Siempre

Los referentes en la poesía de Marco Antonio Madrid

30.05.2020

TEGUCIGALPA, HONDURAS.- En la construcción del signo lingüístico, el punto de partida es el referente. Se trata de un elemento a partir del cual se expresa el hablante y a partir del cual es comprendido. Es un referente compartido con otros, es el punto alrededor del cual se crea el espacio comunicativo.

En el discurrir, todo individuo acumula referentes, y los va revistiendo de significados cada vez más complejos. O quizá, en un viaje inverso, aquello que solía ser un referente común va perdiendo generalidad hasta adquirir una significación primaria, estableciendo puentes entre diferentes estratos, como cuando al simple acto de señalar le adherimos el origen primario del objeto señal, sello o estigma, bajo el cual el momento de sindicar a alguien tiene la carga semántica de poner una señal sobre alguien, marcarlo, apartarlo, salvarlo o condenarlo. Muy lejos de la cotidiana e insignificante imagen de indicar algo con el dedo.

Un conjunto de referentes literarios contribuye a la economía del discurso porque alude a un constructo social y en una obra poética es aún más valioso, porque el poema -entendido como un estado del espíritu, según Robert Frost- sintetiza y sublima el discurso.

Una obra rica en referentes es la de Marco Antonio Madrid, especialmente los mitos griegos. No están ahí como hechos en sí, como repaso pedagógico o alardes de erudición. Estos referentes mitológicos son piezas claves en la comprehensión del discurso.

En sus manos, se vuelven instrumentos para elevar la metáfora y potenciar el dramatismo, es decir, la seriedad, al estilo de los antiguos. Se vuelve una necesidad porque la suya es una poesía de ideas, una poesía que discurre en paisajes de la infancia del poeta, o toma pequeñas experiencias cotidianas para convertirlas em profundas reflexiones sobre la condición humana en el plano existencial.

Por ejemplo, en el poema 'Viento de mayo', el agua que cae y moja al poeta es la lluvia de ayer que ha quedado prendida en las hojas de un árbol. El paisaje fluvial es nostálgico, pero la fuerza del recuerdo es como ese acto real de las gotas de un evento pasado. El poeta busca comunicar esa carga emocional con imágenes que conducen a la razón; el poema expresa un estado (mood) unido a la idea del eterno retorno, porque más allá de la nostalgia intenta reflexionar sobre la nostalgia misma, sobre el paso del tiempo, sobre la fenomenología que engaña nuestros sentidos (el río de Heráclito, que es y no es). En Madrid, el paisaje siempre indica algo más.

Viento de mayo

Hoy la nostalgia tiene el color
de estos barcos que han vuelto
para morir en la soledad de los muelles.
Hoy es mayo, hace frío y el viento
esparce la lluvia de ayer que ha quedado
prendida en las hojas de un árbol.
Yo escucho el agua que vuelve,
la gaviota que cruza como un pensamiento
lejano, yo escucho la tierra y el rencor
y el silencio que muerde el corazón
de la niebla, la bandera de un sueño
y su amarga ceniza
y quisiera un fuego, una hoguera
para incinerar la tristeza, una brizna
de ti junto a este mar de la infamia.
Pero sólo escucho el golpe del agua entre el cielo
gris de las piedras.
Y entonces dejo fluir tu nombre en mis labios
como un río lejano, como esa lluvia
de ayer, como ese viento de mayo.

De igual modo, para comunicar una metáfora apropiada sobre el efecto del amor, Madrid recurre a una antigua leyenda sobre la lanza de Aquiles, que según se decía al segundo golpe devolvía al herido a su condición anterior; es decir, el daño causado en la primera embestida se curaba con la segunda. Esto a partir de la herida a Télefo, que según Eurípides fue curada usando emplastos de la herrumbre de la lanza de Aquiles.

Anacreónica

El mar, como el oscuro color del vino cantado
por Homero en hexámetros audaces y ese oscuro
mar del vino celebrado por Anacreonte de Teos con cítara
y monódicos versos; al igual que el amor,
desembocan en la gracia del poema.
Por ello, no te niegues ni al mar ni al vino
y, por adverso que te haya sido el signo de Eros,
da otra oportunidad a tus días. Recuerda
/que el amor,
al igual que la lanza del pélida Aquiles, suele
/al golpe postrero
restañar la primera herida,
curarnos del primer dolor.

Pero la metáfora se potencia al saber que el causante de tu desgracia es también tu cura, y al imaginar un duelo con esa lanza ante un rival que debe ser acabado de un solo golpe, de lo contrario, te enfrentará igual de fuerte que al inicio.

Al comparar dos poemas que recrean mitos, como 'Beso para la mujer de Lot', de Carlos Martínez Rivas, y 'Más allá de las furias', de Marco Antonio Madrid, del libro 'La blanca hierba de la noche', nos encontramos con la historia del castigo de Sodoma y el fallido rescate de Orfeo a Eurídice del infierno.

El manejo del referente es distinto en ambos poetas; por un lado, Martínez narra la historia del castigo divino sobre Sodoma como una ciudad asediada por misiles; mientras Madrid cuenta el rescate de Eurídice dando voz a Orfeo en el momento del desmembramiento.

Voces poéticas distintas: Martínez es socarrón, provocador, con un lenguaje terrenal en contraste al elemento sagrado del relato bíblico. Madrid conserva el tono, mantiene la tensión de la tragedia. En Martínez el relato se conserva íntegro, adaptado al lenguaje del cotilleo, agregando elementos de vodevil en la mujer de Lot, su infidelidad, su fuego intenso como el ataque atronador del cielo. Mientras, Madrid necesita del lector para elevar el drama, porque el poema cuenta el resultado fallido de la gesta de Orfeo, es decir, el poema tiene como preámbulo toda la vida del héroe, la muerte insufrible de Eurídice, su castigo; el descenso de Orfeo al infierno persuadiendo demonios con su lira y su música. Y el resultado aún peor que su primera pérdida.

Ambos relatos tienen el mismo punto de inflexión: los héroes no deben volver la mirada. El final de la mujer de Lot es inmediato, pero el dolor de Orfeo es infinito. Después de su derrota va errante, hasta que las Ménades (o las bacantes, según otros) lo despedazan.

Es ahí donde la voz del poeta fluye; en su momento de la caída final. Es poeta que nos encarna. Su voz trasciende el mito y se instala en las calles donde el poeta pasa, rodeado de gentes ajenas a su tragedia. En el poema, el dolor une todos los momentos, pasado, presente y futuro, porque el poeta anhela ese final que conocemos y que aún no llega. Del mismo modo conecta el mundo contemporáneo con las viejas tragedias, para quienes quieren tornar sus minúsculas y mediocres existencias en relatos heroicos.