Tegucigalpa, Honduras
La expectativa era enorme. En la sala de cine se percibía un ambiente de nerviosismo, pero también una dosis extrema de emoción.
Apenas habían transcurrido unos minutos y lo que todo hondureño bien nacido estudió en la primaria sobre el prócer de la unión centroamericana aparecía frente a los ojos expectantes de más de 300 cinéfilos que se prepararon durante semanas para ver por fin la película “Morazán” en la gran pantalla.
Las últimas 48 horas del héroe, nacido en Honduras, asesinado en Costa Rica y sepultado en El Salvador, las resumieron Hispano Durón y Dagoberto Martínez, en un guión de dos horas que mantuvo a todos pegados a sus asientos.
Los primeros diálogos de Francisco Morazán, interpretado por el actor colombiano Orlando Valenzuela, dejan claro desde un inicio que la cinta contará la historia del prócer, pero se permitirá un poco de ficción.
Valenzuela logra su cometido y se mete en la piel del personaje, aunque a ratos se le sale el acento colombiano.
Pero en cada escena con su hijo “Chico” Morazán, con José Miguel Saravia, Vicente Villaseñor o con el general José Trinidad Cabañas, aflora esa imagen de caballero que nos cuentan los libros y sale a la luz un personaje que el morazanista Miguel Cálix define como “el alma de la historia de Centroamérica”.
La historia
La película dirigida por Hispano Durón de la mano de Fundaupn Films y que es selección oficial del Festival de Cine ícaro, devela al hombre autodidacta a quien ninguna escuela militar instruyó en el arte de la guerra, al negociador, al idealista que se adelantó a su tiempo.
El guión se centra en el momento histórico en el que Morazán cansado, hambriento y con sus tropas minadas, marcha a Heredia en busca de ayuda para continuar su lucha contra los conservadores que lo desconocen como jefe de Estado de Centroamérica y le piden su rendición para luego juzgarlo y asesinarlo.
Bajo el lema de “Dios, unión, libertad” Morazán guió a sus hombres en 22 batallas, todas ganadas; hasta que finalmente, traicionado por sus amigos, fue aprehendido en Costa Rica y tras ser violentados sus derechos, fue fusilado el 15 de septiembre de 1842, 21 años después de la independencia.
Este hecho y el momento previo en que trata de dictarle a su hijo “Chico” Morazán su testamento, que es un legado para los pueblos centroamericanos, marcan sin duda la parte cumbre de la película.
Ambas escenas reviven el fervor patrio, conmueven hasta las lágrimas y ponen en perspectiva la grandeza de un hombre cuyas ideas sobreviven, a un mártir, a un símbolo que ofrendó su vida por la unidad de los pueblos de Centroamérica.
Escenas y personajes
La historia logra su cometido, educa, rememora y es sin duda una pieza invaluable para despertar el amor a la patria, que parece perdido en el trajín del diario vivir.
Aunque dura dos horas, no aburre, tiene escenas memorables como el momento en el que el sacerdote logra la confesión de Morazán y Villaseñor, la reunión de los adinerados de la época de Costa Rica que se unen para sacar a Morazán del gobierno de Centroamérica, la despedida del paladín de su hijo “Chico” y el encargo de su familia a su amigo.
Hasta el fusilamiento, que deja entrever la grandeza y la valentía de un hombre, que tras recibir en el pecho la primera ráfaga es capaz de levantar su cabeza y gritar: “Aún estoy vivo”.
Y de los personajes, bueno, Orlando Valenzuela lo logra, se mete en la piel del héroe de una forma impresionante. Eduardo Bähr también cumplió, su pequeño pero inolvidable papel del sacerdote que obtiene la confesión de Morazán es sin duda una pieza clave.
Y qué decir de Tito Estrada, que interpreta al temido general Pinto Suárez, acérrimo enemigo de Morazán, quien se convierte en uno de los personajes mejor logrados de la película. Hasta Melissa Merlo, en su papel de Josefa Lastiri, que con un par de diálogos logra convencer al espectador. Hay un gran trabajo de producción, ¡bien por Ana Martins!.
La fotografía es excelente, César Hernández hizo lo suyo. Y qué decir de los escenarios de Cedros, Lamaní y Comayagua, que transportan al espectador al siglo XIX. Aunque quedaron en deuda con las batallas, quizá un mayor número de extras hubiese hecho la diferencia.
Por lo demás, el largometraje de Hispano Durón, que cierra con las notas del Himno a Morazán de Froylán Turcios y Francisco R. Díaz Zelaya, es ya un referente del cine nacional y reinvindica a su director en un momento histórico del séptimo arte en el país.
Es un homenaje al prócer cuyo amor a Centroamérica murió con él aquel fatídico 15 de septiembre de 1842.