Diario de lectura
TEGUCIGALPA, HONDURAS. - La pintura ha acompañado al hombre desde siempre. Ha sido como forma de la representación que alcanzó su cima en el momento mismo que el
ser humano se descubrió a sí mismo.
El hombre capaz de crear y después de creado, señala a través de esa creación su superación de los animales. Por esa capacidad creativa el hombre fue entendiendo su cuerpo como templo del espíritu.
En 1993 comenté la exposición colectiva de cuatro jóvenes artistas de la posmodernidad. Ahora sorprende al público de Tegucigalpa la extraordinaria exposición de Santos Arzú Quioto.
El público hondureño, acostumbrado a la pintura imitativa, en sus diferentes expresiones, que van desde lo figurativo al expresionismo, ha visto con cierto estupor esta nueva muestra de pintura conceptual, que viene a renovar totalmente la visión de nuestro arte, que como dije
anteriormente, plantea según los conceptos de Lyotard, la libertad de hacer de la pintura una metanarrativa en evidente evolución del ideal estético.
Arzú Quioto nos presenta un trabajo fuerte y emocionado como es su reflexión sobre el transcurrir del hombre en la categoría del espíritu. Es decir, Arzú retoma el concepto original del hombre como templo del espíritu.
Para los viejos hebreos el hombre aloja su don más precioso por contacto con la divinidad dentro de este cuerpo que se mueve y realiza en función del espíritu, utilizando elementos multidisciplinarios, en los que no hay desprecio por las conquistas técnicas, Santos Arzú nos narra con gran ambición la eclosión total del sentimiento existencial del goce de la vida y la fuerza de la esperanza.
Esperanza que está íntimamente ligada con la capacidad de creer. En la creencia está el alimento de la raíz de la vida, nos dice. El público se ha renovado también con la muestra (pudimos observar un público joven y sumamente interesado).
Santos Arzú Quioto se anota con esta exposición un hito que va más allá de lo esperado, que es hacernos la advertencia de atender la crisis en la que estamos sumidos, y que el hombre de la modernidad generó por la exagerada fe en sí mismo, descuidando el aliento vital o espiritual que ha sido a través de los siglos la fuerza que ha movido al mundo.
Visión espiritualista que desde esos albores de la modernidad elevó tanto la confianza del hombre de su racionalidad que lo llevó a perderse ante los conflictos, no solo del avance tecnológico, sino de la generación de la plutocracia.
Tegucigalpa, Honduras, diciembre de 1995
ser humano se descubrió a sí mismo.
El hombre capaz de crear y después de creado, señala a través de esa creación su superación de los animales. Por esa capacidad creativa el hombre fue entendiendo su cuerpo como templo del espíritu.
En 1993 comenté la exposición colectiva de cuatro jóvenes artistas de la posmodernidad. Ahora sorprende al público de Tegucigalpa la extraordinaria exposición de Santos Arzú Quioto.
El público hondureño, acostumbrado a la pintura imitativa, en sus diferentes expresiones, que van desde lo figurativo al expresionismo, ha visto con cierto estupor esta nueva muestra de pintura conceptual, que viene a renovar totalmente la visión de nuestro arte, que como dije
anteriormente, plantea según los conceptos de Lyotard, la libertad de hacer de la pintura una metanarrativa en evidente evolución del ideal estético.
Arzú Quioto nos presenta un trabajo fuerte y emocionado como es su reflexión sobre el transcurrir del hombre en la categoría del espíritu. Es decir, Arzú retoma el concepto original del hombre como templo del espíritu.
Para los viejos hebreos el hombre aloja su don más precioso por contacto con la divinidad dentro de este cuerpo que se mueve y realiza en función del espíritu, utilizando elementos multidisciplinarios, en los que no hay desprecio por las conquistas técnicas, Santos Arzú nos narra con gran ambición la eclosión total del sentimiento existencial del goce de la vida y la fuerza de la esperanza.
Esperanza que está íntimamente ligada con la capacidad de creer. En la creencia está el alimento de la raíz de la vida, nos dice. El público se ha renovado también con la muestra (pudimos observar un público joven y sumamente interesado).
Santos Arzú Quioto se anota con esta exposición un hito que va más allá de lo esperado, que es hacernos la advertencia de atender la crisis en la que estamos sumidos, y que el hombre de la modernidad generó por la exagerada fe en sí mismo, descuidando el aliento vital o espiritual que ha sido a través de los siglos la fuerza que ha movido al mundo.
Visión espiritualista que desde esos albores de la modernidad elevó tanto la confianza del hombre de su racionalidad que lo llevó a perderse ante los conflictos, no solo del avance tecnológico, sino de la generación de la plutocracia.
Tegucigalpa, Honduras, diciembre de 1995