'esto está mal hecho', y uno como lector puede dar juicios, opiniones, opinar siempre que quiera, puede escribir, incluso, sobre aquello que lee y no necesariamente debe tener una obra consistente detrás, no tiene que haber sido uno un gran escritor para estar autorizado a criticar bien o mal la obra de alguien. Como lector, uno puede criticar la obra de cualquiera, siempre que lo haga con respeto, con las normas tácitas de la cordialidad. Aquí hay mucha gente que 'brinca' cuando se le señalan errores. Lo que deberían hacer, antes de que alguien se los señale, es buscarlos ellos mismos y no esperar que les den palmaditas en la espalda, como normalmente ocurre acá, sobre todo en Tegucigalpa.
¿Qué diferencias ves entre la narrativa hondureña publicada desde hace 5 años y la de antes de 2005?
Responder una pregunta así implica concebir que existe una literatura reciente bastante sólida y eso tampoco es cierto. Si acaso uno podría mencionar unos diez libros publicados en los últimos diez años que podrían considerarse el corpus de la nueva literatura hondureña. Puedo mencionar los cuentos de Mario Gallardo, la novela de Jorge Martínez, la de Gustavo Campos, la novela reciente de Darío Cálix, la mía, los libros de cuentos de Dennis Arita, aquí en San Pedro. Y dos o tres en Tegucigalpa, de esos que agarran un premio que patrocina la Embajada de España o algo así. ¿Qué más se puede mencionar como literatura hondureña reciente?
¿Somos ahora menos ingenuos respecto a lo que escribimos?
Creo que Internet ha ayudado bastante. Recuerdo que empecé a leer a Bolaño, los amigos acá empezamos a leer a Bolaño, porque bajamos sus primeros libros de Internet. Las librerías hondureñas no traían libros de Roberto Bolaño, solo de García Márquez para atrás. Entonces solo se podía leer una novela de Julio Escoto, ochenta novelas de García Márquez y tres de Vargas Llosa. No se conocía nada de literatura latinoamericana contemporánea y por Internet se encuentran cosas así. Me parece que esa conexión permanente con todas partes del mundo, con otras narrativas, nos hace ver a los autores desde otro punto de vista. Claro que uno debe aprender a reírse primero de sí mismo para saber reírse de los demás y debe aprender a ver a los demás y luego compararlos con lo que observa de sí mismo para establecer aquellas notables diferencias y tratar de salvar esa distancia de alguna manera.
¿De qué forma los grupos o colectivos fomentan la creación y la publicación?
Los grupos ayudan a hacer interesantes las salidas a los bares, cosas así. Por ejemplo, descreo de los talleres literarios; no creo que sean indispensables para una carrera literaria de nadie. Descreo de esas asociaciones como fomentadoras; más bien creo en la manera espontánea como se han ido formando algunos grupos aquí. Podría considerarme parte de un 'grupo', así, entre comillas, que es el grupo de amigos con los que llevamos más de diez años conociéndonos y con los que hemos compartido lecturas, con algunos hemos coincidido en las universidades y con otros en los bares. Estos grupos espontáneos ayudan a consolidar una generación, una generación espontánea. La cultura crece independientemente de que se creen grupos como estos o de que estos grupos estén interesados en fomentar ciertas cosas.
Este grupo de escritores sampedranos mencionados antes parece querer marcar una línea divisoria respecto a los capitalinos. ¿Esto se debe a planteamientos estéticos, es un asunto regionalista o tiene otra causa?
Creo que existe una línea divisoria, pero no porque nos hayamos propuesto establecer esa línea, sino que es obvio que la gente que escribe por allá está más preocupada por asuntos burocráticos o conseguir financiamiento para sus proyectos culturales o más interesada en política y eso la distingue de nuestra actividad acá porque tenemos nuestro trabajo y nos dedicamos a la actividad literaria de forma más auténtica, tratamos de hacer de esto un trabajo más consistente. Parece que la gente de allá se dedicara a la literatura como por accidente o que utilizara la literatura como herramienta, pero está más interesada en política, en burocracia y en conseguir financiamiento. La literatura es como un vehículo que les permite mantener una imagen, una razón de ser en la sociedad, algo para sentirse pertenecientes a algo. Aquí me parece que se hace una labor más auténtica en literatura porque la gente está más separada de todas las cosas que siempre han afectado a la literatura: la política, el dinero.
Viviste varios años en Europa. ¿Qué percepción hay allá sobre los escritores centroamericanos en general y los hondureños en particular?
Por lo que pude ver, lo que la gente conoce es a Rubén Darío y hasta hace poco ha comenzado a conocer a Horacio Castellanos Moya y Sergio Ramírez; poco o nada se sabe de la literatura de Centroamérica y menos de Honduras. Incluso Roberto Sosa, uno de los poetas hondureños más reconocidos en el extranjero, es desconocido para mucha gente en España. Cuando los literatos hondureños empiecen a entender que no valen nada para el mundo comenzarán a darse cuenta de que no hay que creerse importantes. Importante debería ser la autenticidad con que uno va haciendo su obra, antes que pensar que lo que estoy haciendo es bastante importante. ¿Importante para quién? ¿Para mí? ¿Para mi hermana? ¿Para mi tía? ¿Para mis amigos? Porque en Honduras no somos nada importantes como escritores. Esa es una cuestión bastante real y dura.
¿Las figuras más representativas de la literatura hondureña de los últimos 20 años?
nadie puede hablar de literatura hondureña si no habla de Roberto Sosa, de las grandes figuras, Óscar Acosta, José Luis Quesada, Rigoberto Paredes, Edilberto Cardona Bulnes, Antonio José Rivas. En narrativa, digamos, Eduardo Bahr, Julio Escoto. Julio Escoto en los últimos años me parece que debería dejar de escribir, no propone nada nuevo. Si Eduardo Bahr publicara algo en estos tiempos, no sé si sería algo novedoso como lo que publicó antes. El problema de envejecer escribiendo es saber si ya viejo se puede escribir de la misma manera en que se escribía cuando se era joven. Opino que los cambios y lo mejor en los últimos años se vio al principio de esos 20 años, cuando estos autores estaban más jóvenes, y se está viendo ahora, en los últimos años, cuando hay nuevos autores jóvenes, aún con defectos, con carencias, publicando cosas realmente interesantes, novedosas. Creo que está en los dos extremos de esos veinte años, pero en medio me parece que ha habido una pobreza grande.
Describí en una línea la literatura hondureña.
Esa es como una pregunta de las entrevistas 'con sello femenino': ¿Qué libro te gusta leer? La Biblia. Opino que eso difícilmente se puede explicar. Hay muchas cosas que afectan a esta pobre literatura. La literatura hondureña es pobre no por sí misma, sino pobre por el contexto. Aquí hay autores que han merecido mejor suerte, como Roberto Castillo, que debí mencionar antes. Me parece que algo que marca la literatura hondureña es la mala fortuna.
¿Mala fortuna por ser hondureña? Marca a una parte reducida de la literatura hondureña, no a la totalidad de esa literatura, porque la mayoría de esa literatura es malísima.