TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Tras la proclama de independencia el 15 de septiembre de 1821, Centroamérica se vería envuelta en un período de gran incertidumbre y transformaciones. Y en esa convulsión surgió la figura de Dionisio de Herrera.
El trabajo que le esperaba a hombres ilustres como Herrera no era fácil. Porque la Capitanía General de Guatemala, conformada por provincias (Honduras una de ellas), iniciaría su tránsito hacia lo que para 1923 sería la Federación Centroamericana, ahora conformada por Estados (Honduras incluido), que luego serían Estados soberanos, hasta hoy.
Esos tiempos de convulsión, con sus respectivas evoluciones, acompañan el devenir de Honduras hasta el presente, con la gran diferencia que en la posindependencia se levantaban líderes ilustrados como Dionisio de Herrera, hombres de estudios e ideas, que en su caso había realizado su formación en la Universidad de San Carlos de Guatemala, una de las instituciones educativas más prestigiosas de la época en Centroamérica, donde estudió derecho y filosofía, conocimiento que le ofreció al prócer hondureño una base jurídica sólida, y un enfoque progresista y visionario en la política.
En palabras del historiador Guillermo Varela, como hombre de política Herrera fue “amigo de la ley, de la democracia, de la educación y del bienestar del pueblo centroamericano”.
Tras la independencia, hubo un lapsus en el proceso posindependencia, cuando las provincias centroamericanas volvieron sobre sus pasos y se unieron al Primer Imperio Mexicano, pero tras su separación en 1823, Dionisio de Herrera se convirtió en el primer jefe de Estado de Honduras, cargo que ostentó hasta 1827.
Durante este período Herrera promovió la redacción de la primera Constitución de Honduras (1825), que sentaría las bases legales del nuevo Estado, paso fundamental en la conformación de una identidad necesaria para la construcción de país.
Además se aprobó la creación del primer Escudo de Honduras. Ese mismo 1825, “se efectuó la primera división política del territorio en siete departamentos (...) también se eligió a un presidente y magistrados de la Corte Suprema, un fiscal y sus suplentes”, detalla el historiador Albany Flores Garca.
Y así, como un alfarero, Dionisio de Herrera ese año le daba forma al Estado de Honduras.
Para 1826 fundó el Ejército Nacional, “una de las primeras tareas de los Estados centroamericanos que buscaban su conformación, delimitación e identidad”, señala Flores Garca. Su génesis era la defensa del territorio y la ciudadanía, o sea, el bien común, no el particular.
Bajo el liderazgo de Herrera, Honduras vivió un período de reformas y modernización. No obstante, en 1827 el jefe de Estado de Honduras fue derrocado por una insurrección liderada por José Justo Milla.
Fue apresado y posteriormente enviado al exilio en Guatemala, donde permaneció hasta 1829. Entre 1830 y 1833 Herrera fue jefe de Estado de Nicaragua, donde promovió reformas progresistas y buscó mantener la estabilidad en medio del conflicto; al término, reseña Varela, fue electo dos veces jefe de Estado de El Salvador “que en igual número de veces rechaza”.
En 1839 “es diputado a la Asamblea Constituyente de Honduras en momentos en que la República agoniza y en Honduras el Estado es controlado por el bando conservador que representa a Francisco Ferrera”, detalla Varela.
Cualquiera podría pensar que un hombre de esta dimensión terminaría sus días con estabilidad, pero fue todo lo contrario. Su pasado liberal y nexos con Francisco Morazán lo llevó a la desgracia, estuvo exiliado en El Salvador, sus propiedades fueron confiscadas y sus últimos años los dedicó a la docencia.
Murió pobre en el país que lo recibió, el 13 de junio de 1850. Ni el pasado ni el presente, y quizá tampoco el futuro, le hará justicia a este intelectual, cuyo liderazgo y pensamiento fue clave para los inicios del Estado hondureño.