Siempre

Los 85 del IHCI: mucha maleza y pocas obras

El IHCI debe comprender que el arte no es fácil; que no abunda ni se da silvestre como las jocotas; que por el contrario, es difícil y escaso; y que por lo tanto lo que cuenta no es hacer un salón amplio sino un salón determinante de creatividad y logro artístico, que ilumine y enriquezca a sus visitantes
24.03.2024

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- El Instituto Hondureño de Cultura Interamericana (IHCI) celebró su 85 aniversario de fundación con una exposición de artes visuales titulada “Los ochenta y cinco”, y que abrió sus puertas al público el pasado 8 de febrero en el Museo para la Identidad Nacional.

Tienen razones para celebrarlo, pues el IHCI es una institución decana de las artes que ha hecho una contribución invaluable al patrimonio educativo y cultural de este país.

Recuerdo emocionado de César Manzanares

Un pasado que reivindicar

No es exagerado afirmar que el desarrollo de las artes plásticas y visuales en Honduras está vinculado en buena medida a la labor que el IHCI ha desempeñado durante tantos años.

En su devenir, esta institución viene organizando las bienales de pintura, escultura y cerámica que en alguna época se constituyeron en una auténtica competencia de tipo artístico y una arena de confrontación general de tendencias, actitudes y obras.

Admitamos que desde la constitución de estos certámenes no eran muchas las exhibiciones que permitiesen mostrar en conjunto cuánto se hacía en el país en el campo de la pintura y escultura; y de estímulos como los que se concentran en la recompensa económica que reciben los ganadores.

Digna la cuantía y halagadora al fin si tomamos en cuenta que el expresado premio significa hasta hoy en día el único señuelo al esfuerzo de nuestros creadores.

Por otro lado, en los catálogos de estas bienales pueden leerse los nombres de casi todos los pintores y escultores que han dedicado a estos quehaceres buena razón de su tiempo y de su vida: hombres y mujeres a quienes, quiéralo o no en razón de sus preferencias estéticas e ideológicas, hay que reconocer sinceridad y vocación, oficio y tenacidad.

Este pasado, vital y luminoso, contrasta con un presente moribundo. En los últimos años estas bienales se han convertido en salones oscilantes que en algunos momentos dan muestras de poseer signos vitales mientras que, en otros, decae considerablemente.

Habrá que impulsar reformas de profundo calado y no solamente cambios someros, si lo que se quiere realmente es evitar su extinción.

Dina Lagos interpela a la sociedad con su “Bestiario”. Su discurso es irreverente y de intenciones claras.

Los 85

En la exhibición participan 85 artistas procedentes de Honduras, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Cuba, España, Brasil y Suiza.

Su inauguración fue uno de los acontecimientos más mediáticos y concurridos que se recuerda en los últimos años.

Todo esto es una prueba de que los artistas sí saben responder con lo mejor de su espíritu a los estímulos privados y que el público solo necesita que le proporcionen ocasiones como esta para mostrar interés y simpatía.

En cuanto al conjunto de obras podríamos definir a esta exhibición como un salón amplio de artistas sustentado en un criterio curatorial de indulgente cortesía, que es el de ofrecer arte para todos los gustos y colores.

Solo así se entiende tanto populismo, tantas malas obras colgadas y tantas salas resentidas de calidad.

Pese a lo anterior, nos gustaría reconocer dos virtudes en esta exhibición. La primera es el ejercicio museográfico que nos pareció muy bien estudiado y planeado, sin ser rígido.

La segunda es que en medio de tanta maleza nos consuela saber que en la nómina se incluyó a un número reducido de artistas cuyas obras de innegable interés agruparemos aquí en una sala que denominaremos de la esperanza, porque nos anuncia que no todo está perdido en el arte hondureño.

Ronald Sierra es un creador agudo e inteligente.

La sala de la esperanza

En la sala I destacamos los trabajos de César Manzanares y Juliana Fuenzalida.

Manzanares presentó un objeto consistente en un bordado sobre paste natural que puede no ser lo mejor de su producción, pero no es por esto gratuito, complaciente o acomodaticio.

Por su parte, Fuenzalida nos demuestra en “Tiempo a contraluz” que, aunque desaliñadas, las placas de acrílico pueden ser vistas como un proceso de gran belleza intrínseca; y, por tanto, ni ella ni nosotros vemos razón alguna por la que no puedan ser expuestos.

En la sala III encontramos la obra de Ronald Sierra, que es la más avanzada de todas las propuestas, una pieza que resalta por su solidez formal y porque constituye un notable ejercicio de reflexión acerca de la pintura misma.

Sierra se defiende con talento en el campo de la experimentación y su obra sería perfecta si le quitara esa cinta amarilla de precaución.

En esta misma sala, Samuel Erazo (Koko) presenta “La sierpe de Concepción”, un trabajo a tinta sobre cartón de ilustración técnicamente depurado y en donde ningún elemento resulta estorboso.

La sala IV es la más generosa de todas. La ocupan Santos Arzú Quioto y Armando Lara, pintores de larga experiencia que nos han demostrado que a la maestría se llega únicamente por el encuentro de lo esencial.

Después encontramos a Medardo Cardona con sus “Cartografías urbanas”, un artista que ya conoce el medio del fotomontaje o que al menos está en la carrera de averiguar todos sus secretos.

En esta sala nos ha dejado también un grato recuerdo las obras de Guillermo Mahchi, Alex Galo y Miguel Romero.

Los primeros presentaron unos lienzos de pequeño formato en donde se congregan los valores formales de la tradición con algún arrebato experimental.

Romero, en cambio, lo hizo con un objeto notable por su composición y simplicidad de elementos.

En la sala V identificamos a Dina Lagos, Julia Galeano y Scarlett Rovelaz. En términos conceptuales Lagos es una de las artistas más consecuentes y su ambientación pictórica (aunque ella prefiere llamarle instalación) convence por su mordacidad y carga irónica.

Lo de Galeano es un interesante ejercicio, pero tiene como tarea resolver de mejor manera sus montajes.

Por su parte, no dudamos de que Scarlett Rovelaz nos dará una producción de valía como el ensamblaje que hoy presenta, siempre y cuando comience a eliminar de ella todo lo superfluo como ese círculo en la pared, por ejemplo.

Julia Galeano es una artista que habrá que seguir de cerca.

Cierre

En la exhibición de “Los ochenta y cinco” del IHCI están representadas diversas tendencias, y la gran mayoría de obras sin duda hubiesen sido rechazadas, de haber tenido los organizadores un mejor criterio curatorial.

No obstante, reconocemos que hay dos aspectos a resaltar como positivos: la museografía y la inclusión de algunos nombres relevantes.

Por lo demás, hay una sala que definitivamente es insalvable: la sala II.

En otras, aquí y allá, encontramos creadores que duermen estancados en el estéril arabesco de la forma sin ecos, de ellos tampoco esperamos algo.

Hay otros, pensamos en Mary Morales, cuya fama inicial parece haberle perjudicado en superaciones prematuras. Su problema, para graficarlo de alguna manera, es ortopédico: debe enderezar su producción, porque últimamente se ha embrollado en caminos que ella no puede aún elegir con suficientes razones.

Por último, están aquellos a quienes no mencionaremos para no mermar alientos y con los que seremos pacientes. Pero, que conste, se trata de una consideración pedagógica, no propiamente de beneficencia.

“Cartografías urbanas”. Es el título del fotomontaje que exhibió el artista Medardo Cardona.