TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Hace unos días, organizando mi archivo, encontré este texto que fue escrito el 26 de diciembre de 1997 a petición de doña Leticia de Oyuela, quien me solicitó que presentara su libro sobre Teresita Fortín titulado “Confidente de soledad”.
Han pasado 25 años desde aquel momento y ahora, por vez primera, publico este trabajo que reúne a dos extraordinarias mujeres.
El escrito...
“Confidente de soledad” es un título que confirma el doble significado de la soledad: por un lado, conciencia de sí, es decir, de sentirse y saberse solo y, por otro, necesidad de salir de sí, de buscar aquello que estando fuera de nosotros nos ayuda a vivir o a bien morir.
Desnudar el alma, abrirla y mostrar los fantasmas que nos agobian, es una necesidad vital “porque nadie ha nacido/ para habitar la soledad” (José Adán Castellar); esta idea es la que cruza el libro que hoy nos entrega la escritora Leticia de Oyuela sobre la vida y obra de la artista Teresa V. Fortín.
En el libro dialogan dos testimonios: el testimonio que Teresita presenta sobre los hitos más importantes de su vida y la visión que Leticia de Oyuela tiene sobre esta pintora nacida en San Antonio de Oriente en el año 1896, precisamente el mismo año en que nació el maestro Pablo Zelaya Sierra.
Teresita Fortín toma la palabra para hablar de sus desgracias, de su angustia, del marginamiento de que fue objeto en los círculos oficiales, marginamiento que en determinados momentos adquirió la dolorosa forma del desprecio y el escarnio.
Leticia de Oyuela abraza la palabra no solo para ubicar el contexto histórico-social en que Fortín desarrolló su práctica artística, también asume la palabra para expresar con el corazón abierto toda la ternura y solidaridad que la artista le inspiraba.
“Confidente de soledad” es un libro solidario, es un “meterse en el pellejo del otro” como bien lo señala en su estudio introductorio para “manejar una alegría gloriosa entre la vida, como ejercicio hermenéutico para seguir viviendo”.
Sobreponerse a la hostilidad del medio nunca ha sido nada fácil para un creador, a Teresita Fortín le tocó abrirse camino en un medio social violento donde campeaba el odio, el rencor y la ignominia: la cultura de la muerte negaba así a la cultura de la sensibilidad y la afección.
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Leticia de Oyuela expresa con claridad esta permanente lucha de Teresita Fortín por situar su espíritu a salvo de esas mezquindades que envenenan el alma.
Nos la presenta como una mujer “plena de fe y poseedora de una sensibilidad a flor de piel”.
Hablando sobre la pasión con que Teresita asumía su trabajo, Oyuela nos dice que la pintora “hacía una demostración vívida de que el ser humano es irreductible con lo que ama”.
Teresita Fortín vivió la vida con toda su hermosura terrible; haciendo un paralelo con Manuel José Arce podemos afirmar que cuando a la pintora le tocó sufrir, sufrió a conciencia hasta que el dolor la hizo sonreír y eso no es masoquismo, es madurez.
Nos enseñó que no se puede vivir plenamente si no hay algo que nos llene y nos arrebate el espíritu hasta el punto de desear morir por ello, Ortega y Gasset nos dice que “es más fácil lleno de fe morir que exento de ella arrastrarse por la vida”.
“Confidente de soledad” nos muestra a una pintora símbolo, fiel a sus visiones, obsesiva ante el lienzo: murió pidiendo telas.
Betty la Duke refiere lo siguiente: “En diciembre de 1981, Teresita se enfermó gravemente. Cuando los doctores la examinaron ella preguntó: ‘¿Estoy cerca del fin?’, sin embargo, ellos no le dijeron qué tan enferma estaba y la medicina pareció haberle dado más fortaleza y mejorar su condición temporalmente. Irma (se refiere a Irma Leticia de Oyuela) recuerda que en diciembre (de 1981) ‘hasta tuvieron una fiesta alrededor de la cama’ y que ella pidió 20 lienzos ya preparados. Ella quería continuar pintando para otra exhibición en septiembre de 1982. Durante ese tiempo ningún familiar vino a verla. Teresita murió el 5 de marzo de 1982. Su funeral fue organizado por los estudiantes y profesores de la Escuela Nacional de Bellas Artes”.
Es curioso, la artista nace el mismo año en que nació Pablo Zelaya Sierra y muere el mismo mes y un día antes de la muerte del maestro, quien murió un 6 de marzo de 1933.
Teresita Fortín murió viviendo, muerte y vida en apariencia contradictorios, son en verdad un mismo estado del espíritu, dice Octavio Paz.
Leticia de Oyuela narra una anécdota que pone de manifiesto toda esta fiesta del alma que era la pintura de Teresita cada vez que la ejercía rodeada de jóvenes, la anécdota apunta lo siguiente: “Algunas veces yo me preguntaba al verla disfrutar tanto de aquel conjunto de jóvenes y de aquella intensidad con que convivía, ¿cómo hacía para borrar la brecha de las generaciones? Y generalmente contestaba a mi pregunta abrazándome y repitiendo: ‘Estoy volviendo a vivir, he recuperado la vida’.
Hay que hacer notar que en ese momento ella se acercaba a los ochenta años y preparaba su última exposición titulada “Mi vida”.
¿Acaso el título de su última exposición no era una anunciación de su muerte? Teresita no se desprendió de su soledad, al principio quiso espantarla pintando, pero no pudiendo, aprendió a vivir con ella; paradójicamente convirtió la soledad en su compañía y la transformó en un estado vital del espíritu para la creación, he allí la dialéctica de la soledad: Inmersión y emersión del ser.
Bajo esta condición la soledad es trascendida y se vive como una prueba de comunión, de encuentro con los otros y con el mundo.
Teresa Victoria Fortín pasó la prueba ante la más cruel adversidad, este libro y este día es la prueba palpable de lo que afirmo: a 15 años de su muerte (40 a 2022), aquí estamos viviendo como diría José Gorostiza su “Muerte sin fin”, prolongando su existencia a las nuevas generaciones de artistas que, sin que hayan desaparecido los males que aún paralizan al espíritu, han encontrado un camino andable y de hecho han empezado a caminar.
Ahora mismo, recuerdo una simpática pero aleccionadora frase de doña Leti: “Nosotros les hemos aplanado el bulto”, refiriéndose así a los artistas y escritores que les tocó trabajar en momentos en que aquí se confundía la palabra “estética” con un salón de belleza.
Finalmente, quiero expresar que además del mérito biográfico que tiene este libro al develarnos el alma de Teresita Fortín, el texto también apunta a crear una cultura de la investigación donde las microhistorias sobre temas relacionados con el arte vayan adquiriendo su peso específico en las letras hondureñas.
Este esfuerzo merece el respeto y aprecio de todos.