Treinta y nueve años después de enamorarse de los Pumas, el famoso “Pibe” de la legendaria cancha de tierra de la “U” abre la puerta de una pequeña oficina en donde los conos, las pelotas y las pizarras testifican su amor por la utilería; pocos lo conocen como Manuel Rivera, muchos lo tienen en la lista de inmortales de la UNAH.
“Me crie en los campos de la Federación, donde hoy es la Villa Olímpica”, recuerda este partidario del empirismo de 52 años que escoge la ruta de la nostalgia para detenerse en el año que marcó su vida: “En 1978 Olimpia, Motagua y la ‘U’ entrenaban en esas canchas y ahí me fui metiendo a este mundo”.
¿Vivías cerca de la cancha?
Sí. Ahí nos criamos con mis hermanos y mi infancia era solo pelotas. Te puedo asegurar que vine a ver televisión a los 16 años.
Mencionaste la “U”, ¿qué pasó con ese club?
Fue el equipo que me abrió las puertas, el que me llamó la atención. Sus jugadores me brindaron mucho afecto y por eso me quedé con ellos.
Entrenábamos de 11:00 de la mañana a 1:00 de la tarde y recuerdo que en 1979 Roy Castañeda, la persona a la que asistía en la utilería, me llevó por primera vez al estadio para ver la final de los Pumas contra Marathón. Ya en 1982 me deja la titularidad.
¿Nunca te probaste jugando en la cancha?
Era mediocampista o defensa central, pero no me gustaba jugar. El que me quiso poner a jugar fue Francisco el “Panchón” Guerra ahí por el 85, pero no, a mí lo que me nacía era atender a los muchachos.
¿Y en la escuela cómo te iba, “Pibe”?
Llegué hasta segundo de ciclo, no era muy bueno... je, je, je. Me acuerdo que perdí tercer grado y ese día de entrega de notas no me macanearon porque era mi cumpleaños: 30 de noviembre. Ya estando en el equipo intenté estudiar de noche, pero no nací para estudiar, nací para trabajar.
2017El 'Pibe' asciendecon la UPN, cuya categoría es de la UNAH. |
¿Y las novias?
Tampoco nací para eso, nací para la bebida. En el 96 que tuvimos el último ascenso con Miguel Escalante celebré bebiendo toda una semana, pero le doy gracias a Dios porque nunca tuve un traspié en la calle ni falté a mi trabajo.
¿Tuviste otros maestros, aparte de Roy?
Claro. Aprendí mucho del “Camarada” Alberto Yllescas, quien era el quinesiólogo del equipo, y de Alberto Meléndez, un maestro de Educación Física que ya falleció. Y aprendí de todo, porque en ese tiempo no solo era hacerse cargo de la utilería, había que ser desde masajista hasta colaborador de la gerencia.
¿Estudiaste para llegar a ser quinesiólogo?
No, todo lo aprendí empíricamente. Pero estoy seguro que inyecto mejor que muchos alumnos de primeros auxilios; perdí el miedo gracias a las enseñanzas de Salomón Názar, Fraterno Calderón y otros médicos que pasaron por el club. Practicando perdí el miedo.
A propósito, ¿cómo fueron Salomón Názar y Raúl Leitzelar con vos?
Ellos fueron mis padres al llegar a la “U”. Igual el ingeniero Gustavo Zavala, el mejor directivo que tuvo el equipo. También Iván Yabloninsky, José Luis Gaído, Juan Ramón Núñez. Me querían tanto que me daban la potestad de hacer lo que yo quisiera.
¿Qué fue lo más raro que viste en el fútbol?
Pasó en la época de Flavio Ortega, un tipo prepotente que contrataron los hermanos López. Llega un día Fraterno Calderón a pagar el salario y Flavio fue el primerito que quería cobrar, antes que el plantel. Y se enojó porque no le dieron todo el sueldo.
Eso nunca lo vi en mi vida. Hasta Ricardo ángeles me decía que jamás había visto un técnico que reclamara por él y no por los jugadores.
Pero dicen que vos rajaste a Flavio Ortega de la dirección técnica. ¿Fue así?
Lo que pasó es que una vez vamos perdiendo 0-1 contra Motagua y se lesiona Luis Guifarro. Yo entro a auxiliarlo y parece que en Guatemala Flavio Ortega había perdido un juego por un quinesiólogo que había entrado de la misma forma; cuando voy saliendo del campo él se enoja conmigo, me exige que le entregue el maletín y que me vaya. Me insultó feo, pero no me fui.
¿Y entonces?
Cuando llegamos al camerino la bronca se hizo más fuerte y había que definirlo todo a los golpes. Pero nos detuvo el “Fayito” Gutiérrez; de ahí Flavio Ortega salió a declarar que o me iba yo o se iba él.
Al día siguiente cuando íbamos a la práctica él se iba a subir al bus, pero cuando me vio en la primera fila se regresó y se fue. Intentó pelear el salario, pero lo acusaron de abandono de trabajo y perdió todos esos meses.
¿Lloraste por el club?
Sí. La última vez fue cuando descendimos contra Petrotela con un gol de Allan Costly. Fue triste porque habíamos hecho todos los méritos para no bajar y casi les ganamos a ellos, que tenían el equipo millonario de Henry Arévalo.
¿Y de alegría?
Me quedo con el subcampeonato del 83 con Chelato Uclés.
Lastimosamente se cometió un pecado por el que no salimos campeones: antes del juego final de las cuatro vueltas contra el Vida en La Ceiba la directiva les paga el sueldo a los jugadores.
Ese fue el delito, los futbolistas se fueron a beber y perdimos el título. Pero igual fue de mis mayores satisfacciones ese torneo, se trabajó muy bien.
Tantos viajes, tantas anécdotas, ¿no?
¡Uf! Por ejemplo en el 85 viajábamos en un bus que tenía la Universidad y siempre nos quedábamos. Entonces el “Panchón” Guerra decía que el que pudiera irse por su cuenta, que se fuera. A los jugadores famosos les daban jalón, pero a mí nadie... ja, ja, ja... quién me iba a llevar con todas esas maletas en el lomo.
¿Y en esas concentraciones qué fue lo más raro que viste, “Pibe”?
Una vez en una pretemporada en La Ceiba José Luis la “Runga” Piota se salió de la concentración y cuando se pasa lista Flavio Ortega se da cuenta que no estaba en la habitación; cuando vuelve, aquel escándalo que ni te imaginás.
¿Qué técnicos recordás con agrado?
Trabajé con el “Colonés” Mon Rodríguez y era un tipo bravo como técnico, pero una buena persona. Con él aprendí que a la hora de las comidas todo el cuerpo técnico, incluyendo a los utileros, debía estar en la misma mesa, algo que ahora se ha perdido; Chelato Uclés también me dijo eso una vez: “Usted debe estar acá”. Y toda mi vida me senté en la mesa de los entrenadores.
¿Con qué otros DT te llevaste bien?
Héctor Vargas, Alberto Romero, Alfonso Uclés, Santos Gonzales, Alfonso Navarro, Roberto Gonzales Ortega, Aquiles Medina, hasta Edwin Pavón, que estuvo acá en Segunda División y con el que una vez nos habíamos peleado. “Vos me quisiste agredir”, me recordó.
Yo le dije que estaba defendiendo a mi equipo y él lo reconoció, aceptó que cada quien defiende su camiseta. Él entrenaba y estudiaba Derecho al mismo tiempo.
¿Y quiénes eran los más “cabaleros”?
Héctor Vargas. Siempre pasaba revisando que los tacos estuvieran bien alineados en el camerino o que no se cambiara el uniforme cuando ganábamos. Pero el que más metió eso de las cábalas fue Diego Vazquez.
Cuando estábamos peleando el descenso nos llevó donde don Santos Díaz, un curandero gran fanático de Motagua que vive en La Trinidad, Sabanagrande, el mismo personaje que le había ayudado a ganar títulos en la época de Motagua.
¿Pero iban todos?
No, solo Diego y yo. Era normal que estuviéramos un día antes de los partidos donde ese señor. Nos daba el producto y yo se lo aplicaba a los uniformes; ruda, lociones, polvos, de todo. Y nos salvamos del descenso en el último partido contra Marathón con el gol de ástor Henríquez.
¿Y con el arbitraje viste algo raro alguna vez?
Hace unos 15 años recuerdo que un gerente de Marathón le dijo a nuestro gerente, Leo Padilla, cuánto quería por dejarse ganar y Leo no le dijo nada. Igual, en 20 minutos expulsaron mal a ástor y luego nos metieron cuatro, quizá presionaron al árbitro.