Crímenes

Grandes Crímenes: Gusanos en la noche

Gallina que come huevos, aunque le quemen el pico
23.05.2020

Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.

Era de noche, una noche tranquila, cálida y silenciosa. No teníamos mucho qué hacer y el turno, cuando hay poco trabajo, no solo es aburrido, sino que se hace eterno. Los criminales dormían, no había accidentes en las calles, los hombres no golpeaban a sus mujeres y ni siquiera se había dado un escándalo que cubrir.

Había paz en Tegucigalpa y Comayagüela, una paz de toque de queda. Sin embargo, el teléfono de la Óptica Nocturna de Canal 6 sonaba de vez en cuando.

Crímenes: La barra de jabón

Una mujer denunciaba que tenía dos meses de no recibir una gota de agua, otra, que el perro del vecino ladraba día y noche, una más, que se había ido la luz y se le había quemado la refri; varios más decían que la EEH los estaba asesinando con las facturas de energía, y uno que otro, decía que las cloacas estaban rebalsando y que no aguantaban la pestilencia ni las moscas. Nada fuera de lo común.

Pero, de pronto, una llamada le interesó a Jorge Quan, que bostezaba casi hasta desencajarse las mandíbulas.

“Don Jorge –le dijo el operador–, aquí hay algo que tal vez le interese”.

“¿Qué es?”.

“Pues, no sé; parece voz de mujer, pero, a mí se me hace que es un porrón”.

Jorge Quan miró al muchacho, y, con tono molesto, le llamó la atención.

“Mire, amigo –le dijo–, mujer o no, quien llama aquí, merece respeto; y no me agrada que se dirija a los homosexuales con ese apelativo tan ofensivo. ¿Entendido?”.

“Entendido, don Jorge”.

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“¿Por qué tenemos que describir a las personas de forma ofensiva? Eso no es correcto…”.

“Está bien, don Jorge… Venga atienda esta llamada. Creo que le va a interesar…”.

“¿De qué se trata?”.

El muchacho esperó un momento antes de contestar.

“Es… una persona que dice que quiere hablar solo con usted… Y habla así… como mujer… pero… a mí me parece que no es mujer… Usted me entiende”.

Tomó don Jorge la llamada, y atendió. La voz, algo afectada, le dijo:

“Hola, don Jorge; soy la Alondra, y lo llamo del parque El Obelisco…”.

Y don Jorge Quan, portándose como un caballero, respondió:

“Dígame, hermosa dama, ¿en qué puedo servirle”.

“¡Ay!, don Jorge; perdone la molestia… Seguro que usted está ocupadito”.

“Estoy para servirle a la población a la hora que sea; no se preocupe… Dígame, ¿en qué puedo servirle?”.

“Es que queremos hacer una denuncia…”.

“¿Queremos? –preguntó don Jorge–. Entonces, son varias personas las que quieren…”.

“Sí, don Jorge –lo interrumpió la Alondra–, y nos urge que nos atienda porque ya no soportamos más… Se lo repito: Ya no so-por-ta-mos más… ¡Ay, Dios del cielo!”.

“¿De qué trata?”.

“Por teléfono no se pueden decir estas cosas, don Jorge…”.

“Entonces, es algo grave”.

“Y muy, muy, muy grave, don Jorgito… ¡Ay!, hasta siento que me voy a desmayar de los nervios… Le juro que si no anduviera mis uñas acrílicas, ya me hubiera comido las mías… Viera usted lo que nos está pasando por unos gusanos que solo salen de noche”.

“Bueno –dijo don Jorge Quan–; no perdamos más el tiempo. Ahorita mismo vamos para El Obelisco”.

Cuando subieron al carro del canal, don Jorge le dijo a su camarógrafo:

“Tal vez con esta denuncia salvamos la noche… Parece que fuera viernes santo”.

Las damas

Dijo Benito Juárez que, entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.

Nadie tiene derecho a señalar a otro; nadie tiene derecho a juzgar a nadie, cualquiera que sea su raza, religión, color, preferencia, nacionalidad o inclinación. La discriminación es un delito, pero, más que eso, es una aberración, típica de gente mediocre que ve la paja en el ojo ajeno y no ve la viga en el suyo.

Muchos tienen la costumbre de señalar a otros, de condenarlos, de burlarse y hasta de agredirlos; y esta conducta enferma se hace normal en una sociedad enferma, donde no se respeta la ley y donde los derechos de los demás son pisoteados aun por las mismas autoridades.

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A veces, como dijo aquel gran sabio, parece que la Constitución es pura babosada, y que puede violarse cuantas veces sea necesario.

Una frase inmortal que, por desgracia, tiene tanta vigencia como un Evangelio. Sin embargo, recordemos que entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz… Y que aquel que esté libre de pecado, que tire la primera piedra…

Así razonaba Jorge Quan cuando me contó este caso, y estuve de acuerdo con él.

No tardó mucho en llegar a El Obelisco.

“Mirá –le dijo a su camarógrafo–, a estas niñas no les gusta que las graben, pero, por cualquier cosa, estate listo con la cámara…”.

Se bajó del carro, y se acercó a un grupo que estaba en una esquina del parque, medio escondido entre las sombras.

“Buenas noches, bellas damas –saludó don Jorge–; mi nombre es Jorge Quan, y estoy aquí para servirles…”.

Eran cuatro, de elevada estatura, luciendo faldas y vestidos cortos y sugestivos, maquillados los rostros como las modelos de Victoria Secret’s, con hermosos peinados, tacones altos, botas que llegaban hasta media pierna y escotes provocativos.

“Hola, don Jorge –le dijo una de las damas–, yo soy la Alondra, esta chica es la Mexicana, esta niña es la Graciela, y esta bonita es la Martha… Gracias por venir…”.

Todas saludaron a don Jorge, y se detuvieron frente a él.

“Ay, gracias a Dios que alguien se interesa por nosotras… –dijo la Graciela, de uno noventa metros de estatura, enormes senos, cintura estrecha, como la de una avispa, ojos cercados por largas pestañas oscuras y un vestido que había sido confeccionado con unos cuantos centímetros de tela–.

Mire –añadió–, aquí una está desprotegida, trabajamos por necesidad y hacemos lo que hacemos porque…”.

“No se preocupe, señorita –la interrumpió don Jorge–, no tiene que explicarme nada… Yo sé lo que pasan las niñas como ustedes, y sé lo que sufren en las calles…”.

A la Martha se le salió una lágrima.

“Pero, díganme –agregó don Jorge–, ¿en qué les podemos servir?”.

“Vamos a hacer una denuncia –dijo la Alondra–, porque esto ya no se puede soportar… Es ahora o nunca”.

“Bueno, con mucho gusto… –dijo don Jorge–; pero, díganme algo, ¿podemos grabar la denuncia?”.

“Claro que sí… Es más, le pido que la grabe y que nos entreviste a las cuatro, para que se sepa quiénes son las que denuncian… y, así, tal vez las autoridades hacen algo para ayudarnos…”.

Los gusanos

La Alondra se arregló el pelo, acomodó la cartera, una pequeña cartera brillante que colgaba de uno de sus hombros desnudos, y dijo:

“Desde hace mucho, don Jorge –unos policías, unos gusanos que andan en la patrulla número tal, vienen a molestarnos… La patrulla la manda un clase que se llama Fulano, el chofer es un clase que se llama Mengano, y anda con un ellos un policía que se llama Sutano”.

La Alondra hizo una pausa.

“Ajá –dijo don Jorge–; siga. Todo lo estamos grabando”.

“Pues, mire usted, don Jorge –agregó la Alondra, quitando de su frente un mechón de pelo rojo–, estos policías vienen todas las noches y nos extorsionan, nos exigen dinero para dejarnos trabajar en paz en El Obelisco; dicen que esta es la zona de ellos, y que ellos nos van a dar seguridad, pero que tenemos que pagarles… Y, como nos amenazan, les pagamos”.

“Pero hacen algo más, don Jorge –intervino la Mexicana”.

“¿Quién va a hablar? –dijo, entonces, la Martha–. Quedamos que hablaría la Alondra… Así que, pico cerrado, mi chuchis…”.

La Alondra continuó:

“Mire, don Jorge –dijo–, vienen aquí y nos obligan a irnos con ellos, nos obligan a tener intimidad de gratis, y cuando andan francos, o sea, libres, vienen y nos obligan a que los llevemos a un hotel, y allí nos hacen lo que quieren, nos golpean, nos intimidan, se burlan de nosotras y nos hacen cosas asquerosas… Y también se emborrachan, fuman marihuana y se meten cocaína, y nos obligan a trabajar para que les demos más y más dinero… Y esto ya no lo podemos soportar. Un día de estos nos van a matar, y parte sin novedad… Por eso, nosotras quisimos hacer esta denuncia porque sabemos que usted sí nos puede ayudar…”.

La Alondra se limpió una lágrima de desesperación, antes de que se le corriera el maquillaje.

“Y viera cómo se enloquecen” –agregó, después.

Don Jorge las miró una a una.

“Esa es una denuncia muy seria” –les dijo.

“Sí –respondió la Alondra–; lo sabemos bien, pero, ¿qué podemos hacer, don Jorge? ¿Dejar que sigan abusando de nosotras? ¿Dejar que nos quiten lo que tanto nos cuesta ganarnos? ¿Dejar que nos maten? ¡Ay, no! Esto no es vida…”.

Lloró la Alondra, y don Jorge guardó silencio.

Justo en ese momento, se detuvo frente al parque una patrulla. De ella se bajaron dos policías. Dos clase.

Componedor

Uno de los policías se dirigió a don Jorge.

“Hola –le dijo–, ¿qué anda haciendo por aquí?”.

“Pues, mire usted –le respondió don Jorge–, andamos cubriendo una denuncia…”.

“¿Denuncia? ¿Denuncia de qué?”.

“Pues, es que unos policías abusivos, unos gusanos que solo salen a molestar en la noche, vienen siempre a extorsionar bajo amenazas a estas damas, les quitan el dinero, abusan de ellas y las obligan a hacer con ellos cosas por las que no pagan… Además, las amenazan a muerte, fuman marihuana y siempre andan cocaína en la patrulla, para coquearse cuando llevan a estas señoritas al hotel… Una denuncia grave, como pueden ver ustedes”.

El clase se estremeció de pies a cabeza.

“¡Ve! –exclamó don Jorge, de repente–, qué casualidad. El número de la patrulla es el mismo de la que andan ustedes–. ¡Hey! –agregó, con rostro de sorpresa–. Y el apellido del clase denunciado es parecido al suyo; y el del otro también es igual al de su compañero… Vaya hombre, qué casualidad”.

“¡Ay, don Jorge! –intervino la Alondra–. No es casualidad. Es que ellos son los policías que abusan de nosotras y nos extorsionan… Y si viera usted en la patrulla, allí andan la marihuana y la cocaína… ¡Y qué me importa que me maten por denunciarlos! Yo ya no puedo vivir en esta zozobra… ¡Ni Marimar sufrió tanto como sufrimos nosotras!”.

Don Jorge se acercó a la Alondra y trató de consolarla porque lloraba y se veía desesperada.

“Cálmese, señorita, que todo esto se puede arreglar… ¿Verdad mi clase que podemos arreglar este asunto?”.

El clase no contestó. Estaba más blanco que el papel. El policía que andaba con ellos se bajó del carro, y don Jorge, al verlo, le dijo:

“Y qué casualidad que el policía denunciado también tenga el apellido de su compañero…”.

“Es que es él –gritó la Martha–; y viera que este hombre, que se ve bien machito, me hace a mí lo mismo que yo le hago a él, y me pone a hacerle más cochinadas… ¡Qué asco! Y se mete coca y fuma mota… Y yo creo que hasta la vende, porque siempre anda una maleta de billetes…”.

“Mire, don Jorge –dijo el clase que mandaba la patrulla–, dígame cómo podemos arreglar esto…”.

“Pues, tal vez sea después de que esta denuncia salga por televisión. La vamos a pasar en el matutino, al mediodía y por la tarde…”.

“No, don Jorge… Mire que nosotros somos casados, tenemos esposas y tenemos hijos, y trabajamos en la Policía desde hace mucho tiempo… Si salimos denunciados, se destruye nuestra carrera y nuestros hogares también, ya se imagina usted la vergüenza de los hijos…”.

“¿Qué propone usted, mi clase?” –le preguntó don Jorge.

“Deje eso así, y yo le prometo que nunca más volvemos a molestar a estos… a estas damas… Se lo prometo, pero no publique esa denuncia…”.

“Bueno –dijo don Jorge–; solo si las niñas están de acuerdo”.

“Prometan que no volverán a molestarnos” –gritó la Alondra.

“Prometido…”.

“¿Y ellos?”.

“También” –gritaron a coro los tres policías.

“Entonces, vamos a dejar las cosas hasta aquí…”.

“¿Y va a borrar la grabación?”.

“La vamos a guardar un mes. Si ustedes cumplen su promesa, y a las niñas no les pasa nada, porque ustedes pueden venir a vengarse de ellas…”.

“No, don Jorge… Confíe en nosotros… Nos vamos a perder de aquí… Se lo prometo”.

“Bueno… Pero allí voy a guardar el video, para asegurarme de que van a cumplir su promesa… ¿Estamos?”.

“¿Un mes, don Jorge?”.

“Un mes, y si estas damas se quejan de ustedes, le vamos a mandar el video al general David Aguilar Morán, y después lo vamos a publicar… ¿Les parece?”.

“Está bien”.

Se subieron a la patrulla los policías y, al día de hoy, no se han vuelto a aparecer por El Obelisco. Ojalá no sigan extorsionando a más gente, ya que, por desgracia para la institución, y para los buenos policías, hombres como estos son gusanos de alcantarilla, que todo lo pudren….

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