TEGUCIGALPA, HONDURAS.-No es lícito olvidar, no es lícito callar. Si nosotros callamos, ¿quién hablará?”
Primo Levi
Las señales son inquietantes, la amenaza es real y parece que, de nuevo, la bestia despertó de su letargo. Se profanan cementerios en Francia, Estados Unidos y otros países del supuestamente mundo civilizado. Diputados alemanes, del movimiento Alternativa para Alemania (AFD), en creciente ascenso, se levantan durante un acto en recuerdo de las víctimas del Holocausto, en Baviera, en señal de claro desprecio. En Estados Unidos y en varios países europeos, entre los que destaca Francia -quizá el país más antisemita del mundo, colaborador activo durante el Holocausto-, se atacan sinagogas y negocios judíos.
En España, para no ser menos, la noche de la entrega de los premios Goya tuvimos que soportar el ataque brutal por parte de dos realizadores al Estado hebreo. Cuando les fueron a entregar un premio al mejor documental a Carles Bover Martínez y a Julio Pérez del Campo, directores y productores de “Gaza”, realizaron una arenga política en toda regla y solicitaron el boicot total a Israel y su expulsión del festival de Eurovisión, concluyendo su sonrojante intervención con un “¡Viva la lucha del pueblo palestino!”. Podemos imaginarnos la objetividad de su filme sobre Gaza con semejante carta de presentación. Lo realmente vergonzoso de este dantesco espectáculo fue la reacción del público presente en el evento: en lugar de haberles abucheado, como se merecían, se puso a aplaudir hasta decir basta.
Y en Bogotá, para seguir la “moda” imperante, un monumento que representaba a una gran menorá (candelabro judío), situado en la Avenida del Estado de Israel, fue vandalizado y se pintaron unas grandes esvásticas en color naranja sobre el mismo. Al parecer, militantes de extrema izquierda, que protestaban en unas revueltas sociales, fueron los responsables de dichas pintadas.
En Argentina, donde el anterior gobierno de la presidenta Cristina Kirchner protegió a los terroristas que colocaron la bomba en la mutua judía AMIA -85 muertos y dos centenares de heridos-, el fiscal del caso, Alberto Nisman, fue asesinado en una trama que apunta al epicentro del poder del Estado argentino y también a los iraníes. Los Kirchner, introductores de los grupos terroristas Hezbolá y Hamas en América Latina, fueron los mayores encubridores de este asunto, que apuntaba a altos funcionarios iraníes, y nunca ocultaron su odio hacia el Estado de Israel siguiendo la estela de la Venezuela de Nicolás Maduro.
El año pasado, en otro acto antisemita, el principal rabino de la AMIA, Gabriel Davidovich, fue atacado en un ataque de inequívoco signo antisemita. Los atacantes, que entraron a la casa de Davidovich en las horas previas al amanecer, gritaron “Sabemos que usted es el rabino de AMIA”, antes de golpearlo, según los informes de la prensa local. El rabino estuvo en estado muy grave y el hecho ha sido repudiado por una buena parte de la sociedad argentina, pero no ha habido, desde luego, las grandes protestas y marchas que habitualmente hay en este país en solidaridad con la causa (terrorista) palestina. Qué asco.
También en Francia se vivió una gran conmoción cuando unos desconocidos profanaron 96 tumbas en el cementerio judío de Quatzenheim, donde pintaron unas esvásticas sobre las lápidas para después abandonar el recinto sagrado en total impunidad. Los ataques a las comunidades judías, a sus tiendas e instalaciones, incluyendo sus cementerios, así como también a miembros de las mismas, se están repitiendo en numerosas partes del mundo. A esta profanación, mundialmente conocida, se le vino a unir la más reciente Westhoffen, muy cerca de Estrasburgo, donde fueron pintadas con símbolos nazis más de 107 lápidas.
El portal israelí Hatzad Hasheni relataba algunos de estos ataques perpetrados en Ucrania: “Pero en otros países europeos, la actitud antisemita y los actos violentos también han sido frecuentes, por ejemplo en Ucrania, en la región de Donetsk, donde los mensajes contra los judíos han preocupado a la comunidad, como por ejemplo, lo ocurrido en marzo de 2014, cuando el rabino Hillel Cohen de la organización Hatzalah fue agredido en Kiev. El 25 de febrero del mismo año, la sinagoga Gymat Rosa en Zaporizhia fue atacada con bombas incendiarias”.
Éxodo en Francia ante el auge del antisemitismo
De todos los países, sin embargo, es Francia el que reporta más casos y el problema parece que se agrava. El diario español El País informaba recientemente que “el antisemitismo aumenta en Francia. El vandalismo, los insultos, las amenazas y las agresiones contra los judíos aumentaron un 74% en 2018, según datos oficiales. La difusión de los datos coincide con el descubrimiento en días recientes de varias pintadas y la profanación en las afueras de París del memorial a Ilan Halimi, el joven judío secuestrado y torturado hasta la muerte en 2006”.
“El antisemitismo está en aumento y los judíos están cada vez más preocupados por la posibilidad de ser agredidos, según un estudio realizado en los 12 países de la Unión Europea con más población judía. Centenares de judíos encuestados por la Agencia de Derechos Fundamentales de la UE (EU-FRA) dijeron haber sido víctimas de ataques físicos de naturaleza antisemítica durante el último año, y un 28% fue víctima de ataques verbales. De todos los países analizados, Francia fue identificado como el que enfrenta los mayores problemas de antisemitismo”, señalaba una reciente nota del portal de noticias de la prestigiosa BBC.
Ese virus letal del antisemitismo también ha contaminado hasta a los “chalecos amarillos”, un grupo de protesta social en el que convergen militantes fascistas, islamistas radicales, extremistas de izquierda y un sinfín de especies de todos los pelajes y convicciones, pero que se definen así mismos como “antisistema”. En una manifestación de este grupo en París, el intelectual francés de origen judío Alain Finkielkraut (París, 1949) fue víctima de insultos antisemitas por parte de los participantes a la marcha que lo llamaron “sucio hebreo” y le conminaron a marcharse de su país, en un hecho paradójico por la circunstancia de que quien se lo gritara era un inmigrante musulmán. “Lárgate de nuestro país”, parece que le dijeron los integristas. Inaudito.
Buscando una explicación “lógica” ante este hecho, el mismo Finkielkraut respondía así: “Existe un viejo antisemitismo -en Francia- al estilo de la década de 1930 que hoy en día se está reciclando. Todos repiten esta cita de Brecht: “El vientre que parió la bestia inmunda aún es fecundo”. Y es verdad. Pero actualmente esa bestia inmunda también sale de otro vientre. Los judíos son el primer blanco de la convergencia de las luchas entre la izquierda radical antisionista y los jóvenes de los barrios periféricos próximos al islamismo”.
Como fruto de este estado de cosas, hay que reseñar que todos estos hechos, junto con una serie de ataques y atentados contra la comunidad judía francesa, sus bienes y miembros, han provocado un auténtico éxodo, tal como revelaba una nota publicada en El Sol de México: “Unos 60,000 judíos franceses —que representan 10% de la comunidad— abandonaron el país desde el año 2000 debido al creciente aumento del antisemitismo y el aumento de la “inseguridad”. La cifra escalofriante de 55,049 personas que decidieron hacer el alyah (“regreso” a Israel) fue revelada por el ensayista Pascal Bruckner en la presentación de “El nuevo antisemitismo”, trabajo colectivo que acaba de salir en Francia”.
La pregunta que tenemos que hacernos, una vez asumamos la gravedad de los hechos que relatamos y conocemos, es hasta dónde puede constituir este antisemitismo una verdadera amenaza para la supervivencia de estas comunidades judías. Creo que, de cara al futuro, y teniendo en cuenta el pasado trágico y reciente, en que primero los judíos fueron señalados y después atacados hasta el exterminio, es muy importante promover los valores cívicos y ciudadanos, defender la memoria histórica y concienciar, a través de los medios de comunicación y la educación, a las futuras generaciones de los riesgos que entraña este triunfo de la cultura del odio en nuestras sociedades. El mantener latente la llama de la memoria de las víctimas del Holocausto es parte de ese proceso, pero sin olvidar el presente acuciante. Porque no debemos olvidar que “el odio fue lo que construyó el camino hacia Auschwitz, y la indiferencia lo que lo pavimentó”, tal como señalaba el ensayista Ian Kershaw en uno de sus últimos trabajos.