TEGUCIGALPA, HONDURAS.- CASO. Una mañana, muy temprano, el ministro de Seguridad, Óscar Álvarez, tenía programado un viaje al interior del país. Y los viajes largos los hacía siempre en el helicóptero de la Policía llamado “Halcón 01”. Pero, esa mañana, encontraron perforado el vidrio de adelante del helicóptero, y en la parte donde se sentaba siempre don Óscar.
Y en el asiento, encontraron una bala. De inmediato llamaron a la Dirección Nacional de Investigación Criminal (DNIC), y Gonzalo Sánchez, al frente de un equipo de investigadores, descubrió el misterio. Un guardia de seguridad de la colonia Godoy, que estaba borracho en servicio, hizo varios disparos al aire, y uno, en dirección al aeropuerto, con tan buena puntería, que la bala rebotó en el concreto de la pista de aterrizaje, justo en el centro de la línea amarilla, reviró, rebotó, y entró al helicóptero por el vidrio delantero, para detenerse justo en la silla del ministro.
Resuelto el misterio, todos respiraron tranquilos, ya que se pensó, y con mucha lógica, que se trataba de un aviso del crimen organizado en contra de don Óscar, ya que éste los estaba combatiendo, y causándoles mucho daño. Sin embargo, algo más esperaba a don Óscar en el camino. Poco tiempo después, su piloto personal, un subcomisario de Policía de unos veintiocho años, murió de forma extraña. Y era extraña su muerte, porque no se sabía que el piloto padeciera alguna enfermedad.
Todo lo contrario, era un hombre sano, atlético, hacía deportes, hacía ejercicios, cuidaba mucho su alimentación, no fumaba, y, si alguna vez bebía alcohol, no pasaba de una o dos cervezas. Tampoco era mujeriego, porque no tenía tiempo para dárselas de don Juan, ya que siempre estaba a disposición del ministro. Entonces, ¿por qué había muerto aquel hombre? ¿Qué era lo que lo había matado?
“No sabemos, señor ministro -le dijo su oficial ayudante a don Óscar-; creo que es mejor que llamemos a la DNIC... La muerte del piloto es rara”.
Y así lo hicieron. Y don Óscar, en persona, llamó al director de la DNIC. Poco después, éste llamó a Gonzalo Sánchez.
“Parece que lo mataron -le dijeron a Gonzalo-; y es mejor que investigue usted este caso, abogado... Es posible que se trate de una jugada del crimen organizado para mandarle un mensaje al ministro de que pueden acercarse a él, y a su personal, cuando les parezca conveniente”.
“¿Cuáles son las primeras hipótesis, señor?” -preguntó Gonzalo.
“Pues, parece que lo envenenaron... Y es un asunto grave, porque se trata de alguien demasiado cercano al ministro”.
No tardó Gonzalo en organizar un equipo de investigadores de homicidios. Lo primero que hizo fue hablar con una de las hermanas.
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Hospital
“Mire, abogado -le dijo ella-; él llegó temprano a la casa, se bañó, se cambió y estuvo viendo televisión un rato; no quiso cenar, porque dijo que había comido algo en el cuartel de la Policía... allí, donde estaba los de Hacienda, cerca del aeropuerto”.
“Ajá -le dijo Gonzalo-. ¿Notó algo extraño en él, en su comportamiento?”.
“No; ninguno... Normal todo... Hasta un par de horas después de que se fue a acostar... Gritaba del dolor, se retorcía en la cama, y echaba espuma por la boca”.
“¿Espuma?”.
“Sí; espumarajo, como de saliva”.
“Siga”.
“Me dijo que se sentía muy mal, y que lo llevara de emergencia al Hospital Militar... Y así lo hice”.
“¿Qué siguió después?”.
“Lo ingresaron, lo pusieron en una camilla, y se lo llevaron... Supuestamente, le hicieron exámenes para saber qué era lo que le pasaba... Y un doctor le preguntó si había comido algo en las últimas cuatro o cinco horas”.
“¿Qué contestó él?”
“Dijo que sí; que después de jugar pelota con los compañeros policías en la cancha de la Policía de Fronteras, se fue a la caseta, donde vende una señora que se llama doña María... Allí, para refrescarse, pidió una cerveza bien helada, y algo de comer. La señora le dijo que solo tenía golosinas; y él le pidió dos tacos... Se los comió, y después, se fue para la casa. Es lo que le dijo al doctor”.
“Dos tacos y una cerveza... ¿Sólo eso?”.
“Sí... Eso fue lo que él dijo. Y yo le creo, porque era de muy poco comer; y fue por eso que ya no quiso cenar en la casa”.
Gonzalo habló con uno de los médicos que lo atendieron.
“Venía muy mal, señor -dijo el doctor-; gritaba del dolor, sudaba helado, y estaba pálido... Lo llevamos a emergencia, le pusimos suero, y ordenamos algunos exámenes; pero fue en vano... El muchacho murió a los diez minutos de haber llegado al hospital”.
“Es raro -dijo Gonzalo-. ¿No le parece?”.
“No sabría decirle”.
“¿Es posible que haya sido envenenado?”.
El doctor se quedó pensando por un par de segundos.
“No podría asegurarlo, señor; pero, si me pide una opinión médica, podría decir que los síntomas son los de un envenenamiento, partiendo, por supuesto, del historial médico del muchacho, que, supuestamente, no padecía de ninguna enfermedad. Pero, eso no se lo puedo asegurar yo. Eso se va a ver en la autopsia”.
“¿Sabe usted que este muchacho era el piloto personal del ministro de Seguridad?”.
“No, señor; no lo sabía... Y, si es así, es mejor que no siga dándole opiniones, ya que es a ustedes a quienes les corresponde investigar el caso, y resolverlo”.
“Tiene razón, Gracias”.
Doña María
La señora estaba asustada. Gonzalo trató de tranquilizarla, y le dijo:
“Lo que queremos es saber la verdad sobre la muerte del muchacho... No estamos acusando a nadie”.
A la señora se le salieron las lágrimas.
“Mire, él vino ya en la tardecita, cuando yo estaba por cerrar la caseta... Me pidió algo de comer, porque después de jugar, estaba hambriento; y yo le dije que solo tenía golosinas... Eso fue ayer en la tarde, señor, y me parece mentira que este muchacho tan joven y tan, lleno de vida esté muerto”.
“A nosotros también, doña María... Por eso estamos aquí”.
“Mire -agregó la señora-, como no había comida, yo le ofrecí golosinas; y él me dijo que le sirviera dos tacos, con repollo y salsa roja, y él le puso chile; y me pidió una cerveza... Y yo le dí una de las más heladas... Comió, platicó con unos compañeros, pagó la cuenta, y se fue... Hasta hoy que sé que está muerto”.
“Va usted a disculparnos, señora -le dijo Gonzalo-; pero tenemos que revisar su caseta”.
“Sí, señor; no hay problema”.
“¿Tiene usted algún tipo de veneno en la caseta?”.
“¿Veneno? No, señor”.
“Veneno para ratas, para cucarachas; veneno para mosquitos”.
“No, señor; yo no uso nada de eso... Siempre mantengo bien limpia la caseta; y trato de que lo que cocino y vendo aquí sea lo más higiénico posible... Puede buscar por donde quiera”.
Ministerio
Nada sospechoso se encontró en la caseta, y Gonzalo consideró que las declaraciones de doña María eran suficientes. Sin embargo, el misterio se hacía cada vez más complicado...
¿Por qué había muerto aquel hombre? ¿Qué era lo que lo había matado? ¿Por qué gritaba del dolor y se retorcía? ¿Qué había pasado en su estómago que le causara semejante sufrimiento, y, al final, la muerte? ¿Se trataba, acaso, de un mensaje del crimen organizado que le advertía alguna amenaza al ministro de Seguridad?
“Es urgente que sepamos de qué murió este hombre -les dijo Gonzalo a sus compañeros-. El ministro y el director de la DNIC me están presionando; y debemos tener respuestas a esta muerte lo más pronto posible... Ya le pedí al fiscal que ordene llevar el cuerpo a la Morgue, y allí vamos a estar hasta que el forense nos entregue los resultados de la autopsia... Podemos estar ante una conspiración peligrosa, y el crimen organizado nunca duerme”.
Y Gonzalo estaba en lo cierto. Habían descubierto algunas conspiraciones para atacar al ministro de Seguridad; y estas venían de las maras y pandillas, del crimen organizado, y de algunos carteles del narcotráfico. Sin embargo, para don Óscar esto era normal. Estaba trabajando en contra del Crimen, así en mayúscula, y desde el primer momento se había convertido en blanco de los criminales. Y, desde el asunto del helicóptero, se había reforzado su seguridad. Pero, ahora, su piloto personal estaba muerto; y no podían bajar la guardia. Por eso, Gonzalo se fue con el cadáver hasta la Morgue, y esperó a que el forense terminara una autopsia, para que se la hiciera al piloto del “Halcón 01”.
“Yo espero, doctor” -le dijo Gonzalo.
Eran casi las dos de la mañana.
Cuando llevaron el cuerpo del muchacho a la mesa de autopsias, la tensión se hizo mayor. En opinión de Gonzalo, y a causa de la urgencia que tenía por aclarar aquella muerte, el médico trabajaba demasiado despacio. A eso de las tres y media de la mañana, el médico se acercó a él.
“Abogado -le dijo-, la causa de muerte de este muchacho ha sido una gastritis aguda; una pangastritis severa, que venía padeciendo desde hacía algún tiempo, y, por lo que veo, él no lo sabía... Tal vez sintió malestares alguna vez, pero los controló con antiácidos”.
“Sí, doctor -dijo Gonzalo-; la hermana dice que consumía bastantes antiácidos... y que padecía de agruras”.
“Y, por lo visto, nunca se puso en manos de un especialista”.
“Así es, doctor”.
“Pues, la gastritis se activó, y de tal forma, que se salió de control; le causó un sufrimiento severo, y le quitó la vida... Esa es la causa de muerte”.
“¿No hay envenenamiento, doctor?”
“No. Eso está descartado. Lo que le encontramos en el estómago fue repollo y algo de carne de res... Y un poco de cerveza... No, abogado. Este hombre no fue envenenado; lo mató la gastritis”.
Gonzalo sintió que se le quitaba un enorme peso de encima. Llamó al director; este le dijo que le informara personalmente al ministro, y don Óscar escuchó el resultado de aquel misterio.
“Dios santísimo -exclamó el ministro-; este pobre muchacho andaba la muerte en las entrañas”.
“Así es, señor ministro”
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