Siempre

Villa Trinidad, relicario de historia y cultura

Una imponente casona, ubicada en el casco urbano de Ojojona, es testigo silente de la aprehensión del general Francisco Morazán en 1827
11.07.2024

OJOJONA, HONDURAS.- Enclavada en la localidad de San Juan de Ojojona emerge Villa Trinidad, una casa de arquitectura vernácula que atesora entre sus paredes los ecos de un episodio trascendental en la historia centroamericana: la captura del general Francisco Morazán en el año 1827.

Este relicario cultural, situado al costado derecho de la iglesia San Juan Bautista, ha sido testigo silente de los vaivenes del tiempo y las arbitrariedades de la historia.

Contexto

Para comprender la profundidad del valor cultural que rodea a Villa Trinidad, es imperativo retroceder a los acontecimientos históricos que culminaron en la caída —y subsiguiente resurgimiento— de Morazán, cuya gesta se remonta a octubre de 1826.

En aquel tiempo, Manuel José de Arce, investido como presidente de la República Federal de Centroamérica, intentó disolver el Congreso y el Senado regional, que suscitó el desacuerdo del jefe de Estado de Honduras, Dionisio de Herrera; desencadenando así un enfrentamiento político de gran envergadura.

Cuartel general de Morazán en

Texíguat se resiste a desaparecer

Como respuesta a esta crisis política, Arce propuso la celebración de elecciones en el país, propuesta que también fue rechazada por Herrera, motivado en parte por la cercana culminación de su mandato el 16 de septiembre de 1827. En este contexto, fue el propio Arce quien instruyó al vicejefe de Estado, Justo Milla, para llevar a cabo un golpe de Estado, usurpando el control de Comayagua, la capital hondureña en esa época.

El único salón vigente de Villa Trinidad ofrece una galería de arte que los visitantes pueden apreciar sin ningún costo.

Tras estos acontecimientos, Morazán, quien ocupaba el cargo de secretario general bajo el gobierno de Herrera, trazó planes para obtener refuerzos desde Tegucigalpa con el fin de recuperar el control de Comayagua. Sin embargo, Milla ascendió al puesto de jefe de Estado, lo que impulsó a Morazán a buscar refugio en Choluteca.

Pero, el 5 de junio de aquel año, el benemérito general, ilustre prócer y estratega militar, visitó Villa Trinidad en busca de un remanso de paz y descanso junto a su familia, en Ojojona.

“La historia nos narra que Morazán vino al municipio amparado en un salvoconducto entregado por Milla, entonces él llega hasta la comunidad y en un lapso de cinco o seis horas de haber arribado fue hecho prisionero, es decir, no se respetó aquel salvoconducto”, explicó el historiador Ramón Nieto.

Ojojona deslumbra con noche histórica y cultural

Lejos de sospechar las maquinaciones que se gestaban en las sombras, “Chico Ganzúa” —apodado denigratoriamente por José Trinidad Reyes— fue sorprendido por el oficial Salvador Landaverri, quien, siguiendo las órdenes del coronel Milla, ejecutó su captura. Así esta casa, que alguna vez fue un hogar de descanso y tranquilidad, se convirtió en el escenario de una de las páginas más sombrías de su historia.

Villa Trinidad, con su diseño colonial y su planta rectangular, ha resistido el embate del tiempo y las vicisitudes de la historia. Aunque en sus orígenes albergó dormitorios, cocina y comedor, el abandono y algunas reformas posteriores transformaron su estructura en un único salón, conservando así la esencia de su pasado glorioso. Sus muros de adobe, su techo de tejas de barro tradicional y sus pisos centenarios son testigos mudos de aquel día aciago en el que Morazán fue privado de su libertad.

Una vez remitido a la cárcel de Tegucigalpa, la historia apunta que su escape se produjo 23 días después. “Dicen que él se pinchó los labios para fingir una enfermedad que provocara que los soldados de la época le tuvieran miedo a ser contagiados y así lo liberaron”, relata Elizabeth Torres, guía turística del municipio.

Oficialmente bautizada

El destino de aquella casa desvalidada se transformó en 1930 cuando Guillermina Trinidad Cerrato, cariñosamente apodada como “tía Mina”, y su esposo —nativo del municipio— Samuel Díaz Zelaya decidieron rescatarla del olvido y darle una nueva vida. “Ella se convierte en la precursora de la pintura en Ojojona. También le dio un lustre al pueblo promoviendo este desarrollo en la artesanía de barro”, compartió Nieto.

Las paredes, techo y piso de barro tradicional datan desde el siglo XIX, pese a las remodelaciones que el paso del tiempo ha requerido para mantener la edificación en buen estado.

Inspirados por el legado de Morazán y en homenaje a su suegra llamada Trinidad, los nuevos propietarios remodelaron la casona y la bautizaron con el nombre de Villa Trinidad, en un gesto de respeto hacia la historia y la identidad de su tierra.

El entrevistado explica que nunca hubo un verdadero interés por parte de las autoridades para considerarla como un auténtico patrimonio municipal. “Esta casona es uno de los elementos más sobresalientes de Ojojona. Solo se piensa en infraestructura, pero la parte cultural está muy descuidada”, agregó el también oriundo del municipio.

Una nueva oportunidad

El renacimiento más actual de Villa Trinidad se desprende con la llegada de Luna Lenca, un oasis cultural que combina historia, arte y gastronomía en un solo lugar.

Luna Lenca ofrece diversos espacios rodeados de naturaleza para pasar un rato agradable con familia y amigos.

Inaugurado comercialmente en febrero de 2020, Luna Lenca ha tornado esta histórica edificación en un natural centro de encuentros y conversaciones para locales y visitantes externos quienes, además de degustar variados platillos, pueden fomentar la apreciación artística de los más pequeños a través de los talleres de pintura para niños que el establecimiento ofrece sin ningún costo.

Pues, sus actuales arrendadores han hecho del arte una prioridad, albergando una galería que expone a los artistas locales a través de pinturas que puede comprar para apoyar el talento y creatividad de sus creadores.

Hoy día, no solo es un restaurante, repostería, cafetería y galería de arte, sino también un símbolo de la resiliencia y creatividad. En cada sorbo de café filtrado, bocado de alimento saboreado y obra expuesta en sus paredes, resuenan ecos de historia, patrimonio y reinvención.