Tegucigalpa, Honduras
Han pasado 20 días desde que el talento y la chispa de Alex Yovany Maldonado fue apagada por un disparo.
En su casa el vacío que dejó no se llenará jamás y en su cuarto parece que el tiempo se detuvo. Está como lo dejó.
El protagonista de esta historia era un estudiante de arquitectura de la Universidad José Cecilio del Valle y exjugador de segunda división en el fútbol hondureño.
Fue cobardemente asesinado el pasado martes 14 de febrero mientras iba como pasajero en un bus de ruta de la capital.
Delincuentes le arrebataron el sueño de convertirse en un talentoso arquitecto y un atleta destacado y luego huyeron de la escena.
La noticia conmocionó al país, pues se trata de un estudiantes más que engrosa la lista de los casi 1,200 asesinados que se han registrado desde 2010 hasta la fecha.
De igual manera, la comunidad deportiva, específicamente, se sintió de luto al conocer que el muchacho era el hermano del futbolista Denil Maldonado, quien anotó uno de los goles contra Costa Rica, lo que le valió a Honduras clasificar al Mundial sub 20 de Corea del Sur 2017.
Hoy, sus padres y hermanos piden dos cosas: consuelo divino y justicia terrenal.
En el primera todo Honduras confía, pero la segunda parece seguir siendo mera ilusión en un país escaso en investigación y rico en impunidad.
Ese día
“Yova”, como su familia y amigos le decían, era un chico alegre y apasionado por su familia, la arquitectura y el fútbol. Prueba de ello es su cuarto, el cual está cuidadosamente adornado con balones de fútbol, medallas, y demás motivos deportivos.
Su madre, Nilda Munguía, parece fuerte y recibió al equipo de EL HERALDO con una sonrisa, pero su corazón de madre sabe que le robaron un pedazo.
Sentada en la cama de su hijo, con su retrato en mano, relata el día en que vio a su pequeño por última vez.
“El lunes en la noche estaba haciendo un dibujo y estuvimos platicando de todas las cosas... él era súper cariñoso, siempre andaba sonriente, todo el mundo lo quería... no es justo que estas cosas pasen, que uno como madre lo cargue nueve meses, lo eduque y le dé todo para que alguien venga y, solo porque sí, le arrebaten la vida”, dice en medio de las amargas lágrimas que le produce recordar el momento en que se enteró que su hijo había sido asesinado.
“Nosotros pedimos justicia, no puede ser que esas personas que han dañado a los estudiantes que son el futuro de este país anden tranquilos en la calle, esa gente debe estar presa”, dice su madre, quien de vez en cuando durante el día entra a la habitación de Yovany para recordarlo.
Su padre, Juan Maldonado, habla con voz pausada y no puede ocultar el dolor que le causa ver que uno de sus campeones, uno de sus orgullos, ya no está para celebrar los goles de su Motagua del alma.
“Mis hijos son sanos, muchachos de bien, hasta el día de hoy no entendemos por qué pasan estas cosas, nosotros esperamos que las autoridades hagan algo, solo nos queda aguantar este dolor tan grande... es duro. ¿Pero qué nos queda?”, dice don Juan mientras seca las lágrima de su rostro.
Para ellos parece que en cualquier momento ingresa nuevamente a casa, limpia a la mesa y comienza y dibuja sus planos, pero no es así, su sueño de ser un artífice de grandes obras quedó truncado por la inseguridad que somete este país.
Sus asesinos están libres y seguramente celebraron la clasificación de Honduras al mundial, mientras su familia llora su partida, la justicia es una de esa cosas que hasta el momento se divisa muy de lejos