Su meloso “casorio” fue rompiéndose desde la caída de Fabio Lobo el 21 de mayo de 2015.
“Pepe” desató más su ira contra JOH tras el encierro de su digna y muy tersa esposa Rosa Elena Bonilla, acusada “vilmente” de fraudes a coraje de la muerta Misión de Apoyo contra la Corrupción y la Impunidad en Honduras (Maccih). La señaló de desviar veinte millones de lempiras.
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Minucia
Naderías si buscamos los siete mil millones de indios que el coqueto Mario Zelaya Rojas (alias doctor porno) se peinó del Seguro Social junto a malos financieros, amantes y esposas, entre fila de “lecheros” que destriparon sus arcas gracias a un inútil y malnacido que mimó y calló el atraco por valer sus minas y las elecciones de 2016. Los malnacidos son muchos.
Las alevosías íntimas en nada suman a la dicha y progreso del país. Empero, la masa que apela eterna, olvida veloz por inculta, por lucro bancario o político las pillerías de estos coristas que pelan sus vicios por apetitos propios, traiciones y frescuras. ¿Maquiavélicos? Sí, pero sin un ápice del seso de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), escritor y padre de la Ciencia Política Moderna.
Su texto “El príncipe” de 1513 (público ya muerto en 1531) lo trazó en prisión por crear la milicia nacional y salvar la soberanía de Florencia (en riesgo por fuerzas europeas). Ahí caviló las reglas a tomar (buenas o malas por arte política) para sumar el bien general. Un contraste entre tirano y príncipe, viendo al primero como aquel que manda por lucro personal y al segundo como el que rige deseando el gozo del Estado y su gente.
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Moral
“Aquel que llega al principado con la ayuda de los grandes se mantiene con más aprieto que aquel que llega con ayuda del pueblo”. El fin de los grandes, según Maquiavelo es “oprimir” y el anhelo de los pueblos es “no ser oprimido”. Aquí su lógica “de tener al pueblo como amigo”, caso contrario sufrirá en la desgracia. Para él, un jefe debía atarse a la moral pública, a exigirse un ser intachable.
Quien decide dirigir una nación sabe a lo que se expone y a lo que debe desistir para ser un buen regente. Someterse, obligarse a violar sus propias leyes, siempre y cuando prime el interés público y no su ego, tolerar ciertas formas por la maldad de los demás, dispuesto a condenarse con tal de cumplir con su deber y tener con vida al Estado.
Un trozo de Maquiavelo totalmente dispar entre Lobo Sosa y JOH. El primero busca lavarse las manos y, su sucesor, sigue rodeado por el gentío en su segundo mando, que, igual a sus anteriores, está lleno de bullicios de pudrición, de remiendos, de ofertas violadas, de culpables sin prisión y de yos que tienen preñada de sinsabores a la población.
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Parto
Si bien JOH no es pera en miel ni nada afín, con fuente de líos aquí y allá, “Pepe” se cree, por cínico, un pulido. Ve y juzga perversos a otros porque juega a ganar aplausos que nunca logró en su torcida gestión. Además, no le interesa ni nunca le importó como jura hoy, la tripa catracha. Desea salvar su pellejo, que lo miren príncipe y no otro tirano que indultó -a lo malnacido- a otros malparidos.
Es aquí donde un malnacido y de paso patrañero, aplaza su examen para ser un galán íntegro, ávido de exaltar el país. El maldito ego de un malnacido es sentirse lindo, baldeando sus uñas -a lo maquiavélico- en el lavadero de su tutela, igual o peor a la actual y a otras que supuran hedor por donde se hurguen. El político –como es su ambiente- usa sinfín de tretas para desviar ojos a otras cloacas.
Malnacido también es aquel que nos culpa de un parto surgido al son de sus zapateadas, mariposeos, infidelidades y nutridos trinques. Aquí no solo hay un malnacido, abunda fábrica de malnacidos e insolentes que, riéndose roban y matan a humanos bien nacidos.
Que nadie de ustedes se aluda. Insistimos, los malnacidos no solo son esos(as) que quitan la vida y la felicidad a los pobres, también son esos que, viéndose figuras y no malnacidos, idean tonto a un pueblo. Saludos, hijos de... este país.