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Periodistas se juegan la vida por amor a la opulencia

El abnegado periodista que portaba un lápiz, una grabadora en su hombro y llegaba a pie o en bus a una sala de redacción con máquinas manuales desapareció porque su “pluma está tarifada”.

07.07.2013

Comentar sobre el misterioso asesinato y desaparición de periodistas en la administración del honorable Porfirio Lobo Sosa no es nada fácil y, sobre todo, cuando se aviva la suspicacia si parte de la población se cansó de un vigoroso grupo de comunicadores que sortea su vida, por la codicia y la diatriba.

Recordamos cuando en los ochenta inició el desprestigio de las Fuerzas Armadas que, convertidas casi en un poder absoluto, tenían cuerpos represivos, denominados paramilitares que secuestraban, mataban y desaparecían personas en la denominada “guerra fría”.

Su dominio y espionaje parecía irrompible. Una orden de los jefes castrenses bastaba para nombrar a sus esposas, queridas o cualquier allegado en puestos de la administración pública. El inexorable paso del tiempo los tumbó frente a una sociedad fastidiada de sus indecorosos actos y abusos.

Han pasado casi 30 años para que la milicia recobre poco a poco la confianza, demostrando sometimiento al pueblo y, no, a quienes usan el sitial para transgredir.

Como todo proceso de evolución y retroceso, los militares inician su cepillado y, para rematarnos, nuestra policía cae en los excesos y en las garras de las mafias.

UN TEMA ACTUAL

Hace casi dos años Lobo Sosa calificó de “inimaginable” lo que pulula en la institución policial. Sin entrar en detalles, el gobernante ha ensayado inútilmente tres secretarios de Seguridad. Los asaltos, robos, secuestros, asesinatos y extorsiones no dan respiro.

Miles de negocios, pequeños, medianos y grandes clausuraron por el auge desmedido e inmanejable del “impuesto de guerra”. Lobo se mantiene calculador y confía ciegamente que los índices criminales mermaron porque ya no matan de diez en diez, sino de cinco en cinco.

Quedó como el fallecido presidente venezolano Hugo Rafael Chávez Frías, quien durante un mitin dijo que 7 por 8 era 52.

Las únicas matemáticas “exactas” eran del insolente que se fue. Cualquier parecido con el de Honduras es pura coincidencia por la mona que provoca la silla.

El régimen nacionalista recurrió a sondeos públicos para lanzar los batallones a las angustiosas calles ante el deshonor de la Policía que perdió la familiaridad con una población acechada por el delincuente común o por el uniformado matón.

¿Quiénes llevaron al deslustre a la policía? La respuesta es sencilla. Los mismos oficiales y policías obnubilados por la voracidad y un gigantesco abuso en el que niegan cometer toda clase de crímenes abominables generando el rechazo, desprecio y mosqueo de quienes juraron vanamente “servir y proteger”.

Cuando los militares admitieron su hedor para someterse a la metamorfosis, se produjeron asesinatos de altos oficiales y de ex miembros de la desaparecida Dirección Nacional de Investigación, (DNI). Curiosamente, hoy, está ocurriendo similar tipo de “limpieza” en la Policía Preventiva.

Al referirnos al gremio de periodístico, podemos decir, sin la mínima intención de herir susceptibilidades, que una pujante tropa ha perdido el rumbo de informar, orientar, concienciar y, de ser verdaderos e invariables voceros del pueblo.

Lamentablemente, los tiempos son abismalmente diversos. Aquel abnegado periodista que en la “década perdida”, portaba un lápiz, una grabadora en su hombro y llegaba a pie o en bus a una sala de redacción con máquinas manuales, desapareció porque su “pluma está tarifada”.

El sencillo encargo de tratar de ser ecuánime lo desvaloró por amor al dinero, bueno o mal habido, pero al final todo tiene una repercusión. A veces miramos o escuchamos ciertos periodistas que toman una hoja de abanico para decir, en público, portar pruebas de corrupción contra determinados personajes.

Saltaron al ruedo político por avaricia y no por convicción. Durante el gobierno de Manuel “Mel” Zelaya, algunos enarbolaron un proyecto político fracasado para miles de hondureños, pero no para ellos que sacaron magnánimo lucro para fortalecer sus emporios.

Con altivez y descoco olvidan su dolo porque quieren negar su culpabilidad del cotejo de rencor y de muerte que provocaron. El gobierno acuerda con algunos dueños de medios de comunicación “moderar” programas pero sus purifiques son intocables. Quien se opone o debata al régimen, debe ser censurado o cesado.

DURA REALIDAD

Hemos conocido de comunicadores sociales que tienen caballerizas pura sangre, millonarias cuentas bancarias y mansiones, amuebladas hasta por esposas de mandatarios, que servirían de hospitales para los necesitados o para escuelas.

Otros, con desbordada “bendición” son dueños de buses o de una flota de vehículos lujosos y blindados para uso personal y para cambiar a diario, pero cuando están frente al micrófono o la cámara, con biblia en mano, presumen honestidad y solidaridad.

Exigen moralidad, investigar a los corruptos y meterlos a la cárcel pero ninguno confiesa ni patentiza, hasta ahora, su descomunal fortuna. Para colmo, sus hijos, esposas o amantes son burócratas o aparecen en cuadros para diputados, alcaldes o regidores y con singular impudicia se atreven a debatir con los políticos.

Los periodistas con un poco de seso no deberían dejarse utilizar por las diversas mafias y luego buscar culpables cuando es su propia responsabilidad servir de tonto útil. Lamentablemente, ya somos una copia al carbón de México y Colombia donde se cambió la vida por envidiar al opulento.

Nadie nace delincuente ni con el cigarro ni con el “octavo de guaro”
en la boca. El mundo corrompe al hombre. En las aulas universitarias forman periodistas para que intenten ser verdaderos comunicadores sociales, no para ser forajidos ni pancistas tal como devela nuestra vulgar noticia.

Estamos viviendo momentos insospechados, inenarrables, en que los valores morales son casi inexistentes por nuestra ambición. Para muchos es tan significativo estar junto al poder, sin apreciar que es cuando más inmediato estamos del suicidio.

Los periodistas deben pesar por su integridad. Sin embargo, pareciera que los gobiernos babean por estos “brillantes informadores” que escandalizan o extorsionan insaciables. Es cuestión de mafias, así se baten las sociedades. Entonces, no exijamos respeto a la vida, cuando perdimos los estribos.