Crímenes

Grandes Crímenes: Denis Castro investiga (Segunda parte)

Si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo, serás poderoso en cualquier lugar adonde vayas
23.12.2017

Este relato narra un caso real.
Se han cambiado los nombres.

SERIE 2/2 (Lea aquí la primera parte)

El general Danilo Carbajal Molina muere en extrañas circunstancias luego de que el helicóptero en que viajaba es derribado en territorio hondureño por guerrilleros del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) de El Salvador.

Los soldados que viajaban con él son ejecutados en tierra. Testigos dicen que los “guerrilleros” son altos, blancos y no hablan como salvadoreños. El presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, llama al doctor Denis Armando Castro Bobadilla para que le ayude a “resolver el misterio de los llamados guerrilleros venezolanos”.

Pero en El Salvador, un periodista llamado Pedro Martínez Guzmán, de marcada tendencia izquierdista, muere en una zona controlada por el Ejército, en plena guerra civil salvadoreña.

Venía de entrevistar a un comandante guerrillero. Los medios de comunicación aseguran que los militares lo asesinaron para callarlo. Estos aseguran que son inocentes. Alfredo Cristiani, presidente de El Salvador, llama al doctor Castro para que “le ayude a conocer la verdad sobre esta muerte” que daña gravemente la imagen de su gobierno.

Comunistas
Era de noche, una noche calurosa y oscura. A aquella hora, sobre la carretera Panamericana, a unos cincuenta kilómetros de San Salvador, no se movía una hoja sin el permiso de los soldados de la Fuerza Armada.

Los combates con los guerrilleros del FMLN eran más fuertes cada vez, habían declarado “la ofensiva final” y avanzaban a sangre y fuego hacia la capital. Sin embargo, a eso de las once, sobre una recta que se extendía por más de quinientos metros, apareció de repente un carro, iluminando el asfalto con las luces altas de sus focos.

Aquello desafiaba la prohibición de circular por aquella zona, y puso en alerta a los soldados del Batallón “Atlacatl”que hacían frente a los guerrilleros. A lo lejos, sobre las montañas, se oían disparos, señal de que se combatía. El carro se detuvo en el primer retén militar de la recta.

“Mi capitán –dijo un sargento, por radio, alumbrando el interior del vehículo con una linterna–, es el periodista Martínez Guzmán…”

“¿Y qué anda haciendo por aquí a estas horas ese comunista de m…?” –preguntó el capitán.

“Dice que anda haciendo su trabajo, señor, y que se le fue el tiempo. Va para San Salvador”.

“¿De dónde viene?”

“De Morazán, señor”.

“Seguro que viene de entrevistar guerrilleros…”

“No lo sé, señor… ¿Qué hago con él? ¿Lo detengo o le aplico la ley fuga?”

El capitán pensó un momento.

“¿Ya registraron el carro?” –preguntó, después de unos segundos.

“Sí, señor, pero solo anda latas vacías de cerveza, ron y cigarros”.

“¿Estás seguro de que no trae armas, drogas o material comunista?”

“Nada de eso, señor”.

El capitán soltó una obscenidad.

“¿Anda solo?” –preguntó, después.

“No, mi capitán; viene con otro periodista, Jorge Euceda, del Diario Latino… ¿Qué hago con ellos, señor? Aquí los tengo en mis manos…”

El capitán hizo otra pausa.

“Ese comunista de m… –exclamó, después–. Mire, sargento, si por mi fuera ya se lo hubiera dado a los buitres”.

“Entendido, señor”.

“¿Entendido, qué, sargento? –gritó el capitán.

“Lo de los buitres, señor…”

“¡No, sargento, nada de eso! Dale pasada libre y avisá a los otros retenes para que no lo detengan… Suficientes problemas tenemos con lo de los jesuitas como para echarnos encima uno más…

“¿Está seguro, mi capitán”.

“Sí, sargento. Dele salida a esa basura, y ojalá se muera en el camino”.

“A la orden, señor”.

Muerte
A eso de las dos de la mañana, la radio informó que Pedro Martínez Guzmán, periodista opositor al gobierno, había sido asesinado por soldados del Batallón “Atlacatl”.

“Le dispararon en la zona controlada por la Fuerza Armada –decían–; y lo asesinaron porque era la voz más valiente que denunciaba los abusos de los militares”.

“Venía de Morazán, de entrevistar a un comandante guerrillero –agregaban otros–, y por eso, los soldados lo ejecutaron sin piedad”.

“Lo capturaron en la carretera Panamericana, lo bajaron del carro y lo ajusticiaron, disparándole en un ojo, luego, lo metieron al carro y lo tiraron a una zanja para aparentar un accidente…”

“¡Este gobierno asesino debe caer! ¡Vamos a las calles a exigir justicia para Pedro Martínez, el defensor del pueblo!

Ilopango
El “West Wind” aterrizó veinte minutos después de haber despegado del aeropuerto “Toncontín”.

“Bueno –dijo el doctor Castro, al despedirse de los pilotos–, el gusto duró poco pero al menos ya viajé en el avión presidencial”.

Una caravana del Ejército lo esperaba en el aeropuerto de Ilopango.

“Tenemos informes de Inteligencia que varios comandos guerrilleros van a atentar contra usted” –le dijo un mayor, responsable de trasladarlo a San Salvador.

“¿Y eso, por qué? –preguntó el doctor, asustado–. Yo no soy enemigo de nadie”.

“Doctor, ellos saben bien que la Fuerza Armada no mató al periodista Martínez Guzmán, y saben que si usted averigua la verdad sobre la muerte, la comunidad internacional los va a descalificar…”

“Entonces –dijo Denis Castro–, creo que hice mal en venir hasta aquí…”

“No hay de qué preocuparse, doctor… Desde aquí hasta San Salvador tenemos retenes militares y garantizamos su seguridad”.

Muerto
El Director del Departamento de Medicina Legal de El Salvador, recibió a Denis Castro en su oficina.

“Considero innecesario el que lo hayan molestado, doctor –le dijo, después del saludo–. En El Salvador también sabemos hacer nuestro trabajo”.

“No lo dudo, doctor –respondió Denis Castro–, y si estoy aquí es respondiendo a una solicitud del presidente Cristiani…”

“El periodista fue asesina, doctor –replicó el forense salvadoreño–; de eso no queda ninguna duda. Lo mataron disparándole en un ojo; después quisieron aparentar un accidente… ¡Nada más burdo!”

“¿Está seguro, doctor?”

“Yo mismo hice la autopsia, doctor. El balazo vació el ojo de la víctima y destrozó el cerebro. La muerte fue instantánea. Los soldados lo mataron. No creo que haya nada más qué decir”.

“Sin embargo, doctor –dijo Dennis Castro–, debo hacer mi trabajo…”

“Como usted guste pero sé que solo confirmará mis resultados”.

“Tanto mejor”.

Siguió a esto un momento de silencio.

“Empecemos por exhumar el cuerpo” –dijo el doctor Castro.

Autopsia
A eso de las dos de la tarde, el cadáver del periodista Martínez Guzmán estaba en la mesa de autopsias, frente al doctor Castro y a catorce médicos más del Departamento de Medicina Legal de El Salvador.

“Usted dice en su informe que el periodista murió a causa de un balazo en un ojo, ¿no es cierto?”

El doctor Castro habló sin ver al forense salvadoreño.

“Así es, doctor –respondió este, de inmediato–, puede comprobarlo por usted mismo. Falta el ojo derecho y tiene una herida contusa en la región medial de la frente. Creo que se la hicieron con el cañón de algún fusil, antes de asesinarlo”.

“Tiene esquimosis en el área interescapular”–agregó el doctor Castro, con lo que quería decir que tenía hematomas debajo de la piel.

“Eso indica que fue torturado, doctor”.

“Permítame una pregunta, doctor” –dijo Denis Castro.

“Por supuesto; diga usted”.

“Usted asegura que la bala que le dispararon a la víctima entró a la cabeza por el ojo derecho y destruyó el cerebro, causando la muerte instantánea…”

“Lo dije y lo sostengo”.

“Y, ¿puede decirme cómo comprobó eso sin abrir la bóveda craneana? –le preguntó el doctor Castro, y añadió–Usted y yo sabemos, y todos los colegas aquí presentes lo saben también, que para asegurar que la bala destruyó el cerebro, debe abrirse la cabeza, retirar, cortar la bóveda del cráneo, lo que es vital para emitir un diagnóstico como el que emitió Medicina Forense, y todos podemos ver que la cabeza del periodista está intacta…”

“Es de suponer –exclamó un médico, desde atrás–; si la bala entró por el ojo, es seguro que destruyó el cerebro...”

“La Medicina Forense, mi querido colega, debe ser una ciencia exacta–exclamó Denis Castro, levantando el escalpelo ensangrentado para dar mayor firmeza a sus palabras–, y debe ser una ciencia exacta para poder ayudar al juez a emitir juicios apegados a la verdad… No vamos a estar seguros de que el cerebro está destruido a causa de la bala hasta que no abramos la cabeza”.

Sin decir más, el doctor Castro empezó a cortar el cráneo del muerto.

“Como vemos –dijo, después–, el cerebro está intacto. Vamos a cortarlo para buscar la bala o las esquirlas…”

No encontraron nada.

“Entonces, colegas–dijo el doctor Castro–, ¿cómo murió el periodista? El cerebro está intacto y si la bala entró por el ojo y no tenemos orificios de salida en ninguna otra parte de la cabeza, ¿dónde está la bala asesina?”

“Fue una bala explosiva” –gritó alguien.

“¿Por qué, entonces, no tenemos esquirlas y, por qué, el cerebro no presenta ningún daño?”

Costillas
“Doctor –dijo, después, Denis Castro, dirigiéndose al Director–, veo que hizo la disección de la parrilla costal, que levantó las costillas y observó la parte interna del tórax”.

“Así es, y no encontré nada que pudiera causar la muerte”.

“Veo, doctor –agregó Denis Castro–, que no extrajo en bloque las estructuras internas del tórax…”

“No era necesario”.

Denis Castro no dijo nada. Con suprema paciencia y en silencio, extrajo los órganos del tórax y el abdomen. Después de examinarlos, de cortar y volver a examinarlos, dijo:

“Como vemos, colegas, tenemos órganos en shock hemorrágico… El hígado sangró a causa de lesiones graves, el pulmón derecho presentó hemorragia severa, el páncreas está destruido, y hay lesiones en el músculo cardíaco…”

Nadie dijo nada.

“¿Qué significa esto, caballeros? –preguntó el doctor, poco después–. Que los órganos que acabo de describirles sufrieron golpes severos, y todos al mismo tiempo…”

“Quizás la bala entró por el ojo y se desvió hacia el tórax y el abdomen, doctor”.

El que había hablado presentó su rostro serio y miró al doctor Castro seguro de que acababa de enseñarle algo nuevo.

“Y la bala bajó por la garganta, ¿verdad?” –le dijo el doctor.

“Es seguro, doctor”.

“¿Puede, usted, colega –le dijo Denis Castro, a punto de soltar una carcajada–, a ayudarme a identificar la trayectoria de la bala en los órganos…”

Un murmullo, como el zumbido de un batallón de moscas, lleno la sala.

El ojo
“Ahora, caballeros –continuó el doctor Castro–, veamos el ojo”.

Hizo una pausa, se ajustó la mascarilla, su ayudante le limpió el sudor de la frente, y agregó:

“Esta herida contusa que vemos en la cara –dijo–, solo afecta la piel, y como vemos, alrededor del ojo derecho, por donde debió entrar la bala, no hay ninguna herida. Lo único que tenemos es el apergaminamiento propio de los cadáveres, pero no tenemos ninguna herida de proyectil de arma de fuego, ni de ningún otro tipo. Es más, ni siquiera tenemos orificio de entrada ni de salida de alguna bala”.

“Usted está equivocado, doctor –protestó alguien más–, la bala destruyó el ojo derecho… Y, si no fue así, ¿dónde está el ojo?”

“Es verdad –respondió el doctor Castro–, falta el ojo derecho… pero a falta del ojo, señores, tenemos algo especial, y que nos dirá la verdad en este caso…”

Silencio total.

“Tenemos en el fondo del tejido de la cavidad ocular, donde estuvo alguna vez el ojo derecho, una cicatriz ya fibrosa, como todos pueden comprobar”.

Separó los párpados y expuso la cavidad ocular. Al fondo estaba la cicatriz, ya fibrosa.

“Con esto comprobamos, caballeros –siguió diciendo el doctor Castro–, que la enucleación del ojo derecho, o sea, su extirpación, es antigua… De tres a cinco años, diría yo. Con lo que quiero decir, señores, que el periodista Martínez Guzmán perdió un ojo hace mucho tiempo”.

“Entonces, doctor –dijo alguien, desde el fondo de la sala–, ¿puede usted decirnos de qué murió el periodista?”

“No nos adelantemos, colega –respondió Denis Castro–; vamos a ver ahora todas y cada una de las radiografías que tomamos de la cabeza del periodista, y que, por desgracia, llegan hasta ahora…”

Las radiografías desfilaron una a una ante los ojos de los médicos.

“Como vemos –dijo, al final, el doctor Castro–, no encontramos rastros de bala ni de esquirlas, lo que confirma nuestro diagnóstico anterior: el cerebro no fue afectado por ninguna bala”.

Hizo una pausa.

“Sin embargo –dijo, de repente–, vemos que alrededor de la ceja derecha hay cuerpecillos metálicos muy pequeños, lo que nos indica que un accidente severo, posiblemente relacionado con alguna explosión, hizo perder el ojo al periodista”.

“Entonces, de qué murió?” –preguntó el Director, malhumorado.

“Señores –dijo el doctor Castro–, todas las lesiones que ya vimos en los órganos internos, así como el golpe contuso en la frente, son lesiones de conductor… El periodista Pedro Martínez Guzmán murió en un accidente de tránsito”.

Final
El doctor Castro se lleva a la boca el último pedazo de su omelette de clara de huevo con tomates, hongos y cebolla, y después vacía la tercera taza de café.

“Repito –dice–, la Medicina Forense debe actuar como una Ciencia exacta. Si los forenses se equivocan o descaradamente mienten, la justicia estará mal servida, y el juez condenará a un inocente o liberará a un culpable, y en ambos casos, Medicina Forense estará cometiendo un crimen…”

Se limpió la boca, y agregó:

“Ese mismo día –dijo–, la familia del periodista reconoció que él usaba una prótesis ocular. Había perdido un ojo en una explosión, hacía varios años”. Suspiró.

“Una vez acusaron a la Policía hondureña de matar a golpes a un detenido. El médico autopsiante dijo que murió a causa de hemorragias severas en la bóveda craneana, o sea, en la cabeza, cuando varios policías lo golpearon en la celda, pero tuvo que retractarse cuando descubrimos la verdad… Pero ese es otro caso!