Hace poco tiempo hemos vuelto a descubrir ese cuento que era para adultos y no para niños. La reciente película de “El Principito” nos muestra la importancia de este relato para los mayores y los más pequeños.
El autor de esta obra, Antoine de Saint-Exupéry, dedicó su vida a volar en un avión y a soñar. Durante sus viajes iba plasmando sus experiencias, demostrando su carácter humanista y heroico, con unos profundos conocimientos sobre el amor o la amistad.
Muchos de nosotros conocemos al Principito, pero no conocemos a ese aviador que cayó en el Sahara durante un viaje a Vietnam. De esa aventura salió una novela en la que narra los días que pasó en el desierto más duro de nuestro planeta, ese punto pálido azul, la Tierra. Tierra de hombres nos recuerda su obra más conocida, “ El Principito”.
Si recorremos toda su biografía podremos descubrir otro Principito.
Todas las novelas que escribió Antoine de Saint-Exupéry son autobiográficas. En ellas hablaba de las emociones que vivió cuando era joven y era un piloto que llevaba correo postal, esas cartas que antes llevaban mensajes de amor, de amistad o de recuerdos, pero que actualmente solo llevan disgustos, facturas, multas o publicidad.
Contó el horror de las guerras de cuando era un piloto de guerra y mostró la vanidad de los líderes mundiales. Pero también describió momentos de belleza de la condición humana, como cuando soldados de ambos bandos tomaban un café en un bar tranquilamente, disfrutando de un breve momento de paz.
Escribió además un prólogo a su amigo periodista Léon Werth; un prólogo que posteriormente fue publicado como libro, “Carta a un rehén”.
Si leen este libro pueden reconocer el amor y la amistad entre dos personas, esas ideas que nos recuerda Platón en “El banquete”, y que Antoine describió haciendo mover esas mariposas que tenemos en nuestro interior.
Preguntas y respuestas
Léon Werth también aparece en “El Principito”, su texto más aclamado, que escribió para hacernos comprender cómo alcanzar la llama que todos tenemos dentro y que él dibuja como un niño de pelo rubio y vestido de verde, y que cuando formulaba una pregunta nunca renunciaba a obtener respuesta.
Empleó un cuento para que nuestra parte racional pudiera entender cosas que solo el corazón comprende. El cuento está lleno de simbolismo y ello queda reflejado en dos ideas: la boa que se ha comido un elefante, y la caja que contiene un cordero.
Los símbolos son como esa caja: cada vez que la vemos, vemos el cordero, pero las personas que nunca la han visto, solo ven eso, una caja. Este es el poder del simbolismo; son cajas que contienen ideas que cada uno de nosotros podemos interpretar subjetivamente.
Nuestro Principito tiene un asteroide, de tamaño más bien pequeño y con algunos volcanes y plantas. Este asteroide somos nosotros mismos, con nuestros defectos y nuestras virtudes. Tenemos que estar atentos a él porque hay semillas ocultas que mágicamente se despiertan. Empiezan a salir brotes pequeños e inofensivos, uno aquí, otro allá.
Si son malas hierba o baobabs, debemos quitarlos rápidamente, porque representan esas ideas, emociones o pensamientos negativos que nacen en nuestro interior; de hecho, pueden destruir el asteroide si dejamos que lo invadan.
Los volcanes, en cambio, representan nuestras emociones, pasiones o ataques de ira que a veces explotan como un volcán.
Debemos hacer lo que hace nuestro pequeño amigo: cuidar y limpiar estas emociones diariamente para mantenerlas apagadas. Recuerden que él siempre está riendo y alegre, fruto de este trabajo sobre sí mismo.
Alguna vez, de estas semillas mágicas nace una rosa. Fruto de la rigurosa atención, conseguimos que nazca en nosotros esa esencia. Esta rosa representa a la mujer de Antoine, Consuelo, porque tuvieron una relación bastante tormentosa. Pero la rosa también es símbolo de sabiduría, aunque tenga espinas, y es para que la cojamos con cuidado y amor.
Nuestra rosa cuenta que, para admirar a una mariposa, primero tendremos que aceptar a las orugas. Ella es el motor que impulsa a nuestro Principito a hacer un viaje por distintos asteroides para encontrar su propia esencia, olvidando que esta se halla en su asteroide.
Conocerá a muchos personajes: un rey, un vanidoso, un hombre de negocios, un farolero, un geógrafo. Pero ellos solo representan una personalidad. Están vacíos por dentro: el rey era bondadoso y sabio, pero no tenía súbditos; el vanidoso creía ser el centro de atención de todo el universo, pero nunca veía ni escuchaba a nadie; el bebedor bebía para olvidar la vergüenza de beber tanto, la vergüenza de no luchar por lo que realmente importa; el hombre de negocios “poseía” estrellas, pero no les era útil; el farolero humilde y con un gran sentido del servicio, pero sin tiempo para hacer nada más que trabajar; y finalmente, el geógrafo teórico, que escribía dónde se hallaban los mares, las montañas, etc., pero que nunca salía de su despacho.
Lo esencial es invisible
Al final, el Principito cae en nuestro planeta. El primer animal que descubre es una serpiente que parecía comunicarse con enigmas y que siente pureza de oro, ese oro del que habló Platón en “La República”.
Cuando estaba llorando en un prado, un zorro fue a consolarlo. Aquí nacerá una gran amistad, que nos recuerda la amistad entre Antoine y Léon Werth. Descubrió la importancia de domesticar y de los rituales.
Por un lado, domesticar para crear lazos invisibles que solo con el corazón se pueden ver, y por otro lado, esos rituales que hacen que un día, una hora, sea distinto al anterior porque sabemos que va a pasar algo maravilloso. Pero llegamos al final. Todo tiene un final, todo lo que nace, muere.
El Principito se despide de su amigo el zorro, y allí le cuenta una gran verdad: que lo esencial es invisible a los ojos y que solo se puede ver con el corazón. Porque esos lazos que hemos creado solo se pueden ver con un abrazo, uniendo nuestros corazones, corazón con corazón, del latín concordia .
Todo estos mensajes le dejó el Principito a nuestro aviador Antoine antes de volver a su asteroide.